Nos Vemos en Estocolmo
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En el vibrante escenario del bohemio Barrio Francés de Nueva Orleans, seis escritores independientes se reúnen en La Tertulia, un santuario para las mentes creativas que anhelan alcanzar el reconocimiento literario. Unidos por la pasión por la escritura, comparten una antigua casa donde enfrentan las duras realidades de una industria editorial e
William Castaño-Bedoya
William es considerado un escritor profundo, humano y vivencial. Mientras, en Los mendigos de la luz de mercurio, desnuda la injusticia social provocada por los excesos de los extremismos, la politización del sufrimiento como herramientas de control político en medio de una de las etapas de más exclusión social en los Estados Unidos; en El Galpón, el autor recrea cómo el conformismo aletargado atenta contra la relatividad del éxito mientras la desconfianza y la excesiva ideologización política se convierte en el trasfondo de una solapada doble moral que torpemente empuja a los protagonistas al manoseo ético. En Flores para María Sucel, el autor reflexiona sobre el viaje por la vida de una familia que trata desesperadamente de mantener el cuerpo y el alma juntos, mientras son destrozados por sus exilios internos. Por su parte, en Los Monólogos de Ludovico, recrea el impacto de la frustración y la impotencia como factores que conforman el absurdo.
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Nos Vemos en Estocolmo - William Castaño-Bedoya
Derechos de Autor
Esta es una obra de ficción. Nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se utilizan ficticiamente. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, eventos o lugares es totalmente coincidente.
Copyright © 2024 William Castaño-Bedoya
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo, ni en parte, ni registrada o trasmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotomecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de Book&Bilias LLC.
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ISBN 979-8-9888671-8-0 (Paperback English Version)
ISBN 979-8-9888671-9-7 (Hardcover English Version)
ISBN 979-8-9888671-7-3 (e-book English Version)
ISBN 979-8-9888671-6-6 (Hardcover Spanish Version)
ISBN 979-8-9888671-5-9 (e-book Spanish Version)
Información de catalogación de publicaciones disponible en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos
Dirección General: Camila Castaño
Escritura y edición: William Castaño-Bedoya
Imagen (portada y diagramación general): B&B
Fotografía de portada cortesía de la familia Castaño-Bedoya
Impreso en los Estados Unidos de América
Book&Bilias · www.bookandbilias.us
Dedicatorias
a los escritores del universo, por Saécula saeculórum.
A aquellos de mi patio, en esta calurosa Miami, donde las letras de mis amigos cercanos, Janiel Humberto Permberty y Hernán Orrego, invernan.
A aquellos que nos dejaron un día, aún sin haber concluido su obra literaria: Martha Sepúlveda, Armando Caicedo.
A aquellos que coexisten en nuestro entorno literario y bohemio: Enrique Córdoba Rocha, Elvira Sánchez Blake, Pilar Vélez, Luis Carlos Fallon, Luis Miranda, José Díaz Díaz, Rafael Vega Jacome, Freda Mosquera, Jhon Jairo Palomino, Julio Garzón, Marcela Moreno, Constanza Reverend.
En la distancia, a Mayu Redondo, poeta eterna, al igual que a Carrie Hollister y a Hernán Estupiñan.
A aquellos que han acompañado mi proceso mediante lecturas preliminares: Alberto de la Rosa, Juan Carlos Castaño, Aura Colmenares, Jinny Dupré.
A aquellos a quienes he olvidado, pero que han alcanzado el reconocimiento de sus lectores.
A aquellos que comienzan a trasegar los caminos de la escritura como un oficio de vida.
A quienes nos han leído.
Epígrafe
Ser novelista es menos importante que vivir para serlo.
Lucas
Durante incontables horas, en la quietud de la noche y la madrugada, una brisa tenue y juguetona se cuela sin alterar la tranquilidad del acogedor salón de los escritores. Varias composiciones manuscritas en las hojas que se apilan con orden en una resma, sobre el vetusto escritorio de Charlie, no resisten los ligeros golpes de aire y poco a poco se deslizan al suelo revelando sus secretos a la mirada curiosa de cualquier intruso repentino. Entre los seis escritores, al igual que Nicolás Sinclair, Charlie Monroe es conocido por su reticencia a exponer sus escritos hasta que los considera dignos de compartir.
Una apacible mañana de sábado se extiende sobre la ciudad en medio del otoño luisianés. Es el placentero silencio quien decide el destino de esas páginas, seleccionando quién las recoge y quién las devuelve a la resma. Quizás sea el propio Charlie el elegido para ser el primero en llegar según el destino. Si la lógica no engaña, es probable que así sea. A diferencia de los demás, incluso de la escritora Nora Patel y la poeta Maya Roberts, él no se deleita con licores embriagadores. A sus setenta y siete años, ni siquiera se permite un sorbo de cerveza, retirándose cada tarde antes de las seis. El emblemático viento de New Orleans intensifica su brisa; se torna inquieto y desenfadado y desempeña un papel crucial en la atmósfera de la casa. Como un confidente travieso, susurra en los rincones y se filtra discretamente, ahuyentando el tufo de juerga impregnado en las chaquetas que cuelgan del perchero y en las que parecen dormitar abrazadas a los respaldos de las sillas. Los soplos, dueños de su propia libertad, ejercen su derecho a colarse sin restricciones por donde les plazca, encontrando rendijas abiertas como invitación a su danza; son un aliado silencioso que contribuye a disipar el aroma rancio de tabaco quemado y residuos de alcohol estancado en botellas esparcidas por el salón. Otras hojas escritas por Charlie caen en desorden y algunas quedan boca abajo. El orden de la resma ya no es el mismo y Charlie deberá reconstruirlo. Las delicadas ráfagas se expresan con movimientos rítmicos por aquella morada del vibrante Barrio Francés en el corazón de New Orleans y abrazan con cariño la residencia que no puede negar su historia impregnada de arquitectura colonial francesa y española. Estos elementos, innatos y eternos, confieren al santuario una esencia destinada a albergar las inspiradoras tertulias de los seis escritores. La casa majestuosa situada en la esquina se erige como un faro de creatividad, un refugio donde las palabras cobran vida y las ideas se entrelazan en un baile mágico.
Por la calle, avanza pausadamente un joven de figura esbelta. Lleva consigo un morral lleno de hojas atrapadas en una carpeta de imitación de cuero, un computador, audífonos, cables y algunos accesorios para guardar archivos digitales. El muchacho, de unos veintiséis años, viste cómodos jeans oscuros que se adaptan a sus movimientos relajados. Luce una camisa de algodón de tono neutro, ligeramente arrugada pero seleccionada con cuidado para expresar su individualidad artística. Un suéter que más bien parece una camiseta desgastada se asoma bajo la camisa, brindándole una sensación acogedora ideal para el clima otoñal. Su tez trigueña y sus ojos claros, de un matiz avellana profundo, reflejan cierta perspicacia. Además, una barba ligera y descuidada resalta su juventud pero también le otorga un toque de sofisticación bohemia. Se planta a unos cuantos metros, observa la casa esquinera con deleite; la misma le aporta algún tipo de elixir o placer. Contempla cada uno de sus detalles, cada día que llega, porque allí están aferradas todas sus añoranzas como escritor. A sabiendas de que es un inexperto, sí que es un asiduo lector con obsesivas aspiraciones de superar a sus maestros de tertulia. ¿Su nombre? Lucas Thompson.
Algún día, piensa en su soledad empoderándose. Se ufana de haber sido aceptado en el grupo literario al que se refieren como La Tertulia y a donde asiste durante los últimos tres meses. La Tertulia completa ya cuatro años.
Decidido, desenfunda una llave antigua de tipo colonial con su singular apariencia y nostálgico encanto; la percibe como una metáfora evocadora de la magia que encierra la apertura de una puerta. Al igual que una historia por descubrir esa llave posee cualidades simbólicas que resuenan con el acto de desvelar misterios ocultos y adentrarse en nuevos territorios. Ingresa a la residencia cruzando el umbral de madera maciza, una puerta envejecida por el tiempo y decorada con intrincados detalles tallados a mano. Los remaches de latón en forma de alforjas resaltan su elegancia y le dan la bienvenida, invitándolo a adentrarse en el mundo de la creatividad y la literatura.
Desde el salón de entrada, vislumbra la escalera de caracol de hierro forjado que, como una obra de arte en sí misma, lo conduce al segundo piso. Pisa cada peldaño haciendo resonar un crujido sutil mientras parece recordar las historias que han sido compartidas y los sueños que se han tejido en cada reunión literaria. La barandilla, adornada con delicados arabescos, ofrece un apoyo elegante mientras él asciende hacia la morada de la imaginación. Allí le esperan, desparramadas en el piso, las páginas de Charlie. El suelo de madera pulida, con un rico brillo y cálido tono caoba, abraza cada paso dado en la casa. El brillo desaparece bajo cada hoja caída. Sin embargo, al igual que las hojas de Charlie, la superficie lisa y reluciente parece contar reflejadas las historias que ha presenciado, parece susurrar los secretos que ha escuchado en cada una de las conversaciones literarias celebradas allí. Curioso, Lucas pasea la mirada sobre el reguero de hojas, las recoge con delicadeza, esperando no estrujarlas y las pone sobre la resma descuadernada en el escritorio. Asume que son parte del manuscrito que el viejo tiene a punto de terminar. Teme que mientras las recoja, se asome Charlie acucioso y desconfiado. Nunca lo ha visto descompuesto ni siquiera irritable. Para él, Charlie es una figura respetada y admirada. Dubitativo se rasca la nuca, acude al ventanal, saca la cabeza y respira tranquilo. Al no ver alma alguna acercándose a la casa, la cierra y regresa. Arrojado, como si se enfrentara a una dura y prohibida aventura, se pone a la tarea de armonizar la resma y encuentra que no tiene paginado. La soledad y la entereza lo sumen en una tarea minuciosa. Han pasado tres largos minutos. Solo le falta asegurarse de que la resma de papel esté rectangular y sus lados proporcionados. Le ilusiona, finalmente, pasar