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Narraciones y utopías
Narraciones y utopías
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Libro electrónico156 páginas1 hora

Narraciones y utopías

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Narraciones y utopías es una antología de cuentos que combina géneros muy variados, como la ciencia ficción, el terror, el suspenso, la ficción histórica y la historia alternativa. 
Aquí María del Pilar Gutiérrez de Rattá reúne tanto personajes ficticios como figuras históricas de contextos completamente distintos, como Fidel Castro, Eva Perón, William Shakespeare y Marilyn Monroe. Cada relato ofrece una nueva perspectiva, un giro inesperado, una reflexión inquietante, y garantiza que cada página entrañe una sorpresa diferente.
 
IdiomaEspañol
EditorialTercero en discordia
Fecha de lanzamiento12 nov 2024
ISBN9786316602992
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    Narraciones y utopías - María del Pilar Gutiérrez de Rattá

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    NARRACIONES

    Y UTOPÍAS

    NARRACIONES

    Y UTOPÍAS

    María del Pilar Gutiérrez de Rattá

    Gutiérrez de Rattá, María del Pilar

    Narraciones y utopías / María del Pilar Gutiérrez de Rattá. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2024.

    Libro digital, EPUB

    Archivo Digital: descarga

    ISBN 978-631-6602-99-2

    1. Antología de Cuentos. 2. Ciencia Ficción. 3. Personajes Históricos. I. Título.

    CDD A860

    © Tercero en discordia

    Directora editorial: Ana Laura Gallardo

    Coordinadora editorial: Ana Verónica Salas

    Corrección: Julián Maiotti

    Maquetación: Daniela Galatro

    Diseño de tapa: Augusto Zabaljauregui

    www.editorialted.com

    @editorialted

    No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

    ISBN 978-631-6602-99-2

    Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

    Para Nina, mi nieta, mi universo.

    Sin final

    Tal vez, cuando escuches, recuerdes.

    Te lo dije hace mucho, cuando nos encontramos, y tu interés por el tema no pareció preocuparte demasiado. Alguna pregunta con poca respuesta y allí terminó todo.

    Dejé un sobre que podías abrir cuando tuvieras 64 años, los mismos que tengo yo ahora. Ahí, encontrarías esa parte de tu vida que te faltaba y que solo podía decírtelas por escrito, porque me faltaba el coraje de mirarte a la cara temiendo que me confrontaras, y lo peor, que no me entendieras.

    Hoy estuve arreglando la biblioteca. El sobre tamaño oficio estaba intacto.

    Lo abrí y leí con atención. Pensé en las dos únicas alternativas. Opté por quemarlo.

    Año 415 d. C.

    Yo, Hipatia de Alejandría¹, recibí los valiosos rollos encargados hacía dos años. Junto con ellos me entregaron una caja con seis objetos curiosos de forma oval, del tamaño de mi puño.

    En la parte externa, tenían extrañas líneas de símbolos, escritura, signos.

    Al agitarlos un poco, parecían contener una sustancia acuosa.

    Semejantes tesoros habían llegado a mis manos desde lugares remotos. La caravana de camellos con jinetes que vestían ropas oscuras y turbantes había llegado diezmada. Una tormenta de arena no les había dado tiempo de llegar al oasis en el wadi que debían alcanzar.

    He dedicado mi vida a la astronomía, a la medicina y otros saberes. Fácilmente leo lenguas muertas o desconocidas.

    Me consideran una mujer sabia. Lo cierto es que mi mente tiene claridad, soy intuitiva y no me cuesta comprender acertijos ni fórmulas mágicas.

    Algunos creen que por ser pagana soy bruja o que uso encantamientos.

    En fin. Ordené los objetos y los deposité en la Gran Biblioteca.

    Apenas salió el sol, entré. Desenrollé las capas de papiro protectoras.

    Cada día mi asombro superaba mis ganas de comer o dormir, y cada día se hicieron años.

    Al terminar, debía traducirlos, dejarlos para el futuro de los hombres.

    Hablaban de astronomía, física, fuerzas de la naturaleza, semillas que podían germinar en el mar, la creación del universo, la cura de enfermedades conocidas y otras muchas que vendrían, cómo colapsaría el planeta con el avance de la alquimia, la pérdida total del éter que rodea la Tierra, cómo hacer viajes fuera del planeta… Cómo podía salvarse el mundo.

    Partí uno. Conservaría intactos los otros.

    Su interior mostraba un fluido transparente y viscoso.

    Pequeños puntos me indicaron el mapa cósmico de la Constelación del Centauro y su estrella brillante dominante, esa tan cercana y tan lejana.

    Casi en el medio, una forma redonda, amarilla y chata nadaba sin romperse.

    Con la base del número 10 —aditiva—, hice el cálculo. Año 3000.

    Pequeñas incisiones mostraban el genoma de otra civilización. Al lado un embrión humano como vida en suspenso.

    La noche era tibia cuando entraron y me sacaron a rastras. Sin miramientos me golpearon con los puños, con palos. Me cortaban finas capas de piel con odio feroz.

    Desde el suelo grité al ver cómo quemaban mi casa, mi hogar, mis escritos, mis tesoros.

    Y todo fue cenizas.

    Antes de meterme en la oscuridad, miré cómo los objetos extraños despedían chispas azules y rojas al desintegrarse.


    1 Hipatia de Alejandría: filósofa griega, 370-415 d. C.

    Haak

    En el quirófano un haz de luz roja apuntaba cada lóbulo temporal de la cabeza de Bakur.

    Pensó en lo sucedido. No se arrepentía de nada, desde una libre apertura mental para conocer escritores extranjeros, sociedades y políticas occidentales, hasta beber unos tragos en su cuarto, sentir la suavidad de su camisón de seda con breteles finitos y short, mirar en su celular deportes o pelis donde las familias descansaban felices en sus reposeras frente al mar. Por costumbre, saludaba primero con la mano sobre su corazón y se permitía con algunos un beso rápido en la mejilla.

    Después se animó a las selfis, mostrando su rostro sonriendo o poniéndose rímel.

    ¿Quién reprochó esa diversión? ¿Quién se sintió tan ofendido para insinuar que tenía conductas dudosas? ¿Quién escribió esa nota? ¿Quién denunció?

    Esa mañana la llevaron frente a hombres ceñudos y viejos que escuchaban el interrogatorio. El rostro del juez de la moral no se inmutó. La miraba como a una mosca que había caído en su comida. Ella, de pie, bajó la cabeza.

    Le advirtió que debía responder con un pestañeo la afirmación, y con dos la negación.

    —¿Es cierto que te niegas a ponerte el burka y abriste la ventana para cepillarte el cabello?

    Bakur cerró una vez los párpados.

    —¿Es cierto que a la muerte de tu madre no leíste el Sura, te quedaste en silencio y te aislaste en un rincón?

    Un pestañeo.

    —¿Es cierto que has escrito en este cuaderno: Los paraísos artificiales acaban en infiernos naturales y No hay cosa más amarga para el ser humano que descubrir que ha estado creyendo en fantasmas?

    Una vez cerró los ojos.

    —¿Es cierto que muestras fotos de tu cuerpo para despertar lujuria?

    Dos pestañeos.

    —¿Es cierto que contradices el hadiz y eres amiga de Sara?

    Levantó la cabeza, irguió sus hombros y le dijo a ese hombre tan querido:

    —Así soy yo, y así eras tú a mi edad, padre, un espíritu rebelde.

    Proceso sumario y sentencia condenatoria ante la irrefutable confesión y apostasía.

    En esa reflexión estaba Bakur antes que el cirujano le extirpara la memoria.

    El peor de los miedos

    Cuando aquella vez sentí la imperfección y el fracaso.

    Cuando miré que en la arena mojada no quedaban huellas.

    Cuando vi panzas hinchadas mientras mi mesa estaba servida.

    Cuando sentí que no me valoraban.

    Cuando perdí la alegría.

    Cuando me creí descartable o prescindible.

    Cuando empezaron a dolerme los huesos.

    Cuando quise perder la memoria para quedarme sin recuerdos.

    Cuando reflexioné que había vivido poco o que había vivido de más.

    Cuando a mi alrededor giró un torbellino y de noche no vi las estrellas.

    Cuando no me duele el cilicio, ni me molesta caminar sobre espinas.

    Cuando no me afligen las miserias, los contagios, los malditos.

    Cuando se fueron quienes amo y yo me quedé.

    Cuando un no tiempo, un sí tiempo me atropelló y me dejó sin oxígeno.

    Cuando vi todo cerca y a la vez tan inalcanzable.

    Cuando sentí un mundo indigno, mentiroso, más remoto, más bestial,

    más sombrío, más silencioso, más cruel, más inhumano.

    Cuando tantas veces me alzaron para sentarme en una silla de ruedas.

    Cuando tuve de todo y mucho de nada.

    Cuando quise ser una niña, pero pequé como adulta.

    Cuando deba afrontar que pronto quedaré

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