La vía del silencio
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La vía del silencio - Omraam Mikhaël Aïvanhov
I
RUIDO Y SILENCIO
Vais a visitar a una familia y, desde que entráis en la casa, os sentís acosados por el alboroto: los perros ladran, los niños se pelean y lloran, la radio o la televisión suenan a todo volumen, los padres gritan, las puertas golpean... Viviendo constantemente en medio de todo este ruido, ¿cómo queréis que la gente no esté enferma del sistema nervioso? En las carreteras, en las ciudades, en las fábricas y lugares de trabajo no hay más que ruido. También en la naturaleza es cada vez más difícil encontrar el silencio, ¡incluso el cielo se ha vuelto ahora ruidoso! Uno se pregunta a dónde hay que ir para encontrar por fin el silencio...
Esa es la razón por la que, cuando venís a nuestras reuniones, os pido que prestéis la máxima atención en hacer el menor ruido posible. Izgrev, el Bonfin¹ y los otros centros fraternales, son lugares donde venís para encontrar las condiciones que no tenéis en la vida corriente, con la finalidad de regeneraros y de hacer un trabajo espiritual. Así pues, os lo ruego, intentad no traer hasta ellos, el ruido del mundo ordinario.
Sé que al principio esto puede parecer difícil para algunos; dejar de hacer ruido, no es la principal preocupación de los humanos: habitualmente, hablan alto, gritan, empujan los objetos... Ni siquiera se les ocurre que este comportamiento puede ser perjudicial para ellos mismos, o para los demás. Los humanos se manifiestan tal como son, se sienten muy bien actuando así, y su entorno no tiene más remedio que soportarlos. Pues bien, he ahí una forma de egoísmo muy perjudicial para la evolución. Así pues, ¡cuidado! Hay que esforzarse en no molestar a los demás con nuestro ruido; de esta forma nos volvemos conscientes y desarrollamos en nosotros numerosas cualidades: la delicadeza, la sensibilidad, la bondad, la generosidad, la armonía... ¡y nosotros seremos los primeros beneficiados! Es preciso darse cuenta de la importancia de la conexión que existe entre una actitud y todo el resto de la existencia.
Yo, necesito del silencio. Sólo en el silencio me sereno y encuentro las condiciones adecuadas para mi trabajo. El ruido es para mí algo insoportable, huyo de él. Cuando siento ruido, sólo deseo dejarlo todo y marcharme lo más lejos posible. Es lógico que los que vienen aquí por primera vez, se sientan un poco desconcertados por este silencio, no están acostumbrados a él y se preguntan: Pero, ¿dónde me he metido? ¡se diría que estamos en un convento!
¿Por qué un convento? El silencio no pertenece sólo a los conventos, pertenece a la naturaleza, a los sabios, a los Iniciados y a todas las personas sensatas.
Cuanto más evolucionada está una persona, más necesita del silencio. Ser ruidoso no es pues una buena señal. ¡Cuánta gente hace ruido para hacerse notar! Hablan fuerte, ríen, entran sin ningún cuidado en una sala cuando ya todo el mundo está sentado, dan portazos, arrastran o agitan objetos con el único fin de atraer la atención. Hacer ruido, es para ellos una manera de autoafirmarse, de mostrar que están ahí. Pues bien, ¡han de saber que los toneles vacíos son precisamente los que más ruido hacen, por eso enseguida nos damos cuenta de su presencia! Sí, cuántas personas son como toneles vacíos: se mueven por todas partes con un alboroto ensordecedor que revela su insignificancia, su mediocridad.
Yo observo a las personas, y su comportamiento me revela inmediatamente su educación, su carácter, su temperamento, su grado de evolución. Todo se evidencia por la forma en que se presentan y hablan. Algunos hablan para protegerse, para ocultar algo, como si temieran que el silencio pudiera revelar lo que ellos tratan precisamente de esconder. Apenas acabáis de conocerles, y ya empiezan a contaros toda clase de historias para dar una determinada impresión sobre ellos mismos, o sobre las otras personas o circunstancias que les rodean. Diréis: Pero la gente habla precisamente para darse a conocer.
De acuerdo, pero para conocerse, el silencio es a veces más elocuente que la palabra. Sí, se conoce mejor a otra persona conviviendo con ella en silencio durante algunos minutos, que entablando una larga e inútil conversación.
El ruido retiene al hombre en las regiones psíquicas inferiores: le impide entrar en ese mundo sutil en el cual el movimiento es más fácil, la visión más clara, el pensamiento más creativo. Ciertamente, el ruido es la expresión de la vida, pero no precisamente de sus niveles superiores; revela más bien una imperfección en la construcción o en el funcionamiento de los seres y de los objetos. Cuando una máquina o un aparato empieza a fallar, éste hace toda clase de ruidos; y si cada vez abundan más fabricantes que se preocupan por conseguir aparatos silenciosos, es porque son conscientes de que con ello pueden aportar una verdadera mejora: el silencio es siempre un síntoma de perfeccionamiento.
El dolor, por si mismo, es un ruido que nos previene de algo que está deteriorándose en nuestros órganos. En un cuerpo sano, los órganos son silenciosos. Se expresan porque están vivos, pero lo hacen sin ruido. El silencio es la señal de que todo funciona correctamente en el organismo. Tan pronto como algo empieza a chirriar un poco, ¡cuidado! anuncia una enfermedad.
El silencio es el lenguaje de la perfección, mientras que el ruido es la expresión de un defecto, de una anomalía, o de una vida que está aún desordenada, anárquica, y que necesita ser dominada, elaborada. Los niños, por ejemplo, son ruidosos porque desbordan energía y vitalidad. Por el contrario, las personas de edad avanzada son silenciosas. Diréis: Claro, es obvio que la gente mayor prefiere el silencio, porque tienen menos fuerza y el ruido les molesta.
Es cierto, en parte, pero también puede ocurrir que hayan evolucionado y que ahora su espíritu les empuje a vivir en el silencio. Para revisar su vida, para reflexionar y aprender de sus experiencias, necesitan de este silencio mediante el cual pueden hacer todo un trabajo de desapego, de simplificación, de síntesis. La búsqueda del silencio es un proceso interior que conduce a los seres hacia la luz y la verdadera comprensión de las cosas.
Cuando más adulto es el hombre, más comprende que el ruido es un inconveniente para el trabajo, y que, por el contrario, el silencio es un factor de inspiración, y lo busca para dar a su corazón, a su alma y a su espíritu la posibilidad de manifestarse a través de la meditación, de la oración y de la creación filosófica o artística. Pero hay mucha gente que no soporta el silencio y que se siente a disgusto con él: son como los niños que sólo se sienten bien en medio de la animación y del ruido; lo que prueba que aún deben trabajar mucho para conseguir una verdadera vida interior. Incluso el silencio de la naturaleza les inquieta, y cuando se encuentran con alguien se lanzan a hablar y hablar, como si el silencio les molestara: lo experimentan como un vacío que deben llenar con palabras y gestos. Y es normal, el silencio físico les obliga a tomar conciencia de sus disonancias y de sus desórdenes interiores; y por eso les da tanto miedo: este grado de silencio, puede incluso volverles locos. Al no disponer de nada externo que les distraiga y atonte, ya no pueden escapar a sus demonios interiores.
El silencio es la expresión de la paz, de la armonía y de la perfección. Quién empieza a amar el silencio, quién comprende que el silencio les aporta las mejores condiciones para la actividad psíquica y espiritual, llega, poco a poco, a realizarlo en todo cuanto hace: cuando