Contacto: Cómo Guiar a Las Almas En Su Tránsito a La Luz
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Personalmente no hago gran diferencia entre un ateo y un creyente cuando en ambos existen bondad, respeto a la vida, equidad, gusto en servir, hermandad y curiosidad por la verdad. Es un estado vibratorio muy parejo.
Lo que hay de muy aprovechable en este libro de No espern, adems de estas conversaciones con difuntos, es la sorprendente propuesta que se hizo a si mismo y nos hace una tercera opcin: la de CONOCER. Nos propone entrar personalmente en lo desconocido para verlo, experimentarlo, observarlo e interactuar con l sin drogas, sin necesidad de una experiencia cercana a la muerte, en plena conciencia solamente mediante un esfuerzo razonable, un entrenamiento al alcance de muchos, una tcnica que ofrece ensearnos.
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Comentarios para Contacto
7 clasificaciones3 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Un libro sobre casos contactados por la autora, en varias situaciones de vida y de muerte, interesante para los que creemeos en algo mas alla del plano fisico
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Me dio mucho conocimiento sobre temas que desconocia. Me ayudo mucho
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Me gustó mucho su mensaje, habla sobre las distintas formas en que se percibe la existencia de Dios, como las almas pueden verlo y sentirlo, su amor infinito. Me ha cambiado mi perspectiva de Él.
Como ayudar a esos seres desencarnados a llegar a la Luz, a Dios, es la forma en que se pueda ayudar también al planeta, espero que todos podamos aprender esta técnica y ayudarlos.
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Contacto - Noé R. Esperón Hernández
Copyright © 2013 por Noé R. Esperón Hernández.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2013904962
ISBN:
Tapa Dura 978-1-4633-5387-2
Tapa Blanda 978-1-4633-5388-9
Libro Electrónico 978-1-4633-5389-6
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
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Fecha de revisión: 20/03/2013
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452060
Índice
Prólogo
Introducción
Anita
Lupita
Cynthia
Continuación…
María de los Ángeles
Petra
María Elena
Francisco
Luis
Sofía
Ricardo
Jennifer
Alejandro
Edith
José
Catherine
Mari Carmen
José de Jesús
Manuel
Galdino
Roberto
Conchita
Dolores
Carlos
Recapitulación
Epílogo:
Endnotes
Con agradecimiento
a todas las personas
de este y de otros planos
de existencia que han
contribuido en mi formación.
Un agradecimiento especial para
Rafael Sánchez León
por la corrección de estilo.
Prólogo
S in saber de dónde venimos ni adónde vamos… sin respuesta al porqué de este inexorable baile del nacer, crecer y desaparecer… nuestro intelecto rebota dolorosamente contra el límite del conocimiento humano, mientras que una mezcla de intuición y vanidad hace surgir, en este infinito de espacio, tiempo y contenidos, preguntas como: ¿sería posible que algo de nosotros siguiera existiendo más allá de nuestra muerte biológica?; si es el caso, ¿de dónde proviene este algo? ¿cuándo empezó? ¿qué es? ¿qué le sucede al desencarnar? ¿cómo contactarlo? ¿existe una Inteligencia Suprema creadora y planificadora de todo lo visible e invisible?; y muchas otras.
Desde la antigüedad, mitos, tradiciones, agrupaciones esotéricas y diversos cultos o religiones, a menudo basados en las enseñanzas de Maestros, se encargaron de llenar parte de este angustiante vacío afirmando conceptos como alma, espíritu, reencarnación, vida eterna, resurrección, la existencia de una jerarquía de entidades inmateriales de carácter infra- o suprahumano y la omnipresencia de un Creador origen del Todo. Más allá de intolerancias a veces criminales, dañinas manipulaciones de la ignorancia y oscurantismos dogmáticos que frenaron el desarrollo de la libertad individual, social, científica… considero que la mayoría de estas escuelas
lograron su propósito original: acompañar a la humanidad en su lento aprendizaje del ego para que no olvide
otras dimensiones de su naturaleza y de la realidad, mientras su intelecto crece hasta su reencuentro con la supraconsciencia. Este estímulo hacia lo abstracto y la calificación de los actos contribuyó al desarrollo de la inteligencia y a la limitación de los excesos propios de la consciencia de sí mismo.
Hoy en día, la humanidad se posiciona en dos principales actitudes individuales: los que creen en algo trascendente,
y los que rehúsan o ven con indiferencia esta muleta de la condición humana,
cuyas eventuales pruebas, manifestaciones o testimonios consideran como simple proyección de la mente, alucinaciones o fenómenos por explicarse algún día.
Personalmente, no hago gran diferencia entre un ateo y un creyente cuando en ambos existe bondad, respeto a la vida, equidad, gusto en servir, hermandad y curiosidad por la Verdad. Es un estado vibratorio muy parejo.
Lo que hay de muy aprovechable en este libro de Noé Esperón, además de esas conversaciones con difuntos, es la sorprendente propuesta que se hizo a sí mismo y nos hace ahora: ir más allá del limitado estado de fe o no fe y avanzar en una tercera opción: la de CONOCER. Nos propone entrar personalmente en lo desconocido para verlo,
experimentarlo, observarlo e interactuar con ello… sin drogas, sin necesidad de una experiencia cercana a la muerte, con plena consciencia… sólo mediante un esfuerzo razonable, un entrenamiento al alcance de muchos, una técnica que se ofrece a enseñarnos.
Al anunciar esta vulgarización
o masificación
de nuevos alcances mentales para muchos de nosotros, Noé Esperón se inscribe en la onda de otros numerosos meditantes y sensitivos contemporáneos.
Por ejemplo, es un hecho para todo radiestesista que, desde el inicio de los años noventa hasta la fecha, la medida en angströms de la vibración planetaria promedio de la humanidad casi se ha duplicado. ¡¡¡El volumen de este incremento realizado en los últimos 15 años es igual al que costó miles de años alcanzar antes de esta extraña escalada!!! Un progreso llamativo, algo exponencial. Esta medida, a la que empíricamente llamo Grado de Coherencia Energética,
nos habla de algoritmos cada vez más complejos, y puede explicarnos por qué lo que nos hubiera costado muchísimos esfuerzos en el pasado, hoy es más fácil de realizar.
Cuando conocí a Noé Esperón, hace varios años, supe de inmediato que me encontraba ante un explorador fiable e impresionantemente austero de la mente y la consciencia humanas. ¡Un regalo en el camino evolutivo de cualquiera! Como acechador de la Verdad, une el rigor y la frialdad de un científico a la sencillez y compasión de los que ya acallaron su ego y vibran en resonancia con lo suprahumano. En su escuelita,
enseña a niños de seis a doce años a desarrollar la visión extraocular (la capacidad de ver y leer sin utilizar los ojos) en unas cuantas sesiones. Algo espectacular, que evoca el sorprendente potencial humano cuando nos alejamos de las definiciones y enfoques reduccionistas para desarrollar facultades adormecidas. Emplea este proceso para resolver diversos trastornos, como los del carácter, el habla, el aparato psicomotor, o un bajo rendimiento escolar. Además de sanaciones espirituales realizadas tanto in situ como a distancia, Noé Esperón practica y conduce un amplísimo abanico de meditaciones principalmente dirigidas a la ampliación de consciencia, al desarrollo individual y al acercamiento al Ser. Este vasto programa incluye, como ejemplo entre otros objetivos, el entrenamiento en lectura del aura
(la capacidad de visualizar, analizar e interpretar cada elemento del conjunto vibracional que constituye una persona). Es fácil imaginar cómo esta técnica, dirigida más particularmente a sanadores y terapeutas, viene a enriquecer su capacidad de ayuda.
Tanto por su inmersión diaria durante horas y desde hace décadas en estados meditativos, como por su disciplina mental y alimenticia, Noé Esperón ha alcanzado lo que Jacobo Grinberg-Zylberbaum (notable neurofisiólogo mexicano, ex-director del Instituto Nacional para el Estudio de la Consciencia [INPEC], de la UNAM) hubiera llamado un alto grado de coherencia inter/intrahemisférica cerebral
o alta neurosintergia.
Esta coherencia le otorga una capacidad de videncia fuera de lo común y le lleva, de manera muy natural, a querer compartir con nosotros descubrimientos capaces de iluminar nuestra vida.
Este libro refleja la personalidad de Noé Esperón: es sencillo y extraordinario a la vez. Son conversaciones con veintitrés almas desencarnadas, simples conversaciones donde descubrimos tanto la situación particular que vive cada alma en su nueva etapa evolutiva, como la necesidad, para todas ellas, de liberarse de su personalidad humana antes de comenzar a fluir en un halo de Luz Purísima. Un proceso donde es posible, desde nuestra propia dimensión, ayudar al difunto… este recién nacido
a una continuidad que nos espera a todos.
Conociendo la intensidad de la búsqueda de Noé Esperón y la amplitud de todo lo que alcanza a ver,
me conmovió oírle decir recientemente: De Dios no logro ver más que Su luz.
Interpreté este comentario como un patético reconocimiento de nuestros límites y como el murmurar de un hombre digno, un hombre merecedor,
como diría Anita.
Sí, el misterio sigue, más allá de nuestro intelecto y del mundo de las formas.
Philippe Frot
Philippe Frot es francés naturalizado mexicano y dirigió varias filiales latinoamericanas de un gran grupo farmacéutico antes de dejar voluntariamente esa actividad para dedicarse de pleno a la sanación holística y la expansión de la consciencia, las cuales practica, junto a su esposa Tere, desde hace más de 15 años.
Introducción
N ací en 1947, a las afueras de la Ciudad de México, en una pequeña población de unos cuantos centenares de habitantes con muy poca cultura y muy pobre economía. Recuerdo que cuando era niño veía gentes tan humildes que no usaban zapatos, caminaban descalzas por calles de tierra y lodo, otras traían rudimentarios huaraches, y algunos adultos calzaban zapatos viejos que nunca limpiaron, y además sin calcetines. En el pueblo sobresalían los nombres de las personas que sabían leer y, más notoriamente, los nombres de quienes habían terminado la escuela primaria. Por ello, mi visión de niño acerca del mundo o la vida era bastante limitada, pues no teníamos radio, ni televisión ni tocadiscos, ni toda la tecnología actual. Además, la energía eléctrica llegaba muy débil, y frecuentemente faltaba en las noches. Las casas no tenían sala, sólo había recámaras y cocina, y el baño estaba fuera de la casa, a unos treinta metros. En algunas ocasiones que entré en casas de vecinos pude ver que los pisos de sus habitaciones eran de tierra.
De noche las reuniones familiares eran en la cocina, a la tenue luz de un foco o unas velas, y era frecuente escuchar a los adultos narrar sus experiencias sobre espantos, brujas, demonios, la llorona
y demás apariciones misteriosas que, en cierta medida, me atemorizaban, aunque por otro lado despertaban en mí un enorme deseo de vivir una de esas apariciones, para ver si eran o no ciertas, si eran o no como las narraban, ya que en mí siempre surgía la duda acerca de su veracidad. Ante cada relato misterioso no parpadeaba, quería saber más, pues dudaba de los narradores, adultos cuya única diversión consistía en emborracharse con pulque o cerveza.
Durante mi escolaridad primaria casi cada año me cambiaban de escuela; unas fueron del gobierno, otra de monjas y otra de sacerdotes, donde fui monaguillo y me inculcaron la religión católica, basada en el temor a Dios y a ser castigados si nos portábamos mal, como decían los sacerdotes. También nos decían que el demonio se podía disfrazar de muchas maneras al presentarse ante nosotros para tentarnos y hacernos sus adeptos. Esta irresponsable amenaza de los sacerdotes me empujaba a ver el demonio disfrazado en cada desconocido.
Cuando tenía nueve años, mi abuela materna comenzó a llevarme a un templo espiritualista trinitario mariano, donde ejercía como médium: a través de ella se comunicaban espíritus, buenos y malos, que ya no tenían cuerpo material. A mí me resultaba muy impresionante ver a todos esos médiums y escuchar a los videntes de aquel lugar narrar lo que veían, pero también me surgía la duda acerca de la veracidad de sus videncias, pues sabía que tenían poca cultura, una economía casi nula y un vocabulario con muchas deficiencias. Y alguien así no podía tener la facultad de vidente, pensaba yo.
Ahora tenía dos religiones o creencias: la católica y la espiritualista. Esto me creaba una cierta confusión o conflicto de ideas, puesto que ambas incluían entre sus principios a Jehová, Jesús y la Virgen María, aunque sus prácticas eran totalmente opuestas. Además, los católicos decían que el demonio estaba con los espiritualistas, y éstos se defendían diciendo lo contrario. Mi mamá era católica y su madre, mi abuela, espiritualista, y yo me preguntaba cuál de las dos estaría con el demonio, si para mí ninguna de ellas era mala. Recuerdo que entonces vivíamos en casa de mi abuela, y cuando por la calle pasaba alguna procesión de católicos llevando en hombros a un santo en su recorrido por las calles del pueblo, muchos se detenían fuera de la casa para rociarla con agua bendita, diciendo que ahí vivía el demonio.
Así pues, por un lado estaba la religión católica con una antigüedad de siglos, pero en ella nadie podía hablar con Jehová, Jesús o la Virgen María. Y por el otro estaban los espiritualistas, que sí podían hablar con estos Seres y con una gran variedad de difuntos conocidos y desconocidos, buenos y malos. A mí aquello me confundía, pues yo no veía en mi abuela a ningún demonio. Por el contrario, era una mujer muy trabajadora y honesta, que había construido en su casa un templo espiritualista al que asistían unas cien personas a la semana para sanarse. Además, pensaba yo, los católicos no sabían que si ellos quisieran también podrían acudir al templo de mi abuela para comunicarse con seres superiores o ya fallecidos. Y también veía que en la religión espiritualista había médiums y videntes que no eran confiables, pues a veces tenían fallas en sus diagnósticos y no sanaban a todas las personas, aunque sí a algunas de manera milagrosa.
Así transcurrió más o menos mi niñez y mi pubertad. Al inicio de mi adolescencia nos fuimos de la casa de mi abuela y no volví a ir con los espiritualistas; con los católicos iba sólo a celebraciones familiares, como bautizos y bodas. Con dieciséis años ya estaba yo en la UNAM, en la Facultad de Filosofía y Letras, estudiando para historiador. Me resultaba sorprendente escuchar las cosmovisiones de tantos filósofos de la historia: a algunos les tenía un gran respeto, y otros me daban risa por ingenuos. En esa época dejé a un lado el catolicismo y el espiritualismo, pero no los olvidé.
Como adolescente, queriendo encontrar una verdad mayor y no habiendo nadie que me la proporcionara, salía en las noches a la calle o a la carretera, deseando tener una aparición que me hablara de lo que nadie podía hablarme. No esperaba que se me apareciera Dios, porque tal vez yo no fuese merecedor de ello, pero sí algún ser de menor rango que resolviera o conciliara mis tres creencias: la católica, la espiritualista y la universitaria. Pero nunca tuve una aparición de Dios, Jesús o la Virgen María, quizá porque era un pecador, pensaba yo. Tampoco se me apareció ninguna bruja, ni la llorona
ni fantasmas como los que alguna vez se les aparecieron a mis tíos o a adultos que conocí. Y no se me apareció el más malo de todos los espíritus, el demonio. Así que a partir de entonces decidí que no existía el demonio, mi temor hacia él terminó para siempre, y tampoco creería más en las brujas, la llorona
o en fantasmas. Dios sí debía existir, pues algo o alguien tuvo que crear todo lo existente, pero yo no era tan puro como para poder verlo. Con estas convicciones fueron pasando mis años de juventud.
A los veinte años decidí abandonar la carrera de historiador, y me dediqué a estudiar y luego a trabajar durante treinta años en computación, una ciencia novedosa que sí era muy exacta, no como la historia, cuyos hechos cada uno describe bajo su punto de vista, y no tal y como sucedieron. Inmerso en la computación, me olvidé del catolicismo y el espiritualismo, de los filósofos y los historiadores. Sin embargo, ocasionalmente me ponía reflexivo y recordaba dos de las grandes dudas o pensamientos más importantes que tenía cuando era niño:
–¡En algún lugar está el tesoro más grande del mundo! ¿Dónde estará?
–¡Alguien tiene el secreto más grande del mundo! ¿Quién lo tendrá?
A los treinta y tres años un compañero de trabajo me invitó a conocer una escuela de meditación. Los conocimientos filosóficos que se impartían y las prácticas de meditación que ahí se realizaban me acabaron fascinando tanto que las adopté para siempre, pues todo aquello que había experimentado y conocido en el catolicismo, el espiritualismo y la universidad resultaba pobre comparado con esto tan maravilloso, por ser algo simple y completo simultáneamente.
Practicar la meditación resultó ser una solución para mi salud física, pues llevaba diez años padeciendo una neurodermatitis aguda, y también sirvió como respuesta a mis inquietudes religiosas y a los dos cuestionamientos que tenía de niño. Además, me ayudó de manera importante o decisiva en mi carrera profesional dentro de la computación. A partir de que empecé a meditar, fui adquiriendo un creciente desarrollo en diversos aspectos:
• Capacidades mentales: podía aprender cualquier cosa con gran facilidad, recordar y relacionar conocimientos con enorme acierto, e imaginar o construir modelos de sistemas administrativos y computacionales y cosmovisiones muy completas.
• Capacidades conscienciales: el sentirme en mi Ser, el verme en mi espíritu y el conocerme en mi alma eterna me llevó a sentirme unido conscientemente a la vida misma, a ser uno con la fuerza creadora o el amor infinito, a ser esa fuerza que todo lo sostiene y todo lo mueve interminablemente, a ver ante mí la verdad total, a ser y estar en cada una de las partículas de todo lo existente, y a alcanzar el estado de Ser.
• Capacidades extrasensoriales: empecé a percibir más allá del mundo material, a ver, escuchar y sentir otras dimensiones o planos de la existencia; podía ver las auras, el alma, el espíritu o el Ser de las personas, y comencé a tener contacto con seres que habitan desde la primera hasta la séptima dimensión o plano de existencia.
El meditar me abrió a una realidad infinitamente más grande que la que vemos en el mundo material, y así fue como encontré el tesoro que andaba buscando y conocí el secreto que para mí es el más grande del mundo:
–El tesoro es Dios, el Universo, la Creación, la Fuerza, la Luz o Esencia de donde todo procede. Es un tesoro tan grande que nunca me lo terminaría.
–El secreto es que Yo Soy un Ser, una individualización de la Consciencia Total, de Dios, del Alma Única que se ha individualizado en mí. Soy y estoy en Dios en la medida en que me vea y me sienta unificado con todo lo existente: minerales, plantas, animales, personas, planetas, estrellas y seres de otros planos de existencia.
Además, la meditación desarrolló en mí la videncia, por lo que me convertí en vidente y desde entonces me he dedicado a desarrollar la videncia en numerosas personas que me lo han solicitado. Y así fue como empecé también a ver, sentir, escuchar y comunicarme con el alma o espíritu de personas que habían fallecido. Y eso es lo que me propongo enseñar a hacer a los lectores de este libro, ya que todos sin excepción pueden lograrlo con el procedimiento que he diseñado para ello.
Nunca tuve ninguna duda acerca de la continuidad de la vida después de morir el cuerpo material, pero ahora podía conocerla y describirla de primera mano a las personas que desearan escuchar. En un principio sólo me dediqué a observar a las almas cuando éstas abandonaban su cuerpo material inerte el día en que fallecían. Posteriormente, cuando comprendí que algunas no estaban avanzando en el reconocimiento de su nueva forma de vida, empecé a hablarles para motivarlas a seguir adelante. Y actualmente, habiendo