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Los Mendigos de la Luz de Mercurio: We the Other People
Los Mendigos de la Luz de Mercurio: We the Other People
Los Mendigos de la Luz de Mercurio: We the Other People
Libro electrónico259 páginas4 horas

Los Mendigos de la Luz de Mercurio: We the Other People

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Los mendigos de la luz de mercurio -We the other people- hace su debut como novela social dentro de la literatura norteamericana. Narra la fusión del poder político y la pobreza invisible en medio de la crisis de los valores conservadores de la sociedad, la injusticia social, los excesos de los extremismos y la politización del sufrimie

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jul 2023
ISBN9798988867104
Los Mendigos de la Luz de Mercurio: We the Other People
Autor

William Castaño-Bedoya

William es considerado un escritor profundo, humano y vivencial. Mientras, en Los mendigos de la luz de mercurio, desnuda la injusticia social provocada por los excesos de los extremismos, la politización del sufrimiento como herramientas de control político en medio de una de las etapas de más exclusión social en los Estados Unidos; en El Galpón, el autor recrea cómo el conformismo aletargado atenta contra la relatividad del éxito mientras la desconfianza y la excesiva ideologización política se convierte en el trasfondo de una solapada doble moral que torpemente empuja a los protagonistas al manoseo ético. En Flores para María Sucel, el autor reflexiona sobre el viaje por la vida de una familia que trata desesperadamente de mantener el cuerpo y el alma juntos, mientras son destrozados por sus exilios internos. Por su parte, en Los Monólogos de Ludovico, recrea el impacto de la frustración y la impotencia como factores que conforman el absurdo.

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    Los Mendigos de la Luz de Mercurio - William Castaño-Bedoya

    POLEN

    Steve Newman llega a conocer todos los lugares donde se encuentran la mayoría de los pordioseros de la ciudad. Los sigue con la mirada y con el pensamiento, los presiente, y cuando no los ve, los busca, acucioso. Cuando alguno de ellos no aparece luego de varios días, se figura que ha muerto o que la policía lo ha expulsado. De algo de lo que sí está seguro, es de que ninguno desaparece por haber superado la mendicidad. Se conmisera ante el ruido que los postrados hacen sin tan siquiera emitir palabra. Se santigua y mira al cielo como hacen algunos jugadores cuando anotan gol.

    Pese a los malos tiempos, nunca deja de reconocer su buena fortuna. Considera ser un agraciado de esta vida que le ha premiado con la compañía de su mujer y sus dos hijos. La depre lo ha convertido en alguien espiritual y comprensivo. Las cosas sencillas y mundanas lo tocan de verdad. Pondera haber sido un buen tipo en el pasado, aunque reconoce que ha estado muy desconectado de bondades, agradecimientos y empatías. Se siente comprometido con la familia y con sus semejantes, con la vida misma. Aprecia a las personas de la urbe con igual intensidad con la que lo hace con todos los seres vivos, así sean solo insectos de temporada que traen al paisaje nuevas formas y colores. Las aves le causan admiración por el superpoder que tienen de volar en libertad; los perros y los gatos que observa, apegados a sus amos colmados de adornos estrafalarios, le permiten percibir la integración de los animales con los hombres, pero también le invitan a pensar en que muchos tienen mascotas como placebos para su inmensa soledad. Está convencido de que, en la urbe, la intensidad del amor por los perros y los gatos es tan poderosa como la del sufrimiento de cada familia por cubrir los gastos del mes, en contraste con la indiferencia hacia los desposeídos en las calles, con la tristeza en el corazón de los miserables a quienes Steve compara con los perros sin amo, nómadas de sus destinos, de sus vidas, en la ciudad del sol.

    A tres meses de haber superado la depresión que lo tuvo preso por casi dos años, Steve se vincula como conductor al servicio de UrbanRides. El oficio le viene bien ya que, además de disfrutar conducir, el nuevo trabajo es de repetición mecánica y poca gestión intelectual. Acepta convertirse en chofer porque tanto su esposa Chloe, como sus hijos Noah y Emmie lo convencen. Al principio, se le hace difícil pues se sume en contrariedades entre su nueva realidad y un pasado que trata de arrastrarlo una vez más al sifón de sus pensamientos. Los días de Steve traen consigo nuevas rutinas: el vehículo que les queda, porque el de Chloe se vende para mitigar gastos, debe lavarse a diario y tanto el aceite, como el aire de los neumáticos deben ser chequeados sin falta. Se levanta a las cuatro de la madrugada a atender esos menesteres y a las cinco activa la aplicación. Minutos después se hace a las calles para atender el primer servicio que por lo general lo conduce a un aeropuerto o a algún hospital del área.

    Conduce en silencio, ensimismado. No suele poner temas de conversación a los pasajeros, aunque sí ofrece una actitud afable generadora de confianza. Interactúa con ellos de forma cordial cuando alguno le hace preguntas o propone temas. Nunca imagina convertirse en chofer cuando es pasajero frecuente de UrbanRides en diferentes países, pero ahora, frente a la nueva realidad, muchas veces, al llegar la noche, la misma aplicación lo expulsa por acumulación de tiempo al volante.

    «Llevas doce horas manejando», lee en un mensaje de texto enviado por Emmie. Sonríe, busca un emoji de corazón rojo y se lo envía de respuesta. Retorna a casa contento, agradecido. Esa sensación se le ha convertido en un sentimiento que perdura. A Chloe, le confiesa un día de arrullo y reflexiones, que no se suicidó porque ellos lo vigilaron día y noche; que le parte el alma saber que mientras él sufría inerme, atrapado en su falta de voluntad, con la mente presa por el miedo y la desesperanza, ellos estaban luchando contra esa idea de terminar con todo y su existencia. Cortarse las venas y dejarse vaciar con los ojos cerrados, como si durmiese por siempre, es lo que pretende hacer su mente para acabar con todo. Porque esa idea trota sobre las montañas quebradas de sus pensamientos cuando se ve a sí mismo como un jinete desangrándose, galopando sobre su caballo hasta desfallecer en medio de la niebla y el frío. En el extremo de su pavor, acurruca el cuerpo y lo cobija hasta la cabeza para refugiarse en él mismo tratando de expulsar los demonios de su mente. La idea del suicidio reina en él por meses, pero algo más fuerte que su desquicio no le permite perpetrarlo; su lucha, entre el fracaso y el miedo, lo mantiene emboscado y no lo deja consumar sus propósitos. Es entonces cuando siente la necesidad de retornar a su habitación y esconderse. Chloe tiene que dejar de trabajar para socorrerlo cuando entra en crisis y entre tiritos se le ocurre pedir cualquier cosa: un par de medias o una que otra cobija para cubrir sus pies, aduciendo tener un incontrolable escalofrío.

    Durante esos largos meses, algunos días, aunque muy rara vez, acepta salir al patio a recibir sol según le ha rogado su hijo Noah. Sin embargo, el temblor le sobreviene como si el escalofrío estuviese anunciando el resfriado que sufre su alma. Al dilema entre morir y vivir le gana el ver los rostros de sus tres seres queridos que, solidarios, candorosos, rondan su mente. Ellos le ayudan estoicos a sacarlo adelante. Recuerda aquel momento cuando Chloe lo lleva frente a un psiquiatra que le formula medicinas. La toma por un par de días, pero las rechaza proponiéndose salir del pozo por su propia cuenta aprovechando que su autoestima ha subido un poco.

    Steve llega a dominar los designios del gran Condado de Miami-Dade de día y de noche. La ciudad se mimetiza cada vez con nuevas circunstancias y sucesos que no pasan por alto. Pondera situaciones tristes o alegres que le producen admiración o melancolía, conmiseración o respeto. Se detiene a auscultar posibles causas de los efectos que aprecia, así sean vagos. Observar injusticias de la vida se le ha vuelto algo que lo ayuda a ser profundamente humilde. Se conmueve al ver a una anciana, con sus aparejos en la mano, bajo la lluvia, esperando el transporte público, o a un sin hogar, seguido por un chandoso fiel, empujando el carrito de compras que ha hecho suyo para mover los chécheres. Imagina a la anciana en sus mozos veintes, llena de vida e irreverente, plena de ilusiones que cree fáciles de alcanzar, llena de amor gratuito para repartir, regalando mimos por cada cosa que encuentra curiosa, por satisfacciones visuales. Se la imagina en medio de la simbiosis de la juventud temprana: deslumbrada por las frivolidades, pero despojada de filantropías y solidaridades. Imagina las circunstancias de la vida que la han llevado a ser una anciana solitaria bajo la lluvia llevando sus aparejos, a quien sabe qué hogar o pequeña habitación en el solar de alguna casa de algún vecindario de clase trabajadora por la que paga renta con más de la mitad de su cheque de jubilación.

    Con todo y que siente superada su enfermedad, la realidad de la vida le recuerda que los acreedores han cesado de permitirles pagos directos. A Chloe le toca lidiar con ellos suplicándoles plazos adicionales. El banco que financia la hipoteca los tiene en la mira y solo acepta pagos telefónicos o cheques de gerencia, o depósitos en efectivo a través de Western Union. Con los días y los meses Steve domina el oficio de chofer de UrbanRides y a medias apalanca las finanzas. Los horrores se vuelven anécdotas magras al menos por el momento. Luego de consumir millas de una manera desaforada por todas las barriadas del Sur de la Florida, y con el soporte incondicional de su pequeña familia, logran balancear el pago de la hipoteca.

    Agoniza el dos mil diecinueve, diciembre es un buen mes para Steve porque lo planifica desde noviembre. Lo hace analizando uno a uno los eventos decembrinos que los portales anuncian en la agenda de entretenimiento del condado Miami-Dade y los marca en una aplicación de alarmas. Su estrategia es mantenerse informado de todo cuanto ocurre en el condado. Así pues, aunque se encuentre ocupado, transportando algún pasajero, lejos del lugar donde el evento ocurre, siempre tiene presente las opciones que la ciudad le ofrece. A Chloe le sostiene: La clave de este negocio es esperar en el sitio correcto y en el momento correcto.

    Ese diciembre hay árbol de Navidad; lo adornan con cuatro sobres que acuerdan colgar y que deben abrir en círculo como una especie de simbolismo. El primero contiene una tarjeta de regalo de cincuenta dólares y los demás quedan vacíos, pero llevan las dedicatorias anotadas. El primero es de Steve dirigido a Chloe, él mismo se lo entrega después de exclamar: ¡De Santa para Chloe!, ella lo abre y, con regocijo, lo abraza, le estampa un beso cariñoso, sonoro; luego, introduce la tarjeta en el sobre de Noah y en voz alta grita: ¡de Santa para Noah!, este, se levanta apapachándola al igual que a todos y, por último, Noah lo introduce en el sobre de Emmie, repitiéndose la alharaca. Los festejos y risas son redundantes. Emmie se encarga de comprar hamburguesas de Wendy’s, para todos, el día después de Navidad. Steve no ha descansado ni un solo día por los últimos meses. Está obligado a recomponer su vida desde el punto cero. Las dos empresas que tuvo no se renovaron desde el dos mil dieciocho, quedan inactivas por los últimos dos años y gravitan en deudas y compromisos lejos de solución.

    Ese primero de enero recoge a una pareja de adultos en el Aeropuerto Internacional de Miami; deduce que se trata de esposos que retornan de Europa porque las maletas que sube traen pegadas etiquetas de Alitalia. Por el acento marcado en sus diálogos supone que son británicos. Se les ve tranquilos y acostumbrados a viajar. En sus juegos mentales diferencia a los viajeros ocasionales de aquellos con bastantes millas de vuelo. Como se lo dice a Chole, los ocasionales parecen confundidos luego de haberse perdido en el universo; esos que cuando algo nuevo se les presenta exclaman maravillados, hiperexpresivos a cada descubrimiento y que, por si fuera poco, acumulan temores ante las novedades y los descubrimientos. La aplicación de UrbanRides le indica dirigirse a un área residencial de costosas mansiones cercana al mar llamada Gables Estates. Steve suele suponer detalles de las jornadas de sus pasajeros creando ficciones que complementa con realidades que escucha durante los trayectos. Se ha dedicado a crear aumentando el realismo de lo que ve. Desde el primer día que abandona su enfermedad se propone hacer ese juego mental para no dejar que sus pensamientos pesimistas lo gobiernen. Suele sacar conclusiones sobre frases que escucha. La pareja entrecorta sus silencios con frases que sugieren asuntos relacionados con Italia. En algún momento ella comenta: Teatro alla Scala, de Milán, boletos en primera fila de la galería principal. Un timbre imaginario llama la atención de Steve que recuerda haber asistido con Chloe, a ver Las Bodas de Fígaro, en ese hermoso teatro, en octubre de dos mil catorce, Mozart es prodigioso, hermoso acto, balbucea con voz imperceptible. La ópera es obviamente fantástica, deduce, el elenco le hizo justicia, replica en su memoria. Alla Scala es un teatro realmente bello, sueña mientras observa los vehículos, que, aparentemente quietos, ruedan a la misma velocidad que el suyo sobre el expressway. La pasajera trae a colación un tema que quizás necesita complementar sobre alguna conversación que debe haber quedado inconclusa antes de abordar el vehículo: Hay personas ingresando al hospital con fiebre y asfixia, Steve levanta las cejas algo sorprendido. Gracias a Dios, China está lejos de aquí, contesta el británico. Callaron hasta el destino marcado. Steve baja las maletas, las acomoda en el quicio de la puerta principal de la mansión y emprende la retirada tratando de llegar a Old Cutler Road, una variante arborizada y serpentina separada del mar de la Bahía de Biscayne por mansiones que bordeaban una carretera que en unos quince minutos lo lleva a la US 1, misma ruta que, a su vez, en un sesgo hacia el oriente lo conduce hacia el Downtown de Miami. Maneja despacio aprovechando la belleza del lugar, deleitándose con la colección interminable de banyans frondosos a la vera de la carretera y que visualiza como brócolis gigantes servidos en una ensalada cósmica.

    La carretera y sus silencios se enrarecen furtivamente con el vibrar lejano de una pequeña motocicleta; por seguro, su conductor lleva comida al domicilio de algún alma hambrienta de cualesquiera de esas espléndidas, deslumbrantes, estupendas mansiones. Él conoce por dentro muchas, ha estado allí contadas veces con Chloe apoyando rondas de consecución de fondos para candidatos del Partido Republicano. Steve fue muy activo en ese partido antes de considerarlo radicalizado con la llegada del magnate, a quien nunca dejó de considerar como un decadente ricachón, xenófobo, grosero, pechichón y necesitado del poder de la nación para chapistear su cuestionada grandeza, y decide no seguir sus designios desde el día que funge como candidato. Lo percibe, desde el primer día, como un seudo líder falto de valores y alejado de cualquier tradición ética y moral. Está convencido de que ese personaje ha sido un accidente del partido inflado por una sobreexposición temprana de la prensa liberal que lo mostró como un meme al comienzo y que fue manipulado por la prensa ultraconservadora que oportunamente lo catapultó como un mesías al final de la campaña.

    El afán de poder de los republicanos claudica cuando dejan que su partido se valga del populismo de un imbécil para ganar, sostiene en su silencio. Asumen la veneración a la insolencia como la única fortaleza del partido, asevera en medio de la invisibilidad de sus pensamientos.

    Enojado, decide llevar sus pensamientos hacia otra dimensión y declararse políticamente rebelde, frustrado. Sus pensamientos se estacionan en lo que él imaginaba de China evocando fragmentos de imágenes y videos pues, pese a su frecuente viajadera no la ha llegado a conocer. …Algún árbol expele un nuevo polen que les causa alergias hasta el punto de asfixiarlos, …alguna planta química enrarece el ambiente, reflexiona levantando las cejas en un gesto de yo no sé.

    Presume a ese país superpoblado en las ciudades por personas iguales tanto de facciones como de estatura. Ante la asombrosa igualdad física entre ellos y la poca referencia de acentos y de expresiones conocidas sobre esos seres de la tierra, no logra visualizar entre sus multitudes, ni a heterosexuales, ni a lesbianas, ni a gay, ni mucho menos bisexuales, transgénero, queers, inter sexuados o asexuados. Solo se imagina gente de ambos sexos sin dar espacio a quienes pudieran desmarcarse de su hombría o feminidad original; como sí nota que viene sucediendo en occidente. Piensa como conclusión que cualquier ser humano, sin importar que su sexualidad esté alterada por causas innatas o adquiridas, indefectiblemente sigue siendo hombre o mujer.

    Pensando en eso, sonríe sarcástico y se recrimina por estar suponiendo sandeces. Sin embargo, repiensa que no debía recriminarse si solo está divirtiéndose, opinando lo que se le antoja en su soledad, y asume que todos sus pensamientos son una sana terapia para alejar estados depresivos y nada más, tal y como se lo aconseja Noah.

    Se conmisera por las asfixias que sufren algunos chinos y salta a pensar en otras asfixias, en las psicológicas, esas que deben sentir los hermafroditas y los transexuales cuyo origen está sometido al azar cromosómico u hormonal. Para él, un hombre homosexual sigue siendo un hombre en su fisiología y las lesbianas siguen siendo mujeres hasta la muerte así sean de razas diferentes. Supuso de igual manera que, si un transexual viene programado de nacimiento como mujer, así haya llegado a este mundo con el pene como apéndice, es porque se trata indefectiblemente de una verdadera mujer y no de una nueva mujer por reconversión quirúrgica. En consecuencia, también piensa que un ser humano, que desea reconvertirse en hombre, aunque ha nacido con vagina, sigue siendo un hombre desde su origen y no un nuevo hombre. Su mente reprograma sus reflexiones. ¡Cuánta asfixia tiene que soportar un transgénero no reconvertido!

    Retorna el pensamiento a aquel hospital colmado de seres asfixiándose y ardiendo en fiebre. Se imagina caminando en China, en medio de esa polución industrial que agrisa el ambiente y lo colma de flotantes tóxicos. Rememora algunas líneas de la novela Viento del este, viento del oeste de Pearl Sydenstricker Buck, y furtivamente recuerda que el viento del este se refiere a la China y su marcada tendencia a la occidentalización. Piensa en esa obra porque logró sensibilizarlo en cuanto a las abismales diferencias culturales y los secretos que guarda cada mujer china en su forma de vivir. Se imagina a las chinas liberadas, por sí mismas, como mujeres que esconden pasiones que abren de repente como las flores cuando dejan de ser capullos. Sin embargo, su visión se aleja del ir y venir de las chinas americanizadas y se traslada a sus montañas, las mismas que conoce de las películas rodadas en los bosques y cordilleras de ese país. Ve los campos invadidos de árboles de bambú y puntos blancos en la inmensidad del horizonte que cuentan la presencia de pandas silenciosos. En su cadena de imaginarios, muta la imagen de los pandas al logo de la WWF y a las etiquetas que promocionan el cuidado de la fauna silvestre. Imagina un panda asfixiado en una jaula de zoológico, en soledad, por años o de por vida, envuelto en el más elocuente misterio, soportando, sin saber razonar, el influjo de las miradas de los humanos, de sus ojos, de los lentes de sus cámaras o celulares inteligentes. Evoca a los pandas ajenos a la alegría de quienes en memoria de sus cautiverios los compran de peluche para recordarlos furtivamente. Imagina la noticia que anuncia que el panda en cautiverio más viejo del mundo ha fallecido. ¡Para qué vivir así!, se dice. Percibe los peluches arrojados junto a sobras de comida y contenedores de plástico en la basura de cualquier hogar. Relaciona la asfixia con el sentir de los peces fuera del agua, con los pájaros pataleando aprisionados por las fauces de algún gato malandro, con jovencitas secuestradas bajo los designios de algún proxeneta, con los reos bajo el influjo de una cámara de gas un segundo después de haber sido activada y unos segundos antes. Por último, evoca la asfixia económica que él mismo cruza junto a su familia, pero reflexiona acusándose de yoista, su asfixia no es realmente un problema ante las circunstancias de muchos seres vivos asfixiados, por muchas circunstancias, inclusive por la falta de oxígeno como se anunciaba en China.

    Respira profundo y acelera para ganarle el carril derecho a una estampida de vehículos que lo embisten deslizándose por el asfalto de la interestatal I 75. Acelera manteniendo la mirada sobre el hombro izquierdo para gestionar su entrada y luego comienza a ganar carriles a su izquierda. Tras unos instantes, su mirada trata de controlar todas las expectativas de acomodo entre los vehículos que ve a cada costado, hasta que, por fin, reina entre los seis carriles de la autopista que lo conducen a la pequeña ciudad de Naples, apostada en el Golfo de México. Concentrado, liberando inevitablemente adrenalina, empareja la velocidad de setenta a setenta y cinco millas por hora para mantenerse al ritmo de la estampida. Frecuenta el carril central cuando

    trabaja pues le garantiza mantener la velocidad promedio que la aplicación de UrbanRides le permite. Suele pisar los carriles de la derecha únicamente para salir del expressway o para adelantar a esos choferes mamertos, como los llama por considerarlos irresponsables, pues, aun sabiendo las reglas de la autopista, no aceleran lo suficiente como para no entorpecer el impulso colectivo. Dentro de su definición de mamertos no entran aquellos conductores torpes con caras de extranjeros o turistas que manejan vehículos rentados y obligan al colectivo a frenar en coro. A esos los bautiza con el remoquete de noños, pero no les arroja improperios mentales como a los mamertos, a quienes les cae encima con toda clase de diatribas imaginarias que incluyen la señal del dedo del centro. Está seguro de que los accidentes suceden porque un chofer sufre un infarto o hace droga antes de manejar, o, lo que es peor, porque el chofer es un mamerto o un ñoño, aun cuando, no descarta el hecho de que una rueda se explote. Piensa en la circunstancialidad de los accidentes de las autopistas americanas y aduce con ironía que los noticieros los registran como un fatal accidente de rutina y nada más. Steve suele manejar diez millas por encima de los promedios en las autopistas, cinco por encima en calles locales, pero siempre respeta el límite que la señalización de la ciudad exige en zonas escolares o

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