La colonización antioqueña una empresa de caminos
Por Eduardo Santa
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Cuando se escriba la historia de los grandes movimientos populares en Colombia, aquella que tenga profundas raíces en el alma colectiva, en las instituciones seculares y en el movimiento de la conciencia nacional, seguramente aparecerá que las migraciones colonizadoras que tuvieron su génesis y su aliento en la vieja Antioquia, constituyen la más grande aventura realizada en nuestro suelo durante el siglo XIX.
Esos grupos antioqueños, constituidos todos por gentes resueltas, emprendedoras y valientes hasta el propio heroísmo, continuaron la empresa de los conquistadores españoles, quizás con mayor fortuna que éstos, y a ese tenaz esfuerzo por construir la patria se debe la existencia de más de cien poblaciones grandes y pequeñas que, en conjunto, constituyen un fuerte núcleo estrechamente unido por un común denominador antropogeográfico.
Sociológicamente, esas poblaciones, nuevas todas, hijas del siglo XIX y del hacha antioqueña, forman un conglomerado social étnicamente homogéneo y triplemente unido por la sangre, por la tradición y las costumbres.
Tales grupos migratorios que tienen una serie de causas tan variadas como complejas, entre las que se cuentan el espíritu aventurero propio de los antioqueños, estimulado por la pobreza del suelo nativo, por el crecimiento desmedido de las familias, por el afán de ha.cer riqueza y, particularmente, por la búsqueda de tesoros indígenas o guaquerías y también por el fenómeno del contagio social que movilizó grandes masas en algunas empresas históricas, como sucedió en las Cruzadas, en laconquista de América y en la colonización de Texas y California, constituyen, sin lugar a dudas, la única gran revolución efectiva en el campo social y económico de la república.
Eduardo Santa
Eduardo Santa es un sociólogo y escritor ampliamente conocido en los círculos intelectuales y políticos colombianos. Nació en El Líbano-Tolima en 1927. Curso Estudios de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Nacional, la cual le otorgó el título de doctor en esas ciencias en 1953. Ha participado en muchos congresos internacionales de sociología y ha sido conferencista invitado en diversas universidades del mundo. Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Historia, miembro honorario de The American International Academy of New York, Miembro de la Asociación Colombiana de Sociología, de la Comisión de la Unesco en Colombia, y profesor de sociología general y americana en la Universidad Nacional.
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La colonización antioqueña una empresa de caminos - Eduardo Santa
La colonización antioqueña
Una empresa de caminos
Eduardo Santa
Ediciones LAVP
www.luisvillamarin.com
La colonización antioqueña
Una empresa de caminos
© Eduardo Santa
Tercer Mundo Editores
Primera edición 1978
Reimpresión, febrero de 2021
© Ediciones LAVP
www.luisvillamarin.com
Cel 9082624010
New York City USA
ISBN 9781005315863
Smasahwords Inc.
Todos los derechos reservados para esta obra. Ninguna persona natural o jurídica podrá reimprimir ni comercializar este libro, por ninguno de los medios de difusión literaria vigente, sin poseer previa autorización escrita firmada por el editor. Hecho el depósito de ley.
La colonización antioqueña
Palabras iniciales
Primera Parte
Dimensión histórica de la colonización
Capítulo 1. Una empresa comunitaria
Causas y proyecciones de un movimiento de masas
Diferencias entre la colonización antioqueña y la española
La cultura de la guadua
La colonización: una empresa de caminos
Capítulo 2. Las primeras avanzadas
La búsqueda de oro, el carácter de un pueblo
Capitulaciones y demás documentos de propiedad
Instrucciones para la fundación de nuevas poblaciones
Se desata el nudo de la necesidad de la ambición
Las cuatro grandes oleadas migratorias
Capítulo 3. Proceso de una política agraria
Proceso de una política agraria
Baldíos para los soldados de la independencia
Venta de baldíos a particulares
Gobernar es poblar
La tierra para el que la trabaja
Adjudicación de baldíos a las provincias
Adjudicación de baldíos para fundar poblaciones
Adjudicación de baldíos para construir caminos
Capítulo 4. La gran reforma agraria del siglo XIX
La reforma y la generación de los libertadores
Mosquera y dos leyes fundamentales
Manizales y la capitulación de Aranzazu
Burila y la fundación de Armenia
El camino del Ruiz
Murillo Toro y los principios de la reforma
Vientos de transformación social
Segunda parte El testimonio de los viajeros
Capítulo 5. Las furias de la naturaleza
Por los caminos de herradura
Cómo se viajaba en el Quindío en 1840
Además del peligro belleza
Capítulo 6. Un viaje tormentoso de Medellín a Bogotá
Aspectos de la vida social
Un preciso mosaico de aldeas del pasado
De Salamina a Manizales
Atravesando el Nevado del Ruiz
Rumbo a Ambalema por la vía de El Líbano
Capítulo 7. Viajeros extranjeros
Un sabio alemán por los caminos del infierno
Un inglés asombrado por la fauna selvática
Míster Hamilton también sufre
Sobre el origen semita y otros tópicos
Por la ruta de los pioneros
Regreso por el Quindío
Tercera parte. La gesta de los pioneros
Capítulo 8. Fundando pueblos
Como los grandes hormigueros
Un desfilar permanente
El hombre contra la montaña
Pueblos a cordel tendido
De los oficios de ayer
Capítulo 9. Los primeros pobladores
Agricultores con devoción panteísta
Peones, jornaleros y chapoleras
Las fondas y los guapetones
Los arrieros y sus trovas
Capítulo 10. De la vida social
Un remolino humano lleno de magia y misterio
Las diversiones hogareñas en la rueca de tedio
Adivinanzas, charadas y penitencias
Capítulo 11. De la vida religiosa
El templo y su significado social
Un mosaico humano sobre la plaza
Semana santa a lo vivo
Recuerdo de las navidades
Anexos
Anexo 1. Sobre el origen judío de los antioqueños
Una polémica en serio
¿Todo fue origen vasco?
El caso de Jorge Isaacs
El caso de Barba Jacob
La copla popular
Anexo 2. Bibliografía básica
Palabras iniciales
I
Cualquiera podría preguntarse el porqué de mi insistencia en estos temas relacionados con la colonización antioqueña. Bastaría responderle que hoy producto de una de esas migraciones que, a mediados del siglo XIX, partió de la vieja Antioquia, se internó en las selvas inhóspitas, traspasó a lomo de mula y las serranías nevadas del Ruiz y penetró en las fértiles vertientes de la cordillera central de los Andes, en el departamento del Tolima. Mis antepasados fueron, pues, en su gran mayoría, colonizadores, arrieros, aserradores, mineros, pero, principalmente, sencillos labradores, a través de muchas generaciones de esfuerzas colectivos.
Tuve la fortuna de haber nacido en una pequeña aldea, parte de esa constelación de fundos creados por la acción vigorosa de los pionero antioqueños y de verla renacer, poco a poco, hasta convertirse en ciudad próspera y fecunda.
Tanto mi infancia como mi adolescencia discurrieron por sus calles soleadas y sus campos aledaños, conformaron los principios de las más ortodoxas costumbres de sus genitores, escuchando de sus propios labios los múltiples episodios de esa aventura prodigiosa y los relatos relacionados con su fundación.
Al calor de la lumbre hogareña, en los viejos fogones de tierra pisada, en las cocinas penumbrosas donde borboteaba el fríjol y se tostaba la arepa, o bajo la sombra de los árboles frondosos, dominando con la vista los extensos territorios colonizados por mis antepasados, cruzados por caminos de herradura por donde desfilaban las recuas de mulas que llegaban a los mercados sabatinos del pueblo, cargada de frutas y esperanzas, pude saborear lentamente, con deleite inenarrable, la miel de sus leyendas y sus mitos, en lo que los fantasmas salían de los bosques umbrosos y de los arroyos cristalinos para poblar la fértil imaginación de los campesinos que hablan logrado convertir selvas en ciudades.
Desde entonces, en un procedimiento inverso al de mis antepasados, pero igualmente ambicioso, me he devuelto por los caminos de los recuerdos colectivos, por las trochas que ellos anduvieron; ha vadeado sus ríos torrentosos, cruzado las enhiestas serranías, me he internado en los bosques intrincados, he salvado los abismos y cruzado sus puentecillos de guadua, buscando siempre la huella de sus pies desnudos, tratando de entender plenamente y de explicarme la magnitud de aquella gigantesca empresa.
Labor ardua y difícil, pero grata en extremo, porque también ha sido la búsqueda de las más profundas raíces de la estirpe. Así han nacido algunos de mis libros como La provincia perdida y arrieros y fundadores.
Pienso, sin arrogancia chauvinista y más bien con modestia, que ningún extranjero podría penetrar profundamente en la interpretación sociocultural del fenómeno colonizador, por cuanto para entenderlo en toda su dimensión telúrica y genética, para comprender a cabalidad su espíritu propio, su auténtico Volkgeist, es necesario sentirlo y vivenciarlo, a través de los tiempos, en los misteriosos y sorprendentes caminos de la sangre.
Los investigadores foráneos, que los ha habido muy importantes y acuciosos, además de habernos dado muestras de su admirable rigor metodológico, nos han descubierto muchas facetas del fenómeno, han arrojado gran cantidad de cifras y han tratado de cuantificar y reducir a gráficos, diagramas y estadísticas lo que puede ser cuantificable, dándonos además una cierta perspectiva en la lejanía que le otorga a sus planteamientos un tanto de la objetividad necesaria.
Pero como no todo en este tipo de investigación social es cuantificable, especialmente en lo relacionado con su interpretación, por cuanto la vida del hombre no sólo la mueven las cantidades sino las calidades de su espíritu y las cambiantes y complejas motivaciones individuales y colectivas, sus trabajos carecen de ese plan necesario para darles vida y acercarlos no sólo al entendimiento sino también al corazón de los hombres, pues con ambos se vive la vida cotidiana y se construyen las gestas de los pueblos.
Este nuevo libro, nutrido con mayores experiencias, propias y ajenas, constituye una visión de conjunto de este gran fenómeno social que fueron las migraciones antioqueñas del siglo XIX. Aunque sobre este tema tan controvertido se han producido muchos libros, conferencias, ensayos y artículos de prensa, considero que todavía hay puntos por esclarecer y no pocas rectificaciones a algunos planteamientos lanzados un tanto a la ligera, sin mayor consistencia probatoria.
Fueron éstas, ciertamente, las motivaciones principales para que siguiera rastreando la huella de aquellos arrieros y fundadores que movieron mi curiosidad en los primeros años de mi actividad como investigador y escritor de temas sociales.
Sólo que este nuevo trabajo me ha llevado muchos años de reflexiones y quizás la ponderación necesaria para poder entender un hecho tan complejo como el que nos ocupa. La obra la he dividido en tres partes que, en realidad, forman un todo debidamente concatenado.
La primera, titulada Dimensión histórica
, está dirigida a plantear y demostrar la tesis de que la colonización antioqueña fue un fenómeno de iniciación espontánea en el cual participaron miles de gentes desharrapadas, movidas por la satisfacción de necesidades vitales.
Un proceso muy complejo que se inicia desde la época del oidor Mon y Velarde, y que su desarrollo histórico contempla varias etapas perfectamente diferenciadas, con sus propias características y modalidades, circunstancia ésta que, al no ser tenida en cuenta, ha sido motivo para generalizaciones abusivas e interpretaciones demasiado rígidas e inflexibles, no pocas veces tocadas de cierto interés espurio de acomodarlas a conclusiones económicas y políticas reñidas con la realidad misma del fenómeno.
Decir, por ejemplo, que la colonización antioqueña, en términos generales, fue una empresa capitalista, así, en forma tan absoluta, no deja de constituir un exabrupto fácilmente rebatible. O seguir sosteniendo que tal fenómeno social fue todo lo contrario, una lucha de gentes miserables, sin apoyo estatal, de espaldas al pensamiento oficial de los dirigentes del Estado, una especie de lucha del hacha y del machete contra el papel sellado
, también constituye una interpretación inexacta y carente de objetividad.
Como lo veremos en esta primera parte del libro, si bien es cierto que la colonización fue una fuerza social de gran raigambre popular de iniciación espontánea, su mismo impulso de proporciones gigantescas hizo que a mediados del siglo XIX los poderes centrales del Estado federal, la magnífica generación del año cincuenta, produjeran una buena cantidad de normas legales que, como lo veremos en el curso de la obra, no fueron simplemente letra muerta sino un conjunto orgánico de normas legales que, todas juntas, fueron sustento de ésta que nosotros consideramos como la única gran reforma agraria hecha por el pueblo mismo con el apoyo eficaz de los gobernantes de la época.
En la segunda parte de este libro, titulada El testimonio de los viajeros
, se dan varias muestras muy representativas de su testimonio inteligente, acucioso y desinteresado de viajeros nacional s y extranjeros que vieron con sus propios ojos el fenómeno colonizador que nos ocupa, que se movieron penosamente por los caminos que los pioneros iban construyendo y vieron nacer sus fondas camineras, sus primeros abiertos en la selva, sus primeros establecimientos agrícolas y sus primeras aldeas.
Esos testimonios invaluables son, en realidad, el más importante elemento probatorio para las tesis centrales de esta obra y, muy especialmente, para la que lanzamos ahora en el sentido de que la colonización fue esencialmente, en su estructura orgánica, en su estrategia social y en sus métodos y recursos logísticos, una empresa de caminos.
Esos testimonios de viajeros, tan poco consultados por los estudiosos de este fenómeno, constituyen prueba definitiva a todas las tesis que lanzamos en la primera parte de la obra. Complementadas con las normas legales expedidas por los legisladores y los gobernantes de la época, constituyen el piso de casi todas nuestras afirmaciones, interpelaciones y conclusiones.
La tercera parte del libro, titulada La gesta de los pioneros
, constituye la interpretación general del fenómeno, con base en las dos primeras partes del mismo y en la que se da cabal importancia a los aspectos sociológicos, antropológicos y folclóricos de la colonización. colonización.
Es en esta parte donde también entran en juego las experiencias personales del autor, sus conversaciones con sobrevivientes de la gesta colonizadora y sus inmediatos descendientes, lo mismo que sus investigaciones personales en archivos de algunas familias pioneras, en archivos administrativos y parroquiales, complementados con fotografías, cartas, documentos y publicaciones periódicas de cada una de las épocas de la colonización.
En ella he tratado de reconstruir lo que fue aquel gran movimiento social, de poner a vivir de nuevo aquella sociedad esforzada, elemental y pujante, como un sincero homenaje a todo lo que constituyen las raíces mismas de la estirpe de gran parte de la población colombiana contemporánea.
Santa fe de Bogotá, 1993
Primera Parte
Dimensión histórica de la colonización
Capítulo 1.
Una empresa comunitaria
Causas y proyecciones de un movimiento de masas
Cuando se escriba la historia de los grandes movimientos populares en Colombia, aquella que tenga profundas raíces en el alma colectiva, en las instituciones seculares y en el movimiento de la conciencia nacional, seguramente aparecerá que las migraciones colonizadoras que tuvieron su génesis y su aliento en la vieja Antioquia, constituyen la más grande aventura realizada en nuestro suelo durante el siglo XIX.
Esos grupos antioqueños, constituidos todos por gentes resueltas, emprendedoras y valientes hasta el propio heroísmo, continuaron la empresa de los conquistadores españoles, quizás con mayor fortuna que éstos, y a ese tenaz esfuerzo por construir la patria se debe la existencia de más de cien poblaciones grandes y pequeñas que, en conjunto, constituyen un fuerte núcleo estrechamente unido por un común denominador antropogeográfico.
Sociológicamente, esas poblaciones, nuevas todas, hijas del siglo XIX y del hacha antioqueña, forman un conglomerado social étnicamente homogéneo y triplemente unido por la sangre, por la tradición y las costumbres.
Tales grupos migratorios que tienen una serie de causas tan variadas como complejas, entre las que se cuentan el espíritu aventurero propio de los antioqueños, estimulado por la pobreza del suelo nativo, por el crecimiento desmedido de las familias, por el afán de ha.cer riqueza y, particularmente, por la búsqueda de tesoros indígenas o guaquerías y también por el fenómeno del contagio social que movilizó grandes masas en algunas empresas históricas, como sucedió en las Cruzadas, en la conquista de América y en la colonización de Texas y California, constituyen, sin lugar a dudas, la única gran revolución efectiva en el campo social y económico de la república.
Fue un movimiento gigantesco por la numerosidad de las gentes que en él intervinieron, por las penalidades y actos de heroísmo que tuvieron lugar durante su desarrollo y, sobre todo, por sus proyecciones en el campo de la economía. Fue la epopeya del hacha. Y de esa epopeya nace un país nuevo y una nueva economía agrícola.
Fue algo superior, en nuestro concepto, a las migraciones de los bandeirantes en el Brasil y creemos que aún no se ha hecho un enfoque completo sobre este fenómeno que pone en alto el espíritu de lucha de las generaciones colombianas a quienes cabe la honra de haberlo realizado.
De un momento a otro se despierta en ellas la fiebre colonizadora: tropillas de hombres ambiciosos y tenaces se internan en la selva, trepan a las cordilleras, vadean ríos torrentosos, inundan los caminos y las brechas y van dejando sobre ellos la huella de sus pies desnudos, con el afán de fundar pueblos y haciendas, es decir, de hacer un país nuevo, diferente al que nos habían dejado los españoles de lanza, de escudo y de gorguera.
Y así lo hicieron. A golpes de hacha fueron saliendo, buriladas por el esfuerzo, las poblaciones más prósperas de la república, todas ellas con una vitalidad asombrosa y cuya edad oscila, hoy por hoy, entre los setenta y los ciento noventa años de existencia. Sansón, Concordia, Turbo, Santa Rosa de Cabal, Victoria, Murindó, Abejorral, Aguadas, Pácora, lamina, Neira, Manizales, fundadas entre 1797 y 1850; Villamaría, Chinchiná, Palestina, Segovia, Nuevo Salento, Pereira, Finlandia, Armenia, Circasia, Montenegro, Valparaíso, Támesis, Andes, Bolívar, Jericó, Jardín, Apía, Santuario, Riosucio, Quinchía, Mocatán, Pueblo Rico, Manzanares, Marulanda, Pensilvania, Líbano, Villahermosa, Herveo, Santa Isabel, Casabianca y Fresno, fundadas entre 1850 y 1900; Cajamarca, Roncesvalles, Calarcá, Sevilla, Balboa, Versalles, Trujillo, Darién, Restrepo, El Cairo, La María, Betania, El Águila, El Porvenir, La Tebaida, te., en lo que va corrido de este siglo.
Y como ésas, podría citar multitud de poblaciones, aldeas y villorrios, dejados sobre la complicada geografía andina como imborrable huella de la pujanza de una estirpe bizarra.
La gran empresa de las migraciones antioqueñas parece tener Principio con la fundación de Sansón hacia 1797; se va extendiendo paulatinamente hasta tomar posesión de lo que hoy son los departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda 1.
1 James Parsons, la colonización antioqueña en el occidente de Colombia, Bogotá, Banco de la República 1961
Y parece que cobra singular impulso por las conquistas de las tierras del Quindío, tan ubérrimas y feraces, en donde hay otros estímulos fundamentales como el oro de los sepulcros indígenas codiciosamente violados con un afán desmedido, la abundancia del caucho que entusiasmó transitoriamente a los hombres de empresa, y la facilidad para incrementar la cría de cerdos por los extensos cultivos de maíz, a más de lo estratégica que resultó la topografía ondulada, montañosa y enigmática para evadir el reclutamiento durante las continuas guerra civiles del siglo pasado: secreto escondite, país olvidado, adecuado para sustraer a la crueldad y a la violencia de nuestras amargas experiencias bélicas o para huir de la persecución política aplicada al vencido después de terminada la contienda.
Un considerable número de colonos traspasa la Cordillera Central, penetrando al departamento del Tolima y más tarde, siguiendo la misma cordillera, pasa al Valle y luego al Cauca, dejando la fresca simiente de nuevas aldeas, nuevos fundos y villorrios que con el tiempo fueron creciendo hasta hacerse mayares.
La sangre conquistadora no se ha detenido. Pasa de una generación a otra, a manera de antorcha olímpica en un pueblo de atletas. El afán de seguir luchando contra la selva virgen se transmite irrevocablemente de padres a hijos, a manera de culto familiar. Y esa gota de sangre trashumante y emprendedora sigue abriendo la brecha y hoy mismo continúa haciendo nuevas fundaciones en las selvas del Chocó, del Darién, del Caquetá y de otros territorios nacionales.
Nada importó la topografía arisca, el viento helado de los páramos, la cordillera quebrada en caprichosos abanicos, los cañones profundos, las serranías y las torrenteras y, antes bien, el brazo musculado del conquistador antioqueño se deleitó fundando nuevos centros urbanos y establecimientos agrícolas en lo más escarpado de las cordilleras.
Manizales es un ejemplo fehaciente de este agresivo impulso por demostrarle al país que esa nueva estirpe colonizadora era capaz de construir una ciudad en el filo de la cima, sobre la propia cresta andina, a más de dos mil metros sobre el nivel del mar. Contra lo que era de esperarse, esa ciudad creció y aunque la adversidad trató de borrarla en varias ocasiones reduciéndola a cenizas o derribando sus casas en movimiento sísmicos, el tenaz pueblo antioqueño volvió a construirla en ese mismo sitio como un desafío a las propias fuerzas de la naturaleza.
Con el correr del tiempo, y a medida que la aldea se iba convirtiendo en ciudad, hubo que tumbar grandes barrancas, llenar hoyos profundos, desecar pantanos, en fin, jugar con el terreno como juegan los niños con la ciudad que construyen en la arena 2.
2 . J B. Jaramillo Meza (comp.), f./libro de oro de Manizales, Manizales, Imprenta Departamental, 1950.
Cuando el investigador acucioso de nuestra historia logra meterse por estos admirables vericuetos de nuestros archivos parroquiales, casi intocados, o cuando recoge aquello que milagrosamente se ha conservado en la tradición oral o escrita de nuestras gentes sencillas, con cuántas páginas de abnegación, de sufrimiento, de sacrificio y de heroísmo se topa, a veces sin buscarlas, y con cuántos personajes de esos cuyas acciones nos parecen increíbles, mirados con esta perspectiva del día de hoy, cuando esos valores encarnados en ellos han desaparecido para ser reemplazados por la poquedad de una vida fácil y sin metas altruistas.
Porque la gesta de los colonizadores está llena de estos individuos, de estos personajes tan fuertes y heroicos, como tallados en roca viva, tal como el legendario Jesús María Ocampo, más conocido con el nombre de "Tigrero", principal fundador de la ciudad de Armenia, y cuyas hazañas están pidiendo a gritos la investigación ponderada de un biógrafo de hombres recios, en este país donde la tinta de imprenta ha solido correr con tanta generosidad para exaltar aquellas medianías de la política y de la literatura, cuyos precarios laureles no resisten siquiera los escasos veranos de una sola generación.
Diferencias entre la colonización antioqueña y la española
Los colonizadores antioqueños tenían una forma peculiar de fundar sus ciudades. Iban con ese objetivo entre ceja y ceja, como si una fiebre, locura o delirio los impulsara a ello, a manera de nuevos Quijotes luchando contra endriagos de selvas enmarañadas y de abismos profundos. El distinguido pensador colombiano Luis López de Mesa, en una deliciosa página, nos dice sobre el particular lo siguiente:
Fue un éxodo afortunado, que va siendo núcleo de futuras leyendas. Dicen que en alguna ocasión un viajero vio en medio de aquella entonces montaña inextricable un grupo de labriegos que iban corriendo al son acompañado de una esquila el contorno de un desmonte. "¿Qué hacen ustedes así, inquirió, curioso?
Estamos fundando un pueblo
, le respondieron ingenuamente, con sencillez que el transeúnte halló irónica. Años más tarde, cuenta el narrador, al regresar por aquella cordillera vio ser verdad el poblado prometido, haberse trocado en plaza amena el bosque derribado, en campana más sonora y grande la esquila de la iniciación.
Y continúa a renglón seguido el distinguido sociólogo:
Cuántas de ésas que hoy nos parecen enhiestas ciudades, ayer no más las bautizó a golpes de hacha algún labriego de La Ceja, de Rionegro o de El Retiro, de Marinilla o de Sonsón, hallando para muchas, nombres de grata eufonía. De la más encumbrada hoy tenemos todavía testimonio personal de sus comienzos, tan eglógicos que recuerdan a Virgilio, menos el empinado estilo y la fantasía artificiosa.
Aún se cuenta que en noches de luna los zapadores de aquel monte se sentaban sobre troncos de árboles recién cortado en lo que ya tenía nombre de plaza dentro de su ambiciosa imaginación, a formar cabildo y a darle normas civiles a la ilustre ciudad. Y como quiera que a veces se acalorasen en sus sabias deliberaciones, ello fue que de común providencia acordaron presentarse a las sesiones sin hachas ni cuchillos de monte3.
3 Luis López de Mesa, introducción a la historia de la cultura colombiana, Bogotá, Editorial Antena, 1930.
Y así fue. Porque la fundación tenía su liturgia y la democracia sus ritos deliberantes. Nuestros abuelos en medio de esa biblia sencilla habitual, tenían en su espíritu una profunda raíz mística y para ellos la colonización era un sacerdocio en aras de la república. Por eso los pueblos que nos legaron tuvieron un proceso de formación especialísima, un sistema de vida y una evolución completamente diferentes.
La colonización española y la antioqueña difieren un poco en su forma y en su sentido. Los conquistadores españoles buscaron las altiplanicies como asiento principal de su colonización. Estaban movidos por la codicia del oro indígena y por el afán de hacer súbditos para catequizar y explotar. En sus construcciones utilizaron por lo general la piedra y el adobe.
El antioqueño, en cambio, se adueñó principalmente de las vertientes, buscando siempre la montaña virgen que podía brindarle en abundancia maderas de buena calidad y prodigalidad de aguas. Sus construcciones frecuentes fueron esencialmente de madera y de guadua.
Poco le interesó sojuzgar a nadie, ni imponer tributos, y si buscó el oro lo hizo arrancándolo de la montaña, como los propios indígenas, o escudriñando los cementerios de tribus desaparecidas. Además, el colonizador antioqueño tenía una rara intuición para sentar planta en los centros claves del movimiento comercial del mundo que él mismo estaba construyendo.
¿Cuál era la razón para que el conquistador español buscara la altiplanicie y el antioqueño la vertiente? Don José María Samper, en su magistral Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas colombianas, nos da la clave cuando afirma: los conquistadores se apoderaron con suma facilidad de los imperios de los aztecas. de los chibchas, y los quichuas; donde reinaba ya la civilización y no tuvieron que luchar con grande energía sino en los valles ardientes, donde las tribus bárbaras, no teniendo más hábitos que los de la guerra, se defendieron con desesperación.
En las costas y en los valles profundos, lucha terrible y mortal con tribus belicosas, indomables, desnudas, sin vida civil ni formas determinadas de organización, viviendo a la aventura y eternamente nómadas; tribus sin belleza, sin nobleza, profundamente miserables en la plenitud de su libertad salvaje. Pero al trepar resueltamente a las altiplanicies de México, de los Andes Venezolanos, de Sogamoso, Bogotá, y Popayán en los Andes Granadinos, de Quito, el Cuzco, etc., la situación cambia enteramente.
Y luego agrega en forma certera:
Allí la dulzura del clima favorece a los conquistadores tanto como la riqueza y el cultivo; donde quiera encuentran vastas ciudades y pueblos y caseríos innumerables que les sirven de asilo contra la intemperie; ejércitos de 40, 80 ó 100.000 indígenas sucumben, casi sin combatir, ante algunos centenares de