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Viaje de ida
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Libro electrónico215 páginas3 horas

Viaje de ida

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Después de mucho tiempo y con treinta años, Lisa regresa a Eslovenia. En la granja de su abuela revive recuerdos de infancia. Un antiguo amigo despierta sentimientos confusos. Un viaje por Europa le ofrece nuevas oportunidades laborales, pero el destino cambiará su rumbo...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 may 2024
ISBN9786316594129
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    Viaje de ida - Viviana Isabel Reboursin

    Introducción

    Esta historia transcurre en Eslovenia, un pequeño estado de Europa Central. Se encuentra entre Austria, Italia, Hungría y Croacia. Tiene una pequeña costa al mar Adriático por el Golfo de Trieste.

    Formó parte de la antigua República Federal Socialista de Yugoslavia. En junio de 1991 obtuvo la independencia, tras un conflicto armado relativamente corto denominado Guerra de los diez días. Por aquel entonces, ya era el país más desarrollado de aquella federación. En 2004 se adhirió a la Unión Europea y al área de Schengen.

    La ciudad de Ptuj es la más antigua de Eslovenia. Está ubicada en la región de Podravj, una rica zona nutrida por el río Drava. Maribor, es la segunda ciudad en importancia después de su capital, Liubliana. Todo el país está rodeado de naturaleza por lo que los eslovenos disfrutan durante todo el año de los deportes, ya sea ciclismo, cabalgatas, esquí, caminatas, senderismo y deportes acuáticos.

    En la Baja Estiria, una región al noreste de Eslovenia que representa el tercio meridional del antiguo Ducado de Estiria, se encuentran las grandes vitivinícolas. En el barrio de Lent de Maribor (capital de la Baja Estiria) se halla la vid más antigua del mundo.

    Para los eslovenos el vino tiene una larga tradición y es uno de sus productos estrella. Hace honor en todas las mesas y lugares gastronómicos.

    Primera parte

    2012

    1

    10 de diciembre del 2012

    Tesoro mío:

    Te escribo estas líneas con mucho pesar. Ya hace dos días que partió tu Dedek. El vacío que ha dejado es demasiado grande para poder expresarlo en pocas palabras. Necesitaría demasiado papel para explicarte la tristeza que domina mi alma. Su muerte fue tranquila. Nunca estuvo enfermo; transitó serenamente el recorrido entre este mundo y el más allá. Pero a pesar de que cada mañana recorro los lugares donde Jaris solía estar, es muy doloroso no encontrarlo allí. Lo llamo con el pensamiento, converso con él, le acaricio sus curtidas y experimentadas manos y beso sus labios aún húmedos. Nunca me he sentido tan sola como ahora, ni aun cuando marchó a la guerra. Todo lo que me rodea me habla de él, de sus gustos, sus costumbres y sobre todo de su carácter entusiasta, alegre y generoso.

    Me entristece que no hayas podido volver a verlo desde que te fuiste. Me haría muy feliz que vinieras a visitarme. Quiero abrazarte de nuevo. Tómate unos días de descanso; estaré esperándote.

    Te abraza con todo el cariño, tu Babica.

    Sentada en la cama con la ondulada y larga melena que cae sobre su espalda, los ojos oscuros entrecerrados, Lisa sostiene la carta que ya leyó tres veces.

    Lisa había nacido y crecido en la ciudad de Ptuj. Una infancia muy feliz hasta que su padre enfermó y murió cuando todavía era muy joven. Entonces, su madre no quiso seguir viviendo en ese lugar lleno de recuerdos. Levantó la casa, vendió lo que pudo y junto con Lisa, una adolescente de catorce años, se fueron a la Argentina.

    Los padres de Lisa se habían conocido en Inglaterra donde Sofía, a los diecisiete años, participaba de un campeonato de hockey. Boris era esloveno y estaba estudiando en Londres. Después del último partido en que habían salido victoriosas, fueron todas las chicas a bailar y festejar. Se conocieron allí. Fue amor a primera vista; los grandes ojos azules de Boris destilaban ternura y ella no pudo resistirse. Cuando Sofía volvió con su equipo a la Argentina, las suculentas cartas atravesaban el océano por lo menos una vez por semana. Durante tres años Sofía sobrellevó la separación de su enamorado esloveno y cuando Boris le propuso matrimonio todo se precipitó. Aunque sus padres no accedieron fácilmente, Sofía ya tenía veintiún años y estaba determinada a irse a vivir con el amor de su vida a Eslovenia.

    Se casaron en la iglesia San Jorge de Ptuj en una discreta ceremonia. Sofía se enamoró de inmediato de esa antigua ciudad. Dobra y Jaris, los padres de Boris, estaban encantados con esa muchacha animosa que no tuvo reparos en compartir la vida con su único hijo en un país remoto. Tomó clases de esloveno y pronto empezó a hablarlo. Iniciaron su vida matrimonial en una pequeña casa en los alrededores de Liubliana. Cuando un año más tarde nació Lisa, sus padres y abuelos no podían estar más felices. Era una niña preciosa con un ondulado cabello dorado y unos expresivos enormes ojos marrones. Su infancia, entre los veranos en la granja de sus abuelos en la zona rural de Ptuj y las navidades llenas de ilusiones y magia, fueron para Lisa una época de alegría y esparcimiento que se grabó en su memoria de forma inolvidable. Le encantaba acompañar a su abuelo Jaris en las tareas de la granja, dar de comer a los animales y montar a caballo. A tres kilómetros de la granja vivía Joshua, un chico divertido que siempre estaba inventando aventuras. Cuando él no iba a la granja, Lisa iba en su busca; a veces quedaban en encontrarse en las colinas donde daban un paseo a caballo o en bicicleta por senderos agrestes y pintorescos. Mientras correteaban entre cerros y arroyos, el viento arrastraba sus risas que se confundían con el trinar de los pájaros. Se tumbaban sobre la hierba y compartían picnics rodeados de innumerables ovejas, se bañaban en el lago helado y se empachaban de frambuesas y grosellas silvestres. Al regresar, cuando sus sombras se alargaban sobre la pradera, se detenían para sentarse sobre una roca y contemplar la puesta del sol. En otoño llegaba la hora de regresar a su casa para empezar la escuela, pero Lisa protestaba y rogaba a sus padres que la dejaran quedarse a vivir con los abuelos. Sin embargo, la negativa hacía que se despidiera de esa vida de albedrío y apego y regresara con sus padres.

    Hasta que de un año para otro Boris se enfermó. Entonces, su madre la mandó un tiempo con sus suegros para poder cuidar a su esposo. Lisa pasó dos años con sus abuelos y asistía al mismo colegio que Joshua. Fue en la primavera de 1998 cuando él empezó a mirarla con otros ojos, y Lisa, que se sentía unida a él por todo lo que compartían, empezó a experimentar una creciente devoción por su joven amigo. Aguardaba con impaciencia sus encuentros y la expresión de su mirada ejercía sobre ella un poder irresistible que convertía su estómago en gelatina. Cuando no estaban juntos, se sorprendía observando por la ventana, perdida en románticos pensamientos.

    Después que en el hospital los médicos les dijeron que no había nada más que hacer, sus padres se instalaron en la granja de los abuelos donde al cabo de un mes Boris falleció. Sofía quedó devastada; tenía sólo treinta y cinco años y no tardó en tomar la decisión de volverse a la Argentina. Pero para Lisa, además de la pérdida de su padre, mudarse significaba un cambio difícil de asimilar; no aceptaba irse y abandonar a sus abuelos, a Joshua, su colegio y esa vida de libertad en contacto con la naturaleza. No conocía nada de ese país de Sudamérica. Si bien su madre le hablaba en castellano para que dominara la lengua materna, no tenía la misma fluidez que con el esloveno. Pero Sofía no le dio lugar a resistirse. Y así fue como, de un día para otro, se tuvo que despedir de sus queridos abuelos eslovenos y de su inseparable amigo Joshua. Prometieron escribirse y contarse todo, lo que cumplieron los primeros años. Pero al cabo de un tiempo Lisa ya tenía nuevos amigos y gozaba de una vida activa y diferente; estaba en plena adolescencia. Vivían con los abuelos maternos en una casa en Beccar donde las reglas y la pulcritud iban de la mano. A Lisa le costó bastante adaptarse a su nueva vida. Si bien la gente era amable y hospitalaria en general, las costumbres eran muy diferentes. El colegio bilingüe al que asistió le resultó muy estricto, pero, así y todo, pudo hacerse de amigas y con el tiempo se fue acostumbrando a las peculiaridades de su nuevo país, que le resultaban simpáticas y contradictorias. Empezó a ir a fiestas y conoció otros chicos que la asombraban por el interés que demostraban por Eslovenia; ella siempre terminaba hablando con nostalgia de sus aventuras con Joshua. Ninguno le llegaba ni a los talones, pero aprendió a divertirse con menos libertades. Extrañaba las montañas, los lagos, la naturaleza y los pintorescos paisajes que para ella eran tan cotidianos y tan diferentes a los escenarios de una ciudad como Buenos Aires. Sus abuelos maternos, si bien eran cariñosos y se esforzaban por hacerla sentir a gusto, no habían tenido estrecho contacto con su nieta durante su infancia y de pronto Lisa se encontró con dos personas estructuradas y desconocidas. Nunca reemplazarían a Babica y Dedek.

    Acababa de recibir la carta de su abuela con la triste noticia de la muerte de su querido Dedek (abuelo). Entre las palabras de Babica se percibía su gran soledad. Lisa tenía un nudo en la garganta; se le agolparon las lágrimas que no tardaron en derramarse con un angustioso sollozo. No se había podido despedir del abuelo, lo había dejado de ver quince años atrás. Sentía con más fuerza que nunca el vínculo que había entre ella y sus abuelos eslovenos. Estaban unidos por algo más que un cariño incondicional y de sangre; habían compartido muchos momentos, tanto felices como tristes, entre risas y lágrimas dulces.

    Permaneció un rato deliberando. Después de todo, no era mala idea viajar a Eslovenia. Se acercaba fin de año; recordó con nostalgia las navidades en la granja y la celebración del nuevo año, las calles adornadas y las innumerables luces que engalanaban la ciudad de Ptuj.

    De pronto, surgió en su mente la imagen de Joshua. Su cabello rubio y lacio que le cubría la frente, y que continuamente soplaba para arriba en un intento por levantarlo de sus ojos, sus pecas y su nariz respingada, sus pequeños y pícaros ojos azules y unas orejas grandes que escondía bajo su pelo llovido. Sus gestos, las muecas que hacía con la boca y ese hoyuelo en su mejilla que la embobaba cada vez que sonreía. Joshua era parte de esa identidad que representaba su país de origen.

    «¿Qué habrá sido de él?» pensó.

    Evocó con añoranza los felices veranos en la granja, las aventuras con Joshua, los paseos en bicicleta, así como las escapadas a la montaña durante las vacaciones de invierno, donde practicaban esquí o se deslizaban en interminables carreras de trineos. Joshua había formado parte de su vida desde que era una niña. Un muchachito con jeans rotos y sucios que recogía cuanto bicho raro encontraba. Que exploraba el bosque en busca de ardillas y conejos porque amaba a todas las criaturas de la tierra.

    Eran niños, pero crecían rápido, y para cuando la infancia se derrumbaba, dejándolos con un dulzor confuso, se tuvieron que separar.

    «Sería todo un hombre ahora, ¿habrá cambiado?»

    Para ella, Joshua sería siempre su amigo, el que se diferenciaba, el incondicional, aventurero, errante, despreocupado y alegre. Alguien en quien se podía llorar sobre su hombro. Era casi como un hermano. Sintió un revoloteo en su pecho y se rio pensando en él. ¡Qué felices habían sido! Pero ya había pasado mucho tiempo sin tener noticias de él.

    En los últimos meses habían sucedido muchas cosas. A los cincuenta y un años su madre se había vuelto a casar con un hombre con el que Lisa no simpatizaba demasiado y se irían a las playas del Caribe a pasar las fiestas. Lisa acababa de terminar su noviazgo de dos años con Pablo y como broche final la habían despedido de su trabajo. Sin embargo, había cobrado una indemnización importante. Podría viajar por un tiempo, volver a Eslovenia a ver a su abuela y conocer otros lugares de Europa.

    Vivía en un departamento alquilado que compartía con una amiga. Hasta ese momento había tenido una vida cómoda y placentera con su pareja y su empleo. Se había recibido de periodista y trabajaba como redactora para una revista. Le gustaba su trabajo, pero desde la expansión de internet las ventas de revistas y diarios habían disminuido bastante y la dueña había cerrado el semanario. El mundo cambiaba rápidamente, la sociedad cambió. La rapidez con que se difundían las noticias hacía que en pocos minutos se supiera todo lo que ocurría.

    Al principio se deprimió, pero después pensó que era una oportunidad para usar ese dinero en hacer un viaje y vivir otras experiencias. Ahora, con treinta años tenía que seguir avanzando.

    Se levantó de la cama, se sentó ante su escritorio frente a la ventana y le escribió a su Babica.

    2

    Aterrizó en Liubliana un frío día de diciembre. La capital de Eslovenia es una de la ciudades más pequeñas y acogedoras de Europa. Su nombre deriva de Luba que en eslavo significa amada. Al salir del aeropuerto, un viento helado la terminó de despabilar del largo viaje y del sueño perdido.

    Desde la ventanilla del transfer que la llevó al hotel observaba el atractivo aspecto de la ciudad que le producía un sentimiento de pertenencia. Los parques cubiertos de nieve y las vidrieras decoradas causaban un efecto mágico.

    Se notaba el progreso que había tenido el país desde su independencia de Yugoslavia en 1991. Lisa se concientizó de los cambios que se habían producido en su país, consecuente con las fluctuaciones sociológicas, económicas y políticas de ese microcosmos que era Eslovenia.

    Hubiera necesitado descansar un poco, pero quería hacer un reconocimiento de los alrededores antes que se hiciera de noche. De modo que dejó la valija sin deshacer y salió. Sus ojos se encandilaron con las preciosas imágenes alegóricas a la Navidad que surgían por todos lados. Vidrieras, fachadas de edificios, árboles iluminados, todo era maravilloso; una fiesta de luces que se reflejaba en el húmedo asfalto. Era como un fantástico cuento de hadas. Ya no importaba cuánto frío hiciera, estaba bien abrigada y la distracción del espectáculo le ayudó a ignorar la baja temperatura.

    Caminó durante más de una hora. Las calles estaban repletas de estudiantes universitarios disfrutando de sus vacaciones invernales. Poco a poco fue reconociendo las pintorescas y sinuosas calles y sus fachadas bávaras. El encantador río del amor que atraviesa la ciudad, el Liublianica, con su triple puente y el crepúsculo que daba paso a una noche arrebatada de luces la hacían sentir una dulce e infantil ilusión que le abrazaba el alma. Regresó al hotel con una felicidad serena que había borrado todo el cansancio de su cuerpo. Cenó en el restaurante del hotel unas Kranjska Klobasa (salchichas ahumadas) con chucrut, pan esloveno y queso. De postre, un Struklji relleno de manzana que aduló su paladar. Mientras saboreaba el dulce manjar, observó a los otros turistas que, con sus diversas lenguas, creaban un rumor indescifrable. A las ocho subió a su habitación, llamó a Babica para decirle que había llegado y que al día siguiente estaría allá. Luego tomó un baño caliente y relajante que la sumió en un sueño profundo y reconfortante.

    A la mañana la despertó un rayo de sol en la cara. Nunca corría las cortinas porque desde chica le gustaba mirar el cielo estrellado desde su ventana. Bajó a desayunar; estaba excitada y reanimada. Pronto estaría en la granja con su abuela.

    El tren salió en hora de la estación rumbo al noreste. Se dejó arrullar por el movimiento sereno. No pudo evitar recordar otros viajes con sus padres. Sintió un leve cosquilleo de entusiasmo y pensó que lo que hacía era algo positivo, no solamente una concesión a su abuela y a sí misma, ni tampoco era un premio consuelo. Apartó de su mente cualquier duda que le surgiera y se dispuso a disfrutar de ese momento sabiendo que estaba en el camino más acertado de los últimos años.

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