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Historias de europeos en la tierra colorada
Historias de europeos en la tierra colorada
Historias de europeos en la tierra colorada
Libro electrónico348 páginas5 horas

Historias de europeos en la tierra colorada

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Inmigrante argentina en los Estados Unidos e hija de descendientes de inmigrantes alemanes-brasileños en la Argentina, Valeria Scherf Vanstrien hace honor a los inmigrantes europeos por su coraje y valentía al dejar atrás su tierra natal y confiar en la Providencia para comenzar una nueva vida en tierras lejanas con su libro en versión castellana e inglés: "Historias de europeos en la tierra colorada" y "Stories of the Red Soil Immigrants".
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento26 ago 2014
ISBN9781483537221
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    Historias de europeos en la tierra colorada - Valeria Scherf Vanstrien

    consultadas

    Mapa de la Argentina en América del Sur

    Foto gentileza de Argentour.com

    Capítulo Primero

    PELIGROS INESPERADOS EN EL NUEVO MUNDO

    Mosquitos, mosquitos, mosquitos y más mosquitos por todos lados. Picaban constantemente y no perdonaban a nadie y a ninguna parte del cuerpo. Nadine cerró los ojos y recordó a su vieja Alemania. Su vieja Alemania a pesar de que ya hacía más de tres años que ella y su familia habían partido de su patria, pero con el cansancio y agotamiento que sentía, parecía que ya había pasado mucho más tiempo desde que con su familia se embarcaron hacia un nuevo rumbo, hacia un nuevo comienzo en sus vidas. ¡Todo era tan distinto de lo que ella había conocido en su tierra natal! ¡Nada era como ella se había imaginado!

    Había escuchado tantas historias que le habían contado a su padre del nuevo continente, el nuevo mundo, su buen clima, la tierra fértil, el progreso y las nuevas oportunidades que tendrían en el otro lado del océano. Pero nadie les había hablado de las dificultades que pasaron en Brasil, la tierra pedregosa que habitaron, la hambruna que pasaron allí, esta selva impenetrable, este calor sofocante, los tábanos, mbarigüís y mosquitos que atacaban como pequeñas abejas enloquecidas después de que alguien intentara robarles su miel dorada. Nadie les habló de este río grande, ancho y de aguas turbias, y sólo Dios sabía qué más es lo que les esperaba y deparaba el futuro.

    Cerró los ojos y trató de recordar cómo era su vida antes de su partida de Alemania, lo cómoda, cálida y confortable que era su cama con el cubrecama que su mamá le había hecho con plumas de gansos. Jugar con sus muñecas y a la maestra con su amiga Verena los sábados a la tarde, ir a la escuela durante la semana, visitar a sus queridos abuelos – la Oma Emma y el Opa Alfredo - los domingos a la mañana después de ir a misa, y la comida casera de su mamá, especialmente el pan dulce y el estofado con salchichas, papas y chucrut que ella hacía. ¡Era todo tan rico! El estómago de Nadine empezó a rugir al pensar en la comida casera y en las cosas dulces de su patria, así que decidió tratar de pensar en otra cosa y dormirse, a pesar del calor y los mosquitos.

    El barco en el que viajaban por el río Paraná era viejo, no muy grande y funcionaba a vapor. Se llamaba La Perla del Plata. Era rojo, pero la pintura ya se había descolorado en varias partes por los años de uso que tenía. Las calderas emitían un vapor infernal y funcionaban todo el día sin parar. Las hélices circulaban en forma ruidosa, pero Nadine ya se había acostumbrado a ese ruido después de escucharlo constantemente día y noche. El barco estaba llevando a familias europeas, algunas que ya habían estado en Brasil por algún tiempo, y otras que dejaron Alemania, Suiza y Polonia en 1929, once años después de finalizada la Primera Guerra Mundial. La crisis económica e inflación que estaba azotando algunos países europeos, les dio motivos suficientes para buscar nuevos horizontes en el continente de las Américas. El barco estaba transportando a las familias de inmigrantes a nuevas colonias en el noreste de la Argentina, y navegaba por el río Paraná, cuyo nombre en tupí, una lengua indígena del Brasil, significa algo así como tan grande como el mar. Estaban viajando desde Buenos Aires hacia la provincia de Misiones, que en esa época era todavía Territorio Nacional. Debido a sus características geográfica, las dificultades de acceso por los caminos precarios que existían en esa época y su aislamiento, al estar cubierta por una densa selva tropical, Misiones comenzó a ser poblada por colonos europeos mucho más tarde que otras provincias argentinas como Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba y La Pampa. Cuando todas las tierras de la región pampeana fueron ocupadas, los colonos empezaron a buscar nuevas alternativas para colonizar en el noreste de ese país.

    El barco también estaba transportando distintos tipos de mercadería para vender en los almacenes de las nuevas colonias. Llevaba artículos de bazar como ollas, platos, cubiertos, sartenes, vasos, etc. Herramientas de construcción como martillos, baldes, serruchos, clavos, hachas, sogas y palas, entre otras cosas. Elementos útiles para el hogar como jabón, querosene, fósforos, velas, y productos alimenticios como latas de aceite, bolsas de harina, arroz, fideos, café, azúcar, y por supuesto, al menos un barril de cerveza para venderlo en la colonia alemana. Además de estos productos, llevaba artículos de tiendas como telas, hilos, tijeras, cintas métricas, etcétera. El barco también transportaba ovejas, gallinas, cerdos, toros y algunas vacas.

    La vida en el barco no era cómoda ni fácil. Las familias no tenían privacidad y las parejas no tenían intimidad, ya que vivían en carpas abiertas, si eran afortunadas. No tenían agua potable en la embarcación. El agua que tomaban se hervía en una olla grande en la cocina del navío, y se lo servía en tazones de metal, que eran compartidos por todos. El cocinero preparaba tres comidas por día. El desayuno era siempre pan con mate cocido. A veces, tenían la suerte de tener algunas frutas silvestres como mangos, guayabas, pitangas, moras, mburucuyás, grosellas, araticús, bananas y paltas. Cuando la embarcación transportaba además animales de granja, como en ésta ocasión, para venderlos más adelante a los colonos, los pasajeros, especialmente los niños, tenían la suerte de poder tomar leche fresca al menos dos veces al día: a la mañana y a la tardecita. Con los huevos frescos de las gallinas, el cocinero podía hacer y ofrecer en su menú huevos duros, fritos, tortillas, algún reviro y unas chipas fritas.

    Mientras navegaban por el río, la tripulación del navío siempre echaba redes de pesca al agua dos veces al día. Una vez, bien temprano a la mañana y la otra, a la tardecita, cuando el sol se sentaba. Muchas veces eran muy afortunados y sacaban peces como pacú, surubí, dorado, mandubé, manguruyú, sábalo, pacú, boga, armado y tararira. Con éstos, el cocinero podía preparar pescado frito para el almuerzo o la cena. El baño era un cuarto pequeño, que consistía en un balde de metal, donde las personas grandes y pequeñas hacían sus necesidades. El cubo se sacaba y limpiaba en el río dos veces al día. Al costado del recipiente, había una mesita de madera en la cual había dos vasijas. Una era un jarrón alto de barro, que contenía agua del río, y la otra más baja, la usaban con un paño de tela para higienizarse, especialmente las mujeres y los niños. Los hombres y los varones aprovechaban el calor del día para darse un baño con una zambullida en el río, cuando no estaban en aguas muy profundas y si el barco estaba detenido.

    Las mujeres, las madres y sus niñas mayores lavaban la ropa en una pileta grande, que tenía una madera, sobre la cual podían restregarla hasta quedar limpia. A veces el cocinero les dejaba hervir las prendas en la cocina. Las mamás con bebés y niños pequeños aprovechaban la oportunidad para hervir especialmente los pañales de tela. El jabón era hecho con grasa de animales y lejía, el cual tenía un poder blanqueador y desinfectante. La indumentaria siempre la colgaban en líneas de alambre sobre la cubierta del barco, en la popa.

    Nadine, quien tarde en la noche estaba recostada sobre la cubierta, miró a su mamá que dormía junto a su papá. Los dos estaban cansados y dormidos igual que sus hermanos y hermanas. A su papá le salieron nuevas canas en la frente a partir del viaje desde Alemania. Nadine recordó cómo las primeras canas le habían salido a su padre, hace cuatro inviernos atrás, cuando por el frío y el mal tiempo perdieron toda su cosecha de papas. Ahí fue cuando su "Vater" había empezado realmente a prestar atención, a las historias de los viajes hacia el otro lado del océano, y a considerar las posibilidades de un nuevo comienzo en el Nuevo Mundo.

    La piel blanca de su mamá y hermanas estaban bronceadas en sus caras, por el fuerte sol del nuevo mundo, a pesar de que siempre usaban sombreros de paja. Las mujeres vestían vestidos largos con mangas largas, para no broncearse y mantener su piel blanca como la leche. Miró las manos de su papá que siempre trabajó tanto en la granja donde habían vivido en Alemania, y la que habían tenido en Brasil. Sus otros seis hermanos y hermanas dormían junto a sus padres, pero Adelheid y Olivia, las más pequeñas de la familia, dormían acurrucadas a su lado. Nadine se preguntaba cómo podían dormir con tanto calor y tantos mosquitos, pero se veía que la fatiga y la extenuación del viaje podían más que esos salvajes insectos, ya que a veces en sus sueños se quejaban por alguna picazón o se rascaban después de una picadura, pero sin llegar a despertarse.

    Había siete familias más viajando con ellos en ese barco. Todas tenían una carpa de lona blanca, abierta en la parte de adelante y atrás, donde dormían a la noche. El capitán tenía solamente siete carpas en la embarcación, pero le había asegurado a su papá que en caso de lluvia, su familia podría dormir en la cocina por la noche y permanecer ahí durante el día. Para los días soleados y de mucho calor, el capitán les proveyó unos sombreros de paja grandes para el papá, la mamá y otros cuatro para los chicos, para protegerse del fuerte sol del mediodía. A la hora de la siesta, la mamá y Nadine llevaban a las dos más pequeñas en sus regazos, y mientras éstas dormían, las cubrían con la sombra de sus sombreros.

    De las siete familias, Nadine sabía que dos también eran alemanas. Ella los había escuchado hablar en alemán y habían intercambiado algún saludo y frases con sus padres en ese idioma. Una era de Polonia y las otras cuatro, ignoraba de donde eran. Sabía que una era de Polonia, porque escuchó varias veces a la madre decir a sus hijos la palabra "Cisza! cuando estos veían algunos monos saltando a la distancia, en los árboles en el otro lado de la costa del río, y ellos empezaban a imitarlos con un fuerte: uhh ha ooh haa ha" poniendo sus manos debajo de sus axilas, mientras saltaban intercalando de un pie a otro.

    -Cisza! ¡Silencio! -les solía decir su tía Aleska de Polonia, que se había casado con su tío Arnold hacía muchos años atrás, cada vez que ella y sus hermanos y hermanas hacían mucho barullo, cuando jugaban en la cocina en invierno, mientras la tía y su mamá bordaban, cocían o hacían crochet juntas al calor de la cocina a leña.

    Nadine cerró los ojos y empezó a cantar su canción favorita de cuna, que la Oma Emma le solía cantar cuando ella era chica: "Guten Abend, gute Nacht, mit Rosen bedacht...-Buenas tardes, buenas noches, cubierto de rosas..." cuando de repente escuchó un ruido en el río. Era un ruido distinto a los de la selva y sus animales, delataba el movimiento de remos. Alguien estaba remando en el río, en esa noche oscura sin luna y a esas altas horas de la madrugada. Se podía adivinar la presencia de más de una persona. Abrió los ojos para ver si podía ver algo en la oscuridad, pero nada. A lo lejos, escuchó algunos grillos cantando en la costa su canción habitual nocturna, el chirrido de algún pájaro noctámbulo, seguido del rugido de un jaguar en la distancia.

    La perra del capitán, un pastor alemán, salió de la cabina y empezó a olfatear el aire. Nadine no era la única que había escuchado un ruido extraño y sentido la presencia de alguien fuera del barco. La perra empezó a ladrar y a moverse inquietamente de un lado para otro.

    -Francesca, ¡venga acá! Seguro que es otra víbora de agua o un caimán nadando en el río –le ordenó el capitán desde su cabina para que volviera a su lado.

    Pero de pronto, tres hombres subieron a la cubierta. La perra gruñía, les mostraba sus dientes y colmillos blancos, y estaba lista para saltar sobre ellos en cualquier instante. Éstos no eran muy altos. Tenían el cabello negro, la piel trigueña y vestían ropa sucia. Uno de ellos, el más alto, estaba fumando un cigarro fuerte y usaba el humo para espantar a los mosquitos. Él parecía ser el líder, ya que era quien daba las órdenes y hablaba. Nadine pudo ver que en su brazo derecho tenía la cicatriz de un corte producido por un cuchillo largo y filoso. Los otros dos hombres habrán tenido entre unos 20 y 25 años, y por su manera de caminar, hablar y de reírse, era claro que estaban bajo la influencia del alcohol.

    -CAPITÁN, ¡salga! ¡Queremos hablar con usted! –el líder llamó fuerte al capitán, hablando en una lengua extraña.

    El capitán salió de la cabina, seguido de su asistente. Los otros cuatro hombres que eran parte de su tripulación también salieron vertiginosamente de la cocina, donde habían estado jugando a las cartas y tomando tereré. Solamente un hombre quedó al mando del timón. El asistente del capitán estaba llevando una escopeta grande consigo. El capitán y su tripulación entendían el idioma que hablaba el líder. Las otras familias que estaban durmiendo en carpas sobre la cubierta de la embarcación, se despertaron por la fuerte voz del líder de los dos hombres y los ladridos de la perra. Algunos niños pequeños siguieron durmiendo, pero un bebé se despertó y su llanto fue tan fuerte que se habrá escuchado hasta en el otro lado de la costa. Los padres de familia salieron afuera de la carpa de prisa para ver lo que sucedía, mientras algunas mujeres asomaron tímidamente sus cabezas con sus caras dormidas, en la entrada de la carpa donde dormía su familia. Las otras madres trataron de tranquilizar a sus hijos, especialmente a los más pequeños, para que siguieran durmiendo, que hagan silencio y se quedasen quietitos debajo de la lona. Nadine abrazó fuerte a sus dos hermanas menores, deseando que permanecieran dormidas y de haber estado dentro de una carpa, como el resto de las otras familias.

    -¿Qué es lo que quieren? ¿Por qué no se dejan de joder? ¡Están perdiendo su tiempo si están buscando dinero acá! -habló con voz fuerte y segura el capitán del barco.

    Se mantuvo en una posición firme, poniendo en claro que no iba a ceder ante lo que solicitarían los tres hombres intrusos. Él tomó el arma de su asistente, y disparó al aire cerca de donde estaban los otros tres hombres y con un silbido dio la orden a su perra de atacarlos. El sujeto más alto de los tres sacó una pistola y con un disparo hirió a la perra del capitán, la que estaba ladrando ferozmente, lista para saltar sobre él.

    -Alguien da un paso más y el próximo disparo va a terminar en una de las familias que están aquí -dijo el hombre criollo, señalando al azar a las familias a bordo del barco, que algunas estaban refugiadas dentro de su carpa.

    -¿Qué es lo que quieren? –preguntó el capitán.

    -Dinero, queremos todo el dinero y las cosas de valor que tengan, y rápido o nos llevaremos a una de las mujeres con nosotros –ordenó fríamente el hombre en guaraní, con una sonrisa maliciosa, que mostró la falta de dos dientes en el maxilar superior.

    -Was geschieht?-¿Qué es lo que pasa? –preguntó Stefan, el papá de Nadine, en voz baja a uno de los hombres de la tripulación del barco.

    Los hombres, los padres de familia, se mostraron frustrados al no entender el idioma que éstos hablaban, pero entendieron que había peligro para sus familias, en el momento en que vieron las armas y escucharon los dos disparos. El capitán se acercó a los inmigrantes europeos y trató de explicarles con gestos y señales lo que los individuos pedían.

    -Geld -les dijo-. Sie möchten Geld haben.-Dinero. Ellos quieren dinero.

    El capitán, descendiente de italianos, y después de haber llevado a varias familias de inmigrantes a nuevos establecimientos de colonos al noreste del interior del país, aprendió algunas frases y palabras en alemán, polaco y en alemán suizo. Las familias no tenían mucho dinero o posesiones de valor consigo. Después de meses de haber partido de su patria, no tener un ingreso y alimentar a su familia durante el viaje, ya no tenían mucho dinero o cosas de valor con ellos. Además, habían dejado su país de origen por lo mal que estaba la economía allá, así que no llevaban mucho dinero consigo. Solamente las familias alemanas Baumgartner y Zimmerman venían del Brasil, pero después de haber fracasado en ese país, intentaban tener una nueva posibilidad con los otros inmigrantes europeos en el noreste argentino. El líder de los delincuentes empezó a mirar adentro de cada carpa, una por una, haciendo que las mujeres salieran afuera y que los niños dormidos también lo hicieran. Dio algunas patadas a algunos chicos dormidos para que se despertaran. Las madres preocupadas y desesperadas por las circunstancias, llevaban a sus bebés o a sus niños pequeños dormidos en sus brazos. En un descuido, el hombre se agachó para mirar el contenido en una caja de metal que vio en una de las carpas. El capitán le dio una señal a su tripulación, cuatro hombres saltaron sobre el cabecilla de los otros dos hombres y lo agarraron con sus brazos hacia atrás. En el mismo segundo que pasó ésto, los padres de familia atacaron sin pensarlo dos veces a los otros hombres, que habían venido con el hombre oriundo de la otra orilla del río. A pesar de que cada uno de los hombres llevaba un machete, bajo el efecto del alcohol, no pudieron defenderse de los padres, que al ver a sus familias en peligro, no vacilaron y no dudaron en enfrentarlos y agarrarlos.

    Nadine estaba blanca al ver lo que había sucedido. Nunca había visto a su Vater pelear con otra persona, pero su papá demostró que era más que un granjero al enfrentarse a los delincuentes. El capitán y la tripulación ataron a los hombres en sus muñecas y los llevaron a la cocina, donde los sentaron en sillas y los ataron a ellas.

    El capitán reunió a su tripulación y a los hombres de las ocho familias junto a la chimenea.

    -Esto nunca antes nos había pasado. Había escuchado varias veces de historias de barcos que eran asaltados por delincuentes de la zona, pidiendo dinero, tomando cosas de valor y a veces incluso hasta secuestrando mujeres consigo, pero ésta es nuestra primera vez -trató de hablarles el capitán en castellano, mientras simultáneamente trataba de interpretar un poco en alemán, alemán suizo y otro tanto en polaco-. De ahora en adelante, dos hombres van a estar siempre de turno vigilando con armas las aguas del río las veinticuatro horas y otro hombre estará custodiando a los tres hombres amarrados en la cocina –les informó seriamente el capitán-. Estamos a solo dos días de un puerto, cuando lleguemos a esa localidad, entregaré a los tres delincuentes a la Policía Local. ¿Alguna pregunta? –dijo el capitán.

    -Nein-No –dijeron tímidamente algunos padres, que por la barrera de la lengua extranjera algunos no entendieron todo lo que les dijo el capitán, y no se animaban a hacer preguntas por la falta de vocabulario en español o en italiano.

    -Bueno, si no hay ninguna pregunta, ¡buona notte a todos! –agregó el capitán.

    Después de eso, los jefes de familia entre ellos trataron de decirse, explicarse y traducirse lo que el capitán acababa de decirles. Cuando entendieron un poco más lo que les había dicho, cada uno volvió con su familia. El capitán fue a ver cómo estaba su perra que seguía yaciendo sobre la cubierta del barco. Por suerte, la bala le hirió una pierna, pero no fue fatal. El proyectil no llegó a romper ningún hueso, solamente la rozó por la superficie externa, dejando al descubierto la herida causada. Con unos cuidados, vendas y yuyos medicinales que tenía el capitán a bordo, que a veces los compraba o le obsequiaban los indios de la zona, los guaraníes, él sabía que podría curar a su perra y que después de un tiempo estaría bien otra vez.

    El papá de Nadine volvió con su familia, donde estaban en la cubierta del barco y les contó lo que el capitán les había informado. Trató de transmitir tranquilidad a su familia, pero era muy claro que su cara estaba llena de preocupación.

    -Wir müssen aufpassen-Debemos tener cuidado -dijo intranquilo Stefan, el papá de Nadine.

    Era muy tarde, así que todos trataron de volver a dormirse. Dos hombres de la tripulación caminaban desde la popa a la proa del navío, vigilando si veían algún movimiento o escuchaban algún ruido sospechoso desde el río. Los niños se acurrucaron juntos a sus madres y padres. Sintiendo la seguridad de sus brazos y su contención, se calmaron y volvieron a dormirse con las canciones de cuna que algunas madres susurraban a sus oídos. Pero aún así, algunos pequeños se sobresaltaban en sus sueños por lo vivido en esa noche.

    Nadine se acostó entre sus padres pensando en lo sucedido. Se estremeció al pensar en lo que pudo haber pasado, pero gracias a Dios, todos estaban bien, sólo la perra del capitán había sido herida levemente, y los hombres malos estaban ahora atados. Trató de dormirse, pero la cara y la sonrisa del líder seguían permanente en su mente. Sólo deseó una cosa: ¡No volver a ver y encontrarse con ese hombre nunca más!

    Los días siguientes, las familias estaban más cautelosas durante el día. Los hombres inmigrantes se ofrecieron para vigilar el barco también. Las familias se mostraron más solidarias una con las otras, compartiendo comidas, juegos y tratando de cuidarse entre todos. Con los momentos que las familias pasaron juntas en esos días, Nadine llegó a conocer más acerca de las otras y supo que tres de ellas eran alemanas también: los Schmidel, Rosenberg y los Zimmerman; dos eran de Polonia: los Kowalski y los Lewandowski; y dos eran de Suiza: los Schneider y los Nadenbaum.

    Al segundo día después de lo sucedido, vieron un pequeño asentamiento al borde del río. Se podía ver un grupo de casas humildes construidas con madera, con sus huertas, pequeñas chacras y algunos animales de crianza en potreros cercados con postes, próximos a las sencillas viviendas. Se veían unos caminos precarios de tierra colorada, una humilde construcción junto al puerto, algunos almacenes de ramos generales, una pequeña escuela y una carnicería. Los habitantes habían derrumbado unos cuatrocientos metros de una densa selva para hacer ese claro, para la fundación de su nueva colonia.

    -Buon giorno! –saludó el capitán con ánimo a las familias en esa mañana-. Primero, dos de mis hombres van a ir conmigo en un bote, y vamos a hablar con la Policía Local o con la persona encargada de este nuevo asentamiento y entregaremos a los tres individuos detenidos. Después de eso, ustedes podrán desembarcar también con el bote, recorrer el lugar y hacer algunas compras en los almacenes del asentamiento si quieren hacerlo –agregó el capitán-. Zarparemos nuevamente al atardecer.

    Cuando estaban listos para partir a la costa, el capitán fue a buscar a los detenidos y se encontró que el hombre que estaba haciendo la guardia, estaba en el piso desmayado, después de haber sido golpeado fuertemente en la parte de atrás en su cabeza y las tres sillas, donde habían atado a los delincuentes, estaban completamente vacías.

    -¡Tripulación! ¡Vengan rápidamente aquí! -llamó el capitán inmediatamente a sus hombres-. DIE MÄNNER SIND NICHT HIER!-¡LOS HOMBRES NO ESTÁN ACÁ! –gritó fuerte el capitán para que todos lo oyeran.

    Después de encontrarse con el capitán, los miembros de la tripulación informaron urgentemente a las familias de lo sucedido para que estén alertas. Revisaron cada rincón del barco en busca de los fugitivos, pero sin ninguna suerte. No encontraron pistas de los malhechores en ninguna parte de la embarcación, salvo en la cocina, donde estaban todavía las sogas cortadas en el piso, que los habían mantenido atados a las sillas.

    Les llevó un tiempo a las familias tranquilizarse, cuando supieron de la huida de los malhechores. Después de un rato, se calmaron un poco y empezaron a prepararse para bajar a tierra.

    Cuando Nadine supo que los pasajeros del barco bajarían a tierra en ese día, ella le pidió a su papá para ir con él también a la colonia. Él accedió, pero con la condición que ella tendría que permanecer con él y sus hermanos todo el tiempo. Iría ella con sus tres hermanos mayores, Edwin, Johann y Guido. Su mamá quedaría en la embarcación con sus otras hermanas, Suzanne, Heidi, Bertha, Adelheid y Olivia.

    -¡Eso no vale! ¡Siempre es todo Nadine! –se quejó Suzanne malhumorada-. ¿Por qué Nadine puede ir junto con ustedes y nosotras nos tenemos que quedar con mamá, cuidando a los chicos y lavando la ropa? -protestó Suzanne enfadada otra vez, porque Nadine iba a bajar a tierra con sus hermanos y su papá.

    -La próxima vez será tu turno y el de tus hermanas –le prometió su Vater a Suzanne-. Es más seguro que ustedes se queden en el barco con su madre y con al menos tres hombres de la tripulación, y que yo lleve solamente a una de ustedes con mis hijos varones.

    Suzanne no quedó del todo convencida con la respuesta de su padre, pero su

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