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En mi oscuridad
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Libro electrónico202 páginas3 horas

En mi oscuridad

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Información de este libro electrónico

¿Te imaginas asistiendo a una exposición macabra repleta de cadáveres? No es apta para todos los estómagos, pero seguro que disfrutas de los escalofríos que van recorriendo tu cuerpo mientras lees estas páginas llenas de terror y horrores. Tal vez prefieras adentrarte en una casa donde hace mucho tiempo alguien se ahorcó y desentrañar el misterio al mismo tiempo que el protagonista del relato. O puede que sea mejor averiguar quiénes vivieron antes en tu domicilio actual; solo por si acaso. ¿Y qué me dices de vivir una Noche de San Juan inolvidable?
En estos relatos de terror y misterio encontrarás mil y un motivos para enfrentarte a tus miedos más profundos. La fantasía como antídoto contra la horrible realidad. Historias de misterio que pudieron ser verdad y que te atraparán desde la primera página. Harás frente a la inquietud, al desasosiego, a la angustia porque no podrás parar de leer hasta llegar al final. Allí es donde encontrarás la verdad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 mar 2024
ISBN9788410681453
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    En mi oscuridad - Jacob Cabrera Alberto

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Jacob Cabrera Alberto

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-145-3

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Para ti, Ian.

    Lo eres todo para mí...

    .

    «Incluso en las historias más

    bonitas y maravillosas,

    hay algo de terror en ellas».

    Prólogo

    «El cuento de horror es tan antiguo como el pensamiento y el habla humanos» Esta cita pertenece al maestro de la literatura de terror H. P. Lovecraft. Y el otro gran maestro del terror, Stephen King, afirma que «inventamos horrores para ayudar a hacer frente a los reales». De esta manera utilizamos la fantasía para enfrentarnos al miedo, a la oscuridad, al horror. Y fantasía, miedo y horror es lo que encontramos en estas páginas.

    En mi oscuridad aporta esa luz que necesitamos para seguir el camino entre las tinieblas, a pesar de los miedos, a pesar de los horrores, a pesar de lo incomprensible. Los relatos de terror y misterio nos harán disfrutar de ese placer que supone recrearse en el horror, en lo que tememos, en lo que no comprendemos. Un placer culpable y prohibido al que muchas veces no nos atrevemos a mirar de frente. Pero los misterios están ahí, los horrores y los miedos están ahí, al otro lado de la oscuridad.

    Una exposición de cadáveres, una casa del ahorcado, un hogar con inquilinos funestos y una Noche de San Juan dan lugar a estas historias de terror y misterio que se adentran en la oscuridad. Relatos fantásticos, inquietantes, seductores, relatos que estremecen, que angustian… prepárate, lector, para vivir intensamente las escalofriantes historias que aquí se presentan. El relato no te dejará indiferente.

    LA EXPOSICIÓN

    —Buenas días, señor Figueroa. —Saludó el doctor estrechándole la mano—. Encantado de poder recibirlos, soy el doctor Comas. —Hizo un gesto con la mano para que pasaran dentro.

    El recibidor no era gran cosa, había un mostrador donde una recepcionista estaba sentada frente al ordenador, estaba hablando por teléfono y apuntando algo en una agenda.

    —Doctor, le presento a mi esposa Verónica. —Hizo un gesto con la mano señalándola.

    El doctor le estrechó la mano y le hizo un gesto con la cabeza de arriba a abajo en forma de saludo.

    —Y este es mi hijo Román.

    —Encantado, Román. —Le estrechó la mano y después le revolvió un poco el pelo—. ¿Qué edad tienes? —le preguntó mientras le quitaba la mano de la cabeza. Le había dejado un poco revuelto el pelo.

    —Tengo doce años, señor —contestó tímidamente.

    —Bien, entonces no habrá problema y podrás entrar a ver la exposición.

    El doctor se acercó al mostrador y la chica le dio unos pases con un cordón para el cuello.

    —¿De qué se trata la exposición? —le preguntó Verónica a su marido muy bajo para que el doctor no pudiera oírla.

    —No lo sé, sé lo mismo que sabes tú…

    —Sé, claro, con el dinero que has invertido, me vas a decir que no sabes nada —le interrumpió algo molesta.

    —Te lo digo de verdad. ¿Qué te preocupa? Me dijeron que es una sorpresa, de verdad que no sé nada.

    —Que digan que Román puede entrar… ¿Desde cuándo hay límites de edad para ver una exposición o museo, o lo que coño sea esto?

    —Pues no lo sé, pero tranquilízate que nos van a oír. —Le agarró de la mano para intentar que se tranquilizara—. Además, va a venir gente muy importante, el gobierno, empresarios… nos irá bien que nos vean por aquí.

    El doctor se acercó y les entregó los pases. Ellos, sin dudar, se lo colgaron al cuello.

    —¿En qué consiste la exposición doctor? —le preguntó mientras se acercaban a la puerta de entrada.

    A Enrique le molestó la pregunta de su esposa, se estaba jugando mucho ese día y no quería que nada saliera mal.

    El doctor se paró en seco y se giró.

    —Es una sorpresa —soltó una leve sonrisa—. Prefiero ir explicándolo sala por sala.

    —Ya... ¿Pero no nos puede explicar nada?

    —Lo que mi esposa quiere decir y le inquieta... —Se adelantó y prefirió ser él el que hablase—. Es por Román, como le has preguntado la edad, y has comentado que puede entrar, pues se ha puesto un poco nerviosa por eso.

    El doctor soltó una carcajada dejando ver su reluciente dentadura. Aun siendo un hombre de unos casi sesenta años, se conservaba bastante bien.

    —Esto no deja de ser un estudio continuo, una manera de poder estudiar y compartir con todo el que quiera venir, la naturaleza humana. Él no se va a asustar por esto. —Miró a Román y le guiñó un ojo.

    —Pues nos hemos quedado igual —dijo disgustada.

    Enrique notó un calor en las mejillas, se estaba avergonzando un poco con la situación.

    El doctor soltó otra carcajada.

    —La entiendo, pero le comento que prefiero que sea todo una sorpresa, si no, quizás perdería su esencia, y más de algún invitado no querría entrar.

    Ese comentario la puso aún más nerviosa.

    —Le aseguro que les va a encantar. Mi consejo es que vean la exposición completa y al final de ella les explicaré toda las dudas que tengan en una conferencia que haré. Sorpresa incluida. —Les sonrió—. Pero si en algún momento queréis abandonar en cualquiera de las salas, me comentáis y no habrá problema alguno. ¿Estáis de acuerdo?

    —Todo perfecto, doctor —respondió Enrique.

    Verónica estaba intranquila, no sabía a qué se debía tanto secretismo. Sabía que era algo importante, algo en lo que su marido había invertido mucho dinero. Le habían asegurado que triplicaría lo invertido. Estaba el gobierno metido en el proyecto, así que no dudaba de que así fuese.

    —Pues si no hay ninguna objeción más… Adelante. —Pasó su tarjeta por un lector que había justo en el lado derecho de la puerta corredera de cristal, y estas se abrieron dejando ver un pasillo algo oscuro.

    Olía todo a nuevo. Las paredes y el suelo eran de moqueta negra y estaban relucientes. Aún se podía notar el olor a silicona y pegamento. El pasillo estaba bastante oscuro. En el suelo había unos puntos de luces de color azul, que avanzaban señalando el camino a seguir. Al fondo se veía unas luces blancas, bastante potentes, seguramente allí estaba lo que había expuesto.

    El doctor iba en cabeza hablando con Enrique, Verónica llevaba a Román cogido de la mano y seguían los pasos de ellos.

    Al llegar al fondo del pasillo, había unos terrarios enormes, bastantes iluminados, le recordó a la exposición de reptiles del zoo de Barcelona, pero a lo grande.

    En el de la izquierda había un esqueleto humano. Al principio pensó que sería una réplica, pero desechó esa idea al ver el esqueleto algo amarillento. Había algunos huesos que no estaban unidos que yacían en un suelo de arena. La arena parecía la de cualquier playa. La cabeza estaba con la boca abierta y daba la sensación de que estaba gritando. Justo al lado del cristal, había un panel donde explicaba el tiempo y el proceso que necesita un cuerpo humano para llegar a ese estado.

    —¿Es de verdad el esqueleto? —preguntó Román mientras se acercaba al cristal.

    —Así es, pequeño.

    —Oh, es impresionante —dijo Román que no podía dejar de mirarlo.

    —¿De dónde habéis sacado el cadáver? —preguntó Verónica.

    —Bueno, digamos que son los cuerpos que se donan para la ciencia, y créame que son muchos los que nos llegan.

    —¿Cómo murió? —preguntó Román.

    —¡Román! —Regañó Verónica algo molesta por la pregunta.

    —Cariño, déjale que pregunte. —Intentó quitar algo de tensión Enrique—. Además, para eso es esta exposición. ¿No, doctor?

    —Así es, Enrique. —Comenzó a explicar el doctor—. Os doy una pincelada de lo que será este maravilloso evento, que pronto dará lugar a un maravilloso museo o exposición o como quieran llamarlo los directivos. Pero lo importante es que todo el mundo tenga acceso a ello. Se podrá ver cómo la naturaleza y el ser humano se fusionan y siguen el ciclo de la vida… en este caso de la muerte —señaló al terrario—. En esta exposición se puede ver las fases que necesita un cuerpo humano para llegar a este estado.

    Verónica sintió un nudo en el estómago. Se preguntaba si era verdad todo lo que estaba oyendo.

    —¿Estás diciendo que veremos cadáveres humanos en todas las salas? —No pudo evitar preguntar algo molesta.

    —Bueno, era una sorpresa, pero digamos que así es…

    —Vayámonos de aquí, Enrique ¡Pero ya!

    —Verónica ¿Te has vuelto loca? —Le reclamó Enrique agarrándola del brazo—. ¿Nos permite un segundo, doctor?

    El doctor asintió e hizo un gesto con la mano como dándoles permiso. Enrique y Verónica se apartaron un poco, mientras el doctor comenzaba a explicarle a Román algo sobre el esqueleto.

    —Nos estamos jugando mucho, ya sabes que hemos invertido mucho dinero en este proyecto, no podemos marcharnos. Hay mucho en juego…

    —Pero esto es asqueroso, inhumano…

    —¿Qué diferencia hay con nuestros negocios? —preguntó.

    Verónica se quedó un momento pensativa.

    Ellos tenían varias empresas y todas de ellas eran relacionadas con el fallecimiento: Tenían una compañía de seguros para defunciones la cual estaba funcionando muy bien, ya que la cuota a pagar era mucho más baja que la de cualquier competencia. Todo tenía su sentido, ya que el asegurado que fallecía pasaba a otra de las empresas de ellos, a su cadena de tanatorios. Disponían de varias por toda la comunidad. Todo era una cadena, desde el seguro, el traslado del fallecido al tanatorio, donde sus empleados lo preparaban y lo dejaban lo mejor posible para que sus familiares pudiesen velarlo lo más cómodo posible en sus propios tanatorios. Una vez terminado el velatorio, si los familiares habían elegido incinerarlos, los llevaban a su crematorio y ahí hacían el proceso. Un negocio redondo y muy rentable, ya que la gente no puede evitar morir.

    —Esto es muy fuerte para Román.

    —¿Y has pensado alguna vez que Román será el dueño de nuestros negocios?

    —Pero tiene doce años como para ver cadáveres…

    —Es una exposición, cariño. —Intento quitarle tensión a la conversación—. Cuenta que hoy es un día más de trabajo, vamos a darle la oportunidad al doctor que nos explique. Si hay algo que es muy fuerte para Román os salís… —Le acariciaba el brazo—. Pero no estés tan a la defensiva ¿Vale?

    Verónica, sin estar muy convencida de ello, asintió con la cabeza y se acercaron al terrario.

    —Disculpas, doctor, que mi esposa se ha puesto un poco nerviosa. No se esperaba que la exposición iba de… —No quiso terminar la frase.

    —No se preocupen, no ha sido la primera persona en el día de hoy que ha tenido esa reacción —soltó una risa—. Pues bien, como le explicaba a su hijo… Un cuerpo para llegar a este estado depende mucho de las condiciones. Depende del ambiente en el que se encuentre el cadáver, no es lo mismo un cuerpo en un ataúd, que un cuerpo en mitad de una selva o un bosque, donde los animales carroñeros van a dejar los huesos mucho más limpios que estos. Así que todo depende del tiempo y del clima, no te puedo dar un tiempo exacto, chaval. —Le volvió a remover el pelo.

    —Papá, me ha dicho el doctor que no sabe de qué murió este hombre, pero que más adelante me dirá algunos que sí que lo sabe —dijo contento Román.

    A Verónica se le revolvió el estómago al escuchar a su hijo. Le daba la sensación de que estaba disfrutando, de que estaba ilusionado viendo a un esqueleto dentro de un enorme terrario.

    —Si pasamos a la otra vitrina… —Le hizo un gesto con la mano para que avanzaran—. Este es el esqueleto de una mujer. Tendría sobre unos cuarenta años de edad cuando falleció. La verdad que no hay mucha diferencia entre uno y el otro. ¿O veis alguna?

    Los tres miraron al terrario.

    El cuerpo no estaba situado en la misma posición que el otro: El primero yacía boca arriba y tenía algunas extremidades sueltas del resto de los huesos. Este se conservaba en mejor estado, pero estaba boca abajo. El cráneo lo tenía hundido en la arena y daba repelús ver la postura del esqueleto.

    —Este se conserva en mejor estado, por lo que veo —dijo Enrique.

    —Así es. Este esqueleto es mucho más joven que el otro —contestó el doctor.

    —¿Y a qué se debe que esté boca abajo? —preguntó Verónica. Había intentado que no se le notara en la voz el nerviosismo y el cabreo que tenía, y así fue, en su voz se notaba curiosidad.

    —Pues es muy sencillo... En este, para que se pueda ver un esqueleto por la parte de atrás, y en el otro para que se pueda ver por delante… —soltó una risa que hizo que Verónica se enfureciera algo más—. No es por nada más…

    Hubo un momento de silencio.

    —¿Alguna pregunta más? —preguntó el doctor.

    Al ver que todos negaron con la cabeza el doctor les invitó a que lo siguieran hacia la siguiente sala.

    Avanzaron por el pasillo. Giraron hacia la izquierda y al fondo se veía la otra sala, prácticamente una copia a la anterior.

    Al llegar se pararon en el terrario de la izquierda.

    Un cadáver yacía boca arriba, tenía muy mal aspecto, aún tenía cartílagos y pieles pegadas al hueso. Verónica bajo la vista al ver cómo algunos gusanos rondaban por el cadáver buscando trozos con lo que poder alimentarse.

    En cambio, Enrique y Román miraban a través del cristal fascinados, no paraban de mirar arriba y abajo, como si fuese la exposición de cualquier animal exótico al que poder estar mirando horas y horas.

    —Pues bien... —Comenzó a hablar el doctor —. A esta fase se le llama el periodo de reducción esquelética. A diferencia con la anterior fase, aquí aún hay restos más resistentes, como son los tejidos fibrosos, el cartílago, los ligamentos… etc. Todas las partes blandas del cuerpo han desaparecido prácticamente, a eso se le llama licuefacción, que se transforma en putrílago, pero eso ya son más nombres técnicos y no voy a entrar a describirlos.

    —Doctor, ¿cómo es posible que haya gusanos? Si prácticamente los cuerpos están en estos… —preguntó Enrique, que no sabía cómo denominar donde se encontraban los cadáveres—. ¿Expositores?

    El doctor soltó una carcajada.

    —Nosotros les llamamos vitrinas. Pues la verdad que muy buena pregunta, nadie me ha preguntado por ello, pero es muy fácil de responder. —Le dedicó una sonrisa —. Nosotros cuando metemos un cuerpo, lo primero que hacemos es soltar algunas moscas para que introduzcan sus larvas y así hacer que la descomposición sea lo más parecido y tenga la misma evolución que cualquier cuerpo que yace en la naturaleza.

    —Esto es asqueroso —susurró Verónica.

    Enrique le pegó un pequeño codazo para que callara. El doctor hizo caso omiso al comentario de ella.

    —Este cuerpo, jovencito, tampoco sabemos de qué falleció. —Se dirigió a Román que no le quitaba ojo al cuerpo—. Pero si me acompañan al otro... —Les hizo un gesto con la mano para que se dieran la vuelta.

    Ellos se giraron y se acercaron al cristal.

    —Este sin embargo sí que sabemos cómo murió. —Terminó de decir el doctor.

    El cuerpo estaba boca abajo. Se le podían notar partes ennegrecidas y amarillentas por las piernas, columna y cabeza.

    Verónica bajó la mirada, no podía ver un cuerpo así. Y no era por falta de ver cadáveres, ya que veía bastantes a lo largo de la semana, pero jamás en ese estado, y menos tener que verlo como si estuviese en un museo viendo obras de arte. Aquello era asqueroso e inhumano. Pero prefirió guardar silencio. Un silencio que rompió Román

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