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La clave esencial: para resolver los problemas de la existencia
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La clave esencial: para resolver los problemas de la existencia
Libro electrónico295 páginas4 horas

La clave esencial: para resolver los problemas de la existencia

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Cada uno de nosotros puede, a través de este libro, aprender a utilizar su propia naturaleza para ennoblecerla, con lo cual descubrirá poco a poco en él, una instancia psíquica superior: su individualidad. De una manera distinta a numerosos pensadores esotéricos que estiman que su papel es el de llevar a sus discípulos hacia un puro refinamiento intelectual de las doctrinas religiosas y filosóficas, el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov orienta su Enseñanza en una dirección más amplia y más esencial: su principal preocupación es de orden pedagógico; quiere presentar un saber accesible a todos e inmediatamente utilizable tanto en la vida práctica como en la vida espiritual. La selección de conferencias presentadas en este volumen hace del mismo, ante todo, un libro de pedagogía general: cada cual se sorprenderá de ver su comportamiento reflejado, como en un espejo, de una manera gráfica, a la vez maravillosa y fantástica. Enseguida sabrá situarse y encontrar los métodos para librarse de sus flaquezas y de sus limitaciones. Aquello que cada uno de nosotros siente en sí mismo como defecto y fuente de extravío, su "personalidad", se convertirá para él en una ayuda preciosa, ya que en lugar de querer combatir a su propia naturaleza, lo que es una tentativa condenada al fracaso de antemano, aprenderá a utilizarla para ennoblecerse; y así descubrirá poco a poco en él una instancia psíquica superior, su "individualidad", que sabe dominar, equilibrar, situarse por encima de todas las oposiciones y servirse de ellas para crear una armonía interior y unos lazos fraternos verdaderos.
IdiomaEspañol
EditorialProsveta
Fecha de lanzamiento23 abr 2024
ISBN9788410379169
La clave esencial: para resolver los problemas de la existencia

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    La clave esencial - Omraam Mikhaël Aïvanhov

    PRÓLOGO

    Cambiar la situacióncambiar el orden de las cosascambiar el mundocambiar la vida… En todos los ámbitos sólo se habla de cambios, se quiere el cambio. Pero en realidad nada cambia, ¡o muy poco! Y lo que cambia no es necesariamente un progreso. ¿Por qué?

    Como ser consciente, el ser humano está orientado hacia el mundo exterior que piensa, no sin razón, poder transformar. Pero estas transformaciones deseadas, ¿no son el reflejo de su mundo interior? Ahora bien, volverse consciente de su mundo interior como de un espacio tan vasto y complejo como el mundo exterior, es un largo y difícil aprendizaje que necesita la luz de la Ciencia iniciática.

    Desde luego, el psicoanálisis ha abierto una gran ventana sobre la existencia burbujeante de ese mundo interior, insistiendo sobre la intrusión de los impulsos inconscientes en la vida consciente. Pero poco acostumbrada a tener cuidado, la mayoría de la gente se queda generalmente sorprendida, asombrada por sus sueños, por sus súbitas emociones, por sus imprevisibles variaciones de humor, por sus ideas fijas que iluminan y cristalizan de manera efímera la trama de su vida psíquica. A menudo también desarrollan un sentimiento de impotencia y de irresponsabilidad con respecto a lo que sube de lo más recóndito de ellos mismos, de su inconsciente bajo la forma de energías incontrolables o de imágenes obsesivas.

    Así, la aportación del psicoanálisis, es el haber buscado describir la irrupción del inconsciente en la conciencia y a explicar porqué el sujeto se las ingenia para rechazar manifestaciones con respecto a las que siente un sentimiento de vergüenza y de desposeimiento de sí mismo. Y, ¿cuáles son estas manifestaciones? Narcisismo infantil que quiere acaparar la atención y el amor de los demás, orgullo desmesurado que pretende negar a Dios o rivalizar con Él, crueldad exterminadora que imagina poder hacer desaparecer toda existencia no sometida a sus propias leyes. Bajo la presión de la educación y de las exigencias sociales, la conciencia instaura, nos dicen los psicoanalistas, todo un sistema de defensas que censura y rechaza estos brotes instintivos, impulsos primarios de nuestro egocentrismo, y reacciona sobre todo con mayor fuerza en tanto que rehúsa reconocerse en estas manifestaciones, además de que el entorno social los juzga indeseables y reprensibles.

    Pero lo que la psicoanálisis omite describir,¹ son otras manifestaciones de nuestro inconsciente, esas manifestaciones benéficas, luminosas que dejamos expresar o que también rechazamos, desgraciadamente, según las circunstancias. Impulsos generosos, arrebatos irresistibles de esperanza que nos empujan a querer ayudar a los demás, aspiraciones a la armonía, alegría sutil nacida del contacto con el mundo del alma y del espíritu, emanación de la luz creadora, intuición de la unidad indestructible de los seres, sentimiento de inmortalidad, de eternidad… vienen por momentos a rozar la conciencia. Pero a pesar de la necesidad de reconocerse en este ensanchamiento súbito de su campo de percepciones y de sentimientos, la conciencia no puede retenerlos.

    Simple espejo del cielo y del infierno, nuestra conciencia es impotente por sí misma para crear o modelar tanto uno como el otro. Se trata pues de dos naturalezas en nosotros, y es nuestra manera de vivir cotidiana, explica Omraam Mikhaël Aïvanhov, la que nos pone en contacto con una o con la otra, y que provoca estas experiencias subjetivas de luz, de generosidad, de belleza, de equilibrio, o las de desorden, de violencia, de terror y de crueldad.

    La manifestación de la dualidad del inconsciente, nos lleva a distinguir en el hombre una naturaleza inferior y una naturaleza superior; y esa distinción tiene una importancia capital para la psicología, la pedagogía y la comprensión de los problemas sociales. Los términos inferior y superior indican claramente el lugar que debemos dar a cada una de estas dos naturalezas. La adquisición de la verticalidad, colocando la cabeza encima de su vientre y de su sexo, ha sido para el ser humano una conquista psicológica; pero le queda ahora por conquistar su verticalidad espiritual. Se trata pues de identificar y después controlar las manifestaciones de sus impulsos egocéntricos que le empujan a la búsqueda de satisfacciones groseras, dañinas para él mismo y para su entorno, y de dar una salida a sus aspiraciones luminosas y vastas que abren su inteligencia y su corazón, le hacen descubrir el bien común como el trasfondo sobre el cual sus acciones deben inscribirse.

    Estas dos naturalezas, inferior y superior, el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov, las llama también personalidad e individualidad. La personalidad, egocéntrica y exigente hasta la crueldad, versátil, por lo tanto poco fiable, modifica lenguaje y conducta según el nivel de sus intereses, y utiliza a los seres y a las cosas para su única satisfacción. La palabra en latín persona sobre la que está formada personalidad, designa en la Roma antigua la máscara de teatro que es interpretación, multiplicidad, mentira. La individualidad,² al contrario, reenvía al carácter indivisible del ser humano, a su esencia pura y simple, aquello sin lo cual no puede existir: su espíritu.

    Personalidad e individualidad tienen la misma estructura trinitaria, es decir que se subdividen en tres categorías de manifestaciones correspondiendo a la estructura del ser humano: pensamiento (intelecto), sentimiento (corazón), acción (voluntad). En la gama inferior, el intelecto es la sede de los pensamientos tortuosos, malvados, las opiniones erróneas; el corazón es la sede de los sentimientos de posesión, de odio, de venganza; y la voluntad, que realiza los proyectos del intelecto y del corazón, se declara culpable de las acciones violentas y destructivas. En la gama superior, el intelecto superior (la razón) es la sede del pensamiento justo que descubre las grandes leyes de la existencia, ilumina el camino para el bien de todos. El corazón superior (el alma) es la sede de los sentimientos de amor, de abnegación, de sacrificio hacia las otras criaturas, y también de adoración y alabanzas hacia el Creador. Finalmente, la voluntad superior (el espíritu) inspira actos liberadores y creativos. Al arrancar al ser humano de los trabas de la personalidad, el espíritu se vivifica y reanima en él el sentimiento de pertenencia común a la Divinidad.

    Esta circulación ininterrumpida entre su naturaleza inferior y su naturaleza superior, da al ser humano la plena posesión de sus facultades, es sólo entonces cuando puede decirse que se ha operado en él el único cambio verdadero. En nuestro yo terrenal, dice Omraam Mikhaël Aïvanhov, somos una trinidad que piensa, que siente, que actúa, pero esta trinidad sólo es, aún, un reflejo muy inferior de la otra trinidad, la Trinidad celeste que espera que nosotros podamos alcanzarla, porque ella forma también parte de nosotros… Todas las experiencias, felices o desgraciadas, que hacemos en nuestra vida, tienen como sola y única finalidad este reencuentro de nuestro yo humano y de nuestro Yo divino. En el momento en que estas dos partes, inferior y superior, consiguen fusionarse, es el Cielo y la tierra que se unen en nosotros para crear la abundancia y la alegría. El símbolo de esta metamorfosis es el sol: con su intelecto liberado de prejuicios, el hombre se ilumina: con su corazón purificado da calor; y con su voluntad liberada, vivifica y crea.

    El sol, centro de nuestro sistema planetario, está en el origen de toda vida sobre la tierra; desde hace millones de años, gracias a las transformaciones que realiza sin cesar en la escala de los vivos, les empuja hacia una organización de una complejidad y de una riqueza siempre crecientes. Al igual que el sol, nuestra individualidad fertiliza nuestra tierra, la personalidad, y esta fusión del sol y de la tierra en nosotros se vuelve prodigiosamente creadora.

    El tema de este vínculo personalidad-individualidad, es pues inagotable. Obstinándose en buscar el saber, el amor, la paz, el éxito en las limitaciones, los desórdenes y las contraindicaciones de la personalidad, los humanos sólo viven con la mitad de ellos mismos. Evidentemente, a causa precisamente de este vínculo que existe entre lo de arriba y lo de abajo, recogen algunas influencias benéficas. ¡Pero cuantas decepciones todavía mientras no se esfuercen por izarse hasta la cima de su ser, para capturar las corrientes celestiales con las que impregnarán después toda su conducta.

    Y si ahora ponemos la llave personalidad-individualidad en la cerradura de la puerta que abre el mundo político, ¡cuántos descubrimientos! Cada participante tiene el discurso de la individualidad: el bien de todos, la felicidad compartida, el trabajo liberador, el pacifismo, los derechos del hombre, los derechos de la infancia, la liberación de los pueblos oprimidos, la ayuda a los más desfavorecidos… Pero la realidad es que, a menudo, cada uno cultiva un comportamiento inspirado por la personalidad: actuamos primero en nuestro propio interés, hacemos el juego a grupos de presión más poderosos y más ricos, engañamos a los ambiciosos persuadiéndoles de nuestro apoyo y nuestra ayuda, engatusamos a los subalternos para realizar los trabajos más bajos, nos armamos a ultranza y ¡atacamos!...

    Este desfase entre el discurso y el comportamiento es la estratagema ideológica por excelencia de la política, que mantiene cada ciudadano en su impotencia, su incapacidad a todo verdadero cambio.

    El hombre es un lobo para el hombre – según la palabra de Hobbes, ¡retomada después con tanta constancia y éxito! Y, ¿por qué? Porque la mayoría de las veces, sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos le son inspirados por su naturaleza inferior. Todos los conflictos tienen por origen las pasiones exacerbadas de personalidades egocéntricas. Así se puede entrever la importancia que podría tener, en cada país, una educación de los ciudadanos hacia la universalidad. Todo hombre de Estado, todo dirigente político – pero también cualquier individuo con cualquier tipo de responsabilidad – no puede medir bien la necesidad de ampliar su campo de conciencia a escala de la humanidad entera, a fin de que sus decisiones tengan igualmente en cuenta el interés de los demás. Así, todas sus tendencias profundas, armoniosas, purificadas, dominadas por el poder de su naturaleza superior, aportarán la cohesión y la paz a aquellos que están a su cargo y a los que debe servir. Dirigente o no, todo ser humano debe, en su esfera íntima, emprender este trabajo, y nadie puede hacerlo en su lugar puesto que su mundo interior le pertenece sólo a él, y es ahí, en primer lugar, en donde debe conquistar el poder supremo.

    Esta idea de que debemos izarnos hasta la cima de nuestro ser, la naturaleza superior, para preservar la integridad de los individuos y de la colectividad, ilustra también particularmente el campo pedagógico.

    Algunos antropólogos afirman que la cohesión de las sociedades primitivas y tradicionales, residía en los ritos iniciáticos del tránsito que permitía que el niño entrara en la comunidad de los adultos; pero estas tradiciones se han perdido en nuestras avanzadas sociedades industriales. Así, la conversión de los adolescentes en adultos, se produce siempre con crisis agudas, con rebeldía, con actos de agresión más o menos violentos contra la sociedad y algunas veces contra ellos mismos.

    No se trata, evidentemente, de introducir tales tradiciones en nuestras sociedades con el pretexto de darles una estructura. Estos ritos de tránsito, verdaderas ceremonias mágicas que subsisten aún en algunos países africanos, por ejemplo, son acompañadas de pruebas muy duras (separación de la familia, exposición a peligros, escarificaciones) y son completamente ajenas a nuestras mentalidades. Nuestros contemporáneos necesitan interiorizar la razón de ser de las cosas. Pero lo esencial debe subsistir: el sentido iniciático del tránsito. Ahora bien, el tránsito de la infancia a la edad adulta, sólo es el tránsito de la personalidad a la individualidad. Si el narcisismo del niño es evidente, puesto que es el punto de partida de su desarrollo, convertirse en adulto necesita la superación de este egocentrismo.

    La necesidad de superarse, de sobrepasarse, propia de la adolescencia,³ nunca es comprendida por el adulto quién se debate aún en las contradicciones de su naturaleza inferior. No habiendo superado él mismo el estadio infantil, sólo puede dejar que el adolescente viva este periodo como un tránsito vacío transcurrido, en el mejor de los casos, con sueños irrealizables, pero en donde se acumula, a menudo, un profundo resentimiento hacia la rechazada sociedad a la que deberá finalmente adaptarse, para bien o para mal, puesto que nada mejor le ha sido propuesto.

    Este tránsito al vacío, se acompaña también de un sentimiento más o menos agudo de la muerte. Ahora bien, es una ley de la vida interior: debemos morir para vivir, debemos morir en la personalidad que limita, aprisiona, para vivir en la individualidad que libera. Este es el sentido profundo de la Iniciación. Pero, ¿cómo podrá ayudar el adulto al adolescente si él mismo no ha empezado esta metamorfosis interior que es el único factor de cambio, de progreso, de perfeccionamiento? No hay para los humanos libertad posible en el exterior si no se liberan primero de lo que les sojuzga interiormente. No habrá paz y comprensión mutua si no se apaciguan primero ellos mismos, y este apaciguamiento empieza por la toma de conciencia de los múltiples desórdenes que no cesan de mantener en ellos mismos.

    Es por ello que sólo la comprensión de nuestras dos naturalezas, personalidad e individualidad, puede llevar a la humanidad a los verdaderos cambios. Orienta su capital hacia el saber, las técnicas, bienes y servicios, hacia una solución de los problemas a escala planetaria centrada sobre las necesidades de todos y no de algunos, inspira un amor que sobrepasa el egocentrismo de las familias y de los Estados, y que capta en cada ser la chispa inmortal de la Divinidad. Es inútil buscar en otra parte una solución a los conflictos que ensangrientan el planeta. El que se eleva hasta la superconciencia, que es la conciencia de la individualidad, experimenta la unidad de todos los seres; y puesto que siente, en primer lugar en él mismo, el mal que está haciendo a los demás, algo le retiene y ya no puede continuar en esta actitud de hacer el mal.

    Mientras se mantenga y propague la filosofía de la personalidad que toma como punto de referencia el cuerpo físico, la materia, se pierde la conciencia de la unidad, y perdiendo la conciencia de la unidad se cree poder resolver los problemas tratando a los humanos como trozos de carne que se amontonan donde se quiere, se despiezan, se torturan y masacran. Quizás entonces uno se siente satisfecho de ver resueltos algunos problemas fronterizos o el dominio sobre recursos naturales, pero es en apariencia y momentáneamente. Así, los cambios obtenidos sólo sirven para mantener el ciclo infernal de la violencia. Y de esta forma nada cambia, todo se repite indefinidamente. Sin embargo, para el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov, no se trata de aconsejar a alguien un desarmamiento unilateral, un pacifismo inocente. Es necesario que este trabajo sobre uno mismo, que dará el impulso y la supremacía a la individualidad, se convierta en una empresa común para toda la humanidad. Sí, en cada país se formaría una élite a base de estas ideas, aportaría cambios que repercutirían en todos los estratos sociales para el bien de cada uno.

    Omraam Mikhaël Aïvanhov deposita en nuestras manos una llave que permite abrir todas las puertas, resolver todos los problemas, los nuestros y los de la sociedad. Sin embargo, no hay que ser demasiado exigentes: si es cierto que no hay nada más apasionante que este trabajo sobre uno mismo, también lo es que nada es más largo y difícil. ¿Será suficiente una existencia para conseguir armonizar nuestras dos naturalezas… para que nuestra personalidad, en tanto que parte integrante de nuestro psiquismo, tenga su papel a jugar y sea capaz de manifestar la luz y las riquezas de nuestra individualidad?

    El lector sólo puede sentirse conmovido, cautivado por las explicaciones, los ejemplos, las imágenes que abundan en esta obra, delimitando por todas partes el drama de nuestra existencia. Como en un espectáculo de dos equipos deportivos en competición, hay que seguir a cada jugador sin perder de vista la configuración del conjunto del juego. Así, los diferentes capítulos del libro nos ayudan a asimilar las reglas de ese torneo en donde entran en liza las diferentes instancias de nuestra naturaleza superior y de nuestra naturaleza inferior, y nos muestran cómo se decide la victoria definitiva de la naturaleza superior que es en nosotros la verdadera creadora del cambio. Las repeticiones forman parte del juego, reflejan estos momentos de suspenso que tienen en vilo a los espectadores en las grandes competiciones:

    las posiciones de los jugadores son casi idénticas, pero el resultado varía… varia hasta el infinito. Así, la vida, esta gran improvisadora, no cesa de acosarnos presentándonos todos los días nuevos problemas. Estos problemas que son a la vez parecidos y diferentes, debemos resolverlos con inteligencia y amor si deseamos que se realice este único cambio verdadero: la fraternidad universal.

    Agnès Lejbowicz

    Agregada de la Universidad


    1 Freud describe los niveles de manifestaciones de la energía psíquica: en el primer tópico, los denomina inconsciente, preconsciente y conciencia; en el segundo tópico, los denomina esto, superego y el yo. Pero en ninguno de los dos les asigna un lugar propio a la tendencia cuando ésta consigue sublimarse.

    2 Jung ha utilizado la expresión principio de individualidad para designar el proceso final de integración de todas las tendencias psíquicas relativas al individuo. Sin embargo, si la individualidad puede ser considerada bajo cierto ángulo como el verdadero Yo, Omraam Mikhaël Aïvanhov insiste sobre el hecho que nuestra vida psíquica se presenta como una dialéctica permanente e ininterrumpida entre la personalidad y la individualidad, pues los dos polos de nuestro inconsciente nos influyen constantemente según la propia naturaleza.

    3 El psicólogo Jean Piaget hace hincapié sobre el hecho de que los planes de vida de los adolescentes están llenos, a la vez, de sentimientos generosos, de proyectos altruistas o de fervor místico e inquietante de megalomanía y de egocentrismo consciente. Efectuando una encuesta discreta y anónima sobre los sueños, por la noche, de alumnos de quince años, un maestro francés encontró entre los chicos más tímidos y más serios, futuros mariscales de Francia o presidentes de la República, grandes hombres de todo tipo, algunos de los cuales veían ya su estatua en las plazas de París, en resumen, individuos que, si hubiesen pensado en voz alta, hubieran sido sospechosos de estar paranoicos. La lectura de diarios íntimos de adolescentes muestra esta misma mezcla constante de abnegación hacia la humanidad y egocentrismo agudo: ya se trate de incomprendidos o de audaces persuadidos de su fracaso, cuestionándose teóricamente el valor mismo de la vida, o de los espíritus activos persuadidos de su genio, el fenómeno es el mismo en negativo o en positivo.Seis estudios de psicología, Ed. Gonthier, 1964, p. 82.

    Capitulo I

    La personalidad, manifestación inferior de la individualidad


    4 Para el lector, poco familiarizado con la forma en que el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov utiliza los dos términos: personalidad e individualidad, indicamos brevemente que la personalidad representa la naturaleza inferior del hombre y la individualidad su naturaleza superior. Los capítulos siguientes le suministrarán todas las aclaraciones necesarias. (Nota del editor.)

    Pregunta: Maestro, usted nos dijo un día que la personalidad no es de naturaleza divina. ¿Cómo se explica esto, puesto que nada existe fuera de Dios?

    Me planteáis aquí una cuestión muy importante pero muy difícil de abordar. En realidad, se puede tomar la palabra divino en dos sentidos diferentes. Cuando digo que la personalidad

    no es de naturaleza divina, quiero decir que no posee las cualidades de la Divinidad: la luz, la estabilidad, la eternidad. En este sentido es la individualidad la que es de naturaleza divina, pero la personalidad y la individualidad son una sola y misma realidad.

    Mirad lo que dicen los Libros sagrados acerca del bien y el mal. En ciertos libros antiguos de la India, por ejemplo, se encuentran pasajes tales que (es la Divinidad misma quien habla): Yo soy el bien y el mal. Yo he hecho todas las cosas... Así pues las guerras, las devastaciones, todo lo que es malo para nosotros, el autor es la Divinidad. Nos extraña leer semejantes cosas, pero es así: puesto que no existe nada fuera de Dios, incluso el mal o lo que nosotros sentimos como mal, forma parte de Dios. Y al mismo tiempo, en otros pasajes, Dios declara: No puedo tolerar el mal, soy irreductible, castigo a los malvados... Para comprender esta contradicción hace falta una gran luz. ¿Cómo puede Dios al mismo tiempo crear el mal y luchar contra él para vencerlo y aniquilarlo?

    Os lo dije un día: es posible que Dios quisiera crearse un espectáculo. Se aburría y quiso distraerse, por eso creó a los hombres... Y ahora los mira, ¡y se ríe!... Se ríe al ver todo lo que sucede entre ellos. Pero en realidad no hay más que Él, todo es siempre Él.

    Estudiemos ahora cómo se ha formado nuestra naturaleza inferior, la personalidad. El origen de la personalidad es el espíritu: es el espíritu quién lo ha emanado, segregado. En el origen está el espíritu y cuando el espíritu quiso manifestarse tuvo que fabricar vehículos adaptados a las regiones cada vez más densas de la materia en las cuales iba a descender. A estos vehículos se les llama cuerpos. Son, del más sutil al más denso, los cuerpos átmico, búdico, causal, que corresponden a nuestra naturaleza superior, la individualidad; después los cuerpos mental, astral y físico que corresponden a nuestra naturaleza inferior, la personalidad. Los cuerpos físico, astral (o cuerpo del sentimiento) y mental (o cuerpo del pensamiento) reproducen a un nivel inferior los cuerpos átmico, búdico y causal.

    Diréis: Pero, ¿cómo es posible que la personalidad, si es un reflejo de la individualidad, sea tan limitada, débil, ciega y esté sujeta a errores? Os responderé: cada uno de nosotros posee esta individualidad que es de esencia divina; vive en las regiones celestiales y goza allí de la mayor libertad y de la mayor luz; tiene la felicidad, la paz y posee todos los poderes. Sin embargo, en las regiones más densas de la materia, sólo puede expresarse en tanto se lo permitan los tres cuerpos inferiores (la personalidad). Por lo tanto, una persona que aquí abajo es débil, ignorante, malvada, es al mismo tiempo, arriba, una entidad que posee el conocimiento, el amor, el poder. He aquí porqué, en el mismo ser encontramos abajo esta limitación y arriba esta riqueza y esta

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