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El padre Sergio
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Libro electrónico73 páginas1 hora

El padre Sergio

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Atormentado por un desengaño amoroso, el príncipe Stepán Kasatski abandona el regimiento de la guardia del Zar Nicolái I e ingresa en un convento para hacerse monje con el nombre de Sergio. Lev Tolstói escribió esta novela entre 1890 y 1898, aunque no sería publicada hasta 1911, un año después de su muerte. El padre Sergio es una obra de madurez, una profunda reflexión psicológica donde analiza con un estilo directo y poderoso la sinceridad de la fe y la búsqueda desesperada de la libertad. Apasionado lector y traductor de los Evangelios, lo que le costaría la expulsión de la iglesia ortodoxa, Tolstói ofrece un final con moraleja no exento de ironía, de un sentido del humor profundo y sordo que late en cada una de las páginas del relato. Bela Martinova ha traducido del ruso esta novela de Tolstói por encargo de REY LEAR.
IdiomaEspañol
EditorialRey Lear
Fecha de lanzamiento1 may 2011
ISBN9788492403745
Autor

León Tolstói

<p><b>Lev Nikoláievich Tolstoi</b> nació en 1828, en Yásnaia Poliana, en la región de Tula, de una familia aristócrata. En 1844 empezó Derecho y Lenguas Orientales en la universidad de Kazán, pero dejó los estudios y llevó una vida algo disipada en Moscú y San Petersburgo.</p><p> En 1851 se enroló con su hermano mayor en un regimiento de artillería en el Cáucaso. En 1852 publicó <i>Infancia</i>, el primero de los textos autobiográficos que, seguido de <i>Adolescencia</i> (1854) y <i>Juventud</i> (1857), le hicieron famoso, así como sus recuerdos de la guerra de Crimea, de corte realista y antibelicista, <i>Relatos de Sevastópol</i> (1855-1856). La fama, sin embargo, le disgustó y, después de un viaje por Europa en 1857, decidió instalarse en Yásnaia Poliana, donde fundó una escuela para hijos de campesinos. El éxito de su monumental novela <i>Guerra y paz</i> (1865-1869) y de <i>Anna Karénina</i> (1873-1878; ALBA CLÁSICA MAIOR, núm. XLVII, y ALBA MINUS, núm. 31), dos hitos de la literatura universal, no alivió una profunda crisis espiritual, de la que dio cuenta en <i>Mi confesión</i> (1878-1882), donde prácticamente abjuró del arte literario y propugnó un modo de vida basado en el Evangelio, la castidad, el trabajo manual y la renuncia a la violencia. A partir de entonces el grueso de su obra lo compondrían fábulas y cuentos de orientación popular, tratados morales y ensayos como <i>Qué es el arte</i> (1898) y algunas obras de teatro como <i>El poder de las tinieblas</i> (1886) y <i>El cadáver viviente</i> (1900); su única novela de esa época fue <i>Resurrección</i> (1899), escrita para recaudar fondos para la secta pacifista de los dujobori (guerreros del alma).</p><p> Una extensa colección de sus <i>Relatos</i> ha sido publicada en esta misma colección (ALBA CLÁSICA MAIOR, núm. XXXIII). En 1901 fue excomulgado por la Iglesia Ortodoxa. Murió en 1910, rumbo a un monasterio, en la estación de tren de Astápovo.</p>

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    El padre Sergio - León Tolstói

    I

    E

    N LA DÉCADA DE LOS CUARENTA aconteció en Petersburgo un suceso que sorprendió a todos: un atractivo príncipe, comandante del escuadrón del regimiento de coraceros al que todos auguraban que llegaría a ser ayudante de campo del Emperador, con una carrera brillante al servicio de Nicolái I, presentó la dimisión un mes antes de su boda con una bella dama de honor que gozaba del favor especial de la Emperatriz. Tras romper su compromiso con la novia y donar a su hermana su modesta propiedad, se retiró a un monasterio para ingresar como monje. El acontecimiento resultó tan extraordinario como inexplicable para la gente que ignoraba sus motivos; para el príncipe Stepán Kasatski todo sucedió de una manera tan natural, que ni siquiera entendía cómo podría haber actuado de otro modo. El padre de Stepán Kasatski, coronel de la guardia retirado, murió cuando su hijo tenía doce años. Por más lástima que le diera a la madre no retener en casa al niño, no se atrevió a incumplir la voluntad del difunto, quien dejó testado que en caso de que él muriese su hijo no permaneciera en el hogar familiar sino que fuera enviado al Cuerpo de Cadetes; y la madre acató esa voluntad. La viuda se trasladó a Petersburgo junto a su hija Bárbara, para vivir en el mismo lugar que Stepán y pasar junto a él los días festivos.

    El muchacho destacaba por sus brillantes aptitudes y gran amor propio, gracias a lo cual era el primero en Ciencias —especialmente en Matemáticas, por las que sentía una singular pasión—, en los ejercicios militares y en equitación. Aparte de su estatura, por encima de la media, era apuesto y habilidoso. De no ser por sus arrebatos, incluso su conducta se habría correspondido con la de un cadete ejemplar. No bebía, no llevaba una vida licenciosa y era extraordinariamente sincero. Lo único que le sobraba para convertirse en alumno modelo eran los ataques de ira que a veces le sobrevenían y durante los cuales perdía completamente el dominio de sí mismo y se comportaba como una fiera. En una ocasión le faltó poco para lanzar por la ventana a un cadete que había empezado a burlarse de su colección de minerales. Otra fue aún más grave: le tiró

    un plato lleno de filetes rusos a un mando y se lanzó sobre él; dicen que lo golpeó porque, al parecer, aquél había faltado a su palabra y mentía descaradamente. Probablemente lo hubieran echado del ejército de no ser porque el director del Cuerpo ocultó completamente el asunto y expulsó al oficial.

    A los dieciocho años se licenció como oficial y se incorporó al aristocrático regimiento de la guardia. El Emperador Nicolái Pávlovich, que lo conocía desde su etapa de cadete, le siguió distinguiendo con su confianza en ese regimiento, de modo que se le auguraba que llegaría a ser su ayudante de campo. Algo que Kasatski deseaba con todas sus fuerzas, y no sólo por amor propio sino básicamente porque desde su período de instrucción quería apasionadamente, esa es la palabra, apasionadamente, a Nicolái Pávlovich. Ante cualquier visita de Nicolái Pávlovich al cuartel —lo cual ocurría a menudo—, cuando con paso decidido su alta figura vestida de uniforme, el pecho henchido, la nariz aquilina sobre el bigote y las patillas recortadas saludaba con voz potente a los cadetes, Kasatski experimentaba el entusiasmo del enamorado, el mismo que sentiría después al encontrar el objeto de su pasión. Solo que el enamorado entusiasmo hacia Nicolái Pávlovich era más fuerte: deseaba mostrarle su infinita lealtad, sacrificando por él incluso su vida. Nicolái Pávlovich, consciente de que suscitaba ese entusiasmo, lo propiciaba intencionadamente. Jugaba con los cadetes, se rodeaba de ellos; a veces los trataba de forma juvenil o amigable y otras se comportaba de manera solemne y majestuosa. Tras el último incidente de Kasatski con el oficial, Nicolái Pávlovich no le dijo nada, pero cuando se le acercó, lo apartó con gesto teatral y, frunciendo el ceño, lo amenazó con el dedo; después, al marcharse, le comentó:

    —Ha de saber usted que lo sé todo, sin embargo prefiero ignorar ciertas cosas, aunque las tenga aquí —dijo señalándose el corazón.

    Cuando una vez licenciados, los cadetes se presentaron ante el Emperador, éste ya no hizo mención alguna a aquel asunto y, como siempre, insistió en que todos ellos podían dirigírsele personalmente, que debían servirle fielmente, al igual que a la patria, y que él siempre seguiría siendo su mejor amigo. Todos, como de costumbre, experimentaron una gran emoción y Kasatski, recordando lo sucedido, lloró con lágrimas de cocodrilo y juró servir con todas sus fuerzas a su amado Zar.

    Al incorporarse Kasatski al regimiento, su madre se trasladó a vivir con su hija, primero a Moscú y después al pueblo. Kasatski entregó la mitad de su fortuna a su hermana; el dinero restante sólo le daba para cubrir los gastos que le ocasionaba servir en aquel lujoso regimiento.

    Visto desde fuera, Kasatski parecía un joven corriente y un brillante oficial inmerso en su carrera; sin embargo, en su interior bullía una complicada y tensa inquietud. Esta inquietud parecía acompañarle desde la infancia, y aunque aparentemente se manifestaba del modo más diverso, la esencia siempre era la misma:

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