El silencio ya no tiene sitio. Está relegado del mundo. Fuera de las órdenes religiosas de estricta observancia, como la de los cistercienses, su prestigio entre nosotros es prácticamente nulo. Callar equivale a claudicar: todos hablamos y todo habla: la televisión, la radio, internet, Twitter, Facebook, Instagram, Zoom, los espectaculares, los transportes, las industrias… No hay sitio donde el sonido o el ruido esté ausente. A fuerza de fragor, la palabra, que guarda los significados y el sentido, se ha degradado en un oscuro y confuso parloteo.
Recuerdo el 14 de septiembre de