Carta abierta a Agustín Edwards
Por Armando Uribe
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Carta abierta a Agustín Edwards - Armando Uribe
2002
Este libro preferiría no escribirlo. Se refiere a una persona que conocí y sigue viviendo.
Se me presenta como un problema moral y religioso. ¿Falto a la caridad? ¿Cumplo con la justicia?
Le doy título de carta pero no le hablaré de tú ni de usted.
Es el hombre duraderamente más influyente de Chile.
Su nombre de pila y apellido lo han sido por generaciones desde mediados del siglo XIX. Los Agustines Edwards.
El sexto está pendiente.
En cambio el quinto actual, de apellido materno Eastman, ha sido llamado en un documento oficial norteamericano "Mr. Augustin".
Ama a Estados Unidos más que a su país natal. Antecesores suyos, al igual, prefirieron a Inglaterra cuando ella era el Imperio
.
Desde el fin de la Segunda Guerra, Estados Unidos suplantó al Imperio británico por completo.
Es ahora el más grande Imperio que ha existido nunca.
¡Qué imperio chino ni qué romano, qué faraones ni aztecas! El imperio español o el inglés o el soviético, y los intentos franceses y alemanes, se quedaron chicos y arcaicos detrás de las realidades de hoy.
Dan ganas de conocer la infancia de este Agustín que llamaban Duni o talvez Doonie. ¿Se dio ese nombre él mismo cuando era niño? No; fue su madre Chabela Eastman quien se lo puso, sacándolo de una tira cómica o libro de cuentos.
Una sola historia suya de entonces sé de buena fuente.
Cuando niño lo traían de vuelta del colegio en automóvil. Después de tomar té con su abuela, doña Olga Budge, ella le proponía subir por Apoquindo arriba hacia la cordillera para tomar aire y pasear durante el atardecer.
Lo hacían ambos en el gran vehículo negro de esta señora, sentados muy derechos el niño y la abuela en el asiento de atrás, mientras el chauffeur al manubrio manejaba lentamente a través del camino, pavimentado al comienzo y luego de tierra apisonada.
Los alrededores eran campos no siempre bien cultivados, con cercas de zarzamora en otoño, ya ocre oscura, tierras en barbecho, yuyos.
Se bajaban a caminar un poco, la señora y el niño.
La tarde caía rápidamente.
Viajaban de vuelta con más rapidez aun y la señora aleccionaba a su nieto.
"Eres demasiado sensible. Te imaginas cosas. No te gusta ver sufrir a nadie. Hasta los gatos te dan pena y a veces susto.
Eres demasiado sensible. Desde tu edad en adelante debes acostumbrarte a ser más firme.
¡Acuérdate de que te llamas Agustín Edwards! Tienes que ser duro. Tienes que aprender a mandar."
El niño estaba con los dientes apretados y los ojos chicos.
La señora Olga Budge de Edwards había sido a principios de siglo una de aquel grupo de amigas que recibieron el título admirativo o mote sarcástico de las cachetonas
(Cachet et Ton, así en francés, sería el origen de la palabra, según los admiradores de ellas), cuatro o cinco buenasmozas elegantes, ricas y de gran mundo
(expresión de Luis Orrego Luco): jóvenes señoras casadas.
De ella y su marido escribió Joaquín Edwards Bello en su primera novela El Inútil, cuyo protagonista Eduardo Briset
, en obvia clave, es el autor.
Tan grande fue el escándalo social que desde entonces Joaquín Edwards empezó a desclasarse. Le quitaron el saludo
. O no le daban la mano.
Entonces le puso un prólogo a su segunda novela El monstruo, a veces indignado, a veces, inquietamente, desmintiendo la clave:
Cuando las ciudades, despreciando la tradición de Atenas, se transforman en centro de piraterías comerciales –como sucede a tantas de esta prosaica América– deberían llamarse Porcópolis.
(...)
"Yo jamás he sido Eduardo Briset.
Lo saqué de la nada.
Lo imajiné.
Jamás he tenido una cachetona palpitante en mis brazos."
Llama a su prólogo un pequeño trago amargo porque la maledicencia pretendía herir con mis propias obras ciertas reputaciones sagradas que deben estar i estarán siempre por encima del lodo vil
, etcétera. A pesar del mea culpa, no fue perdonado por Agustín Edwards McClure ni por la entonces joven Olga Budge.
El diario El Mercurio de aquél no lo acogió... ni la sociedad
.
Se le trató de chiflado, como el escritor preveía en su prólogo: A los hombres de talento se les considera chiflados i en los salones se hace ante ellos (...) jestos de mofa
.
El niño Agustín era muy sensitivo, muy sensible.
La lección de la abuela casi lo ofendió.
Pero se fue dando cuenta de que esas palabras correspondían a una manera de ser que le era impuesta de muchos modos, siguiendo una tradición familiar más cultural que genética (conceptos y vocablos que desconocía a esas edades), por las varias generaciones de Agustines.
El fundador de la familia Edwards chilena se llamaba George.
Según genealogía en serio publicada sobre estos Edwards que desembocaron en Chile (Revista de Estudios Históricos, del Instituto de Estudios Genealógicos), sus padres, domiciliados en un suburbio de Londres, eran, él carpintero y ella lavandera, como en el portal de Belén. No hay datos sobre otros antecesores.
En esa época –segunda mitad del siglo XVIII– florecía (es una metáfora) una familia hebrea Edwards, con apellido de ocasión, en Constantinopla. Es conocido por la fortuna que hizo en París, su retoño Alfred Edwards, dueño del diario exitoso Le Matin e inmensamente rico, casado varias veces, incluso con la actriz célebre Lanthelme, de