Hacienda San Juan Colón
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Muchos son los personajes y familias que han transitado por ella como propietarios y muchos más los que a lo largo de cuatro siglos han trabajado en ella, muchas historias, vivencias y sucesos han ocurrido aquí. Lo invitamos a echar un vistazo a esta interesante historia donde han desfilado como dueños grandes empresarios, tales como el Sr William O. Jenkins y Don Manuel Espinoza Iglesias, quien fuera el accionista principal del Banco de Comercio. (mas tarde BBVA).
El autor nos presenta una curiosa versión contada supuestamente por el mismo casco de la hacienda, aterrizando aquel viejo dicho que dice… “si las paredes hablaran” así como la versión histórica documentada por Blanca Suárez Cortez.
Oscar de la Fuente Buenrostro
OSCAR DE LA FUENTE BUENROSTRO El autor, Ingeniero Civil de profesión, ha tenido la suerte de conocer de cerca muchas haciendas y de algunas su interesante historia. Nos entrega ahora este, su cuarto libro al tiempo que está en proceso de restauración de este bello casco, una tarea titánica cuando por desgracia de las circunstancias, se encuentra en un estado ruinoso. El aliciente…volver a verlo como en sus mejores años, seguramente con algún uso diferente pero igualmente bello, funcional y un digno representante de la arquitectura colonial de México.
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Hacienda San Juan Colón - Oscar de la Fuente Buenrostro
Copyright © 2024 por Oscar de la Fuente Buenrostro.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.
Fecha de revisión: 23/01/2024
Palibrio
1663 Liberty Drive
Suite 200
Bloomington, IN 47403
857997
ÍNDICE
PRIMERA PARTE
Por Oscar de la Fuente Buenrostro
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
SIGLO XVII
SIGLO XVIII
SIGLO XIX
SIGLO XX
CUADRO DE PROPIETARIOS
SEGUNDA PARTE
Por Blanca E. Suárez Cortez
INTRODUCCION
CAPÍTULO I
LOS INICIOS. PEDRO GARCÍA PALOMINO
Nuestra Señora de la Candelaria Coacalco
CAPÍTULO II
FORMACIÓN DEL INGENIO DE SAN JUAN BAUTISTA
Luisa Quiros. La composición de 1643
La convivencia en la hacienda
Juan Rodríguez Calado. La composición de 1708
CAPÍTULO III
EL SIGLO XVIII. NUEVOS ARRENDATARIOS Y DUEÑOS
Félix de Oropeza y Petra Vargas Crespo
Los Recursos para la producción
La fuerza de trabajo. Trabajadores permanentes y temporales
Los Gastos: en trabajadores, insumos y otros
Los insumos
Otros gastos corrientes
CAPÍTULO IV
SAN JUAN COLON Y SAN FÉLIX RIJO CON LA FAMILIA VELARDE
CAPÍTULO V
LA HACIENDA EN EL SIGLO XIX.
Colón en manos de Ignacio Ardit
Lorenzo de la Hidalga
Vicente de la Hidalga. Ampliación e intensificación de la producción de azúcar.
Nueva tecnología, los García Icazbalceta
CAPÍTULO VI
AGUSTÍN DE LA HIDALGA. EL AUGE DE SAN JUAN COLÓN
Adquisición de San Félix Rijo, las innovaciones tecnológicas
El control de los recursos hidráulicos
Los bienes de Agustín de la Hidalga. Las haciendas de Colón, Rijo y Matlala
CAPÍTULO VII
LAS HACIENDAS CON HERLINDA DE LA LLERA. LA LUCHA POR CONSERVAR LOS RECURSOS.
Las demandas de los agraristas
Los derechos y el uso del agua en San Juan Colón
CAPÍTULO VIII
LA HACIENDA EN MANOS DE WILLIAM O. JENKINS
ABREVIATURAS FUENTES DOCUMENTALES
BIBLIOGRAFÍA
ANEXO 1 LINDEROS DE LA HACIENDA DE SAN JUAN BAUTISTA TILAPA EN 1708
ANEXO 2 INVENTARIO DE LA HACIENDA DE SAN JUAN BAUTISTA TILAPA EN 1727
ANEXO 3 REGISTRO DE CEREMONIAS RELIGIOSAS
ANEXO 4 PADRÓN DE 1791
ANEXO 5 PROCEDIMIENTO PARA ELABORACIÓN Y REFINACIÓN DE AZÚCAR
ALGUNAS FOTOGRAFIAS ESTADO ACTUAL (AÑO DE 2024)
PRIMERA PARTE
Por Oscar de la Fuente Buenrostro
PRÓLOGO
En el presente libro, encontrará usted dos historias de la Hacienda SAN JUAN BAUTISTA COLÓN, la primera es un relato contado por el propio casco de la hacienda, donde él mismo narra la historia de su vida que cumple cuatrocientos diez años en este 2024, esas vetustas construcciones dan testimonio de los hechos acontecidos en ellas desde su peculiar punto de vista. Se han colocado en negritas los nombres de cada nuevo propietario en el correr del tiempo.
La segunda parte, es el producto del trabajo de investigación de ese mismo periodo de tiempo, elaborado y narrado por Blanca Suárez Cortez historiadora que con mucho interés y dedicación ha podido desempolvar diferentes archivos para sacar a la luz tantos y tantos acontecimientos en relación a esta hermosa hacienda del siglo XVII.
Existe un dicho común que dice si las paredes pudieran hablar
pues bien, aquí tiene usted en sus manos este valioso testimonio de esas viejas construcciones.
INTRODUCCIÓN
Me siento un tanto adormecido, según recuerdo, fue por allá de 1938 cuando expropiaron gran parte de las tierras que tenía asignadas y que produjeron tantos años los magníficos cultivos de caña, recuerdo cómo mis huéspedes se enorgullecían de ello. Desde entonces fue abandonado el trapiche pues ya no era productivo y comenzó así el deterioro de mis muros y techumbres, fui viendo cómo se mutilaba parte de mi ser y caí en un largo sueño para despertar en el año de 2013 cuando llegó el último huésped, quien ha comenzado ya los trabajos de restauración, me sentía entumecido y desorientado pues ha cambiado sustancialmente mi fisonomía ya que han sido cercenados muchos muros y apenas si conservo algunos techos, por cierto, en muy mal estado.
Antes de comenzar, vale la pena hacer una aclaración, el centro de mi ser es el casco de la hacienda, pero la hacienda que comprende además las tierras, soy yo también, algunas veces me referiré a mí en género masculino cuando hablo del casco y otras cuando hable de la hacienda, en género femenino. Soy como el azúcar misma, algunas veces en masculino pero también es válido usar el femenino.
Debo comentar que la pérdida de las tierras no me afectó tanto, es cierto, fueron miles de hectáreas las que me quitaron, es como si mi país perdiera territorio, es la tierra que me vio nacer, pero quedaba yo todavía entero, la casa principal, las trojes, los talleres, los corrales, la hermosa capilla y todo lo demás estaba ahí funcionando y guardaba celosamente mis recuerdos, todas las energías de mis huéspedes los humanos y sus animales estaban muy dentro de las habitaciones, de los corrales y las caballerizas, las porquerizas y todas las construcciones estaban impregnadas de sus vivencias.
Soy muy afortunado por poder expresarme a través de este libro, en casi todos los casos, los edificios que poblamos nuestro México somos mudos testigos de lo que en nuestro interior ocurre. Todos sin excepción, tenemos muchas historias que contar, han sido ya muchos años y han transitado por aquí muchas generaciones, algunas veces la memoria nos traiciona de tantos huéspedes que han pasado por nosotros.
Hablo en nombre de los más viejos, la mayoría de nosotros, los cascos de hacienda
tenemos generalmente más de 350 años de edad y también la mayoría hemos sufrido destrucción y abandono. Recuerdo especialmente la época de principios del siglo XX en la famosa Revolución Mexicana, fueron pocos los compañeros que escaparon de esta terrible barbarie, la inmensa mayoría hemos sufrido mutilaciones y abandono, la falta de atención a nuestras necesidades de protección contra la intemperie y reparaciones por efectos de uso o ciertas eventualidades como los sismos, han terminado por derrumbar nuestras construcciones, algunas veces nuestros muros y otras nuestras techumbres.
Nuestros huéspedes, los humanos, a esto le llaman efectuar el mantenimiento, cosa que olvidan o pretenden olvidar por aliviar sus conciencias. Esgrimen argumentos como la falta de tiempo o de dinero que en muchas ocasiones es cierto, pero en muchas otras, como lo he dicho es más bien por acallar el reclamo que sus obligaciones implica.
Esta labor de mantenimiento corresponde a los hombres y mujeres que se encuentran en turno viviendo entre nuestras construcciones, a los otros huéspedes, los animales de cría que habitan en el casco, se les exime de la responsabilidad de nuestro cuidado porque son seres vivientes de un nivel de conciencia inferior a los humanos y porque además la naturaleza no los ha dotado de la inteligencia que poseen los humanos que habitan con nosotros y por último, pero no menos importante, no poseen las habilidades del hombre con sus grandiosas herramientas, que son sus manos y que con ellas han podido crear otras herramientas más complejas, que usan para todas sus labores, desde utensilios para la cocina, pasando por las herramientas que usan para crear objetos, como cuando construyen nuestros muros y techos, lo mismo para hacer las monturas de los caballos que para las cercas donde resguardan al ganado y hasta maquinas como tractores y camiones que usan para trabajar la tierra y como medio de transporte.
Quisiera comentar una reflexión que vengo haciendo desde hace tiempo, realmente no sé si tenga la razón, pero es lo que creo. Cuando llega algún huésped, generalmente con su familia, a morar entre nuestras habitaciones, nosotros les recibimos con alegría y curiosidad por saber que modificaciones harán a nuestro cuerpo, algunas veces son arreglos cosméticos solamente pero en otras ocasiones, cambian la fisonomía por completo, generalmente agrandan y mejoran nuestras construcciones, al principio con mucha ilusión, pero con el tiempo, no sé si porque se les van acabando sus energías o por problemas económicos, nos van dejando sin el ya citado mantenimiento
cosa que provoca enfermedades y deterioro general en nuestro cuerpo.
En otras ocasiones, afortunadamente las menos, reducen el tamaño de nuestro casco, demoliendo muros y techos sin piedad, algunas veces encuentran habitaciones que han perdido su techumbre por diversas causas y como es natural, nuestros muros que han quedado a la intemperie por muchos años están semidestruidos por lo que deciden eliminarlos sin mayor consideración, máxime cuando esos muros no son de cal y canto. Casi siempre forman parte de nuestro esqueleto también algunos muros hechos de piedra y adobe que, al quedar expuestos a la intemperie, se destruyen fácilmente.
Pues bien, la situación es que llegan para vivir entre nuestras habitaciones como ya lo decía, con mucha ilusión y una de las razones más importantes para ello es el hecho de que no solo son poseedores temporales de nuestro ser, sino que también se sienten dueños de nosotros por un documento que ellos usan y que denominan escrituras
. Su papel les es válido mientras están con nosotros, al poco tiempo mueren y llegan los siguientes moradores (que muchas veces son sus hijos o familiares cercanos) con su nuevo papel y se repite la historia, nuevamente inician con arreglos y reparaciones con mucha ilusión que al poco tiempo abandonan.
A nosotros no nos molesta que tengan y valoren tanto esos documentos (que llaman escrituras) o que se sientan dueños o solamente huéspedes, que realmente es lo que son, todos ellos son huéspedes temporales y que dicho sea de paso, todos sin excepción, se hospedan con nosotros un breve espacio de tiempo solamente. Desconozco si para ellos este lapso sea breve o no, pero podríamos decir que en la mayoría de nosotros los cascos, hemos tenido más de 20 huéspedes en apenas trescientos años.
Desde luego que no siempre es por causa de muerte, en muchos casos se ven obligados a irse por falta de recursos económicos, dejan el lugar a quien o quienes les han hecho algún préstamo y no han podido pagar. Estas despedidas son muy tristes pues he visto cómo se les parte el corazón al terminar su estancia conmigo.
Ahora pasaré a contarles mi historia, principalmente porque todavía tengo frescos los recuerdos de mi nacimiento, así como del resto de mi vida, espero apegarme de la manera más fidedigna a los hechos tal como sucedieron.
SIGLO XVII
El recuerdo más antiguo que tengo debió ser a principios del siglo XVII, nací en las fértiles tierras del Valle de Izúcar, un clima tropical con abundante agua, lo que propició la siembra de caña de azúcar en toda la región. Me bautizaron como San Juan Bautista Tilapa
nombre que después cambiaría por el de San Juan Colón como se me conoce en forma abreviada, actualmente.
El nombre de mi creador fue Pedro García Palomino, quien adquirió en el siglo XVI muchas tierras en el Valle de Izúcar, fue una época donde hubo una gran mortandad de los indígenas por las epidemias y también por la explotación de los indios a manos de los españoles. Se estima que la población indígena disminuyó en un 80 % para finales del Siglo XVI lo que facilitó la expansión del dominio español en tierras y aguas antes en manos de los naturales del lugar.
Fue en 1600 que García Palomino recibe las primeras mercedes de tierra, en un principio, como muchos otros, se dedicó a la ganadería y al cultivo de cereales por lo que al nacer, era una pequeña casa con algunos corrales para ganado porcino, vacuno, caballar y algunas aves de corral también. Con el tiempo fue necesaria la construcción de las primeras trojes para guardar los excedentes de las cosechas de temporal.
Mi acta de nacimiento está fechada en el año de 1614, fecha en que se otorgó el permiso para funcionar como trapiche de rueda de agua
. Entonces ya contaba con el permiso para construir el acueducto que llevaría el agua para hacer funcionar la rueda hidráulica que a su vez mueve la prensa donde se exprime la caña y se obtiene así el jugo que posteriormente habría de convertirse en azúcar.
Para estas fechas, ya tenía una casa más grande y las instalaciones propias del trapiche, tenía la casa de la molienda, la casa de calderas, los purgares, los asoleaderos y trojes más grandes para almacenar el azúcar. Había también algunas dependencias que se usaban como talleres y una zona de pequeños jacales con techos de palma donde vivían los esclavos o los trabajadores permanentes, dormían muy cerca de la casa grande.
Tengo también un vago recuerdo, creo que comentó Don Pedro García que en el año de 1605, obtuvo un permiso de los naturales del contiguo pueblo de Tilapa para poder usar agua del río Ahuehueyo (llamado así por los ahuehuetes que forman su cauce), le fue concedido por 40 surcos de agua.
Por aquellos años, en la casa grande solamente vivían el Sr García Palomino con su esposa e hija, así que siendo una pequeña familia, llevaban una vida apacible, sin embargo, en los talleres, y todas las otras construcciones destinadas a la producción del azúcar, casi siempre había una actividad febril, la mayoría eran esclavos (gente de color) ya que debido a la escases de indios, la Corona Española había emitido una ordenanza donde se prohibía utilizar mano de obra indígena, que prácticamente estaban ya en vías de extinción, como ya lo comenté con anterioridad. Pues bien, en la fábrica, podía yo percibir mucho dolor y frustración por parte de quienes ahí trabajaban, inconformidad y resentimientos era el tenor general de sus sentimientos, contadas excepciones eran los que trabajaban con alegría y regularmente estaban de buen humor.
Cuando partió Don Pedro García, su viuda Luisa Quiros hizo la mejor despedida que pudo a su esposo, yo los veía discutir de vez en cuando, pero por lo regular Luisa aceptaba la opinión de Pedro y al final creo que se amaron mucho, eso lo pude percibir en el funeral de Don Pedro, ella estaba desecha y su profunda tristeza quedó impregnada en la casa grande. Con todo y esto, tuvo que hacerse cargo de la finca.
Un gran motivo para salir de su dolor y la consecuente depresión que le invadía, fueron los nacimientos de sus nietos. Su hija de nombre Luisa también, tuvo 6 hijos, recuerdo con claridad el nacimiento de cada uno de ellos, fue en un lapso de 13 años, de 1622 a 1635.
A la muerte de Doña Luisa, su hija y su yerno, Don Bartolomé Pérez Cabeza quedaron a cargo del trapiche y fueron ellos mis nuevos huéspedes o propietarios, como ellos se nombran. Desgraciadamente, un poco después, muere Don Bartolomé y queda Luisa Quiros como propietaria. A ella le tocó en el año de 1643 hacer una regularización de tierras mediante las composiciones
que a través de un pago, regularizaban las tierras o derechos de agua que no tenían un documento de propiedad.
Por estas fechas, las tierras que tenía sumaban más o menos alrededor de 5,700 hectáreas, trescientas de éstas eran irrigadas y dedicadas a la siembra de caña de azúcar. Había muchos trabajadores y eran frecuentes las ceremonias de bodas y bautizos en mi capilla, no solo de los hacendados o sus familias sino que también de los trabajadores permanentes o los esclavos. Como los hacendados eran dueños de sus esclavos, tenían la obligación de catequizarlos así eran muy frecuentes las ceremonias en mi capilla.
Si no mal recuerdo, doña Luisa tuvo seis hijos, Jusepe, Nicolas, Sebastián, Pedro, Sebastiana y Theresa. Guardo en mi memoria vívidamente una ceremonia un 26 de diciembre de 1651 donde bautizaron a un hijo de un peón acasillado, de nombre Juan López y apadrinado por Sebastián (hijo de la Sra Quiros)
− Don Sebastián, que bueno que llegó ud. Ya nos tenía con pendiente, ¿qué tal estuvo la fiesta de anoche? La música terminó muy tarde patrón, por eso pensé que a lo mejor no llegaba…
− Juanito, ¿cómo crees que no iba a llegar al bautizo? Te confieso que no he dormido pero ya me tomé como 4 cafés porque andaba muy entonado, creo que ya me siento bien, no te preocupes, perdón pero ya ni me acuerdo cómo se va a llamar, ya me habías dicho ¿verdad?
− Si patrón, se va a llamar Andrés… ¡mire! Ahí viene María con el chamaco, ahora si le voy a avisar al padrecito para que comience ya de una vez, se nos hace tarde
María de Otero era la esposa de Juan López y se sentía un tanto apenada con sus patrones porque sabía que estaban pasando apuraciones de tipo económico y a pesar de ello, le ofrecieron hacer fiesta y una comida para festejar el bautizo, los papás eran personas cercanas a los hacendados pero principalmente porque Don Nicolás (hijo de Doña Luisa) sería el padrino. Tengo muy presente esa fecha porque ocurrió un suceso muy particular aquel día que cambiaría al menos por un tiempo, la vida de doña Luisa. Don Nicolás que debido a la fiesta del día anterior estaba un poco mareado, estando en la sacristía con la familia y antes de salir a la capilla, tropezó con una baldosa que estaba un poco salida y cayó…
− ¡Cuidado, hijo! ¿Te lastimaste? Qué barbaridad, ¡se escuchó fuerte el trancazo!
− No mamá, estoy bien, no te preocupes
Al ayudarlo a levantarse, observaron la baldosa que se había levantado y con la cual Nicolás tropezó, se veía algo debajo, había un hueco aparentemente
− ¡caray! Hay algo aquí adentro, ayúdame Juan, vamos a levantar la baldosa, está medio suelta…
Para sorpresa de todos, encontraron una caja metálica, con una etiqueta que decía para emergencias
de puño y letra de Don Pedro y cuál sería la sorpresa mayúscula de todos los ahí presentes cuando abrieron la caja y la encontraron casi llena de monedas de oro, de los pesos de aquél entonces
− ¡mira mamá! mi papá guardó esto, justo ahora que andamos apurados, ¡esto es providencial! Como si supiera de nuestra situación y nos lo manda justo ahora, esto parece un milagro
Es curioso, casi todos mis huéspedes durante su estancia tenían la costumbre de guardar sus monedas en ollas de barro o recipientes metálicos como el de Don Pedro García Palomino dentro de mis muros o en los pisos como fue