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El Laberinto: la metamorfosis
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El Laberinto: la metamorfosis
Libro electrónico172 páginas2 horas

El Laberinto: la metamorfosis

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El Laberinto: la metamorfosis, es un thriller psicologíco que explora los misterios de la mente humana, enmarcado en la historia de un famoso medico, quien tendrá que enfrentar sus demonios internos en una lucha entre lo real y lo sobrenatural. Es una novela con ribetes autobiográficos y basada en hechos reales que mantendrá al lector en total suspenso hasta la ultima pagina.

IdiomaEspañol
EditorialEDGAR RUIZ
Fecha de lanzamiento5 may 2024
ISBN9798224589302
El Laberinto: la metamorfosis

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    El Laberinto - Edgar Ruiz

    EL LABERINTO:

    LA METAMORFOSIS

    EDGAR RUIZ 

    Edward Romero vio a través de su ventana las incipientes luces de la ciudad que comenzaban a brillar. Desde su apartamento de 400 metros cuadrados la autopista del este de Caracas parecía una serpiente de coral, oscura a veces, con manchas a color en otros segmentos. Desde su lujoso trono aquella serpiente se parecía mucho a él, frio, pragmático y hábil, muy hábil para los negocios; una máquina de fabricar dinero -—lo llamaban sus amigos. -—Lo curioso es que Edward Romero no era empresario, ni financista, ni comerciante. Era médico, cardiólogo para más exactitud.

    ¿Cómo había evolucionado aquel médico nacido en un barrio de Petare y estudiante promedio a ser socio de varias empresas internacionales, a manejar cuentas bancarias en cuatro países y a manejar un Ferrari Testa Rosa quizás el único que existía en el país?

    Edward Romero era hijo de una clásica pareja, ella de Los Andes venezolanos, él de Las Costas del Oriente del país. Su madre, una mujer de hermosos ojos verdes muy merideña ella, se casó con el chofer del Rector de una Universidad de la Capital. De esa unión nació Edward, cuando el niño tuvo edad para ir a la escuela, ya sus padres tenían un pequeño abasto en el barrio donde vivían.

    La Familia Romero tenían dos características muy resaltantes: La primera, su madre, una mujer apacible, cariñosa y amable. La otra característica de los Romero era el inefable mal carácter del padre, violento y cruel. Solía golpear al pequeño por cualquier razón y a su madre, aunque ella lo negó hasta el cansancio.

    Edward Romero ingresó a la Universidad con ayuda de su padre, de hecho, su inteligencia era excepcional, aunque sus calificaciones no muy buenas. Si tenía alguna carencia natural, esta fue equilibrada por la habilidad que poseía de evaluar psicológicamente a las personas. Lo primero que hizo fue usar el oficio de sus padres en el comercio de víveres, para ganarse la simpatía de todos sus profesores.

    Todos amaban al gran Edward, y por supuesto recibían lo que necesitaban en su canasta alimenticia. Especialmente durante el triste año de 1989 cuando después de la masacre de muchos venezolanos, en el llamado Caracazo, la economía del país estuvo paralizada por varios meses. La capacidad innata de Edward Romero para negociar, lo hizo culminar la carrera de médico con una buena posición académica.

    El poco tiempo que laboró en hospitales públicos durante los últimos años de la década de los 90, fueron sin pena ni gloria, el joven médico incursionó en la política y aprendió mucho en el partido de derecha en el cual militaba. Allí conoció políticos, militares y empresarios que, en su futuro inmediato, consolidarían su nivel económico. Cuando el Socialismo comenzó a gobernar, Edward dejó de ser de derecha y se vistió de rojo de pies a cabeza, ahora leía a Marx, Trotski y Mao.

    El incipiente político, sabia como jugar sus cartas y tener un puesto gubernamental sería su nuevo paso. Como presidente del Sindicato de la Salud, comenzó a salir en televisión y un buen día conoció a Tomas Rostand, quien lo entrenó en el mundo de las finanzas. De allí, a obtener su primera Licitación en la dotación de implementos médicos para el sistema de salud pública, fue un paso muy corto. Su primer millón de dólares había llegado y en poco tiempo lo multiplicaría convenientemente.

    Lo primero que hizo Edward Romero fue invertir en una Clínica Privada, en un país donde el sistema hospitalario es casi inoperativo, una clínica fue un gran negocio. En cierta ocasión, el periodista de un Diario de circulación nacional comenzó a escribir duras notas de prensa contra el Dr. Romero. Edward no se enfadó ni solicitó un derecho a réplica como sus abogados le aconsejaron. Hizo otra cosa, se fue al periódico, se entrevistó con el director y un par de días después el reportero fue transferido a la sección de deportes.

    Romero hizo una oferta que no pudieron rechazar. Una Póliza de Hospitalización, Cirugía y Maternidad en su clínica, para todo el personal del periódico, con mejores condiciones que otras empresas de salud. El arte de la negociación volvía a producir frutos al médico empresario.

    Cuando notó que su posición política entorpecía los negocios internacionales, renunció a su cargo público. Con elegancia, diplomacia y habilidad mantuvo sus contactos, quienes se beneficiaban de su dinero, y él de tener sus tentáculos en ministerios, alcaldías y gobernaciones. Esa estrategia los hizo ganar mucho dinero a él y a su socio, llegando a tener el monopolio de las ventas al estado por veinte años.

    Todo hubiera sido casi normal, si los negocios de Romero-Rostand fueran del todo transparentes, pero no era así. Las máquinas y aparatos médicos que vendían como nuevos, eran en realidad usados. Los traían de Europa donde las normas de control habían prohibido su venta y terminaban en América, para más señas en Venezuela y algún otro país en vías de desarrollo.

    Era obvio que dichos aparatos tendrían una vida útil corta, y fallos de todo tipo, por lo que en un par de años terminaban como chatarra en patios y talleres gubernamentales. Se abría otra Licitación y un nuevo paquete de billetes iban a los bolsillos de los empresarios. Muchos pacientes terminaban siendo las víctimas de este negocio inmoral y cruel. Sin embargo, el jugar con la vida de las personas no molestaba la pragmática conciencia del Dr. Romero.

    25 años después veía cristalizados sus sueños mientras observaba por su ventana. Saboreaba una buena copa de La Rioja, importado para su uso personal y manoseaba la cabeza de un atigrado Pitbull Stuffawler de boca ancha, pechera blanca y mirada fiera. Su único ser querido.

    Iba por la segunda copa cuando su teléfono celular comenzó a sonar. Abrió el WhatsApp y tenía 3 contactos enviándole mensajes de voz. Arrugó el entrecejo y sus penetrantes ojos verdes despidieron una luz fría. El contacto decía Ana María. Suspiró – ¡Que fastidio con esta chica! — se dijo para sus adentros y no escucho el mensaje.

    Ana María Duval fue su novia unos años atrás, después de su divorcio. La relación marchó muy bien durante un tiempo. Ana era una mujer increíble, profesional, hermosa, inteligente, solo tenía un defecto, era cristiana practicante y sus estándares morales y espirituales comenzaron a fastidiar al Dr. Romero.  Al principio no le molesto en absoluto, simplemente la ignoraba cuando ella le hablaba de su fe, sin embargo, cuando comenzó a criticar sus negocios y sus tratos comerciales reñidos con la moral, esa fue la gota que colmó el vaso.

    Por un momento pensó en escuchar la nota de voz, de hecho, reconocía que la quería mucho todavía, no obstante, su codicia y amor al dinero eran más fuertes y paso al mensaje siguiente. Era su hijo Darwin quien vivía en Colombia junto a su madre.

    La relación del exitoso Doctor con su único hijo no era mejor que la que tenía con su exnovia. Al divorciarse no siguió la relación con el pequeño de 10 años, se encargó que estuviera económicamente muy bien, pero nada más, nunca fue el padre que el ahora joven de 23 años hubiera deseado. Tampoco escucho ese mensaje -—¡Seguro quiere más plata! -—fue su sentencia y pasó al siguiente.

    Este si le inspiró una sonrisa. Se trataba de Tomas Rostand, oriundo de Cataluña España, su socio. Esta nota de voz traía buenos presagios. Decidió escuchar con atención:

    -—Edward querido amigo, recuerda borrar esta nota después de oírla. Me han informado que en el Alto Gobierno se aproxima una Licitación. Al parecer es para dotar de tomógrafos de última generación al sistema público de salud. Por favor confirma esa información y comienza a mover tus relaciones, podríamos estar hablando de unos 600 millones. Avísame que consigues. Un abrazote macho. -—Escuchó dos veces el mensaje y procedió a borrarlo según las instrucciones.

    -—¡Guau!, bastante plata! El catalán está bien informado. -—pensó mientras marcaba un número telefónico. Con un historial de éxitos y una buena cantidad de enemigos, Edward Romero sabia cuando hablar y cómo hacerlo. Aquel día tendría la oportunidad de hacer gala de sus dotes de negociante.

    Espero un minuto y del otro lado sonó una voz femenina. Edward saludo cariñosamente:

    -—Sandra Corazón, ¿El señor viceministro no me quiere atender?

    -—No mi Doctor, no piense eso. -—Fue la respuesta inmediata. -—Lo que sucede es que el señor viceministro esta full ocupado, el presidente lo tiene loco. Pero usted sabe que aquí estoy yo para lo que necesite.

    -—Claro que lo sé mi Reina. -—Edward sonrió mientras explicaba directamente el motivo de su llamada:

    -—Un pajarito me conto que va haber licitación para los hospitales, ¿Es verdad eso?

    -—Si mi Doctor eso es cierto. Estamos redactando las condiciones para participar. Ese pajarito está bien conectado porque todavía la información no es pública. Dígame. ¿Está interesado?

    -—¡Amiga querida no me preguntas eso! ¿Le vas a preguntar a chivo si quiere jardín? Jajaja. -—Del otro lado sonó una risa divertida. Luego la voz de Edward se tornó seria y fría, mientras exclamaba:

    -—Nuestra Empresa tiene los mejores equipos del mundo, sólo calidad, recuerda. Además, también las mejores comisiones...

    -—¡Y los precios más altos también! Jajaja. -—Interrumpió la mujer del otro lado.

    Edward acusó el golpe con una mueca que fingía ser una sonrisa y contraataco:

    -—Claro amiga, los precios y la economía están locos, en todo el mundo. Pero cuéntame, que probabilidades tenemos de obtener ese negocio. Estamos hablando de 3 % de comisión. -—Hubo un silencio de un minuto y luego la voz femenina sonó fría y mecánica como si fuera una grabación:

    -—Mi Doctor un 5% nos parece lo más razonable en este caso, menos que eso es inaceptable. -—El Médico lanzó un beso silencioso a su teléfono y cerro el trato.

    -—¡No se hable más! Como en el pasado, estarán satisfechos con nuestro servicio. Dale mis respetos al señor viceministro. Estaré esperando tu llamada.

    -—Por supuesto mi Doctor. Tengan todos los documentos preparados que esto ya es un hecho, ya tenemos asignado el presupuesto. Un gran Abrazo. -—Edward colgó el teléfono y acariciando la cabeza de su Pitbull murmuró:

    -—Nicky querido amigo, tenemos que llamar al catalán. Esta vez te conseguiré una novia, ya tienes edad.

    Una enorme masa de neblina comenzó a ocultar la vista desde el palacio del Dr. Romero. Era ya de noche en la impredecible ciudad de Caracas, donde cualquier cosa puede ocurrir. El médico sorbió otro trago de Tinto y se sintió satisfecho de todo lo que había logrado en su vida.

    Una mujer lloraba lastimosamente mientras sostenía a su pequeño hijo en brazos. No estaba sola, a su alrededor más de treinta personas gemían y esperaban en la entrada que tenía un enorme cartel con la palabra EMERGENCIA. Era la entrada posterior de un pequeño hospital desvencijado casi derrumbado.

    Un Enfermero salió con su camilla, subió en ella a la primera persona que se topó y se alejó sin hacer caso de los gritos que pedían ser atendidos de primero, o por orden de llegada. Arrastró a su paciente al interior del hospital, sordo, cansado y exhausto. Dejando 29 enfermos y heridos lamentándose y profiriendo insultos.

    Adentro, el ambiente no era mejor, sangre y heces en el piso. Enfermeras corriendo y personas llorando y quejándose. Dos médicos con ropa verde saltando de camilla en camilla y dando instrucciones en voz alta casi gritando. Todo parecía indicar un estado de conmoción, quizás una tragedia o desastre natural, tal vez un atentado terrorista. Una enfermera joven con los ojos desorbitados pregunto amargamente a su compañera:

    -—¡Dios mío que desastre! ¿Qué sucede hoy, porque tantos pacientes? -—Su colega la miró con indulgencia y sonrió mientras le informaba:

    -—Nada extraño amiga. Bienvenida al hospital municipal hoy viernes. Esto es normal viernes en la noche, ya te acostumbrarás. -—Y siguió inyectando a un paciente en cuyos ojos ya se había apagado el brillo.

    El Médico encargado de la Emergencia en el hospital municipal aquel viernes en la noche era un hombre joven, no pasaría de 40 años, delgado, bien parecido, moreno y ágil. Provenía de una familia de médicos. Su padre fallecido ya, estaba enmarcado en una fotografía en el hall de entrada del hospital, todos lo recordaban con cariño y con respeto, ahora sentían lo mismo por su hijo, el Dr. Javier Estrada.

    Todos lo llamaban Dr.  Estrada y recibían a cambio una sonrisa afable, enmarcada en un fino bigote. Muchos hacían chistes sobre eso, decían que el Dr. Estrada sonreía siempre, parecía que nunca estaba enfadado, algo atípico en una profesión y asignación como la que llevaba. Así era él, buen carácter y experto médico. Ya eran las 7 de la mañana cuando cansado y trasnochado llegó a su apartamento en el oeste de la ciudad, conduciendo un Chevrolet con un par de décadas de vejez en su carrocería. Entró a la vivienda y se extendió sobre la cama mientras su esposa lo observaba con indulgencia y le decía: -—¿Otra guardia dura? ¿no? -—Como respuesta sonó un gruñido y el galeno cayó en los brazos de Morfeo.

    Eran las 5 de la tarde cuando el Dr. Estrada saltó de la cama, entró al baño y se duchó apresuradamente, mientras su esposa le servía la cena, desayuno y almuerzo al mismo tiempo, le preguntó alarmado:

    -—Amor, ¿porque no me despertaste antes? Es tardísimo, tengo consulta con los pacientes de psicología. -—La mujer hizo una mueca de desaprobación mientras le reprochaba:

    -—¿Y no

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