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Suerte a favor: Una historia de la vida de una niña en Las Vegas de 1970.
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Libro electrónico447 páginas6 horas

Suerte a favor: Una historia de la vida de una niña en Las Vegas de 1970.

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Ambientada en la glamorosa ciudad de Las Vegas de 1970, Suerte a Favor es la historia de lucha para alcanzar la madurez de una niña fuerte nacida en un continuo ciclo de alcoholismo y abandono. Marlayna desarrolla un poderoso sentido de autopreservación en contraste con los derrotados adultos encargados de su cuidado. Su profunda historia explora los personajes y eventos que pueblan su vida mientras se muda de casa en casa, de un padre al otro, de familia en familia, quedándose finalmente sin hogar a la edad de catorce.

De los recursos de su extraordinaria infancia emerge una fuerza interna que encantará y cautivará a los lectores y permanecerá en sus consciencias mucho después de haber dado vuelta a la última página.

*Ganadora del Next Generation Indie Book Award en 2013.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 oct 2016
ISBN9781507116227
Suerte a favor: Una historia de la vida de una niña en Las Vegas de 1970.

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    Suerte a favor - Marlayna Glynn

    SUERTE A FAVOR:

    Una Historia de la vida de una niña

    en Las Vegas de 1970

    de

    Marlayna Glynn

    Translated by

    Iran Mendoza Cardenas

    2012.

    Derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada o insertada en un sistema de recuperación o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio sin la autorización escrita de la autora. Este es un trabajo de no ficción, pero algunos nombres han sido cambiados. Este trabajo ha sido escrito conforme a los recuerdos que la autora tiene sobre las personas, lugares y eventos en su vida durante su permanencia en Las Vegas en 1970. La autora reconoce el estatus de marcas registradas así como a los propietarios de dichas marcas de varios productos referidos en este trabajo de no ficción, los cuales han sido utilizados sin autorización. La publicación o uso de estas marcas no está autorizado, asociado con ni patrocinado por los propietarios de las marcas.

    Este libro está autorizado para su uso y consulta personal. En formato electrónico, este libro no puede ser revendido o dado a otras personas. Si le gustaría compartir el libro electrónico con otra persona, por favor adquiera una copia adicional para cada persona con quien desea compartir el libro. Si está leyendo este libro y no lo compró o no fue adquirido exclusivamente para que usted lo use, debería adquirir su propia copia. Gracias de antemano por respetar el trabajo de la autora.

    ISBN-13: 978-1475200355

    ISBN-10: 1475200358

    DEDICATORIA

    Dedico Suerte a favor a las cuatro manos[1] más afortunadas que una persona puede ganar: mis hijos Ryder, Ever, Waverly y Asher Brown. Ustedes siempre serán mis mayores victorias. Conocerlos me ha traído una felicidad más allá de mis expectativas más optimistas de mi infancia. Amarlos me ha sanado en todos los niveles y les agradezco permitirme el placer de compartir las aventuras de su infancia con ustedes.

    Deseo agradecer a los seres que me ayudaron a aprender las lecciones más difíciles de la vida. Frecuentemente crecemos de manera inmensa a través del dolor, y algunos seres fueron más hábiles que otros para enseñar las lecciones importantes. Gracias por su participación.

    Marlayna Glynn

    Nota:

    Suerte a favor: Una historia de una la vida de una niña en Las Vegas de los 70’s es el primero de cinco libros en mi serie de Memorias.

    ––––––––

    ¡Gracias por leerlo!

    www.marlaynaglynn.com

    ––––––––

    CAPÍTULO UNO

    Abrir: apostar primero.

    Nunca beberé o fumaré, le anuncio a mi madre, haciendo una pausa para crear un efecto más bien dramático. Cierro mi boca rápidamente y espero, sentada cómodamente con las piernas cruzadas, sobre el tocador resplandeciente del baño para verla maquillarse.

    Las elegantes puntas de sus dedos distribuyen el delineador negro líquido en círculos alrededor de sus ojos. Su concentración en este acto delicado es intensa, su pequeño torso inclinado hacia delante de su delgada cintura para agitar la diminuta brocha negra entre sus largas pestañas. Aunque sé que cada minúsculo movimiento de su mano la acerca un paso más al momento de dejarme, el misterioso proceso de maquillado me tiene paralizada. Me siento solemnemente, observando al tiempo que despega cuidadosamente las pestañas postizas de su contenedor blanco de plástico y las presiona contra sus párpados superiores. Su boca dibuja una  oscura O mientras parpadea con cada golpe deliberado de la brocha de rímel. El resultado de este proceso es un rostro secreto, nada diferente a una visión distorsionada a través de una ventana sucia. El rostro que ahora se refleja hacia mí en el espejo no es el verdadero rostro de mi madre en lo absoluto. Se ha ido su cara cotidiana de grandes ojos azules, de piel cubierta de crema Pond’s y de largos hoyuelos que enmarcan una dubitante aunque perfecta sonrisa.

    ¡Buena decisión! señala, evidentemente inmune a mis fundamentos filosóficos. Quizás ella piensa que tan sólo tengo cuatro años y... ¿qué podría yo saber acerca del mundo y sus vicios? Tal vez está de acuerdo conmigo. Quizás no piensa absolutamente nada acerca de mis pensamientos. Tal vez ni siquiera me escuchó. Nunca puedo saber lo que mi madre piensa. Es silenciosa, seria. Egoísta. Inexplicable. Su naturaleza interna es como un rompecabezas para mí y busco la forma de adivinar sus pensamientos secretos por medio de frases diseñadas para empezar una conversación o para crear una reacción. Rara vez tengo éxito en esta constante apuesta por el amor y la atención completa de mi madre.

    ¿Beso de mariposa?

    Duda un poco, luego se inclina tanto que puedo oler su perfume: Tabú. Una vez me dijo que Tabú significa cosa secreta considerada contraria a las reglas... y esa idea me gusta mucho. Agita sus ligeras y largas pestañas contra las mías haciéndome cosquillas. A veces, si me siento especialmente sola, le digo Beso de esquimal. Cierro mis ojos y tallo mi nariz suavemente contra la de ella. Al abrir mis ojos esta noche, me alejo al ver su rostro transformarse en otro. Mi madre era mi madre y ahora es alguien más, una especie de cosa pintada.

    Al voltear hacia el espejo para ver mi propio rostro, enredo mi cabello rubio blanquecino alrededor de mis dedos y miro fijamente dentro del abismo azul de mis ojos. Tommy Jenkins, quien vive al final de la calle (o La Hamburguesa de Cabeza Roja –como yo lo imagino), me dijo que la pupila de tu ojo en realidad sólo es un gran hoyo negro hacia tu cerebro y que puedes clavarle una aguja a través si quieres. Yo se lo creo porque todavía no he aprendido que la gente puede decir cosas que no son ciertas. Al alejarme del espejo, veo sobre mi nariz la pizca de pecas color naranja que conseguí en mis cuatro veranos bajo el sol quemante de Nevada. Los rostros son una fuente inagotable de fascinación para mí. Cuentan las historias que frecuentemente las palabras y los gestos no pueden contar. Con sólo estudiar los rostros puedes aprender muchísimas cosas sobre la gente alrededor tuyo, aun sin decir palabra alguna.

    ¿Qué haces? Mi madre se ríe y pinta mis labios dándome golpecitos rápidos y veloces con su diminuta brocha labial color rosa, aplicando un esmalte escarchado para que combine con el suyo. Tallo mis labios unidos uno contra otro imitándola, esparciendo el color uniformemente. Sé que el labial es la etapa final del proceso de maquillado y que se irá pronto. Mis latidos se aceleran.

    Tras una mirada de despedida al espejo me da un beso rápido encima de la cabeza y se va al Casino, donde servirá Bebidas a la gente que está sedienta. La puerta de enfrente se cierra de golpe y un pesado silencio cae sobre la casa, como de costumbre. Corro a la ventana de mi habitación y hago a un lado las cortinas de encaje para ver las luces hacerse más pequeñas mientras pone el carro en reversa hacia la larga entrada de la cochera.

    Cuando se ha ido, me uno a mi padre en la sala, donde pasa sus noches acostado sobre su sillón reclinable de piel color negro, viendo la televisión en blanco y negro. Su vaso de agua y whiskey permanecen sobre la mesa al lado suyo. Su cigarrillo se consume entre sus dedos, el humo se tuerce en plumas rizadas color púrpura sobre su cabeza. Intento sentarme quieta a ver televisión con él, pero se cansa de mis intentos por iniciar una conversación y al final ignora mis preguntas o tarda tanto en contestar que dejo de hablar por completo. Reúno valor para correr a través del ennegrecido corredor hacia mi cuarto antes de que los monstruos al final del pasillo puedan saltar, cerrándole la puerta al humo y al sonido de la televisión. Después de un rato la televisión sisea desde la sala indicando que mi padre se ha quedado dormido sobre su sillón. Me digo esto aunque sé que no ha dormido, sino que se ha Desmayado sobre su sillón, lo que ocurre frecuentemente.

    Los programas de la televisión terminan a una hora que se considera razonable. Supongo que la mayoría de los niños razonables están dormidos en sus camas razonables llegada la hora en que el último programa de la noche se acerca a su final. Estos otros niños probablemente nunca tienen oportunidad de experimentar una casa irracional con horas irracionales, eso pienso cuando me escabullo de mi habitación y le echo un vistazo a mi padre. Al igual que mi madre, él guarda un rostro secreto. Contemplo su rostro, sin arrugas y flácido sobre la piel negra del sillón reclinable y pienso que luce totalmente como alguien más. Las cambiantes luces del televisor crean libremente cráteres y hondonadas sobre su piel pálida. Apago el televisor y corro de vuelta por el largo corredor hacia mi cuarto, escapando nuevamente de los monstruos que moran en las sombras al final del pasillo.

    Una vez en mi cuarto, brinco del suelo a mi cama para evitar que me agarren los otros monstruos que viven debajo de la cama. Me recuesto y espero a que llegue el sueño. Trato de no mirar hacia las esquinas de mi cuarto porque está oscuro. Si miro durante suficiente tiempo, veré a los monstruos que se esconden allí tomar forma, haciéndose más grandes y amenazantes. Sé que es mejor no mirar. Sé que estoy sola y que no hay nadie para protegerme. Pero de cualquier forma miro. Miro fijamente hacia esos monstruos, retándolos en silencio a que salgan de la seguridad de sus esquinas oscuras.

    Estamos a mano esos monstruos y yo. Ellos permanecen acechantes y gigantes en las cuatro esquinas de mi cuarto. Yo permanezco firmemente en mi cama. Sé que tengo la suerte a mi favor: la ventaja distintiva de ser real.

    CAPÍTULO DOS

    Las figuras: la Sota, la Reina y el Rey de cualquier juego de cartas.

    Sentada sobre el piso de mi habitación, saco uno de mis muchos libros del librero amarillo que mi madre pintó para mí el verano pasado. A ella le gusta comprar en la Tienda de Segunda Mano y traer a casa cosas que nadie Ama ni Quiere y arreglarlas para dejarlas como nuevas. My librero es una de esas cosas. Lo encontramos colapsado sobre su costado. Mi madre lo levantó y lo acomodó y se sacudió el polvo de las manos y proclamó: Éste será perfecto para tus libros. Lo pintaré de amarillo. Lo hizo aquella noche, y me quedé dormida con el olor del barniz y la pintura en mi nariz, contemplando la prueba de que mi madre podía Hacer que las Cosas Pasaran.

    Mi madre me enseñó a leer poco después de cumplir cuatro, y llenó mi librero amarillo con historias y poemas. Una de mis favoritas es La araña y la mosca de Mary Howitt. Deslizo mi dedo sobre de las palabras mientras leo, tratando de no poner mucha atención en la ilustración sobre la página opuesta. Es una Araña alta, elegante, vestida con un traje, sostiene una cortina roja de terciopelo abierta para tentar a la Mosca a entrar en un cuarto llamado Salón. No estoy muy segura de lo que es un Salón, pero desde luego es un lugar en el que no querrás entrar. Los Salones forman parte de la lista de cosas de la vida que aún no entiendo. Como los primos, por ejemplo. Cuando pedaleo en mi Triciclo de aquí para allá sobre las banquetas de la Calle Flamingo, siempre me detengo a ver cuando los Primos llegan a visitar a mis vecinos. Pedaleando de reversa, choco contra una parada lateral corrediza para observar cuando ellos bajan dando vueltas de la camioneta con paneles de madera, como esos Huevos inflables de juguete que se mecen al empujarlos, después de un viaje largo e inestable. Como debí suponerlo, un día veo que los primos de la Hamburguesa de Cabeza Roja tienen, todos, el mismo color de cabello rojo brillante. Envidio hasta el último pelirrojo de ellos, viéndolos mientras salen del auto, bostezando y estirándose. Un pequeño lleva consigo una cobija, parpadeando bajo el sol matinal, y su madre toma su mano y el grupo entra en la casa de la Hamburguesa de Cabeza Roja. Me siento sola sobre mi triciclo por un rato, después de que cierran la puerta, sintiéndome curiosamente despojada.

    Cuando pregunto por qué yo no tengo primos, mi madre me dice que sí: tengo seis primos.

    ¿SEIS primos? ¿Por qué nunca los vemos?

    No quiero que la familia meta sus narices en mis asuntos. Por eso vivimos en Las Vegas y todos ellos en California. No quiero a nadie de la familia cerca.

    En este sentido somos tan diferentes de otras familias. Tengo dos abuelas pero sólo las he visto una o dos veces a cada una, y no me importaba ninguna de ellas especialmente. No viven cerca. Nunca me invitan a visitar sus granjas en el verano. Nunca hornean galletas para mí como lo hacen las abuelas en los libros que leo. Hay dos abuelos casados con las abuelas, pero no son realmente abuelos, pues los verdaderos murieron mucho tiempo. Tampoco entiendo mucho de esto. Si alguien no es un abuelo de verdad, ¿entonces qué es? Algo que no es real es falso o imaginario. Dado que no puedo entender el hecho de que mis abuelos no son reales, prefiero que estén lejos. Parece ser un asunto peligroso para mí.  Mis propios padres ni siquiera conocieron a sus verdaderos padres, ambos habían muerto antes de que tuvieran alguna oportunidad de decir hola, mucho menos de conocerse mutuamente.

    El padre de mi madre fue un bombero que murió mientras combatía el peor incendio en la historia del pueblo de Montana, a donde se había mudado después de que mi abuela lo dejara. El padre de mi padre murió a los treinta y tres, cuando abruptamente pisó los frenos de un tráiler que conducía y una lata de pintura voló desde la parte trasera golpeándolo en la cabeza haciendo que muriera tres días después, gritando de dolor por una hemorragia cerebral. No era un buen augurio ser hombre en mi familia. Mientras reflexionaba en esto, los círculos y las arrugas que predecían mi futura femineidad me dieron una íntima tranquilidad. Cuando morían los hombres de mi familia, como parecían hacerlo frecuentemente, las mujeres seguían adelante y reemplazaban a los hombres sin muchos aspavientos. Aparentemente ésta es nuestra forma de hacer las cosas.

    Además de los abuelos, en los libros que leo los personajes tienen familias llenas de relaciones que no puedo entender. Hermanos. Hermanas. Primos. Padrinos. Tías. Tíos. Abuelos. Sobrinos segundos. Primos segundos.  Primos terceros. Medios primos. Bisabuelos. Bisabuelas. La lista de relaciones que una persona puede tener es larga. Algunos bebés tuvieron la fortuna de brotar de la comodidad del vientre y aterrizar en afelpadas capas familiares de relaciones, pero yo no soy afortunada en este sentido: sólo somos yo, mi madre y mi padre. Puesto que nosotros tres estamos juntos rara vez al mismo tiempo y en el mismo lugar, nuestro sentido de familia se reduce a eso.

    Frecuentemente considero a este evasivo sentido de familia como el ritmo de fondo de un anhelante legato que define mi visión del mundo. Aunque hay toda una baraja de miembros de una familia, nosotros sólo tenemos tres figuras en la nuestra.

    CAPÍTULO TRES

    Suerte en contra: Una mala apuesta; un evento que tiene más dinero apostado en su suceso de lo que puede justificarse por la probabilidad de que ocurra.

    Cuando mi madre anuncia que uno de mis primos nos visitará en la tarde, la acribillo con un montón de preguntas durante todo el día. Imagino a un chico güero más o menos de mi edad que juega con Barbies y casas de muñecas y mira Underdog* y Godzilla. Tal vez traerá un Lite Brite de Hasbro puesto que sólo la mitad de los foquitos prenden ahora. Será todavía mejor si trae ese juguete bonito para fabricar monstruos en el que viertes el pegote verde y la máquina lo cocina convirtiéndolo en un pequeño monstruo gelatinoso. Uno de los niños de mi calle tiene esta increíble máquina y la codicio al punto de tratar de pensar en formas de traérmelo a hurtadillas a casa cuando él no esté mirando.

    No sé mucho de tu primo, excepto que su nombre es Robert y que es más grande que tú, responde mi madre a mi pregunta desde donde se encuentra arrodillada sobre el piso tallando el interior del horno.No sé. Creo que tiene el cabello castaño, me dice inclinando la cabeza hacia mí, desde donde se encuentra parada sobre una escalera sacudiendo las telarañas de la lámpara que cuelga en la entrada.

    Probablemente esté en el noveno año, dice mientras apila unas toallas frescamente lavadas en el clóset de huéspedes.

    Sí, tiene una hermana y se llama Alana, pero ella no viene hoy, explica al tiempo que tiramos de las esquinas opuestas de las sábanas para hacer la cama del huésped.

    ¿Qué? ¡No puedo oírte!, grita por encima del sonido de la aspiradora.

    Cuando agoto mi suministro de preguntas acerca de mi primo, me voy afuera. Acuclillada sobre la tierra a un costado de nuestra casa, me concentro en la tarea de atrapar hormigas rojas para mi granja de hormigas. Regan, mi mejor amigo de la cuadra, está conmigo. Regan y yo pasamos tanto tiempo juntos que casi podríamos ser hermano y hermana, pero seguido me recuerdan que no lo somos. Tiene su propia hermana pequeña y seguido nos obligan a incluirla en lo que hacemos aunque sólo tiene dos años y lo entorpece todo.

    En la sala de la casa de Regan hay un óleo de él y otro de Tiffany. Cuando pregunto por qué no hay un retrato mío en su sala, la mamá de Regan me mira de manera extraña. Nuestras madres son mejores amigas, pero no tienen ninguna relación. La gente que tiene alguna relación tiene hermosos retratos al óleo colgando en sus salas, pero si no tienen ninguna relación tu retrato no colgará en su sala. Debería estar colgado en tu propia sala. Así que cuando le pregunto a mi mamá por qué en nuestra sala no tengo un retrato mío al óleo colgando de la pared, mi madre me mira de manera extraña. Esta prueba de mi existencia es importante para mí; sin embargo, mi madre no parece querer entenderlo y aunque continuamente le pido un retrato mío al óleo colgado en nuestra sala, esto no ocurre. Mi pintura al óleo se une al montón de Cosas que No Pasarán, junto con la carrera de caballos, el unicornio y la hermana gemela.

    Nuestras madres nos llevan seguido a Regan y a mí a andar en bicicleta en asientos de plástico que sujetan a la parte trasera de sus bicicletas. Cuando pasan sobre el asfalto abultado de las calles de nuestro vecindario, Regan y yo cantamos fuerte unas notas largas y planas hasta que una de nuestras madres dice ¡Cállense ahora! Regan y yo les decimos a nuestros padres que nos vamos a casar cuando seamos más grandes, y en cada fotografía que nos tomamos juntos, parece que haremos exactamente eso. Cada año en la Navidad y las Pascuas y nuestros cumpleaños, Regan y yo posamos: él en su traje color ladrillo de solapa ancha junto a mí con mi vestido de encaje blanco, su brazo torpemente colocado alrededor de mi cintura. A veces Tiffany se nos une en nuestras fotografías, su coleta de caballo de cabello fino ceñida directamente desde la parte superior de su cabeza como un faro para el Dios de las hermanas pequeñas.

    Sostengo mis dedos como si fueran pinzas sobre una hormiga grande cuando oigo el sonido de un auto entrando por nuestra cochera frontal. Olvidados momentáneamente Regan y las hormigas, corro hacia la puerta de enfrente y grito hacia dentro: ¡Ya llegaron! ¡Ya llegaron! y luego le sigo el rastro a mi madre hacia la entrada para saludar a mi tía y a mi primo. Echando una mirada desde atrás de las fuertes y bronceadas piernas de mi madre, veo a la deslumbrantemente hermosa Tía Marceline echar un vistazo a su retrovisor, darle a su cabello una o dos palmadas para suavizarlo, y salir de detrás de la llanta de su brillante auto nuevo. Su cabello, rubio blanquecino, es una aureola en el sol vespertino coronando un rostro hermoso sin ningún defecto.

    ¡Hey, Sandy! le grita a mi madre con la voz de un ángel, levantando sus gafas de sol y colocándolas elegantemente encima de su cabeza.¡Oh, déjame verla! murmura admirada, adelantándose hacia mí. Se arrodilla a mis pies, ajustando cuidadosamente su vestido floreado, sin tirantes, al tiempo que se agacha.¡Soy tu Tía Marceline! ¡Ven, dame un abrazo, querida!

    Abrazo a mi delicada tía -mi familia- y cierro mis ojos momentáneamente contra la anticipación de conocer a mi primo. La Tía Marceline es sorprendentemente suave y cálida. Con la intuición de un niño siento su fragilidad encerrada entre mis brazos. Me da miedo apretarla y que se pueda romper como el delgado cascarón de un huevo. La Tía Marceline se separa y sostiene mis hombros suavemente con su manos adornadas con piedras preciosas, ¡Tú, cosita hermosa, hermosa! Su aliento huele a verano. Su voz se desvanece en una fuerte sonrisa, revelando unos dientes blancos de brillo perfecto. Se levanta, da unas suaves palmaditas a su vestido y presenta a mi primo Robert.

    Debe haber algún error.

    Robert no es un primo en lo absoluto -al menos no el primo que había imaginado. Parece un joven gordo, nada parecido a los primos de mis vecinos. Éste no es un primo de cabello rubio, sino un hombre-niño grande con cabello enorme y un vientre abultado. Pasa rápidamente evitándome mientras acarrea su maleta, dejando a su paso el rancio olor de sudor y hormonas de adolescente. Giro mi cabeza para verlo entrar en nuestra casa, introduciendo distraídamente un dedo en mi boca abierta para morderme la uña. Regan agita su mano despidiéndose desde donde se había unido a nosotros y se dirige hacia la calle en dirección a su casa. Permanezco sola en la entrada de mi casa viendo a Regan alejarse, sin saber qué hacer después. La necesidad de correr tras de Regan y sentarme en su sala obscura en medio de óleos, me inunda. Repentinamente dudo de que Robert haya traído el Lite Bright o la máquina para hacer monstruos viscosos.

    En la cena, aquella noche, veo a Robert mientras se encorva sobre su plato, metiendo a su boca el tenedor repleto de cerdo asado y papas. Pega sus labios inflados a la botella de soda, tragando con tanto ruido que puedo oír el líquido gorgoteando mientras baja por su garganta. No cierra su boca al masticar hasta que mi tía pone una de sus cuidadas manos sobre su brazo y le dice en voz baja Robert. Cariño. Por favor. Cierra la boca. Cuando mastiques.

    ¿Quieres un poco de mariscos?, me dice, ignorándola.

    Sorprendida y un poco emocionada por su atención, respondo Claro, y hago una mueca cuando abre grande su boca para mostrarme el cerdo y las papas y el maíz y chícharos en varios estados después de haber sido medio masticados.

    ¿Ves? ¡COMIDA! se ríe y el cerdo y las papas y los chícharos se le caen de la boca y rebotan hacia su plato y luego sobre el mantel.

    ¡Robert! ¡Cuida tus modales, jovencito!

    Sólo es una broma, ma. Relájate.

    Si Ben estuviera aquí... dice la Tía Marceline distraídamente, sin dirigirse a nadie en particular, su voz desvaneciéndose para ser gradualmente reemplazada por el tintineo de los tenedores golpeando los platos.

    Excepto por la broma de la comida, Robert parece no tener el mínimo interés en mí. Me importa mucho la falta de atención dado que no trajo nada que me interese hacer. Lo evito aquella noche y por el contrario bailo siguiendo los pasos de Marceline, respirando la sensación de paz y belleza que ella emite como una fragancia.

    Marceline había sido una prometedora joven actriz de cine y había actuado en varias películas hollywoodenses.Eso fue antes de que conociera a tu Tío Ben, querida, y de que dejara Hollywood y esa vida loca detrás de mí. Ese mundo no era lugar para una dama. Le da un sorbito a su vaso de vino y le sonríe a mi madre antes de dirigirse a mí nuevamente.Tu padre estuvo en una película, querida, ¿lo sabías? Representaba a un fisicoculturista en una película llamada 'Atenea

    ¡No lo sabía! ¿Y tú, mami?

    Mi madre está sentada tan recta en la silla cómoda junto al sofá que parece de cualquier otra forma menos cómoda. Un momento después me doy cuenta de que se debe a que generalmente cuando está en casa en las noches sostiene un libro de bolsillo frente a su rostro, bajándolo lentamente de vez en cuando para mirarme en respuesta a mis preguntas.No lo sabía, pero conoces a Buddy, Marceline. Él rara vez habla de su pasado. Obtener información de él es como arrancarle as escamas a una serpiente.

    Mi tía le da otro sorbito a su vaso de vino.Las cosas no fueron fáciles para mi hermano. Para ninguno de nosotros, en realidad. Ahora, hermosa y querida pequeña, hace una pausa y transmite su brillante sonrisa hacia mí, háblame de tus cosas favoritas. ¡Quiero saber todo de mi única sobrina!

    A la siguiente mañana Regan llega con su mamá y mientras las mujeres se reúnen en la cocina, Regan y yo jugamos damas en mi cuarto. Mi madre asoma la cabeza a través del umbral y dice Vamos a la tienda. Robert se quedará aquí a cuidarlos.

    De inmediato me pongo de pie.¿No podemos ir contigo?

    No, no estaremos fuera mucho tiempo. Sólo háganle caso a Robert y regresaremos pronto.

    Susurro para no ofender a la Tía Marceline, por si acaso estuviera cerca del corredor."Por favor, Mamá. No nos dejes aquí con él." Mis labios se estiran sobre mis dientes para enmarcar cada palabra susurrada.

    Mi madre se da vuelta, diciendo distraídamente mientras se aleja, Estarán bien. Regresaremos enseguida.

    La puerta de enfrente se cierra y veo dentro de los grandes ojos de Regan y él mira dentro de los míos. Es evidente, por la mirada que nos damos, que ninguno de nosotros sabe exactamente por qué tenemos una sensación de alarma. Sus ojos miran firmemente dentro de los míos por unos instantes, y después la puerta de mi cuarto se abre como si eso fuera exactamente lo que habíamos estado esperando.

    El largo cabello esponjoso de Robert aparece en la puerta, seguido de su cara, después de su corpulento físico. Vamos a jugar a las escondidas, anuncia en una larga exhalación. Sus palabras se mezclan, espesas como engrudo.

    No queremos. Ya estamos jugando damas, le digo.

    Las Damas son para bebés estúpidos. Además, no tienes opción, pequeña imbécil. Tienes que hacer lo que yo diga. Oíste a la Tía Sandy.

    Mordiéndome el labio inferior me doy cuenta de que probablemente Robert no se marchará, así que acepto.

    Robert quiere jugar a las escondidas pero su versión no es la misma que yo conozco. Más que dejar que Regan se esconda, le dice Métete al clóset y no salgas. Nosotros te encontraremos.

    Regan permanece de pie indeciso y mira a Robert doblando una pierna de su short con la punta de sus dedos, Pero tendré miedo en el clóset.

    Sí, además ya sabremos dónde está-, empiezo a decir.

    Robert se adelanta y con su mano abierta le da a Regan sobre el pecho un empujón tan fuerte que lo manda de espaldas hacia el clóset. Cierra la puerta de un golpe. Sal de ahí y serás carne muerta, mariquita. Su mano sujeta la mía. Nos vamos a esconder en la recámara.

    Esto no parece estar bien en lo absoluto. Aunque sólo tengo cuatro años, sé que ciertas cosas están mal. Las manos de Robert están tan húmedas que mis palmas sudan mientras me arrastra hacia el cuarto de mis padres.Acuéstate sobre la cama, me gruñe, lanzando su considerable barriga sobre el lado de la cama que ocupa mi padre. Imagino a mi padre recostado sobre su lado de la cama tal y como lo veo a veces en las mañanas, su cabello negro contra la almohada blanca. Cierro mis ojos y deseo que esté sobre su cama, su presencia dentro de este cuarto, su protección alrededor mío.

    Pero él no llega.

    Robert se quita su short rojo. Ven aquí.

    No.

    Tienes que hacer todo lo que yo te diga.

    No, no tengo que.

    Entra a mi Salón, le dice la Araña a la Mosca...

    Realmente eres una pobre prima pueblerina, ¿no? No sabes nada. Nosotros somos ricos y tú no. Tienes que hacer lo que yo diga. Robert se hace más grande, como los monstruos de la esquina de mi cuarto, mientras se mueve torpemente sobre sus rodillas sobre la cama hacia mí. Mis ojos son empujados hacia montón de pelo que crece donde yo no sabía que crecía pelo. Intenta rápida y torpemente agarrar mi mano, y cuando la retraigo lejos de su húmedo alcance, hace un torpe intento por sujetar mi cabello.

    Él la arrastró hacia su serpenteante escalera, hacia su lúgubre guarida...

    Giro mi cabello hacia atrás y lejos de su mano y salgo huyendo del cuarto de mis padres hacia el largo pasillo. Llego a mi cuarto y estoy justo a punto de abrir la puerta del clóset para ver a Regan encogido en una esquina cuando siento las manos húmedas de Robert envolviendo mi cuello. Me jala hacia atrás y me arroja de espaldas contra el suelo. Mi cabeza golpea el piso alfombrado con un sonido sordo. Regan grita.

    Dentro de su pequeña Sala—pero ella nunca volvió a salir!

    Levanto mis pies cuando Robert se acerca. Está acuclillado; un gato gordo con afro esponjado. Cuando está lo suficientemente cerca, pateo tan fuerte como puedo y siento el satisfactorio contacto de mi pie descalzo contra su carnosa espinilla.

    ¡Pequeña perra! grita agarrándose la pierna. Cuando se abalanza sobre mí sé que estoy muerta hasta que escucho el sonido de las puertas del auto abriéndose y cerrándose. Robert alza la vista y luego corre por el pasillo hacia la oscuridad del cuarto de mis padres. Regan sale corriendo del clóset hacia la sala, alterado y con hipo. Rodea con sus brazos delgados las piernas de su madre cuando ella entra.

    Yo no corro hacia mi madre. Permanecemos de pie separadas una de la otra, nuestros ojos mirándose a través del espacio dentro de la sala. Ella sostiene frente a sí, como un escudo, una bolsa café de víveres. Sus ojos azules están redondos y buscando. Un vacío se extiende por su rostro cuando los sollozos de Regan inundan nuestra sala. La Tía Marcelina luce tan desesperada y poco sorprendida que decido en el momento no decir nada que pueda herir sus sentimientos.

    Robert se pasea hacia la sala, los shorts rojos nuevamente en su sitio.Qué par de bebés son estos dos. Traté de jugar con ellos a las escondidas y no hicieron sino lloriquear y lloriquear y lloriquear.

    Robert me subestimó. Él apostó con las probabilidades en su contra y perdió.

    Nadie excepto yo parece darse cuenta de que sus shorts están al revés

    CAPÍTULO CUATRO

    Deal: Abrir las cartas durante una partida.

    Mis padres no siempre estuvieron separados. La historia cuenta que se conocieron en un bar dos años antes de que yo naciera, en una noche en la que ninguno de los dos estaba trabajando en el turno de noche. Mi madre estaba sentada con la espalda recta en su banquillo del bar, dando sorbos una mezcla de vino y soda mientras su poodle negro, Mustachio, descansaba cómodamente sobre el taburete del bar junto a ella.

    Lindo poodle, dijo mi padre y el romance comenzó. Se casaron dos semanas después en uno de esos casamientos rápidos en la corte, la forma en que a menudo ocurrían los segundos matrimonios. Tal vez era el único que ambos tendrían libre, así que debían actuar rápido. Aunque un personaje clave en el empujón que encendió el romance entre mi madre y mi padre, Mustachio, el poodle negro, no tenía garantizado un lugar venerado en nuestra familia. Tomó la desafortunada decisión de correr lejos de mí cuando yo tenía un año. Gateando furiosamente detrás del atormentado poodle, alcancé un bracito regordete y tiré de su cola para traerlo de vuelta a mí.

    Cuando se volteó y lanzó una mordida de advertencia hacia el aire cerca de mi nariz se ganó un boleto exprés al Desierto. Mi padre lo subió al auto, condujo lejos y volvió sin él. En Las Vegas, cuando ya no te querían, te llevaban al Desierto y nunca se volvía a saber de ti. Simplemente así eran las cosas. A una edad temprana aprendí a no cuestionar este ciclo. Mi madre era una antigua reina de belleza. Ella me dice que abordó un autobús Greyhound en su pequeño pueblo de Morenci, Arizona, a la edad de diecisiete años, y viajó hasta Hollywood para participar en su primer concurso de belleza. Ganó el primer lugar, derrotando a todas esas adorables chicas más altas que ella. Inmediatamente después las participantes hicieron un viaje imprevisto a Palm Springs para competir en otro concurso de belleza, por lo que ahí, a un lado de la piscina del hotel se sentó Frank Sinatra en una silla lounge vistiendo una bata y pues... fumando.

    ¿Quién es Frank Sinatra?

    Frank Sinatra es el más grande cantante del Mundo, responde mi madre, alzando la cubierta del tocadiscos de nuestra gran consola. Coloca cuidadosamente la aguja sobre la parte externa de un álbum. El conocido rasguño de la aguja sobre el vinil llega a mis oídos primero y después, es como si Frank Sinatra acabara de entrar del Flamingo Road para cantarnos una suave serenata a mi madre y a mí. Ella sonríe al tiempo que la profunda voz de Frank Sinatra llena nuestra estancia. Mientras el sonido se vierte desde el tocadiscos, observo el rostro de mi madre. Abro la boca para hablar, pero mi madre coloca su índice sobre sus labios, cierra los ojos, y mueve la cabeza de un lado a

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