Yo - Yo - Yo. La araña en la telaraña: La ley de la analogía y la ley de la proyección
Por Gabriele
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Gabriele
A prophetess of God-in our time? Yes, Gabriele is a woman of the people who was called by God to serve Him as a prophetess. And she accepted this call. One hundred percent, until today. The fullness of the prophetic word is available in the form of books and audio recordings.
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Yo - Yo - Yo. La araña en la telaraña - Gabriele
Yo · Yo · Yo
La araña en la telaraña
La ley de la analogía
y la ley de la proyección
Gabriele
Image - img_02000001.jpgEl Espíritu universal
es la enseñanza del amor a Dios y al prójimo,
a los seres humanos, a la naturaleza y a los animales
1ª edición en español: 2009
Spanisch
© Gabriele-Verlag Das Wort GmbH
Max-Braun-Str. 2, 97828 Marktheidenfeld
www.gabriele-verlag.de
www.editorialgabriele.com
Título del original en alemán:
»Ich, ich, ich. Die Spinne im Netz. Das Entsprechungsgesetz und das Gesetz der Projektion«
Traducción autorizada por la editorial Gabriele-Verlag Das Wort.
En todas las cuestiones relativas al sentido, la edición original en alemán tiene validez última
Todos los derechos reservados.
Nº de pedido: B325es
ISBN 978-84-8251-070-5 (edición impresa en español)
ISBN 978-3-89201-907-7 (epub en español)
ISBN 978-3-89201-908-4 (mobi en español)
El ego de una persona
sólo podrá ejercer influencia
en sus semejantes,
hasta que éstos dejen de rendir tributo
a su propio ego humano
y eleven su consciencia
cada vez más a Dios.
La forma más rápida de que lo inferior
abandone al ser humano,
es que éste se confíe a Dios
en cada situación.
A modo de introducción
En mi corazón hay una gran aflicción por todos mis hermanos y hermanas que se denominan cristianos, pero que no honran al gran Espíritu, al Cristo de Dios, por medio del cumplimiento de Su enseñanza, que Él nos dio a los seres humanos siendo Jesús de Nazaret.
Desde hace más de 20 años me ha sido y me sigue siendo posible experimentar cuán cerca de nosotros está Dios. Su amor, Su sabiduría y Su grandeza omnipotentes los personificó Jesús, el ser humano Jesús, de forma cercana, perceptible y susceptible de ser experimentada por nosotros los seres humanos –siendo Él, con Su vida, el garante de la Verdad que anunciaba y enseñaba.
Jesús de Nazaret, un hombre de la estirpe de David, nos trajo la Redención y el camino hacia el Hogar del Padre: Jesús –un nombre de persona, para acreditar a ese ser humano en el mundo, a la «persona»–. Ésta albergaba en sí lo impersonal, lo que no tiene nombre, al ser divino, al Corregente de los Cielos, a la Fuerza parcial de la Fuerza primaria, omnipresente en las fuerzas creadoras del Universo: al Hijo de Dios.
El Espíritu eterno del amor, de la sabiduría y grandeza adoptó una forma visible en un Hijo del Hombre, del pequeño pueblo de Nazaret, el hermano de Sus hermanos y hermanas humanos. Sus padres fueron María, una mujer sencilla y modesta, y José, el carpintero. Con él, el gran Espíritu encarnado del Amor y de la Sabiduría, el Cristo de Dios en Jesús, aprendió el oficio de carpintero. Si los seres humanos nos hiciéramos profundamente conscientes de estas interrelaciones entre María, la mujer sencilla, José, el carpintero de Nazaret y su Hijo, el carpintero Jesús, podríamos comprender muy paulatinamente lo que nos quiso decir Dios, nuestro Padre eterno, a través de Su Hijo Jesús, el carpintero.
Hace más de 20 años que el gran Espíritu, el Cristo de Dios, se manifiesta a través de mí. Yo tengo un nombre terrenal. Pero en mi corazón no tengo nombre, soy únicamente una hermana entre hermanos y hermanas. En esta consciencia me hallo, vivo y sirvo. En más de 20 años en que he sido un instrumento de Dios, me ha sido posible experimentar una y otra vez lo que el Eterno, a través de Su Hijo, el carpintero, nos quiso decir y hoy nuevamente nos quiere decir a los seres humanos:
Tú no necesitas estudiar teología para experimentar a Dios. A Dios no se Le puede estudiar. A Él tampoco se Le puede encontrar estudiando teología, sino exclusivamente en el corazón sin nombre de aquellos que no aspiran a tener un rango, a nombres, títulos ni medios, sino que únicamente abren su corazón al gran Espíritu, que es el amor, la sabiduría y la grandeza.
A Cristo, en aquel entonces el carpintero Jesús, que llevó una vida sencilla, al mismo nivel de Sus hermanos humanos, que rezaba y trabajaba y que no dominaba el lenguaje ni la escritura de los «entendidos» de Su tiempo, no se Le encuentra bajo ningún birrete de doctor. Él no es un miembro de la cadena de cargos oficiales en la que tienen su puesto los «dignatarios» de este mundo. Tampoco Le encontramos en la cruz artísticamente adornada y guarnecida con piedras preciosas, que el Papa, los cardenales y obispos llevan sobre sus costosas túnicas. Él no está ni con la aparatosidad de emperadores y familias reales ni con la de las autoridades estatales de mayor rango, tampoco cuando éstas besan el anillo del Papa. Él no está con los banquetes embriagadores de los ricos ni con las desenfrenadas juergas de cerveza y vino de la clase media. Él tampoco es la palabra de los que hablan con grandilocuencia de Cristo y ensalzan la Biblia como lo único competente sobre la Verdad, pero según la cual ellos mismos no viven.
El gran Espíritu, el Cristo de Dios, es la fuerza sin nombre del amor, de la sabiduría y de la grandeza –sin nombre, aunque a esta fuerza le hayamos dado el nombre de Cristo–, que obra conscientemente en los corazones de aquellos que se inclinan ante Él, el gran Espíritu, y que cada día cumplen más Su voluntad. Ellos no preguntan si tienen que ser dignos de ello, pues saben que quien cree ser «digno» de estudiar y representar su Santo Nombre, no es ningún alto dignatario, sino que es altamente jactancioso. El «dignatario» quiere dar a conocer a los hombres el gran Espíritu –que en el pasado vivió en el carpintero Jesús–, pero él mismo todavía no ha labrado su corazón, para que el único «Digno» pueda actuar en su corazón.
El gran Espíritu sin nombre –nosotros Le llamamos Cristo– estaba en Jesús, el carpintero. Él, el carpintero, tuvo que llevar la cruz por toda la humanidad. Lo tuvo que hacer, porque así lo quisieron los hombres que no estaban interesados en cumplir la voluntad divina. No era una cruz artística, guarnecida con piedras preciosas, sino una burda cruz de madera que representaba la deshonra, pues quien era clavado en esa cruz era un malhechor, una afrenta para la sociedad y para los muchos espectadores que se deleitaban con el horroroso suceso y lo consideraban correcto.
Quien se hace consciente del acto de la crucifixión de Jesús de Nazaret, va vislumbrando paulatinamente lo que hizo el Cristo en Jesús por todas las almas y hombres. Jesús no había cometido ningún pecado, y Él permaneció en la Ley, Dios, en el amor, en la sabiduría y grandeza, durante Su tortura y crucifixión. Jesús se dejó matar. Él no se rebeló, a pesar de que Su Padre, que es también nuestro Padre, habría podido enviar a legiones de ángeles para proteger a Su Hijo de aquella humillación y de esos sufrimientos. Dios, el Eterno, no lo hizo. El elevado Espíritu que había tomado cuerpo en Jesús era un hombre, y por lo tanto el Hijo del Hombre, lo que significa que Él estaba igualado a todos los hombres.
Así como Dios no intervino tratándose de Su Hijo, a pesar de que éste fue crucificado siendo inocente, tampoco Él interviene en nuestra vida, en nuestros aspectos pecaminosos. Cristo en Jesús nos trajo la Redención, por medio de Su entrega al Padre eterno y a nosotros los hombres, personificando el gran amor del Padre eterno; en ello está, por decirlo así, la afirmación: YO amo al Eterno de todo corazón, con todas Mis fuerzas, con toda Mi alma, y a Mis hermanos y hermanas como a Mí mismo. Yo Me entrego para que ellos lleguen a ser corderos que solamente sigan al Cordero de Dios, al gran Pastor, al Cristo de Dios, el único que conoce el camino hacia el Hogar del Padre y que con Su fuerza es también en sus corazones el Camino, la Verdad y la Vida.
Mientras escribo estas palabras introductorias del presente libro, mi corazón me pesa cada vez más, pues voy sintiendo lo que nuestro Redentor, Cristo, hizo por todas las almas y hombres, y lo que Él quería. Él, el Hijo del Eterno y a la vez hermano de todos los seres humanos, se sacrificó para que con Su acto redentor nosotros los seres humanos alcancemos la fuerza –Su fuerza sin nombre, del amor, de la misericordia y de la bondad–, para encontrar el camino de salida de la cárcel de nuestro ego, de la red de lazos que nos atan.
¿Qué han hecho los cristianos en los 2000 años pasados? Se han dejado seducir por lazarillos que llevan cruces artísticas sobre el pecho, que les han apartado de la sencilla enseñanza de Jesús, del carpintero de Nazaret, llevándoles a una religión artificial, similar a las cruces ostentosas, pero vacía y fría.
Hermanos y hermanas míos en todo el mundo, una persona sin nombre, a la que muchos llaman simplemente Gabriele con el único objeto de poder dirigirse a ella, os exhorta a honrar a Cristo, el gran Espíritu del amor y de la sabiduría, nuestro Redentor. Comprobadlo vosotros mismos: ¿Os da la teología con sus dogmas el agua de la Vida, de la que estáis sedientos? ¿Os sacia con el pan de la Vida, de modo que vuestros días son pacíficos y fructíferos en vuestras obras? ¿Os da la orientación correcta y el ejemplo a seguir para vivir una vida plena de sentido, agradecida de Dios y en Dios, que después de la muerte física desemboca en Dios?
Hermanos y hermanas, yo os llamo, por así decirlo como una hermana predicando en el desierto de este mundo: Abrid vuestros corazones a Cristo, que siendo Jesús era como tú y yo, sencillo y simple. Él tenía un corazón de oro. Él nos amaba y sigue amándonos. Hermanos y hermanas, no doréis vuestros corazones con la apariencia de ser cristianos. No los doréis con dogmas y ceremonias, tampoco con vacías frases teológicas sobre cómo tendría que ser Dios. ¡Experimentad a Cristo en vosotros! Él deja que se Le encuentre en nosotros mismos.
Demos las gracias por los Diez Mandamientos y por el Sermón de la Montaña, cumpliéndolos paso a paso, y entonces crecerá el amor a Dios y al prójimo, y llegaremos a ser conscientemente unos con otros hermanos y hermanas, tal como Cristo lo quiere. Agradezcámosle a Cristo que como carpintero nos hiciera ver que únicamente necesitamos un corazón pleno, el tesoro del interior, para ir saliendo de nuestros lazos que nos atan, de la red en la que nos hemos enredado, como la araña que espera a su víctima para devorarla.
Cristo está presente en nosotros. Comencemos por nosotros mismos, no permitiendo que Le clavemos una y otra vez en la cruz, es decir, que Le sacrifiquemos con nuestros pecados. Dirijámonos a Cristo en nosotros, ya que entonces se abre el tabernáculo interno y encontramos el camino a nuestro origen, que es Dios en nosotros y que nosotros somos en Él. Entonces desenterramos el tesoro del amor a Dios y al prójimo, y somos conscientemente hermanos y hermanas, más allá de todas las fronteras. Entonces Cristo ha resucitado en nosotros.
Quien deja resucitar en sí mismo a Cristo, es hermano, es hermana; no necesita las «dignidades», él dignifica únicamente a Aquel que es digno de toda honra. En Su acto redentor, Cristo nos escogió a cada uno de nosotros. Escojámosle a Él como el punto central de nuestra vida, y entonces Le honraremos, Le alabaremos y loaremos, Le amaremos y haremos lo que Él nos pidió siendo Jesús de Nazaret: Seguidme.
Alguien que no tiene nombre, que sólo usa el nombre Gabriele para acreditarse en este mundo, una seguidora de Jesús –lo que equivale a seguidora de Cristo–, pide a sus hermanos y hermanas: Sigámosle a Él –y habrá paz.
Paz
Gabriele
Prólogo
La existencia terrenal en la ley causal es extravagante y está llena de peligros para el alma y el hombre. A más de uno le resulta difícil encontrar el camino de salida de este laberinto, de la red de Causa y efecto.
Las personas que recorren el camino hacia la Verdad se dan cuenta una y otra vez que el solo conocimiento de las interrelaciones espirituales que contienen la clave de la solución, no siempre basta para atravesar la espesura del ego humano o acaso para llegar a desbrozar toda la jungla. Es preciso, una y otra vez, reflexionar sobre los conocimientos espirituales y ponerlos en práctica, para alumbrar todos los rincones de las deformaciones humanas, para poder llevar allí luz y poner orden.
Por eso es conveniente dilucidar y considerar una y otra vez las mismas o parecidas circunstancias desde distintos puntos de vista espirituales. Puesto que nuestra existencia terrenal se compone de nuestro mundo de programas entrelazados, de una red de comunicación hecha de errores, engaño y atadura, en la que cada uno de nosotros está enredado de múltiples formas. Hoy nos ayuda un aspecto para reconocernos, mañana otro. Por ejemplo, hoy eventualmente se nos aclaran de súbito algunas cosas al leer algo relativo a «carácter», «sabiondo» o «plasma», mientras que mañana la voz de nuestra conciencia se activa por unas explicaciones sobre el efecto de los pensamientos vagabundos y se ponen en movimiento procesos de reconocimiento que nos permiten deshacernos de algunas cargas.
En Vida Universal, el Espíritu de Dios que se manifiesta, nos explica una y otra vez con paciencia infinita las legitimidades del amor a Dios y al prójimo, para que nos liberemos de la estrechez y de ataduras, de lo que nos oprime y esclaviza.
También aceptamos agradecidos lo que nuestra hermana Gabriele nos expone, como horas de reconocimiento que provienen de la Sabiduría divina y que nos ayudan a tomar consciencia de nuestra situación en la ley de Causa y efecto, para encontrar el camino de salida que, de forma para cada cual individual, pasa por Cristo.
Pero que este libro sea no sólo una guía de enseñanza, sino también una advertencia.
Nuestra hermana Gabriele, la profeta del Eterno, ha pasado ya los 60 años de vida. Un profeta es un instrumento de Dios. Él tiene la visión de los Cielos, pero también de los mundos del Más allá, a los que se denomina ámbitos de purificación o mundos astrales, y del mundo material. Todo profeta sabe que su vida está en manos de Dios, y sabe que algún día será llamado por Dios para regresar a la Eternidad. Antes de que llegue ese día, que está en manos de Dios, nuestra hermana informa sobre lo que sucede en el mundo y en los ámbitos invisibles.
Desde hace más de veinte años nuestra hermana Gabriele ve en las alturas de la Existencia divina, pero también en las profundidades más hondas de la Caída y en los abismos de lo humano inferior. Ella ve en qué situación se encuentra un ser humano, cómo se comporta ante la Vida, Dios. Ve lo que ya se le está acercando y también se da cuenta de las diferentes influencias que actúan sobre sus semejantes. De las irradiaciones de sus semejantes ella también capta sus aspectos luminosos y sombríos. Capta si los demás son influenciados o si están libres de ello; se da cuenta de muchas maneras de quién les infiltra, y sabe qué efectos tiene el principio de «emitir y recibir» en la vida de cada uno.
En un círculo de personas muy reducido nuestra hermana ha hablado de vez en cuando sobre estos procesos y ha manifestado su preocupación, su más hondo dolor por más de uno de sus semejantes. Después de más de veinte años ella expone en este libro, de forma detallada y en parte estremecedoramente realista, lo que sucede a raíz de la ley de Siembra y cosecha en las tinieblas, es decir a nivel invisible, donde debido a las analogías activas de hombres y almas y a su modo negativo de emitir y recibir aún rige el principio «Separa, ata y domina». Gabriele levanta parcialmente el velo que oculta ante nuestros ojos lo que sucede a nivel invisible en la Tierra y en los ámbitos de las almas, para que los seres humanos comprendamos cómo actúan las fuerzas negativas, influyendo a las personas sin respetar su libre albedrío. Gabriele capta cómo se llevan a cabo estas influencias que son como «inyecciones» negativas. Según la ley del libre albedrío ella no se lo puede decir al afectado. Pero ahora informa de modo general sobre lo que ella en más de dos decenios ha visto y ha vivido en sus semejantes.
El alma de Gabriele vive en Dios. Para ayudarnos a nosotros, sus hermanos y hermanas, a reconocer el laberinto del ego desde otras facetas, en este libro Gabriele nos conduce una vez más hacia el fondo del mar de Siembra y cosecha, por medio de sus esclarecedoras palabras, para mostrarnos las profundidades y los abismos, lo que allí remolinea y gira, queriendo arrastrar al hombre y al alma al abismo. Y lo hace por el deseo de que aún muchas personas reflexionen, de que lleguen a reconocerse a sí mismas y paulatinamente se vayan alejando de las maquinaciones de los poderes oscuros, que utilizan a los seres humanos como generadores, cuya energía les permita seguir aquí y allá actuando, seduciendo y arrastrando desde la luz a las tinieblas.
Nuestra hermana Gabriele sabe que Dios, nuestro Padre, en Cristo, nuestro Hermano y Redentor, está cerca de cada uno de nosotros, que podemos experimentarle de forma muy concreta cuando nos dirigimos a Él, confiamos en Él y contamos con Él. Gabriele tiene la esperanza y el deseo de que por medio de este libro ella nos pueda dar a conocer