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Largo viaje sin retorno: Largo Viaje sin retorno
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Libro electrónico188 páginas2 horas

Largo viaje sin retorno: Largo Viaje sin retorno

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En la historia a menudo hay ficción y en la ficción a veces mucha historia. Se argumenta que de manera ocasional historia y ficción colisionan, pero luego se funden y se enriquecen mutuamente. En ninguna parte este hecho ha sido más evidente que en América Latina, con el surgimiento de un importante movimiento literario y prominentes escritores.
La novela Largo Viaje Sin Retorno se ubica en esa tendencia literaria. Narra diversos episodios de la vida de Gerónimo Gallegos y Leonor Santa Cruz, personajes ficticios que representan seres reales cuyas historias personales se entrelazan con la historia político social de su país. Sus vidas se asemejan a la de millones de chilenas y chilenos comunes que vivieron los efímeros y apasionantes días del gobierno de la Unidad Popular, el sangriento golpe de estado y los siniestros años de la dictadura cívico-militar
La narración avanza hacia un promisorio final con la valiente y ardua gestión de Leonor por conseguir la libertad de Gerónimo, la maravillosa noticia del nacimiento de su hija Valentina Leonor, la obstinada búsqueda de un país donde emigrar y el largo viaje a un exilio sin retorno.
Se puede concluir entonces que Largo Viaje Sin Retorno es una novela donde historia y ficción colisionan, pero luego ambas se funden y se enriquecen. Es una narración autobiográfica donde la historia real emerge y fluye a través de la actuación de los protagonistas ficcionales.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 mar 2024
ISBN9789564062808
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    Largo viaje sin retorno - Rolando Vergara

    Prólogo

    La lucha de resistencia contra la dictadura de Augusto Pinochet comenzó el mismo día del golpe militar que derribó el Gobierno Constitucional el 11 de septiembre de 1973. Fue iniciada por el propio Presidente Salvador Allende, quien combatió con las armas en la mano en el Palacio La Moneda junto a un puñado de revolucionarios contra los militares insurrectos.

    Después del heroico combate del Presidente Allende en defensa de la dignidad del pueblo chileno, la democracia y el socialismo, la lucha prosiguió bajo otras formas, dando paso a la difícil tarea de reconstrucción clandestina de los partidos de la clase trabajadora para continuar la lucha de resistencia contra la tiranía.

    Los que asumieron la ardua y peligrosa misión de reconstruir el partido fueron combatientes socialistas anónimos, héroes sin nombre que arriesgaron sus vidas en los peores momentos, cuando reinaba el terror y la represión dictatorial en nuestro país.

    Gerónimo Gallegos fue uno de esos centenares de combatientes anónimos, uno de aquellos militantes simples y resueltos que ante los momentos cruciales y aciagos que vivía su patria asumió de manera consecuente sus ideales y ocupó el puesto que les correspondía en la lucha de resistencia para reconquistar la libertad y la democracia.

    Largo Viaje Sin Retorno es una novela donde historia y ficción colisionan, pero luego ambas se funden y enriquecen. Es una narración autobiográfica donde la historia real emerge y fluye a través de la actuación de los personajes ficcionales.

    El autor.

    Capítulo 1

    Septiembre de primaveras y memorias

    En el cielo predominaba el azul esa mañana, sin nubes grises, muy propias de la estación. Los rayos cálidos del sol se proyectaban sin obstáculos entre las ramas de los árboles, que ya comenzaban a quedarse desnudas por la obstinada brisa que volvía, una y otra vez, a quitarle hojas doradas, haciéndolas volar en el aire y empujándolas hacia los senderos del parque.

    No se divisaba gente por ninguna parte, solo un pájaro rompía con su canto la monotonía y la soledad del lugar. Lo más impresionante aquel día era el cambio sorpresivo del paisaje. El parque se había pintado, en una extraña metamorfosis, de fantásticos colores: amarillo, anaranjado y rojo. Septiembre recién asomaba en las páginas del calendario.

    Gerónimo Gallegos conocía muy bien aquel lugar, pues era su parque favorito de la ciudad. Había estado allí en muchas ocasiones y tenía más de una razón para siempre regresar. Había caminado por sus senderos y explorado todos los rincones, casi siempre solo, ensimismado en sus lejanos pensamientos.

    Algo extraño e inexplicable, sin embargo, no le hacía sentido, pues tenía ante sus ojos una inaudita contradicción. Septiembre no era el mes de septiembre que él recordaba, y estaba seguro de que el otoño de las hojas multicolores nunca había llegado en esa fecha.

    Septiembre era el tiempo de la exuberante eclosión de la naturaleza después del frío y prolongado invierno. Era el instante del brote repentino de las hojas verdes y de la aparición súbita de las flores maravillosas. Y era también el momento de la renovación de las esperanzas, del florecimiento del amor y de la vida nueva. Entonces, debería ser, de modo incuestionable, el inicio de la primavera y no del otoño.

    Septiembre tenía, además, una muy peculiar significación histórica y política, no solo para Gerónimo, sino para todos los exiliados que vivían en la ciudad.

    El Emily Murphy Park es una franja angosta de tierra ubicada en la orilla sur del río Saskatchewan, el cual divide la ciudad en norte y sur. El nombre del parque, Emily Murphy, es un homenaje a una prominente periodista, escritora, jurista y activista canadiense que se destacó en la lucha por los derechos de la mujer.

    A pesar de ser un parque pequeño, tiene todas las comodidades que las familias buscan para disfrutar de un día grato al aire libre y cerca de la naturaleza. Más o menos en el centro están los baños y contiguo a estos hay una plaza de juegos para niños. En el lado opuesto al río, donde comienza el cerro y se empinan los árboles más altos que ofrecen su fresca sombra, están las mesas de pícnic y los bancos que invitan a los transeúntes a sentarse a descansar.

    Los bancos del parque tienen algo distinto y singular. Son más grandes de lo normal, firmes, con una base de concreto, con dos tablones de madera maciza de dos metros de largo de color café claro que sirven de asiento y dos tablones similares que forman el respaldo. Arriba, en el centro del respaldo, sobresalen unas placas negras con inéditas dedicatorias.

    Se acercó a uno de los bancos y se detuvo a cierta distancia, nostálgico y ensimismado en sus recuerdos.

    Hello, hello, hello! ¿Usted ser Gerónimo Gallegos? —gritaba en español con acento anglosajón un hombre joven que vestía terno y corbata, que los había estado persiguiendo mientras ellos seguían el torrente humano que avanzaba hacia un destino incierto.

    —Sí, yo soy —se apresuró en responder, asustado y nervioso.

    Les habían informado en la embajada canadiense en Santiago que alguien los estaría esperando en el aeropuerto, pero no sabían exactamente quién, cuándo ni dónde sería el encuentro. Gracias a Dios, ahora sabían que no estaban solos en ese país desconocido y con un idioma que no entendían. Gerónimo y Leonor respiraron profundo, tratando de ahuyentar sus temores y de calmar sus nervios.

    Please, follow me! —los invitó el desconocido.

    Asintieron de inmediato y lo siguieron por un pasillo interminable atestado de pasajeros que caminaban presurosos en distintas direcciones en el aeropuerto. Leonor cargaba a Valentina Leonor en sus brazos, con la cartera y la frazada artesanal de lana de oveja que tía Julia le había obsequiado para el frío canadiense colgando en el hombro. Gerónimo, por su parte, arrastraba dos maletas, un bolso de mano y para que el chaquetón azul marino no le estorbara en las manos, lo llevaba puesto, sin importarle el calor del verano canadiense que lo hacía sudar como caballo.

    Desde lejos pudieron leer el letrero en el frontis de la oficina que decía "Canada Immigration Office". El anfitrión los invitó con amabilidad a pasar y a tomar asiento.

    —Welcome to Canada! —exclamó con entusiasmo mientras afloraba en su rostro una suave sonrisa.

    Thank you, sir! —atinaron a decir al unísono en un inglés rudimentario.

    A continuación, siguiendo las normas protocolares propias de su cargo, se presentó como un oficial de migración encargado del recibimiento. De manera cortés requirió ver los pasaportes, poniendo especial atención en los formularios rosados que acompañaban a cada uno de los tres documentos de viaje.

    —¡Estas son sus visas! —dijo agitando en el aire los papeles rosados—. La visa es un documento muy importante que ustedes deberán llevar siempre, dondequiera que vayan. También me permito informarles que, conforme a lo estipulado en las visas, ustedes han sido admitidos en este país como Landed Immigrants, lo cual significa que ustedes tienen residencia permanente. A usted, señor Gerónimo Gallegos, se le ha concedido además el estatus de Refugiado Político, de acuerdo a los convenios firmados entre Canadá y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

    El oficial de migración conocía, tal vez, las razones que habían determinado su condición de refugiado político, pero no hizo ningún comentario. De la misma manera, era probable que supiera que había sido un prisionero político de la dictadura y que había sido procesado y condenado en un consejo de guerra.

    El funcionario, en vez de hacer indagaciones, continuó informando que el Gobierno de Canadá les concedía un trato especial que incluía ayuda económica para pagar el motel, cancelar el departamento cuando consiguieran rentar uno y dinero para la alimentación hasta cuando pudieran trabajar.

    —Las visas estipulan que su destino es Camrose, un pequeño pueblo agrícola de la provincia de Alberta —explicó—. Sin embargo, considerando que los dos son profesores, he decidido que se queden en la ciudad de Edmonton, donde tendrán con toda seguridad más oportunidades de trabajo. ¡Ah y también les tengo una sorpresa! —agregó con aire de suspenso—. Ahí afuera hay dos personas, Miguel y Flavio, que los han venido a recibir. Ellos pertenecen a la Comunidad Chilena de Edmonton y los llevarán al North Star Motel, donde se hospedarán. Welcome to Canada! It was my pleasure to meet you and good luck to everyone –dio por concluida la entrevista.

    La brisa fría de la mañana seguía jugueteando con las hojas doradas de los árboles y presagiaba el arribo del otoño en el valle y la ciudad.

    El canto melancólico del pájaro empeñado en romper la monotonía del parque, lo sacó de sus profundas y lejanas cavilaciones. En las cercanías no se divisaba todavía ningún transeúnte y solo él seguía allí, parado frente al banco.

    En el centro del banco, entre todas las flores, sobresalía un ramo de rosas rojas delatando la presencia de otros visitantes madrugadores. Alguien más había acudido a rendir homenaje a aquel hombre universal y digno que continuaba viviendo en el parque.

    Acompañando las rosas rojas había dos pequeñas banderas de papel, una de Chile y otra de Canadá. Y en el centro destacaba una placa negra con letras de bronce y una dedicatoria que decía:

    Salvador Allende, Presidente de Chile, murió el 11 de septiembre de 1973 defendiendo la democracia, la justicia social y una sociedad mejor.

    Siempre recordado. Chilenos de Edmonton.

    Como si fuera ayer, había regresado en su memoria a las oficinas del Aeropuerto Internacional de Edmonton, recordando las cordiales palabras de bienvenida del oficial de migración.

    Aquel día en que se convertían en residentes de un nuevo país, estaban iniciando al mismo tiempo un capítulo inédito en sus vidas llamado exilio, con el cual comenzaba el castigo del destierro.

    La abominable dictadura de Augusto Pinochet había sido enviada al basurero de la historia hacía ya mucho tiempo. La etapa de transición de los gobiernos seudodemocráticos en la medida de lo posible, también habían pasado sin pena ni gloria, repudiados por el pueblo por su demagogia e ineficiencia.

    Valentina Leonor, quien había llegado de un año, ya no era una niña. Había cursado la educación elemental, la secundaria y había ingresado a la Universidad de Alberta, donde había obtenido una maestría en Educación y un doctorado en Filosofía. Era ahora una educadora y una destacada profesional.

    Además, la niña de ayer también había contraído matrimonio, había formado una familia y era madre de dos hijos, quienes llegaron a ser sus adorables nietos canadienses. La familia, la hija y los nietos se convirtieron, en el curso de los años, en las profundas raíces que los habían sujetado firmemente a ese país desconocido que con el tiempo se transformó en su propio país.

    Y ahí estaba, parado frente a un banco, cuarenta y cinco años después, rindiendo tributo a la memoria de un hombre que imaginó una sociedad mejor donde se abrieran las grandes alamedas para que pasara la mujer y el hombre libre.

    Había una explicación lógica, sin embargo, para aquella contradicción aparentemente inaudita e irreconciliable. El mes que anunciaba el banco en aquel parque solitario, era un septiembre de primaveras y memorias, no una estación de ocasos otoñales. Era el mes que Gerónimo, Leonor y Valentina Leonor recordaban pleno de contradictorias significaciones, de comienzos y finales, de heroísmos y cobardías, de derrotas y victorias.

    El banco estaba ahí, proclamando en silencio la causa de su castigo, las razones de su exilio y los ideales que habían iluminado sus vidas.

    Capítulo 2

    El intrépido galán y la dama del vino

    La cordillera de Nahuelbuta, impávida y silenciosa, vigila el valle desde la cumbre. La otra cordillera, como le llama la gente, nace pequeña en el río Biobío y va creciendo de manera progresiva, así como se extiende hacia el sur, alcanzando su máxima altura de mil quinientos treinta y tres metros en el Parque Nacional Nahuelbuta, en las cercanías de la ciudad de Cañete.

    La casa estaba ubicada en la falda de la cordillera, en la cima de una colina desde donde se podía observar hasta donde alcanzaba la vista los límites de San Jerónimo. Emérito Gallegos, más conocido en el vecindario como don Melo, había escogido con meticulosidad el lugar exacto donde construiría la casa con un claro propósito en mente.

    La Casa de Alto, como le decían los vecinos, era imponente y sobresalía en el inhóspito paisaje cordillerano. Don Melo la había diseñado y construido sin ser arquitecto ni constructor, siguiendo un plano imaginario que llevaba en su cabeza y que solo él conocía.

    La Casa de Alto tenía veinticinco metros de frente por veinte metros de fondo y constaba de dos pisos. Un primer piso de gruesas murallas de adobe y un segundo piso enteramente de madera. En el segundo piso había dos galerías con amplios ventanales, una que miraba hacia el oriente y la otra que apuntaba hacia el poniente, de frente a la otra cordillera. En medio de las dos galerías había tres dormitorios y una sala comedor.

    El sol aparecía temprano con sus tibios rayos de luz en la galería oriente, desde donde se podía apreciar el

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