El árbol de la ciencia del bien y del mal
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El árbol de la ciencia del bien y del mal - Omraam Mikhaël Aïvanhov
I
LOS DOS ARBOLES DEL PARAÍSO
Desde hace miles de años los humanos han intentado comprender el origen del mundo así como la aparición del mal – y su consecuencia: el sufrimiento – en este mundo. Lo han presentado bajo forma de mitos; por eso en los Libros sagrados de todas la religiones se encuentran relatos simbólicos que hay que saber interpretar. La tradición cristiana ha recogido el relato de Moisés en el Génesis, pero, ¿lo han comprendido verdaderamente los cristianos?
Estudiemos lo que escribe Moisés. Al sexto día de la Creación Dios hizo al hombre y a la mujer, y los situó en un jardín llamado el Edén, en medio de todas las especies de animales y de plantas. Entre los árboles de este jardín, Moisés distingue dos: El Árbol de la Vida, y otro que se ha vuelto desde entonces particularmente famoso: el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, del que Dios había prohibido a Adán y Eva comer sus frutos. En tanto obedecieron las órdenes del Señor, vivieron en la felicidad y la abundancia. Pero he aquí que la serpiente vino a persuadir a Eva para que comiera del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal; y después Eva persuadió a Adán para que probara también, y Dios les echó del Paraíso. Recogeremos más tarde en detalle algunos puntos de este relato.
Mucha gente ha ido en busca del Paraíso terrenal, imaginándose que debía estar en la India, en América, en África, pero, evidentemente, nunca han encontrado nada. El Paraíso estaba efectivamente en la tierra, pero, ¿de qué tierra se trata? Todo es simbólico; lo vais a ver. Oh, no os lo diré todo, es imposible, porque esta historia del primer hombre y de la primera mujer es un tema demasiado amplio, pero empezaré por hablaros de los dos Arboles: el Árbol de la Vida, y sobre todo el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal.
Así pues, Adán y Eva vivían en el Paraíso, donde tenían derecho a comer los frutos de todos los árboles del jardín, excepto el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Pero no sabéis qué es este fruto. Es el símbolo de las fuerzas que el primer hombre y la primera mujer no sabían todavía controlar, transformar, utilizar. Por eso Dios les había dicho: Vendrá un tiempo en que podréis comer de este fruto: pero actualmente sois todavía débiles, y si lo coméis, al contactar con la energía que contiene, moriréis
, es decir, cambiaréis de estado de conciencia. Este cambio de estado de conciencia está indicado en el Génesis, pero no siempre se ha sabido interpretar esta indicación. Está escrito que cuando Adán y Eva vivían felices en el Paraíso: El hombre y la mujer estaban los dos desnudos y no tenían vergüenza
; y más adelante, cuando comieron del fruto prohibido: Los ojos del uno y del otro se abrieron, supieron que estaban desnudos. Cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos paños.
Esta conciencia súbita de su desnudez prueba que algo había cambiado en ellos.
El Árbol de la Vida representaba la unidad de la vida, donde la polarización no se manifiesta aún, es decir, donde no hay ni bien ni mal: una región más allá del bien y del mal. Mientras que el otro árbol representaba el mundo de la polarización, donde uno está obligado a conocer la alternancia de los días y de las noches, de la alegría y de la pena, etc... Estos dos árboles son, pues, regiones del Universo, o de la conciencia, y no simples vegetales. Y si Dios dijo a Adán y Eva que no probaran del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, eso significa que no debían todavía penetrar en la región de la polarización. ¿Por qué? ¿Creéis que esta prohibición era un capricho del Señor? No. Entonces, diréis, este árbol, ¿era inútil?
Tampoco. Dios nunca crea cosas inútiles. La idea de un árbol produciendo frutos de los que nadie coma y se beneficie es contraria a la sabiduría divina, que no crea nada inútil.
Algunos seres comían los frutos del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, pero eran capaces de soportarlos. Mientras que Adán y Eva no podían todavía soportarlos porque estos frutos contenían fuerzas astringentes: la materia sutil de sus cuerpos podía fijarse, condensarse a su contacto, y eso es lo que se produjo. Por eso la tradición habla de una caída
; este término de caída
simboliza el paso de una materia sutil a una materia opaca. Después de haber comido de la fruta prohibida, Adán y Eva se densificaron, lo cual queda expresado por la palabras: Vieron que estaban desnudos.
Desnudos lo estaban ya antes, pero se veían vestidos de luz, mientras que después de su falta se sintieron de repente faltos de esta vestimenta de luz, tuvieron vergüenza y se escondieron. Después de haber comido del fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal; Adán y Eva continuaron viviendo pero murieron a un estado de conciencia superior: fueron echados del Paraíso terrenal (que simboliza este estado de conciencia), y un ángel armado con una espada guardó desde entonces la entrada. Puesto que Adán y Eva fueron echados del Paraíso terrestre
, es que estaban ya en la tierra. Pero entonces, ¿cómo comprender que al dejar el Paraíso fueran enviados a la tierra
? ¿De qué tierra se trata? La Cábala enseña que la tierra existe bajo siete formas. Da sus nombres, sus características, desde la más densa hasta la más sutil, y la más sutil es justamente aquella de la cual los hombres fueron echados. ¿Qué se conoce de la tierra? Casi nada.
Según la Ciencia Iniciática, la tierra posee un doble etérico que la rodea como una atmósfera luminosa. Es esta tierra etérica, sutil, precisamente la verdadera tierra de la que habla el Génesis, la tierra tal y como había salido de las manos de Dios. La verdadera tierra, no es ésta que tocamos aquí, solidificada, condensada. La verdadera tierra es la tierra etérica. En esta región, llamada Paraíso, en la que Dios había situado a los primeros hombres, vivían éstos con su cuerpo radiante, luminoso, del que acabo de hablaros, y no conocían ni el sufrimiento, ni la enfermedad ni la muerte.
Y, ¿sabéis que este Paraíso existe todavía, que siempre ha existido? Aunque no se le vea, está por todas partes, pero en el plano sutil de la materia, pues es material; sí, el plano etérico es material. Y el Árbol de la Vida Eterna existe también, y se encuentra en ese Paraíso. Este árbol presenta elementos que los primeros hombres absorbían y de los que se nutrían. Vivían en esta sustancia etérica, la cual mantenía la luz y la pureza de su vida. El Árbol de la Vida no era un árbol, ya os lo he dicho, sino una corriente, una corriente que procede del Sol, y los hombres se nutrían de los rayos del Sol que circulaban en esta región. El Árbol de la Vida, ¡es el Sol!
Y como el ser humano conserva la misma estructura que tenía en los tiempos lejanos de su creación, posee todavía en sí mismo la posibilidad de recibir de nuevo los rayos del Sol, de conocer de nuevo los frutos del Árbol de la Vida, es decir, de retornar al seno de Dios. Cada religión tiene su lenguaje propio, su forma particular de expresarse, pero todas hablan de esta reintegración en Dios, de este retorno a la Causa primera. Emplean expresiones diferentes, pero hablan todas de la misma realidad.
Y ahora, ¿qué es el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal? Representa otra corriente que circulaba por el Paraíso y es la que pone a los humanos en contacto con la forma más densa de la tierra. Dios había dicho a los humanos: Contentaos con explorar el territorio del Árbol de la Vida. Todavía no ha llegado para vosotros el momento de dejar esta región de luz para bajar a estudiar las raíces de la creación. Dejad por el momento esta cuestión de lado, no intentéis conocerlo todo enseguida.
Puesto que este segundo árbol también existía, no se podía arrancar, exactamente igual que a un hombre no se le pueden quitar sus intestinos, su hígado, su bazo, etc... Pues, como el Universo, el hombre está hecho de dos regiones: una región superior que corresponde al Árbol de la Vida, y una región inferior que corresponde al Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, ahí donde se encuentran las raíces de todas las cosas.
Los frutos del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal poseían propiedades astringentes tan potentes que los primeros hombres no podían resistirlas. Representaban la corriente coagula
, y el Señor sabía que si Adán y Eva entraban en contacto con ella, cambiaría inmediatamente