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Esteban el discípulo
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Libro electrónico505 páginas6 horas

Esteban el discípulo

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Esteban, el Discípulo, es una novela basada en los registros que se poseen sobre la vida de este gran personaje en Hechos, amalgamado al ministerio de Jesús. Se trata de una historia con sólidas bases en cuanto a los usos y costumbres de la época, que recrea los tiempos bíblicos a cabalidad.

'La evolución de un judío rico, Esteban, que deja su familia, la sinagoga y sus bienes materiales para seguir a Cristo, acompañada de una estupenda reconstrucción de época.

Los cuatro Evangelios canónicos sintetizados en el relato cuasi novelesco, profundo, ameno y ortodoxo de Máximo Olivera, donde no falta el martirologio del primer cristiano después de la resurrección de Jesús. Tampoco las citas bíblicas y la epifanía de los grandes misterios.'

Prof. Lauro Marauda.

Se trata de un libro de cuentos cortos, algunos de ficción pero otros basados en hechos reales. Esta cuidadosa selección de momentos, abarca una diversidad de temas tratados con diferentes metodologías tanto de composición como de construcción, a los efectos de que en su heterogeneidad cada lector siempre pueda encontrar un espacio confortable entre sus páginas, arrojando como resultado una obra exenta de monotonía y repleta de matices y giros inesperados. Un variado collar de perlas donde el lector podrá reír, emocionarse y hasta estremecerse a medida que se detenga a apreciar cada una de ellas. En esta surtida colección de historias se podrá encontrar relatos para todos los gustos, asegurando un buen entretenimiento luego de una amena inversión de tiempo de quien se sumerja en las impredecibles aguas de la imaginación. Se sorprenderá leyendo nuevamente algunas de sus historias luego de verse atrapado en la vibrante trama presentada.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 may 2024
ISBN9789974893702
Autor

Máximo Olivera Sum

Máximo Olivera Sum Nació en Tacuarembó, en 1978. Una vez finalizado el Bachillerato, inició su carrera como Oficial de la Fuerza Aérea Uruguaya en la Escuela Militar de Aeronáutica, graduándose en 2001 como aviador. Posteriormente impartiría clases de Historia Nacional en la Escuela Técnica de Aeronáutica y de Juego de Guerra "Fénix" en la Escuela de Comando y Estado Mayor Aéreo. Es piloto de aeronaves de ala fija y helicópteros. Al día de hoy se encuentra realizando la carrera de Periodismo en el IPEP (Instituto Profesional de Enseñanza Periodística). Es investigador, además de poeta, cuentista y ensayista. Para más información, contáctelo a través de su casilla de correo electrónico: maxiolsum@hotmail.com

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    Esteban el discípulo - Máximo Olivera Sum

    ESTEBAN

    El Discípulo

    ––––––––

    Una historia basada

    en hechos reales

    .

    ISBN: 978-9974-893-70-2

    Tel.: +598-97451445

    maxiolsum78@hotmail.com

    Tacuarembó – Uruguay

    © Rumbo Editorial

    Tel. 23360565 – 094 392 773

    rumboeditorial@gmail.com

    Montevideo – Uruguay

    Ilustración de portada: Gimena V. Gutiérrez

    ESTEBAN

    El Discípulo

    ––––––––

    Una historia basada

    en hechos reales

    MÁXIMO OLIVERA SUM

    Máximo Olivera Sum

    Nació en Tacuarembó, en 1978. Una vez finalizado el Bachillerato, inició su carrera como Oficial de la Fuerza Aérea Uruguaya en la Escuela Militar de Aeronáutica, graduándose en 2001 como aviador. Posteriormente impartiría clases de Historia Nacional en la Escuela Técnica de Aeronáutica y de Juego de Guerra "Fénix" en la Escuela de Comando y Estado Mayor Aéreo. Es piloto de aeronaves de ala fija y helicópteros.

    Al día de hoy se encuentra realizando la carrera de Periodismo en el Instituto Profesional de Enseñanza Periodística (IPEP).

    Es investigador, además de poeta, cuentista y ensayista.

    ––––––––

    Para más información, contáctelo a través de su casilla de correo electrónico: maxiolsum78@hotmail.com

    También puede encontrarlo en Amazon, Apple Books, Barnes & Noble, Kobo, Everand, Smashwords, Tolino, OverDrive, Bibliotheca, Baker & Taylor, BorrowBox, Hoopla, Vivlio, Palace Marketplace, Odilo, Fable y Draft2digital.

    A Claudia,

    mi compañera eterna,

    y a nuestro amado pichón Yohan.

    PRÓLOGO

    Una conmovedora historia de ficción basada en relatos de las sagradas escrituras.

    ¿Sería Esteban aquel Joven Rico..., que ante el desafío del Salvador emprende un camino de aprendizaje y conversión que lo lleva a obtener su propio testimonio, hasta sellarlo con su muerte?

    Con un lenguaje más que apropiado, citando las escrituras para ubicarnos en los momentos tan recordados de la vida de Cristo, y con un minucioso estudio de las costumbres y vivencias de la época, el autor nos describe con detalle la búsqueda y conversión de un hombre que deja todo para seguir a Jesús.

    ––––––––

    Cristina Calcagno

    PREFACIO

    Durante la elaboración de la presente obra, se buscó suministrar una estructura en base a un concienzudo estudio de la Biblia y de otros textos de apoyo como ser manuales de usos y costumbres de la época y la región, para exponer a la vez la historia de un excelso personaje que aparece en sus páginas, de quien curiosamente se hizo una escueta referencia, pese a ser el primer mártir cristiano que se conoce después de la resurrección de Jesús.

    Dicha historia, de carácter histórico, se encuentra embebida en una hipótesis personal, surgida de múltiples cabos sueltos detectados durante el análisis realizado de la información disponible, los cuales son traídos a colación y concatenados a lo largo del desarrollo en torno al personaje principal.

    Si bien el autor no es un experto en costumbres y tradiciones hebreas como así tampoco un historiador, ni mucho menos se considera un exegeta de la Biblia, tan solo ha intentado aproximarse lo más posible a la realidad mediante el estudio de aquellas, y asesoramiento y revisión autorizados. También ha incluido muchos términos devenidos de la época y el entorno influenciado por diversas culturas, por caso el lenguaje, estilo, costumbres, etcétera, a fin de familiarizar al lector con aquellos tiempos, aunque sin dejar de asistirlo mediante el empleo de notas explicativas o ampliatorias al pie de página.

    Algunos sitios o períodos son estimados o aproximados, dado que no existen suficientes acotaciones o referencias geográficas o cronológicas como para aseverar el lugar o el momento preciso. Al igual que algunos personajes ficticios, los cuales se hizo necesario incluirlos a los efectos de construir la historia con una cohesión suficiente, pero que no son de relevancia histórica ni decisorios en cuanto a la obra en sí misma, más allá de alguna coincidencia o paralelismo, que el lector podrá comprobar de seguir la lectura con recurrencia en las sagradas escrituras.

    No es intención del autor convencer al lector de dicha teoría, sino nada más sugerir la posibilidad y despertar el interés en este sentido. Por el contrario, es su voluntad y deseo enaltecer a todas aquellas distinguidas personas que formaron parte de estas hojas, quienes figuraron en los escritos de tiempo antiguo y fuera de toda ficción realmente existieron, aunque no dependa exclusivamente de él el poder realizar semejante empresa.

    Asimismo, si además de disfrutar de una interesante y amena historia, el lector desea conocer más en profundidad sobre las profecías que hicieron referencia al advenimiento de Jesucristo en la carne, si le interesa aprender más sobre sus incomparables y sabias enseñanzas, y si está dispuesto a sorprenderse con las grandes maravillas que efectuó durante su breve pasaje por la tierra, esta obra le puede resultar de buena utilidad.

    Una imagen

    vale más que mil palabras,

    pero un sentimiento

    más que todas las imágenes.

    Por los caminos de Judea

    ––––––––

    ‘El que tiene oídos para oír, oiga.’

    Mateo 11:15; Marcos 4:9

    ––––––––

    En aquellos días, habiendo mucha agitación en toda la provincia de Judea[1] por causa de un hombre, de quien todos afirmaban que había venido la palabra de Dios, el cual se llamaba Juan hijo de Zacarías[2], pasaron por la residencia de Esteban un grupo de fariseos y escribas montados sobre asnos. Estos eran conocidos suyos de oficiar en la sinagoga, y al verlo, se detuvieron a manifestarle su sorpresa:

    —¿No has ido tú también a escuchar al supuesto profeta que clama en el desierto?

    Esteban estaba de pie junto al camino, disfrutando del hermoso día que hacía, con los brazos en jarra y su barba recién ungida con aceite. Días comparables a aquellos tiempos en los que, siendo niño, todo parecía brillar en tonalidades doradas. Sin contrariedades, apuros de ningún tipo ni mucho menos adversidades; todo era alegría, juegos y certezas en la seguridad de la nave que timoneaban mancomunadamente sus padres. Recordó aquella escritura que decía: ‘Nunca digas: ¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que estos? Porque nunca hay sabiduría en esta pregunta.’[3] Y, suspirando hondo, coincidió a cabalidad con aquel sabio adagio.

    Al ver la nube de polvo que levantaba la comitiva tras su paso, no pudo menos que exclamar:

    —Amigos, si es por esta causa vuestro notorio apuro, tengo que confesar que ciertamente he escuchado algunos rumores. Asimismo, debo por fuerza también preguntaros dónde se encuentra este profeta, porque por estos días en Jerusalén[4] no he visto a ninguno, más que oportunistas y malvivientes.

    —He aquí, que somos enviados nuevamente por los principales a la región circunvecina del Jordán. Allí se encuentra predicando el bautismo del arrepentimiento para la remisión de pecados[5], según su palabra.

    Esteban trató de asimilar aquella frase y encontrar el sentido de sus palabras, mientras jugaba ensimismado con el cordón azul de uno de los flecos de su manto entre sus dedos.

    El fariseo observó de arriba abajo a Esteban, para luego recriminarle:

    —No llevas puestas tus filacterias[6]. ¿Acaso te estás volviendo un helenista con sus nuevas modas de claro perfil transgresor?

    Llevaba puesta una túnica blanca de algodón de una sola pieza, sin costura, que le llegaba hasta los tobillos y con mangas sueltas que le cubrían hasta la mitad del antebrazo, con el borde del cuello en V bordado de color anaranjado (pues su casa se distinguía por este color, siendo esta de la tribu de José), ceñida por la cintura por un cinto de cuero trenzado, producto de sus propias factorías. Encima portaba un manto confeccionado en seda del mismo color. Este tenía coloridos flecos en el borde con un cordón azul, con anchas franjas de igual color en las cuatro esquinas. Calzaba sandalias finamente labradas en cuero y llevaba un casquete en la cabeza, de lino fino bordado en naranja y azul.[7] En su mano derecha portaba un anillo. Esta sortija, aunque servía de adorno, más que un ornamento era el sello de su firma.

    Fustigado por aquella observación, Esteban respondió:

    —Nada de eso. Yo siempre tengo presente que fuimos sacados de Egipto con mano poderosa y pondero cada día la Pascua de la redención del primogénito de Egipto. No obstante, clavada al poste de la puerta de mi morada está la mezuzah[8] de mi casa.

    El fariseo omitió aquel comentario y prosiguió diciendo:

    —Fuimos la primera vez y le escuchamos hablar con mucha osadía, tanto así que la gente se maravillaba de sus punzantes palabras. De esta manera, retornamos a Jerusalén con el fin de entregar nuestro informe; no obstante, fuimos enviados por segunda vez a indagar quién es y a buscar una confesión de su propia boca de si es el Cristo que ha de venir. Aunque no deje esto de resultarme por lo menos descabellado.

    Sonreía Esteban de un modo socarrón cuando preguntó:

    —¿Sois sacerdotes y andáis tras un lunático en el desierto? A Abraham tenemos por padre y la ley de Moisés cumplimos al pie de la letra; no necesitamos de prestarle atención a cualquiera que salga a las calles a autoproclamarse mesías, ¿no os parece?

    —Lo mismo opino yo, y me atrevería a hablar por el resto de mis compañeros —dijo echando una fugaz mirada a los demás—. No obstante, debemos ir porque así nos ha encomendado el sumo sacerdote Anás[9]. Si quieres puedes acompañarnos, aunque no sea más que por mera curiosidad. Sabes que tu compañía siempre nos resulta grata.

    —Esto ya lo sé. Lo mismo digo, mis amigos. Y, ¿en qué lugar se encuentra este hombre?

    —En Enón, junto a Salim.[10]

    —¡Pues, si no me equivoco, por mis cálculos queda camino de un día, son como ciento cincuenta estadios[11] de distancia hasta el lugar! —exclamó Esteban—. No quisiera ofenderos, pero tengo un negocio que atender y voy tarde ya. A vuestro regreso podréis contarme de cuánto halláis visto y oído de este Juan.

    Esteban los despidió y se encaminó a hacer la habitual recorrida vespertina de sus puestos de venta ubicados en la zona comercial de la ciudad, uno (el mayor de todos) próximo al acueducto, en la Gran Calle del Mercado en la ciudad alta, el segundo frente al teatro romano, otro frente al manantial de Gihón, por la parte interna de la muralla en las estribaciones de la colina Ophel, y el cuarto ubicado en las inmediaciones del monte Moriá donde se hallaba el Templo, haciendo cruz con el hipódromo.

    Deteniéndose ante cada conocido que se cruzaba en el trayecto hasta sus tiendas, se tomaba su tiempo para realizar largas salutaciones, como lo dictaba la costumbre. Hablaban de los más variados temas, desde lo genérico hasta lo más específico y puntual que pudiera tratarse. Por otro lado, sus comercios estaban en orden como era habitual. Aprovechaba entonces para simpatizar con los clientes, buscando atender todos sus minuciosos requisitos, satisfaciendo así los antojos más exigentes, a fin de que se convirtiesen en asiduos compradores de sus productos, retornando siempre a por más.

    Los fariseos, en tanto, continuaron su camino; sin embargo, al arribar al sitio donde se hallaba Juan, se encontraron con que era tal la multitud rodeándolo que les fue imposible aproximarse para tener una entrevista personal con él. Frustrados, se volvieron sobre sus pasos ya cayendo el sol, con la intención de retornar al día siguiente buscando mejor albur. Puesto que temían ser reprendidos por haber fallado en su comisión, aprovecharon todo el camino de retorno para urdir una buena explicación.

    La visita al Jordán

    ––––––––

    ‘...muchos son los llamados,

    pero pocos los escogidos.’

    Mateo 20:16; 22:14

    ––––––––

    El día clareaba cuando Esteban volvió a toparse con la misma comitiva del día anterior. Esta vez su encuentro se efectuó próximo al segundo puesto de venta que poseía en uno de los sitios mejor ubicados de toda Jerusalén: frente al teatro romano en las cercanías del palacio de Caifás. Había pasado rápidamente por el primero, en la gran calle del mercado, y luego de constatar que todo fuera bien, continúo su recorrido matutino como solía hacerlo cada día.

    Entre gritos típicos de feria, gente regateando precios sin tregua, niños zigzagueando a toda velocidad por en medio y gallinas picoteando por todos lados, se detuvieron a retomar la conversación que habían dejado inconclusa la víspera pasada.

    —Amigos, ¿otra vez os encuentro merodeando? Bien podría aseverarse que no estoy completamente ciego ni loco[12] si afirmo que andáis muy fatigados tras la pista de un mesías.

    Ante la risa de Esteban, el cabecilla de la compañía no hizo esperar su respuesta:

    —Antes de hacer burla de nosotros, estando Dios presente, deberías considerar aparecerte más seguido en la sinagoga a cumplir tan siquiera con alguna de las plegarias como grupo de sacerdotes que somos.

    Esteban sabía que no asistía tan seguido como desearía el sumo sacerdote. Sin embargo, tenía la consciencia tranquila de saber que no faltaba a un solo Shajarit, Minjá o Arvit[13] en el día. En su fuero interno, tenía la firme convicción de que la relación del hombre con Dios también se podía producir a través de la tefilá[14], sin importar el lugar físico donde se encontrase y esto muy a pesar de todas las insistencias del clérigo superior.

    —No me recriminéis por lo que veis sin antes conocer lo que no veis, puesto que siempre tengo presente a la divinidad y en mi corazón llevo en todo momento una plegaria.

    Ehud[15], uno de los fariseos que tenía más confianza con Esteban, pues eran amigos de tiempo atrás, quien no había sido enviado la primera vez, no pudo retener el comentario que se había atravesado en su garganta:

    —Puede ser que en tu corazón siempre tengas una plegaria, pero muy apretujada entre todas las riquezas que eventualmente heredarás de tu progenitor.

    Los demás rieron por lo bajo. Esteban omitió comentario con un semblante hosco. Ehud se apresuró a continuar la conversación al ver el evidente descontento de su amigo.

    —Vamos de camino a los valles del Jordán.

    Observando a su rechoncho amigo con el antiestético turbante que tenía por costumbre llevar puesto, inquirió:

    —¿Os estáis por ventura volviéndoos discípulos de ese hombre? —dijo esbozando un razonamiento irónico y, para reafirmar la idea, agregó: —Si os pasáis en viaje tras el sujeto.

    —Nada de eso, solo volvemos temprano en la mañana, puesto que fue infructuoso nuestro viaje de ayer, en un intento por encontrarlo con una multitud un poco menos apiñada.

    Esteban percibió que iba en serio la cosa y de que aquel sujeto, del cual todo mundo comentaba, se había convertido en un verdadero suceso. Era indudable que por lo menos una brizna fuera de lo común estaba ocurriendo. Había algo en aquel hombre que atraía en gran manera al vulgo.

    —¿Nos acompañas esta vez? Queremos ver si por la divina providencia le hallamos ser un verdadero profeta o de lo contrario, acabaremos por desenmascarar al sinvergüenza a fin de entregarle al Concilio.

    Le restaban tres locales más por recorrer. Su padre se hallaba muy enfermo y guardaba reposo, por lo que toda la tarea y responsabilidad recaían sobre sus hombros. Al fin y al cabo, era el futuro heredero de toda la fortuna que había amasado su progenitor. Aunque a Esteban esto no le seducía demasiado.

    Si bien las riquezas que administraba en lugar de su padre le proporcionaban comodidades, reconocimiento y ciertas ventajas con las que no contaba la mayoría de los pobladores, nunca fue súbdito de ellas. Eran todo lo que el sacrificio y esmero de su padre habían producido, y él haría honor a su nombre, pero sólo por amor a él.

    —Con gusto los acompañaría, pero aún me restan...

    Ehud conocía a su amigo y adivinando sus palabras, se anticipó al veredicto, cumpliendo con el papel de atraer a Esteban que le habían encomendado.

    —Esteban, amigo, ven con nosotros y tu popularidad en el Sanedrín se verá ostensiblemente beneficiada. Además, al regreso te quedará buena parte del día por delante para recorrer el resto de tus tiendas. Créeme, mi ingenuo amigo, tus empleados conocen las horas de tus rondas y aunque los recorrieras durante mil años más, jamás lograrías sorprenderlos en algún espurio asunto.

    No le importaba tanto su popularidad como no descuidar los negocios de su padre; sin embargo, tenía razón su astuto amigo. Por otra parte, la curiosidad ya le ganaba y hacía mucho tiempo que estaba demasiado inmerso en el trabajo. Le vinieron de repente deseos de salir a dar un paseo que lo sacara un poco de la tediosa rutina de siempre.

    —Está bien, pasaré por la tienda ubicada frente al hipódromo; allí tengo algunos asnos y luego de hacer un rápido sondeo, podremos salir de la ciudad por la puerta de las aguas para dirigirnos hacia el río.

    Ehud lanzó una mordaz carcajada.

    —Mi amigo, con todo el dinero que tienes, ¿cuándo harás por comprarte un buen caballo y así le des un merecido descanso a tus pobres asnos?

    —Permíteme ponerle la albarda a mi asno y usar sin prisa el escabel en tanto que estemos en tiempos de paz. Dios no lo permita, recuerda que habrán de venir tiempos en los que ni todos los mejores caballos serán suficientes.

    Contentos sus amigos de haberlo convencido, y reconociendo la astucia del sumo sacerdote de haber enviado a Ehud, avanzaron envalentonados por la nueva incorporación. De esta manera, le acompañaron hasta la tienda y posteriormente, esquivando variopintos carros ambulantes cargados de todo tipo de mercancías de lo más exóticas, sorteando camellos procedentes de tierras lejanas y pateando perros callejeros, se abrieron camino hacia su lugar de destino: las exuberantes riberas del río Jordán[16] aguas arriba de la desembocadura en el mar Muerto.

    Acostumbrados a las piedras del camino, apuraron el paso para evitar el sol abrasador del mediodía y el tórrido soplo proveniente del desierto. Esteban iba callado, no podía creer que hubiera aceptado semejante invitación. Lo había hecho porque su amigo Ehud se lo había pedido. Perdería más de medio día en pos de una insensata travesía.

    Ya próximos a la zona, esperaba encontrarse con otro panorama distinto. Cuando vio de lejos a la muchedumbre en todo igual a un hormiguero, no pudo disimular su sorpresa.

    Ehud le observaba silenciosamente a medida que iban acercándose al lugar, esperando ver la reacción que tendría. Nadie podía dejar de admitir que hacía mucho tiempo que no se veía algo similar en los alrededores, quizá nada parecido desde antes del nacimiento de aquella generación. Habían escuchado muchas historias contadas por sus padres y abuelos, tradiciones orales que perpetuaban leyendas formidables, empero nunca antes habían presenciado cosa igual. Como Ehud lo había previsto, Esteban se quedó paralizado ante lo que veían sus ojos. Y él mismo, pese a los comentarios de las primeras expediciones, se admiró de aquel inusual espectáculo.

    Cercana la hora cuarta[17] del día, pese a la gran cantidad de gente que ya había en torno al hombre, pudieron tomar posición a una distancia suficiente para escuchar su predicación. Ubicados en la cima de una pequeña loma, le veían sin problemas, con lo cual Esteban notó que estaba vestido de pelo de camello y tenía un burdo cinto de cuero alrededor de sus lomos[18].

    Enseguida recordó al valeroso profeta llamado Elías Tisbita[19], del cual se hacía mención en las escrituras, y no pudo evitar reconocer las notables similitudes que había entre las peculiaridades que caracterizaban a Juan y los rasgos distintivos de aquel varón de Dios, y que por extensión se atribuían a los profetas. Hacía pocos días había leído algunos pasajes del libro del profeta Zacarías, con lo que tenía fresca en su mente un fragmento que decía con claridad: ‘nunca más se vestirán con manto velloso para engañar.’[20] Esto provocó que Esteban se estremeciera.

    —Esta vez tuvimos suerte, las veces anteriores no pudimos aproximarnos por mucho a una distancia tan ventajosa —comentó uno de los escribas al situarse en lo alto de la loma.

    —Dicen que se alimenta de langostas y miel silvestre —le susurró Ehud al oído.

    Esteban le oyó, pero no respondió. Le interesaba prestar atención a lo que tenía para decir aquel hombre al cual habían venido expresamente a escuchar.

    El hombre macizo y tosco, abundantemente barbado, de aspecto saludable pese a vivir una vida ermitaña en el desierto, hablaba a voz en cuello con una confianza y franqueza admirables. Su mirada penetrante hacía llegar las palabras que proclamaba con una contundencia apabullante. Entre tanto, la gente ingresaba por las orillas hacia él para efectuar el ritual al cual él llamaba bautismo por inmersión para la remisión de los pecados.

    El Bautista

    ––––––––

    ‘Arrepentíos,

    Porque el reino de los cielos

    Se ha acercado.’

    Mateo 3:2

    ––––––––

    Entre un bautismo y otro, pregonaba una doctrina que, si bien clara y concreta, discordaba en muchos aspectos con la ley que conocía desde que tenía memoria y que se le había transmitido a través de su padre y los principales. Además, su constante retórica en contra de fariseos y escribas era acentuadamente hostil.

    Viendo Juan que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía:

    —¡Oh generación de víboras! ¿Quién os ha enseñado a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos: ‘A Abraham tenemos por padre’; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras.[21]

    Y los que eran bautizados por él en el Jordán, confesaban sus pecados.[22]

    Esteban sintió aquellas palabras como si fuesen dirigidas directamente a él. Siempre había creído que era justificado por ser hijo del patriarca Abraham y que poseía todos los privilegios del convenio que antaño Dios había efectuado con él. Con todo, se esforzaba por cumplir al pie de la letra con toda la ley de Moisés y no faltar un ápice a ningún ritual farisaico.

    No obstante, hubo una palabra que le había dejado intranquilo, obligándole a reflexionar: arrepentimiento. No sentía que tuviera de qué arrepentirse, aún más le maravillaba la forma en que la gente acudía a confesar todos sus hechos secretos. En los libros sagrados nada hablaba acerca del arrepentimiento personal en aquel sentido, sin que fuese satisfecha la demanda de la justicia mediante el sacrificio de animales.

    En tanto, Juan continuaba diciendo:

    —Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.[23]

    ¿Acaso se llamaba a sí mismo representante del reino de lo alto? ¿Estaría dando testimonio de su propia persona, arrogándose atributos divinos? De ser un tanto más osado indefectiblemente habría de incurrir en blasfemia, cavilaba Esteban.

    —Aparentemente ya tiene discípulos que le siguen —murmuró un levita que integraba la comitiva.

    Entonces vino a su mente una escritura: ‘Porque este es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.’[24]

    Hizo un alto en la multitud de juicios de valores que iba vinculando uno tras otro en absoluto silencio al escuchar aquellas palabras. Entonces no se llamaba Señor a sí mismo.

    Y estando el pueblo a la expectativa, se preguntaban todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo.[25]

    —Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento, pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar o siquiera desatar su correa, es más poderoso que yo; él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.[26] —aseguraba Juan con el agua por la cintura.

    Toda aquella cuestión lo intrigó profundamente. Daba testimonio de alguien mayor que él, a quien la gente seguía cual verdadero profeta. ¿Qué clase de cualidades tendría que habría de ser aún mayor que él? ¿Qué espíritu era este del cual hablaba asociándolo al fuego? ¿Podría quizá ser un emisario de los adoradores de dioses paganos, proveniente de Grecia o tal vez de la mismísima Roma?

    —Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el alfolí y quemará la paja con fuego que nunca se apagará.[27]

    Y la gente le preguntaba; diciendo:

    —Pues, ¿qué haremos?

    Y respondiendo, les decía:

    —El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo.[28]

    Era costumbre hacer limosna entre el pueblo israelita, y Esteban no era la excepción. De hecho, le agradaba dar siempre un poco más de lo que su corazón le proponía en cada oportunidad que se presentara. Incluso sus pingües ofrendas eran siempre bien recibidas en la sinagoga. Así que, en este particular no decía o agregaba nada nuevo a la ley, aunque no dejase de ser encomiable su consejo.

    Y vinieron también unos publicanos para ser bautizados y le dijeron:

    —Maestro, ¿qué haremos?

    Y él les dijo:

    —No exijáis más de lo que os está ordenado.

    Y le preguntaron también unos soldados, diciendo:

    —Y nosotros, ¿qué haremos?

    Y les dijo:

    —No hagáis extorsión a nadie ni calumniéis, y contentaos con vuestro salario.[29]

    Entonces Juan levantó la cabeza a la multitud y extendiendo su mano, dio testimonio otra vez de aquel a quien él precedía y clamó, diciendo:

    —Este es aquel de quien yo decía: El que viene después de mí es antes de mí, porque era primero que yo. Porque de su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia. Porque la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad vinieron por medio de Él. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer —y con otras muchas exhortaciones anunciaba las buenas nuevas al pueblo.[30]

    Ehud se arremolinaba la barba entre los dedos, observando al predicador y con profunda cavilación, aseveró:

    —Sin dudas que este a quien hace referencia debe de ser mayor en edad que él mismo, puesto que afirma que era antes que él.

    Esteban le restó importancia a aquella observación, para sumirse aún más en sus pensamientos, los cuales estaban enfocados en el cúmulo de información que brindaba aquel hombre, y que le llevaban a considerar la posibilidad de ser partícipe de aquellas promesas que hacía y que inspiraban en su pecho un anhelo de conocer más cabalmente a Dios.

    —¿Cómo sabe este sobre todas estas cosas de que habla cuando nunca se lo ha visto en una escuela para ser instruido? —se preguntó en voz alta Ehud— ¿Con qué autorización o licencia viene a proclamar ser enviado de Dios con un mensaje para la nación de Israel? Jamás existió ni por asomo extenderle tal cosa de parte de los rabinos o de los principales de los sacerdotes. Nunca se ha presentado en una sinagoga ni en los patios del templo, donde enseñan con potestad los escribas y los doctores de la ley.[31]

    >>Me aproximaré para hacerle algunas preguntas, pues supongo que no tienes intención de perder más tiempo del necesario —dijo Ehud, refiriéndose a Esteban.

    Esteban se sintió arrancado de su solícita atención para contestarle a su amigo:

    —Oh, sí. Adelante, cumple con el propósito de tu venida a este lugar —contestó un tanto distraído.

    Ehud, dejando las riendas de su asno en manos de uno de los integrantes de la comitiva, se adelantó por entre la gente e ingresando al agua hasta posicionarse a tan solo unos metros del hombre, esperó con paciencia el momento oportuno para dirigirse a él. Entonces Juan, mirándole con fijeza, aseveró:

    —Tú no vienes aquí a recibir el bautismo.

    Ehud se sorprendió al escuchar aquella afirmación; asimismo, aunque lo tomó desprevenido, de todas formas, formuló una primera pregunta:

    —Tú, ¿quién eres?

    Y confesó y no negó, sino que confesó:

    —Yo no soy el Cristo.

    Y le preguntó:

    —¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías? —volvió a interrogarle con tangible acritud.

    Dijo:

    —No lo soy.

    —¿Eres tú el profeta?

    Y respondió:

    —No.

    Entonces le dijo:

    —¿Pues quién eres?, para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?

    Dijo:

    —Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.

    Ante aquella ratificación, Esteban arqueó las cejas.

    Ehud, por su parte, le preguntó:

    —¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías ni el profeta?

    Y Juan le respondió, diciendo:

    —Yo bautizo con agua, mas en medio de vosotros hay uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que ha de venir después de mí, el que es antes de mí, de quien yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia.[32]

    Ehud tragó saliva ante la convicción con que hablaba el hombre. Entre tanto, la cabeza de Esteban daba vueltas pensando en quién sería aquel de quien el bautista hacía tan particular mención. Si bien aquel personaje era en extremo singular y llamativo, mucho más resultaba ser aquel de quien se decían tantas cosas impresionantes.

    Sin duda tendrían mucho de qué hablar al regreso.

    Retorno a casa

    ––––––––

    ‘No juzguéis según las apariencias,

    sino juzgad con justo juicio.’

    Juan 7:24

    ––––––––

    Ciertamente aquella escena a la cual había podido asistir, lo había tomado por sorpresa y hubo no menos de dejarle perplejo. Aquel personaje sumergido hasta la cintura en el Jordán, siempre serio y proclamando cosas no tan sencillas de asimilar por todo mundo, con una confianza y desinhibición sin igual, había causado una acentuada impresión en Esteban. Lo había puesto a pensar de manera minuciosa sobre todo lo que estaba ocurriendo y en cuánto involucraba.

    Aprovechando las elaboradas carreteras diseñadas por los romanos, las cuales comunicaban el norte del país con el sur, entre otras ramificaciones secundarias, optaron por transitar un suelo liso y nivelado, antes que andar a los tumbos por los desparejos suelos de Israel. Pese a estarle terminantemente prohibido el uso de dichas calzadas a todo aquel que no perteneciese al imperio, los pobladores oriundos de Judea, por tanta proximidad con la cultura romana, muchas veces se involucraban de tal forma en aquella aparente convivencia, que acababan engañándose a sí mismos en cuanto a ciertos aspectos cotidianos. De esta forma, se dejaban llevar, arriesgándose a usufructuar de ciertos privilegios que les estaban vedados, so pena de recibir un castigo ejemplar e incluso la muerte en algunos casos.

    Ehud y los demás no eran hombres de darle cabida al silencio con fines recreativos ni mucho menos didácticos, y en ese momento en particular, Esteban necesitaba un poco de privacidad para organizar sus percepciones y poder así sacar sus propias conclusiones al respecto. Por su lado, Ehud y su comitiva, parloteaban sin parar al unísono, bromeando sobre la chifladura de remate que tenía aquel extraño sujeto. A cada puntualización anodina que hacía alguno, el resto reía a carcajadas hasta que les dolía la panza.

    Sintiéndose ya incómodo, Esteban buscó una excusa para continuar el regreso solo. Participó a regañadientes unos momentos en el jaleo, de manera que no fuesen a ofenderse por tomar a mal que les abandonara. Tras unos forzados momentos, cortó las risotadas y los aullidos ocasionados por las bufonadas que intercambiaban de continuo:

    —Amigos, deberán disculparme, pero la naturaleza llama, y cuando lo hace es un mandato.

    Todos dirigieron sus miradas hacia Esteban, parando en seco toda su hilaridad, al verse de improviso completamente descolocados. Permanecieron así hasta que soltaron todos juntos un carcajeo aún más cerrado, al punto de tener que tomarse el vientre a riesgo de que no se les fueran a desprender aquellas constituciones de tejido adiposo por los bruscos sacudones que daban.

    —Nos has hecho llorar de la risa, Esteban. ¿No me digas que te ha entrado necesidad de ir a cubrir tus pies[33] justo ahora, de regreso a casa y en medio de la nada?

    Esteban sonrió sonrojado:

    —¿Qué se le puede hacer? Es así, como ustedes ya saben, con esto no se juega ni se negocia.

    Todos volvieron a reír sonoramente.

    —Ve tranquilo, amigo, que aquí estaremos esperándote.

    Esteban se vio contrariado con la solidaridad de sus compañeros.

    —¡Oh, no! Os ruego que continuéis por el camino de regreso a Jerusalén, de lo contrario no podré concentrarme con vosotros aquí esperando a que yo termine. Además, ya estamos bastante cerca; si no me equivoco detrás de aquella colina ya se puede ver la ciudad.

    En realidad, habían visto hacía poco a la vera del camino una piedra miliar romana[34] que indicaba por lo menos el doble de distancia de la que Esteban pretendía hacer creer a sus compañeros.

    Se miraron entre sí y, encogiéndose de hombros, decidieron tácitamente continuar sin Esteban.

    —Está bien, supongo que es un asunto serio lo tuyo —dijo por lo bajo Ehud, a lo que todos volvieron a descostillarse de la risa y en estas, retornaron al camino dejando atrás a Esteban en compañía de su asna.

    A la postre, convenientemente desembarazado del grupo, Esteban se apeó para luego dar un amplio rodeo, con la finalidad de poner suficiente distancia entre él y los demás.

    Mirando hacia adelante, pero sin ver nada en específico realmente, dejaba fluir sus pensamientos sobre todo lo que había visto y escuchado. Para entonces, había olvidado que la recorrida de sus negocios había quedado pendiente. Las sandalias de cuero que portaba eran nuevas, las había estrenado para la ocasión, y a poco de comenzar a caminar, le produjeron unas feas ampollas que le recordaron lo duro que puede ser el camino, a la vez que le arrancaron de su profunda meditación.

    Más allá de las vicisitudes de la vida, de las distracciones cotidianas, de las propensiones y caprichos mundanos, de las apabullantes responsabilidades, y cuanto el ser humano tuviera que afrontar y sortear a lo largo de su existencia, subyacía cual sólido y firme suelo rocoso la verdadera razón de toda aquella concreción y la realidad del Promotor de todo ello, que dejaba su huella por doquier.

    ‘No existen las casualidades’, repetía siempre su padre, ‘Solo las causalidades que provoca el Creador para realizar sus inefables designios’. ¿Podría ser que lo que se conocía desde hacía siglos sobre el advenimiento de su Rey, cuya creencia profesaban los judíos, estuviese en efecto cumpliéndose? ¿Acaso las prominentes súplicas de Israel a Jehová llevadas a cabo en las ceremonias de su adoración, así como en las devociones privadas, en cuanto al envío del Mesías prometido estaban siendo confirmadas con un tangible e incontestable cumplimiento?

    Escrita por mano de Moisés la ley, y dada por él a los sacerdotes, hijos de Leví, que llevaban el arca del convenio de Jehová, y a todos los ancianos de Israel[35], en la antigüedad, así les mandó que tomaran aquel libro de la ley y lo pusieran al lado del arca del convenio de Jehová su Dios, para que estuviese allí por testigo contra el pueblo.

    Allí existían sobradas referencias a la venida de Cristo a la tierra para ser revestido de carne[36]. Por consiguiente, pudiera ser que lo único que faltara fuese que la gente que estuviese viéndolo, pudiera abrir los ojos para ya no estar ciegos a todo ello y contemplaran por sí mismos el cabal cumplimiento de la promesa por tan largo tiempo esperado.

    ‘Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar’[37] decía el primer libro escrito por Moisés. Pues por medio de la posteridad de la mujer se iba a realizar la victoria final sobre el pecado y su efecto postrero, la muerte.

    ‘Y bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en

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