¿QUÉ HACEMOS CON LA BASURA?
Los antiguos y los modernos aprendieron muy pronto que no hay basura sin progreso, ni progreso sin basura, ni vida que pueda sostenerse sobre una gran montaña de residuos. Otra cosa es que no supieran ni cómo relacionarse con ellos, ni cuáles eran los verdaderos peligros que entrañaban para la salud pública ni cómo debían organizar su recogida, limpieza, evacuación y reutilización. Durante milenios, nos hemos hecho preguntas muy parecidas. Lo que ha cambiado han sido las respuestas.
A los babilonios, por ejemplo, no les faltaban motivos para preguntarse cosas hace cuatro mil años. Vivían en una próspera ciudad bañada generosamente por el Éufrates, con murallas extraordinarias y unos jardines colgantes tan legendarios que nadie sabe con seguridad si existieron alguna vez. Hasta ahí lo bueno. Lo malo es que su población podría haber rondado las doscientas mil personas y que tenían un problema lo suficientemente serio con la basura como para que el suelo de las calles elevase, periódicamente, su altura. Ante la imposibilidad de limpiarlo todo, añadían capas sucesivas de arcilla para perderla de vista.
Debía de ser inquietante contemplar cómo ese suelo arcilloso se acercaba poco a poco
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