Jesús enseñaba así: Formación de catequistas y aprendizaje cristiano a partir de las parábolas
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Jesús enseñaba así - Chema Álvarez
Índice
Portada
Portadilla
Créditos
Presentación
1. Dios es nuestro único y verdadero Padre
2. Y quiere nuestro bien y nuestra salvación
3. Que nos llega a través de Jesucristo, su Hijo
4. Mediante las «herramientas» de la misericordia y el perdón
5. Para sanar nuestras vidas y nuestra sociedad
6. Y para que no perdamos la confi anza presente y futura
7. Para ello propone una nueva Comunidad: el reino de Dios
8. Al que todos estamos invitados
9. Para pasar de amigos a hermanos, de siervos a hijos
10. Con un estilo y un propósito peculiares, que marcan un nuevo camino a la Humanidad
11. Camino de exigencia y compromiso
12. De justicia y de sencillez
13. Cuya meta es esa riqueza escondida que anhelamos encontrar
14. Para instaurar una nueva sociedad
15. Guiada por el Espíritu
16. E imitando a Jesús, que vino para servir y dar la vida
17. Anunciando su Reino
18. Y estando siempre preparados
19. Porque no sabemos el día en que llegará el Señor
20. Y ha de encontrarnos siempre dispuestos
21. Para que el Espíritu que todo lo renueva y dirige haga su tarea
22. Y cuando todo llegue a su fi n
23. Será principio para quien ha vivido y progresado de la mano de Dios
24. Las dos parábolas que resumen la fe cristiana
25. La vida misma de Jesús como parábola
Anexos
Anexo I: Películas recomendables
Anexo II: Dinámicas y actividades
Anexo III: Canciones que motivan
Anexo IV: Libros recomendables
portadillaLos textos bíblicos utilizados están tomados de la Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao 1998.
© SAN PABLO 2019 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)
Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723
E-mail: secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es
© Misioneros del Sagrado Corazón 2019
© De las ilustraciones: Agustín de la Torre, 2019
Selección de canciones de Elena Díaz Moyano
Distribución: SAN PABLO. División Comercial
Resina, 1. 28021 Madrid
Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050
E-mail: ventas@sanpablo.es
ISBN: 978-84-2856-135-8
Depósito legal: M. 18.419-2019
Composición digital: Newcomlab S.L.L.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).
Presentación
Confeccionar un libro que sirva de formación para catequistas y agentes de pastoral es un reto que muchos han resuelto ya con muy buenos textos que abarcan el proyecto catequético lo mismo de la Conferencia Episcopal que de diferentes diócesis. Y a ellos hay que remitirse siempre, porque la Buena Nueva de Jesucristo no cambia y lo único que hay que hacer es adaptarla a la comprensión de las nuevas generaciones y a las circunstancias actuales, que no son las de ayer y menos las de anteayer. Precisamente queriendo acceder a esa Buena Nueva desde otro ángulo y facilitar aún más la labor catequética se ofrece este libro, que no quiere ser otro más en esta línea de formación, sino algo nuevo además de válido para la catequesis que hoy debe ofrecer nuestra Iglesia.
¿Dónde está la novedad? Pues en realidad no es tal, porque se trata de acudir al método de enseñanza del Maestro por excelencia, Jesús de Nazaret, que pudiendo enseñar con los recursos propios de un teólogo y de un conocedor perfecto de las leyes y tradiciones de su pueblo, recurrió a sencillas parábolas para explicar lo divino y lo humano. Cierto es que este lenguaje venía a serlo también de sabiduría popular, y por tanto apreciado por la gente sencilla, y seguramente por eso Jesucristo lo escogió como vehículo para transmitir su doctrina. Es por eso que en este libro, queriendo seguir esa huella tan especial de nuestro Maestro, haremos un recorrido por todas las parábolas del Evangelio, extractando de ellas las enseñanzas que los cristianos debemos aprender. Y lo haremos siguiendo un orden que recoge los puntos principales de la formación cristiana, tal como puede verse si se leen de corrido los títulos de los temas en el índice, que siguen ese orden que diríamos catequético.
En cada tema se proponen y reflexionan dos o tres parábolas que conformarían el mensaje que se quiere dar; y lo hacemos procurando adaptarnos al sentir de hoy, como en su momento hicieron los evangelistas, que también adaptaron la versión original de Jesús al público al que dirigían sus evangelios, que no eran ya adversarios del Maestro o creyentes judíos necesitados de conversión, sino cristianos a los que había que transmitir enseñanzas y verdades de fe para su vida práctica. Y es por eso que tú también, como catequista, puedes y debes adaptar estas parábolas a la necesidad y comprensión de tus catequizandos. E inventarte, incluso, otras similares que a tu juicio ayuden a la comprensión de lo que enseñas.
Al final de cada tema se proponen reflexiones y preguntas que pueden ayudarte en tu labor, pero estaría bien que las completaras con las que veas oportunas, así como con otros materiales didácticos que subrayen el mensaje. Y ahí puedes utilizar lo que tú manejes con mayor soltura: libros, canciones, películas, manualidades, dinámicas de grupo, escenificaciones, juegos… (descubrirás que muchas parábolas se prestan a ser representadas y eso facilita su comprensión). En fin, todos los recursos que hoy tenemos a nuestra disposición, pero siempre con la mirada centrada en el mensaje de Jesús que nos proponen sus parábolas. Y, por supuesto, sin dejar de recurrir a esa bibliografía que completará lo que aquí se ofrece, porque hay temas que conforman los proyectos catequéticos habituales que aquí no aparecen al no recogerlos las parábolas de Jesús. Con esa intención se ofrece, en el anexo que completa este libro, una selección de películas, dinámicas, libros y canciones que pueden ayudarte, pero que son solo una orientación que tú debieras completar a tu gusto y según tus posibilidades.
Verás que los temas concluyen con las que para mí son las más rotundas de todas las parábolas, dos de las que dijo Jesús y una muy especial: su propia vida. Y ahí es donde te aconsejo que te vuelques con mayor entusiasmo, lo mismo para aprender que para ofrecer. Seguro que será tu mejor elección y acertarás como catequista que quiere transmitir una fe que ya tiene consolidada. Porque, recuerda, «las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra».
Y si acaso no eres o no aspiras a ser catequista, también puedes servirte de este trabajo para profundizar en tu fe cristiana, dejando que las parábolas de Jesús iluminen tu actividad cotidiana y puedas contagiar su mensaje. Llevan siglos haciéndolo y nunca caducan porque son un mensaje de eternidad, tal como nos anunció el Hijo de Dios: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13,31).
1
Dios es nuestro único
y verdadero Padre
«Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24; Lc 16,13).
El común de los creyentes de todas las religiones y en todos los tiempos se imagina al dios o los dioses a los que adora como seres superiores a los que hay que temer y respetar por encima de todo. La peculiaridad judía y cristiana es contemplar a Dios como único y mantener con Él una relación más de intimidad que de servilismo, porque su manifestación, tal como ya se ve en el Antiguo Testamento, busca un entendimiento más de amor que de servicio, de salvación más que de condena (ver, p.e., Salmos 116 y 118). Y con Jesucristo se nos revela que este Dios es un Padre que nos ama por encima de todo y aun antes de que nosotros lo hagamos (1Jn 4,10). Él lo llama «Papá» («Abba»), para que nos sintamos con la confianza de tratarle en su intimidad y para que comprendamos la necesidad grande que tenemos de Él, la propia del niño pequeño respecto a su padre o su madre.
Pero lo mismo que el niño comprende que nadie puede suplir a su papá o a su mamá por completo, y que si alguien lo hiciera él no se sentiría igual, de la misma forma el cristiano que sabe que es hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza, no juega a mirar en otra dirección buscando personas o cosas a las que entregarles su afecto y su vida. Por eso Jesús nos advierte que no podemos contraponer nada, por importante que pueda parecernos, al amor que Dios nos tiene. Que no podemos buscar otros «señores» con los que pretender nuevos beneficios. Vamos, que no se puede jugar a eso tan viejo de «ponerle una vela a Dios y otra al diablo». Dios, el auténtico, no el que algunos imaginan, exige una atención y un amor exclusivos, tal como proclamamos en el primer mandamiento. Y esto no por capricho sino en justa correspondencia al amor que Él nos tiene, el mismo que le llevó a crearnos y a distinguirnos por encima de las demás criaturas con multitud de dones, entre los que destaca la capacidad de amar lo mismo que Él (ver 1Jn 4,7-21).
En el libro del Apocalipsis se nos advierte de que «A los tibios les vomitará mi boca» (Ap 3,15-16), y es una tibieza absoluta el pretender agradar a Dios al tiempo que nos congraciamos con el diablo. Si de verdad crees que Dios es único y que, además, es tu auténtico Padre, el que te llamó a la vida y te la enriquece cada día hasta el momento en que te vuelvas a unir con Él en un abrazo de eternidad, ¿por qué pierdes el tiempo mirando en otra dirección y peloteando con lo que nada tiene que ver con Dios?
Para que reflexiones:
• Repasa tu «idea» de Dios. ¿Lo ves como a «Dios», eterno y todopoderoso, vigilante y justiciero, o como a un Padre/ Madre que te creó porque te ama y quiere que tú seas de verdad su hijo y vivas como tal?
• Observa si en tu vida tienes personas o cosas en las que pones tu confianza de manera que «roben» la que solo puedes tener con Dios.
• ¿Son el dinero, el poder, la apariencia, el sexo… diosecillos a los que estás consagrando parte de tu tiempo o de tu vida?
• Recuerda que, al aceptar a Jesucristo como tu Camino, tu Verdad y tu Vida, y al Evangelio como el ideario que has de vivir, has hecho ya una opción que debes mantener por encima de caprichos y tentaciones.
* * *
«Él, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido no puede subsistir porque ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que estas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno
. Es que decían: Está poseído por un espíritu inmundo
» (Mc 3,23-30; Mt 12,24-32; Lc 11,15-23).
Con esta parábola, Jesucristo, al que acusan de estar actuando movido por el diablo para desacreditar lo que hacía, remarca algo que es obvio: no puede nacer del «mal» lo que es puro y solo «bien». Y en él todo su obrar brota única y exclusivamente del Dios que le llena y le ama. Porque Dios es Amor (1Jn 4,7-8.16) y todo lo que tiene que ver con Él lleva ese sello, tal como manifestaba Jesús como Mesías. Pero si no descubrimos en Jesucristo a Dios, al Padre que nos ama eternamente, nos será imposible entender el alcance del bien que hacía. ¿Obraba por bondad, por mera simpatía?, ¿lo hacía por caerles bien a aquellas personas y que luego le proclamaran «rey»?, ¿o tal vez porque él era así y era imposible que actuara de otra manera?
No. Jesucristo es la encarnación del Amor divino y todo lo que hacía era manifestación visible de ese Dios invisible al que la Humanidad llevaba siglos imaginándose de maneras peregrinas, hasta que la Palabra que creó todo «acampó entre nosotros» (Jn 1,14) y así pudimos contemplar y experimentar el Amor de Dios materializado en nuestra humanidad. Una acción que es misericordia, justicia y paz, algo que nada tiene que ver con ese «mal», también encarnado en las múltiples formas de daño y sufrimiento con las que no ya el diablo sino nosotros mismos nos amargamos unos a otros. Si por sus frutos se conocen a las personas (Mt 7,16-18; 12,33), a los que nos sentimos «hijos de Dios» y obramos como tales se nos ha de distinguir por una actividad similar a la que realizara Jesucristo. Y es mediante esa actividad que demostramos la fuerza y