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Navegando por los vientos mundanos
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Libro electrónico141 páginas2 horas

Navegando por los vientos mundanos

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En un mundo donde las pérdidas y ganancias, los fracasos y triunfos, las críticas y alabanzas, y el dolor y el placer definen nuestra existencia diaria, hallar el equilibrio se convierte en nuestro mayor desafío. Frente a estos incesantes 'vientos mundanos', nos encontramos en una encrucijada: ¿cómo forjar un camino auténtico?

Navegando por los vientos mundanos se sumerge en las profundas enseñanzas del Buda, ofreciendo reflexiones y herramientas prácticas. No es solo un libro para leer, sino una brújula para encontrar armonía y sentido en el vertiginoso mundo contemporáneo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 abr 2024
ISBN9788410179141
Navegando por los vientos mundanos

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    Navegando por los vientos mundanos - Vajragupta

    INTRODUCCIÓN

    Por fin había llegado. Ahora podría instalarme y continuar escribiendo mi libro sobre los vientos mundanos. Me las había arreglado para tener dos semanas libres en mi ajetreada agenda, y un amigo me había permitido quedarme en el camper de su familia fuera de la ciudad. Esperaba con gran interés este proyecto de escribir este libro y fue de gran alivio poder finalmente poner manos a la obra, así como un placer hacerlo en un lugar tranquilo con un hermoso paisaje.

    Dos días después mi madre llamó por teléfono, angustiada, y dijo que mi padre de 89 años había sufrido una caída en casa. Había sido llevado al hospital por algunos días. Mi padre había estado mal durante algún tiempo, pero de pronto parecía mucho más débil.

    Con el corazón afligido, decidí abandonar el camper, empacar mis libros, mi computadora y trasladarme a pasar unos días con mamá y papá. Viajé al lugar donde ellos vivían y conseguí hablar con su médico. Mi padre tenía cáncer de estómago, y se había extendido a otras partes de su cuerpo, por lo que no había nada que hacer. Pregunté cuánto tiempo le quedaba por vivir. El médico dijo que era difícil de decir y se mostraba renuente a dar una respuesta. ‘¿Serán semanas o meses?’, pregunté. Fue cuestión de semanas.

    Durante las próximas semanas pasé tanto tiempo como pude con la familia. En virtud de que su apartamento es pequeño, me instalé en un hotel local. Pasaba las mañanas en mi pequeña habitación con su calefactor ruidoso y un fregadero con un desagüe que gorgoteaba cada media hora. Me senté con mi computadora portátil, que coloqué sobre  mis piernas y escribí este libro. A la hora del almuerzo fui a ver a mi madre, le hice algunos mandados y luego caminamos en la calle hasta el hospital para ver a mi padre.

    En un principio el hospital era un lugar extraño, desconocido, pero esa breve caminata se volvió muy familiar. Había un árbol donde solía cantar un petirrojo, aun cuando era mitad del invierno. El hospital tenía puertas corredizas y paredes color beige en los largos pasillos. Pasábamos por la sala de televisión, el departamento de rayos X y la habitación desde la que siempre gritaba una anciana ‘ayuda, ayuda, necesito ayuda’, sin importar cuántas veces el personal acudía a verla.

    Como escribió William Blake, la alegría y la aflicción se entrelazan finamente. Fueron semanas extrañas, tristes, dolorosas. Mi padre se tornaba más débil y más delgado, hasta que llegó a estar demasiado frágil para sostenerse de pie, sus piernas, brazos y manos eran como las patas de un pajarito. Nada podíamos hacer; simplemente lo vimos desvanecerse.

    También fueron semanas extrañamente inspiradoras y hermosas. Mi padre parecía aceptar lo que estaba sucediendo con una tranquila humildad. Sin quejarse, sin exigir, mantenía el sentido del humor. Una ocasión estaba con él en el hospital y llegó una enfermera con aguja y jeringa en mano para tomar una muestra de sangre. Se acercó gentilmente, él se subió la manga y dijo: ‘¡Adelante! Hágalo rápido, para que esté listo antes de que me dé cuenta’. Casi al final, cuando él difícilmente podía hablar, le ofrecí un poco de agua. ‘Ah, un poco de deliciosa agua, – gracias’, dijo. Había algo tan digno en la forma tranquila pero enfática en que me agradeció.

    Pase agradables momentos con él, mirando el fútbol en la televisión, solía ofrecerle un trago de oporto cuando las enfermeras no lo estaban cuidando, y leyéndole historias: un conmovedor recordatorio de cómo en ocasiones él me leía cuentos antes de ir a dormir.

    Así que escribí este libro durante un momento significativo en mi vida y en la vida de mis padres. Mientras escribía en esa pequeña habitación, los vientos mundanos se arremolinaban a nuestro alrededor. ¿Estaría disponible para mi papá esa casa hogar para ancianos? ¿Estarían bien las cosas cuando lo visitaran los familiares? ¿Sufriría mucho dolor? ¿Se podría transmitir a tiempo un mensaje para mi hermano, viajando por África?

    ***

    La vida está llena de altibajos, circunstancias grandes o pequeñas que pueden desatar ansiedad o aversión, esperanza o desesperación, añoranza o miedo, o que pueden provocarnos una respuesta más creativa y noble: generosidad, bondad o comprensión. El Buda a menudo hablaba de estas situaciones en términos de los ocho ‘vientos mundanos’: ganancia y pérdida, fama y fracaso, alabanza y crítica, placer y dolor.¹ En los textos budistas la palabra que se usa es lokadhammas. Literalmente, se traduce como ‘condiciones mundanas’: las condiciones siempre cambiantes del mundo, las diversas circunstancias de la vida que todos encontraremos en algún momento. A veces obtenemos lo que queremos, a veces no. En momentos nos sentimos amados y populares, en otros momentos nos sentimos lejos del centro de atención. En ocasiones la gente parece aprobar y elogiar lo que hacemos, en otras ocasiones nos critican y censuran. A veces la vida está llena de placer o deleite, otras veces hay dolor y malestar.

    Mientras que ‘las condiciones mundanas’ es la traducción literal, los ‘vientos mundanos’ es una interpretación más poética. La metáfora del viento es apropiada. El viento golpea por aquí y por allá, cambiando la dirección de manera inesperada. No podemos ver el viento, pero podemos sentir sus efectos, ya sea como una brisa cálida placentera o una ráfaga helada penetrante. Un día las nubes de tormenta llenan el cielo, al siguiente día el viento las esparce, revelando un cielo azul puro y soleado, y sería inútil intentar frenar o desviar al viento.

    Del mismo modo, los vientos mundanos soplan de un lado a otro. Ante cualquiera que sea nuestras circunstancias en la vida, incluso si somos jóvenes y saludables, talentosos y populares, ricos y acomodados, aun así experimentaremos en algún momento ganancia y pérdida, placer y dolor. Los vientos mundanos son esas circunstancias en la vida que no podemos controlar completamente; nuestra única opción es cómo respondemos ellas. A veces nos atrapan con la guardia baja y nos hacen volar de un lado a otro, nos desequilibran y hacen girar nuestras mentes. Como el viento que aviva las llamas de una hoguera, permitimos que los vientos mundanos enciendan los fuegos de la avidez y la aversión en nuestros corazones.

    Son los ‘vientos mundanos’ porque se encuentran en todo el mundo. Ante ellos no hay escapatoria. Aunque pueden soplar de diferentes maneras y grados, y en diferentes lugares, aun así soplan a través de todo: en la casa, en el trabajo, durante las vacaciones, en la escuela.

    Estos vientos también son ‘mundanos’ porque dejarse llevar por ellos significa ser arrastrados por los caminos del mundo. Por lo general, esperamos que el mundo se adapte perfectamente a nuestros deseos. Ignoramos, o intentamos ignorar, la realidad de la vida, la natural y simple verdad de que la vida está sujeta a condiciones complejas y cambiantes que nunca podremos controlar por completo. En algún nivel sabemos que los vientos del cambio soplan constantemente; suena obvio, evidente por sí mismo. Sin embargo, en algún otro nivel, muy en el fondo, esperamos que la vida sea justa, que todo salga bien. Nuestras pequeñas irritaciones y decepciones, nuestra sensación de dolor e injusticia cuando no obtenemos lo que queremos revelan esta ilusión subyacente. Aprender a navegar por los vientos mundanos implica aprender en qué momento necesitamos renunciar a nuestros deseos, ajustándolos a la realidad de la situación. Si bien es difícil hacer coincidir nuestros deseos con los deseos del mundo, esperar que el mundo coincida con nuestros deseos es totalmente inútil.

    ***

    Las páginas que siguen contienen las descripciones más detalladas sobre ganancia y pérdida, fama y fracaso, alabanza y censura, placer y dolor, así como las innumerables formas en que pueden manifestarse en nuestras vidas. Observarás que algunos de los ejemplos que he mencionado son muy cotidianos; incluso pueden parecer un poco triviales. Quizá pienses: ‘Está muy bien hablar de practicar la ecuanimidad cuando te golpeaste el dedo del pie con la pata de la mesa o cuando derrotaste a tu viejo rival de bádminton siete partidos a cero, pero ¿qué pasa cuando estás bajo amenaza de quedar desempleado, o algún miembro de la familia está realmente enfermo?

    La razón por la que muchos de los ejemplos dados son más comunes es precisamente porque son las condiciones que encontramos día a día: las ráfagas y chubascos diarios, en vez de un tornado furioso que barre a través de nuestra vida, lanzando todo por los aires. Este tornado está destinado a llegar en algún momento de nuestra vida; pero son los pequeños, incluso los triviales altibajos de la vida, con los que la mayoría de nosotros está trabajando la mayor parte del tiempo.

    Aunque parezcan insignificantes, no son triviales en términos del efecto que tienen sobre nosotros. El budismo dice que las acciones tienen consecuencias. Todo lo que hacemos o decimos, así como la intención ética, el estado mental y emocional que la motivó, tienen un efecto. Nos condiciona; determina el tipo de persona en que nos convertimos. Observar cómo respondemos a los vientos mundanos en la vida diaria nos muestra este ‘karma de las cosas cotidianas’, que en la tradición budista se llama ‘karma habitual’. Como explica el maestro de budismo Sangharákshita:

    Gran parte de la vida de uno probablemente se compone de karmas habituales, acciones que repetimos una y otra vez, y con frecuencia sin darnos cuenta del efecto que tienen sobre nosotros. Es posible que la acción no sea muy importante – quizá no lleve mucho tiempo–, pero si la hacemos todos los días, tal vez varias veces al día, tiene su efecto, como gotas de agua que desgastan una piedra. En todo momento estamos generando karma, ya sea forjando una especie de cadena que nos ata o plantando semillas de crecimiento futuro.²

    En términos de los vientos mundanos, notamos que incluso pequeñas ráfagas y chubascos pueden producir en nosotros irritación, ansiedad o quizá insatisfacción, por lo que trabajar en ellos mejorará la calidad de nuestro estado mental subyacente y, por lo tanto, nuestra calidad de vida. A veces son estas pequeñas pruebas de la vida las que hacen aflorar lo peor en nosotros. Por tal motivo nos tornamos irritables, ansiosos o egoístas. Quizá esto sucede porque, siendo relativamente menores, nos pillan desprevenidos. Por otro lado, las pruebas más grandes de la vida pueden sacar lo mejor de nosotros, como recursos de paciencia, bondad o percepción que ni siquiera sabíamos que

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