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Tu reflejo en el mar: Reflejo en el mar
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Tu reflejo en el mar: Reflejo en el mar
Libro electrónico260 páginas3 horas

Tu reflejo en el mar: Reflejo en el mar

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Información de este libro electrónico

Anne Fisher vive una vida monótona junto a su esposo Adam a la orilla de la playa. Anne, a pesar de aceptar su destino, no puede escapar de lo que el futuro le tiene preparado. Jhon Cooper, su nuevo vecino, la ayudará a encontrar la verdad. Envueltos bajo la sombra de un misterio, Anne y Jhon se ven acorralados a trazar un camino donde florecen nuevas pasiones, teniendo como su mayor testigo al mar. ¿Podrán superar la tormenta que los rodea? Sumérgete en Tu reflejo en el mar, una historia envolvente y adictiva que combina erotismo, romance y misterio. Cada capítulo te dejará deseando más, pues nada es lo que parece. ¿Estás preparado para embarcarte en esta emocionante travesía?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 oct 2023
ISBN9789564063188
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    Tu reflejo en el mar - Sigried Reidel

    Tu reflejo en el mar

    © 2023, Sigried Reidel

    ISBN Impreso: 978-956-406-198-6

    ISBN Digital: 978-956-406-289-1

    Primera edición: Septiembre 2023

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, tampoco registrada o trasmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mediante mecanismo fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo escrito por el autor.

    Imprenta: Donnebaum

    Impreso en Chile/Printed in Chile

    Introducción

    ¿Has escuchado alguna vez la teoría del pájaro enjaulado?

    Cuando una persona encuentra herido a un pajarito, lo deja en una jaula y lo cuida hasta que mejora. El ave se siente protegido, conforme y normaliza que su amo lo deja encerrado.

    Muy bien, ahora imagina que ese pájaro nunca fue un animal. Fuiste tú. Entraste herida y permaneces sola todos los días de tu vida. Nadie te habla, nadie te escucha. Solo te exhiben y se llenan la boca hablando de cómo te rescataron.

    Los humanos somos animales y, al igual que las aves, necesitamos tiempo, cuidados y amor.

    ¿Crees que es una enfermedad saber volar? Pues, yo lo pensé durante mucho tiempo.

    Hoy, luego de dos años de casada con Adam Fischer, el mejor y más prestigioso abogado de la zona, sigo aquí, mirando por la ventana cómo las olas azotan las rocas y mi cuerpo pide a gritos libertad.

    Capítulo 1

    Lluvia

    23 de febrero. 00:05 horas.

    Son las doce la noche y Adam aún no llega. Me paso todo el puto día sola en esta enorme casa, esperando a que venga y me cuente algo sobre el exterior.

    Mirar las paredes y los cuadros pintados con mis manos es algo que me llena, pero no lo suficiente como para decir que soy feliz.

    Vivir lejos de la ciudad, en donde tu única vecina es una anciana con Alzheimer, no ayuda. Ir a conversar con ella es repetir cada cinco minutos mi nombre. Siempre me he preguntado: ¿realmente se olvidará de mí? Porque si hay algo que siempre recuerda son mis chocolates. Qué doloroso es que me los pida. Son mi adicción; si no están en mis bolsillos siento que el mundo se acaba. La hija de la señora Flynn siempre me regaña, ya que es diabética.

    Miro por la ventana de la cocina, sin disimulo. Me parece extraño ver tanto movimiento en la casa de mi vecina. ¿Una ambulancia? Espero no ser la culpable de eso, ya que en la tarde fui a verla y bueno..., perdí la cuenta de cuánta azúcar comió.

    No quiero ser la vecina bisagra, pero ¿será prudente ir a ver qué es lo que ocurre? Quizá la anciana se volvió a escapar desnuda y la ambulancia llegó porque agarró algún resfrío de gravedad.

    El ruido de la puerta abriendo hace que me despegue de la ventana y al darme la vuelta, veo que mi esposo viene hacia mí. Como siempre, impecable. Sus ojos verdes llenos de brillo, pero sus labios hacen una línea, una línea que está a punto de transformarse en palabras.

    —Anne, no sé cómo decirte esto. —Me mira a los ojos. Noto un toque de preocupación en su rostro.

    Me acerco a él para hacerle cariño en su mejilla.

    —Por favor, dilo rápido. Por tu rostro imagino que no es algo simple de digerir.

    —La señora Flynn falleció. Lo lamento, sé que eran cercanas. —Baja la mirada. Me acerca a él con un tierno abrazo.

    Lo miro y pienso que mi vida cada día está más solitaria.

    —¿Vas a estar bien? —pregunta mientras me hace cariño en la espalda.

    Asiento, solo tengo ganas de refugiarme en mi rincón, mi lugar especial, en donde no soy molestada por nada más que por el ruido de las olas y el color mágico del océano.

    —Mañana llega la familia. No podrás ir a los funerales, pero sí puedes ir a despedirte, el velorio será en su casa. —Me acaricia con sus dedos el cabello.

    —Claro, no puedo alejarme de esta casa.

    La rabia e impotencia se apoderan de mí con tan solo recordarlo.

    Miro cuidadosamente la camisa de Adam y me doy cuenta de que tiene lápiz labial en el cuello. No digo nada. Es un buen esposo, me trata bien, pero lo más importante es que me tiene entre sus manos.

    —¿Todo bien, Anne? —pregunta, acercándose lo suficiente como para sentir su respiración.

    —Estaré bien, solo necesito salir a caminar.

    —¿A esta hora? Está lloviendo. —Arruga el entrecejo a modo de desaprobar mi idea.

    Lo miro, le doy un cálido beso en los labios y me doy la vuelta para abrir la puerta.

    El viento y el agua de la lluvia enfrían mi blanco rostro, abro la boca mientras dejo entrar las gotas de lluvia en mi interior.

    Estoy cansada, agotada, necesito correr y escapar, pero no puedo.

    En otra vida, en otro mundo, estaría ejerciendo mi carrera como arquitecta, disfrutaría de mis veintiséis años y viajaría por el mundo.

    Camino hacia el mar, mirando cómo me alejo de mi casa, pero no demasiado, ya que sería la imprudencia más grande que podría hacer.

    Me siento en la arena y mientras veo el reflejo de la luna en el agua, me doy cuenta de que no estoy sola. Una silueta se hunde y se pierde bajo las olas.

    Me acerco e intento ver más, con disimulo, pero no lo consigo. La oscuridad no deja ver mucho.

    Regreso a casa.

    «Un desconocido es mucho riesgo para mí en estos momentos», pienso mientras la lluvia acrecienta su caída y abundancia.

    Adam me espera con un cálido abrazo y una toalla. Me mira mientras me desnudo, sabiendo que no conseguirá nada de mí. Mis pechos traicionan el momento dejando ver el frío que estoy sintiendo. Me visto con el pijama de seda y voy hacia él.

    —Lo lamento. —Cierro los ojos, siento cómo traga aire para luego tirarlo con fuerza por la boca. Lo asume, lo presume. No habrá sexo entre nosotros, no porque no queramos, sino porque estamos demasiado dañados.

    Capítulo 2

    El velorio

    23 de febrero. 09:30 horas.

    No hay nada más mágico que despertar con el sonido de la lluvia.

    Me siento en la cama y Adam se queda mirándome, mientras termina de secarse el cabello color castaño con la toalla.

    Su cintura y masculinidad es tapada con una pequeña toalla. Sigo sintiendo cosas por él, pero mi razón pelea con mi cordura. Lo único que sé es que ya no es amor.

    —Adam, ¿quién es? —pregunto sin dar una pista de lo que quiero saber.

    Su cara se transforma, intuyo que duda lo que le estoy preguntando.

    —¿Quién es quién? —responde nervioso, desviando su mirada de la mía.

    Aún no logro entender por qué sigue conmigo. ¿Será lastima?

    —La mujer que te hace llegar tarde. La misma mujer que deja su marca de labial en tu camisa —digo con suavidad. Aunque por dentro me hierve la sangre y deseo mandarlo lejos de mí.

    —No entiendo. Tú sabes que me quedo trabajando hasta tarde porque mis días son perdidos. Estoy en tribunales toda la mañana y en la tarde preparo los casos. —Su mirada baja.

    No quiero seguir insistiendo. Las cosas ya están suficientemente mal como para generar una discusión.

    —Anne, regresa conmigo. —Se apoya con ambas manos en los pies de la cama, sin quitarme la mirada—. Si decides volver a mi lado sin mirar atrás, te aseguro que lo que viene en un futuro será mejor. Verás los colores más bonitos y no necesitarás un paracaídas para caer, porque estaré yo para tomarte entre mis brazos. —Clava su mirada en mí.

    Le doy un tierno beso, lo miro, pero sus palabras no son suficientes. Necesito acciones.

    Me levanto y, antes de ir a la ducha, voy a la cocina a preparar unos bocadillos para el velorio. Adam llega a mi lugar de trabajo y, sin pedir permiso, roba uno de ellos. Se quema y eso nos hace reír. El ambiente deja de estar denso entre nosotros.

    Me ducho, me arreglo y vamos tomados de la mano como la pareja perfecta que todo el mundo cree que somos.

    «Si supieran lo tóxicos que podemos llegar a ser», pienso mientras saludamos a la gente con nuestra cara de hipócritas.

    Me siento ahogada con tanto alboroto. Voy a la cocina y disimulo el no querer estar en ese lugar ordenando la comida y poniéndola en bandejas para repartir. Me doy la vuelta, choco torpemente con un hombre. No lo veo, ya que de inmediato me agacho para recoger lo que tiro en el suelo. Él me ayuda y, sin darnos cuenta, nos levantamos al mismo tiempo.

    Quedamos frente a frente. Su cabello alborotado, sus ojos color turquesa y perfecto bronceado me hacen pensar que estoy en el lugar incorrecto. Me alejo y veo que me estira la mano.

    —Jhon Cooper.

    —Anne Fisher. —Me presento.

    —Tú eres la vecina, la de los chocolates. —Ríe.

    —No sé qué te habrá dicho la anciana, pero me los robaba —digo a modo de defensa.

    —Tranquila, creo que estás un poco a la defensiva, no tiene nada de malo que regales dulces a una anciana de ochenta años que no tiene controlada su diabetes. —Roba uno de los bocadillos que están recién recogidos del suelo y se lo mete en la boca.

    —Sabes que ese bocadillo que te estás comiendo es uno de los que estuvo...

    —Sí, lo sé. No me importa. —Levanta una ceja.

    —Eres muy ...

    —¿Muy qué? ¿Sexi? —interrumpe. Sonríe.

    No sé quién es, pero estoy segura de que cuando lo engendraron no fue el espermio más agradable. Su humildad parece que se quedó junto a la repartición de simpatía.

    Sigo ordenando, lo siento moverse hasta llegar a mi espalda.

    —Eres bonita, vecina. Espero que nos llevemos bien —susurra en mi oído.

    Suspiro, no puedo creer lo confianzudo que es y, mientras lo veo alejarse con otro de mis bocadillos, digo:

    —Imbécil.

    Adam va por mí. Me nota nerviosa, pero logro salir del paso apresurando la repartición de comida.

    La despedida de la señora Flynn no es nada fuera de lo común y mi frialdad es un hecho. No siento nada más que lástima por los familiares que la lloran, y mientras observo cómo la mueven para llevarla al funeral, me preparo para regresar a casa.

    Mi hogar está frío, voy por leña para encender el fuego de la chimenea. Me acomodo en mi lugar favorito y, mientras escucho las olas del mar, me sumerjo en las páginas de mi libro.

    * * *

    No sé cuánto tiempo llevo leyendo, pero el atardecer hace que tenga que cerrar mi historia. Veo la hora y Adam nuevamente no llega. Eso solo me hace pensar que pasaré nuevamente mi soledad mirando por la ventana.

    La silueta de un hombre entrando en el agua se hace presente. Al parecer, la misma que vi la noche anterior. Salgo de mi casa y con disimulo camino hacia la playa. Puedo ver su cuerpo completamente desnudo, pero no logro ver su rostro.

    Sigo acercándome, con miedo de no alejarme tanto de mi casa. Puedo verlo. Su cuerpo es perfecto y es tan sexi que no logro evitar morderme el labio inferior.

    Mis pensamientos se inundan viendo cada uno de sus movimientos mientras mi libido exige que le ponga atención.

    «Tienes que regresar, Anne», pienso. Regreso a mí y, dando la media vuelta, me voy a casa.

    Me preparo un té, voy a mi rincón. El hombre sigue en el mismo lugar. Cierro los ojos y recuerdo su torso desnudo mientras una de mis manos baja lentamente hasta llegar a mi sexo. Estoy húmeda y, sin perder el estímulo visual, comienzo con movimientos circulares sobre mi clítoris.

    Estoy extasiada, pero siento a Adam entrar a la casa y me repongo para esperarlo como la esposa perfecta a la que él dice amar.

    Capítulo 3

    Tu silueta

    28 de febrero. 14:00 horas.

    Adam está preparando sus cosas para irse de viaje por un mes. Me apoyo en el marco de la puerta para observarlo.

    Nada cambia en mi vida cuando se va por trabajo. Lo extraño, es verdad, pero sigo con el sentimiento de soledad.

    Lo veo cerrar la maleta y acercarse a mí.

    —Sabes que te amo, ¿verdad?

    La verdad es que no lo sé. Sus palabras me dicen una cosa, pero su constante despreocupación hace que ponga en duda todo lo que habla.

    —Lo sé —miento.

    No quiero dar explicaciones.

    Me da un cálido beso. Su lengua se cruza con la mía y nuestra despedida entrega calor en mi cuerpo. Una bocina interrumpe, haciendo que nos separemos. Trago aire y resoplo mientras veo cómo coge su maleta y se va.

    Los espacios son cada vez más grandes para mí y decido aprovechar el día de sol para ir a la playa.

    Me confieso. Mi paseo es con la esperanza de ver al hombre que he visto bañarse en el mar durante los últimos días, pero no consigo más que encontrarme nuevamente con mi soledad.

    Abro mi libro y me hundo en el mundo de Jane Austen.

    Una voz me saca del romanticismo, una voz que es difícil de escuchar por completo porque el sonido del mar no baja su volumen.

    Miro hacia adelante. Un cuerpo con sudadera negra y gorro del mismo color me da la espalda.

    —¡Perdón, no escuché lo que me dijiste! —exclamo. Levanto la voz para que pueda oírme.

    —Hoy no tendrás espectáculo. No me gusta bañarme con sol —responde.

    La vergüenza me atrapa. Me levanto del lugar en donde estoy y decido volver a casa.

    —No tienes que irte.

    Pienso en que es mejor dar la cara. Me acerco, quiero saber quién es, pedir perdón por mis arrebatos sexuales.

    Está sentado cerca de la orilla, casi mojándose con el agua. Puedo ver su rostro reflejado en el mar.

    Retrocedo al darme cuenta de que es el mismo imbécil que conocí en el velorio de la señora Flynn.

    —No te arranques. —Se levanta y me da la cara.

    —No lo hago, es solo que...

    —No puedes alejarte de tu casa. Bonito accesorio el que tienes en el tobillo. —Señala mis pies.

    —No sé a qué te refieres. —Me miro y no hay nada notorio.

    —Tu tobillera. Estás con arresto domiciliario. Lo vi el día que tiramos la comida en el velorio de mi abuela.

    —¿Era tu abuela? —Sonrío. Tratando de no entablar una conversación desagradable.

    —¿Me vas a contar qué fue lo que hiciste? Creo que merezco saberlo. Supongo que no fue por algún delito sexual. —Levanta una ceja, ríe.

    «Por supuesto que no, idiota», pienso. Carraspeo, nerviosa, porque sus últimas palabras me dan a entender que sabe lo que hago cuando lo miro.

    —No es necesario que te pongas nerviosa. También te veo, Anne Fischer. —Se acerca más de lo que corresponde, pero menos de lo deseado.

    Mi cabeza trae recuerdos de él desnudo y mi cuerpo quiere llamar la atención humedeciendo mi intimidad.

    —Jhon, lo siento...

    —Shh... —Pone su dedo índice sobre mis labios.

    Tengo que reconocer que, a pesar de su soberbia y poca humildad, me atrae.

    —¿Me vas a decir qué fue lo que hiciste?

    —¿Por qué tendría que contártelo? No te conozco.

    —¿Segura que no me conoces, Anne? —Se aleja, sonríe —. Creo que me conoces más que cualquier mujer. Quizá tus dedos puedan decírtelo.

    —Eres un imbécil. —Doy un paso atrás, me encamino hacia mi casa ocultando mi vergüenza. Me siento enojada por su atrevimiento, así que me apresuro.

    Lo siento correr, me interviene.

    —Déjame en paz, Jhon —pido, con ganas de mandarlo a la mierda.

    —Se te quedaba tu libro. —Me lo entrega con una sonrisa.

    Más que enojo, siento vergüenza. Vergüenza de mí misma. ¿Cómo puedo estar tan enferma? Es asqueroso lo que hice con ese hombre. Aunque, por lo visto, a él no le molestó.

    Llego a casa, me preparo mi té. Sin nada que hacer regreso a mi rincón. Dentro de mí sé lo que voy a encontrar. Lo veo desnudándose.

    —Creí que no le gustaba bañarse con sol —le digo a mi soledad.

    Tomo mi libro. Intento no

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