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Cuadernos De La Historia
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Libro electrónico343 páginas3 horas

Cuadernos De La Historia

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Bajo el patrocinio e impulso del entonces obispo Juan Luis Ysern de Arce, diferentes localidades del archipiélago de Chiloé escribieron, entre 1938 y 1986, las historias de su comunidad. Gracias a una metodología de investigación participativa, se elaboraba el Cuaderno de la historia donde los mayores relataban a los estudiantes su origen, costumbres, formas de trabajo, incluso fiestas y juegos.

El propósito más profundo de esta experiencia era generar un sentido crítico para interrogar la historia común; toda la comunidad contribuia en la reflexión de su identidad y los desafios de un futuro marcado por la implementación creciente del neoliberalismo en el acrchipiélago.

En Cuadernos de la historia se compilan por primera vez los primeros seis de un total de quince cuadernos, correspondientes a las localidades de Chonchi, Nalhuitad, Teupa, Notuco, Melleico y Quilipulli.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 dic 2017
ISBN9789563790368
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    Cuadernos De La Historia - Escritos por la comunidad

    cuadernos_ex.jpg

    Cuadernos

    de la historia

    Escritos por la comunidad

    Edición de Matías Galleguillos

    edicionestacitas_logo1

    Galleguillos, Matías (ed) / Cuadernos de la historia: escritos por la comunidad

    Santiago de Chile: Ediciones Tácitas, 2016, 1ª edición, 306 pp.,

    14,5 cm × 21,5 cm

    Dewey: 305.80983

    Cutter: G1359

    Relatos testimoniales de habitantes de las localidades

    de Chonchi, Nalhuitad, Teupa, Notuco, Melleico y Quillipulli.

    Materias: Identidad cultural. Chile.

    Chiloé. Vida religiosa y costumbres.

    Leyendas. Chile. Isla de Chiloé.

    Historia social. Chile.

    Identidad rural.

    Mujer y trabajo.

    Literatura folclórica chilena.

    Transporte rural.

    Pescadores. Chile. Condiciones sociales.

    Crónicas chilenas. Testimonios.

    Cuadernos de la historia

    Escritos por la comunidad

    Primera edición: Ediciones Tácitas, 2016

    © Ediciones Tácitas, 2016

    © Matías Galleguillos, por la edición, 2016

    ISBN 978-956-379-036-9

    Ediciones Tácitas Limitada

    Macul 5748-B, depto. 14

    Santiago de Chile

    edicionestacitas@gmail.com

    Diagramación: Eduardo Piola

    Foto de portada: Interior de una sala de clases de la Escuela Normal, Ancud, 1947. Negativo en placa de vidrio de 13 cm × 18 cm. Autor: Abraham Pupo Ross. Colección de Rodrigo Muñoz.

    Distribuido por LaKomuna (www.lakomuna.cl)

    Nota a la edición

    Este libro compilatorio reúne los primeros seis de un total de quince Cuadernos de la historia escritos por diferentes comunidades en el archipiélago de Chiloé entre los años 1985 y 1986.

    Bajo el patrocinio y el impulso del Sr. obispo Juan Luis Ysern de Arce, se comenzaron a escribir historias comunitarias en las que participaban activamente los niños y niñas de las diferentes escuelas en conjunto con sus docentes y familiares, siendo esos escritos el contenido de estos cuadernos. El objetivo era construir el relato de su propia historia e identidad. La descripción del origen de la localidad, del trabajo, de las fiestas y juegos, tenían por sentido generar un espíritu crítico respecto a cuál era la historia común, cómo era el presente y hacia dónde se quería construir. Mediante una metodología de investigación participativa se involucró —a partir de la escuela— a toda la comunidad en la reflexión de su propia identidad y los desafíos que esta enfrentaba.

    Este proyecto del obispado comprendía no solamente la elaboración de los denominados Cuadernos de la historia, sino también la elaboración de otras series de Cuadernos culturales: Cuadernos de la actualidad, Cuadernos de temas, Cuadernos del cambio y Cuadernos del intercambio. Toda la experiencia acumulada en este período llevó a que, desde 1998, se iniciara la propuesta metodológica denominada Enciclopedia cultural de Chiloé.

    La presente edición incluye a modo de introducción dos prefacios que vuelven a dialogar con el problema aún central y vigente para Chiloé. También se han incluido algunas imágenes de cada cuaderno y notas del editor.

    Como apéndice, se agrega una autoentrevista que realizara el propio obispo Ysern el año 1986, donde explica la metodología y el sentido ético-político de estos Cuadernos culturales.

    Mirar atrás sin volvernos de sal

    Un día despertaré y Chiloé no existirá más.

    Me preguntaré si existió alguna vez.

    Ya estaba instalado un paisaje sombrío

    Alan Reyes, un joven poeta ancuditano se imaginó sentado en la playa de Mar Brava, en medio del zumbido de las enormes torres eólicas, rodeado por un entorno degradado y hostil: El ruido externo aplasta la melodía interior. Me gustaría sentarme a escribir días completos, ir al campo, silenciarme en el ocio, cultivar la tierra, tomar clases de lengua originaria y anatomía, andar por la playa, botar el celular y los zapatos. Caminar desnudo y no reiniciarme cada viernes con una caja de licor barato o una droga que caiga en mis manos, no llorar al ver cómo el mundo nos engulle. Mi abuela dice que es lindo detenerse, pero yo no puedo, necesito dejarme arrastrar, eso es lo que me meten todos los días en la cabeza.

    Hablaba de un futuro cercano pero en el tono menor de quien cree que tiene tiempo aún para buscar formas de vida mejores, transformar el oscuro presente con el conjuro de la palabra: si se nombra, se le resta poder a la circunstancia maligna. Por lo menos, se devela dejando expuesto el daño.

    Muchos de nosotros hablábamos de eso, sumidos en el recuento de la pérdida como un tema recurrente y transversal. Mayores y jóvenes invocando el crudo expediente del presente para dar cuenta del oscuro estado de la cultura chilota. Usando imágenes como el grupo de señoras levantando las manos en la televisión para celebrar el mol de Castro, un gigante que se elevó por sobre las torres de su característica iglesia; la piratería en el Golfo de Ancud; el Puente sobre el Canal de Chacao que tan hondamente divide a los chilotes; la visión despiadada de nuestro territorio como un simple espacio de representación, un decorado para la instalación de miradas ajenas como en los bordes costeros de Castro donde se han desplazado los habitantes originarios de los palafitos para dar lugar a edificaciones que fingen una cultura, que ocupan el armazón de las construcciones para poner en circulación nuevas formas, una estética que evidencia la presencia siempre avasallante de los recursos económicos. Fuimos acostumbrándonos a la presencia de una nueva / otra colonización de la cultura local; como los habitantes de Macondo, salíamos a reconocer el territorio cada mañana.

    En eso estábamos cuando el desastre de nuestro mar nos sacó del discurso para arrojarnos sobre los días con la urgencia de la sobrevivencia. Porque sucedió que no teníamos tiempo. El mar sacudió su enorme cuerpo líquido y arrojó a las playas miles de mariscos, aves, algas después de recibir toneladas de desechos que la industria salmonera había vaciado como si de un basurero se tratara. Vimos agonizar en la otroras amables arenas cantidades de especies que creíamos inagotables.

    Ya no se trata de hablar de cómo revitalizar nuestra cultura, cómo proteger el patrimonio. Se trata de cómo se sobrevive, de cómo nos alimentamos, de cómo habitamos esta isla herida.

    Salir del curso de los astros. Torcer el brazo de la vida hasta hacerla gritar de dolor

    Eso hicimos.

    El poeta Elicura Chihuailaf me dice que el pueblo mapuche no tiene una palabra para nombrar el desastre, la catástrofe; que tal vez lo más cercano sea Rvme weza newen una expresión que señala mucha energía negativa y que, por supuesto, nos hace participar del estado de cosas, no nos sitúa como espectadores de los males que nos tocó vivir. Olvidamos hace mucho que la biodiversidad es un extraordinario obsequio que nos fue dado para participar de él, no para someterlo a un torbellino de deseos inventados por el poder económico. Se ha roto el pacto sagrado porque la relación del hombre con su entorno está claramente viciada en el sistema que nos gobierna: no hay respeto, reciprocidad, gratitud hacia el universo que nos contiene. Pero no somos inocentes frente a este quiebre, es responsabilidad de todos.

    Desde hacía mucho, fuimos advertidos de cómo la pérdida de nuestros valores culturales iba a arrastrarnos hacia la enajenación y la manipulación. Tuvimos en Chiloé (entre 1974 y 2005) a un obispo que entendía el trabajo pastoral como un manto amplio bajo el cual podían cobijarse todas las actividades y las vicisitudes del alma humana. En el tiempo que don Juan Luis Ysern estuvo coronando la Iglesia ­Católica, propuso una intensa y profunda reflexión acerca de los contenidos de nuestra cultura identitaria y de las formas en que podíamos conservar un modo de ver el mundo sin entregarnos a la cultura dominante que ya se veía venir con su aplastante fuerza narrativa, económica, política. Durante su misión pastoral, por ejemplo, se deshizo el proyecto astillas que pretendía explotar 125 mil hectáreas del bosque. Y tal vez la más importante de todas sus iniciativas: los Cuadernos de la historia, una experiencia de construcción activa de la historia comunitaria que se concibió como un continuo ir y venir entre generaciones que conversan, reflexionan, eligen aquello que quieren conservar de una tradición viva.

    Sabíamos que para hablar de nuestro patrimonio hay que pararse en el promontorio del presente y mirar en ambos sentidos: observar cómo la forma de vida de nuestros mayores fue perdiendo visibilidad y legitimidad ante los embates del nuevo modelo, recuperar aquello que queremos conservar y mirar luego hacia adelante para abrirle espacio a nuestro sueño. Se esperaba de nosotros la fortaleza de un sujeto protagónico que decide sobre el mundo que quiere y era una tarea que debía considerar a todos los vivientes de la isla, muchos ya seducidos por los discursos machacantes del progreso.

    Y ahora, con los canales interiores contaminados por la industria salmonera; la sobre explotación de los recursos marinos; nuestra garantía de agua —la capa vegetal llamada pompóñ— explotada por los propios lugareños; la venta de terrenos a precios de liquidación por los oportunistas de siempre; los cordones de torres eólicas que ahuyentan pájaros, demuelen bosques, contaminan el paisaje; ahora Chiloé reacciona con la fiebre de un enfermo terminal.

    Pero haces de luz atraviesan las nubes oscuras: recuperar los afectos

    Mi cifra se grabó en la corteza

    del árbol enorme de las tradiciones

    Rosario Castellanos

    Sin embargo, no quiero estar en ningún otro lugar del mundo ahora mismo. Hacía tanto que necesitábamos una barricada como estas que se han encendido por toda la isla de Chiloé y que han durado casi un mes. Hacía tanto que estábamos los isleños mirando cómo nuestra cultura, nuestro paisaje, nuestras costumbres estaban siendo vendidas o se convertían en una acartonada postal. A veces tiene que ocurrir un remezón fortísimo como lo que ahora está pasando para volver a mirar lo esencial, lo que de verdad nos moviliza y le da sentido a nuestras vidas.

    Pendientes de los momentos, uno detrás de otro, sacando de la rica capa valórica que nos constituye, todos los sentidos que aún respiran: la solidaridad, el desprendimiento, la necesidad de sentir al otro. Hemos sido por unos días la gran masa humana que despierta, ruge, se levanta en defensa de una forma de vida que —ahora lo sabemos bien— es la que nos hace felices. Una donde el mar es esencial.

    El desafío es mantener el movimiento de cambio. Se requiere una coordinación amplia que nos comunique, que ayude a recuperar el tejido de la historia comunitaria. No se trata de encender otro espacio de separación que se refocile en los contenidos locales, se trata de enriquecer el encuentro entre generaciones porque para que exista realmente diálogo, debe haber voces que se identifican claramente, que se ­reconocen y respetan en su particularidad. Así se puede ­contribuir a la trama, el espeso telar de la composición general.

    Y claro, los jóvenes tienen mucho que hacer en este momento histórico, en un futuro que ya está aquí y está claro que lo que hay que cambiar es el modelo de desarrollo. Cuestionar la idea de progreso.

    Las palabras nos construyen; ahora necesitamos palabras para decir estos días y los venideros, palabras útiles como hacha de mano o un martillo. Palabras que nos permitan vivir pero también crear futuro. Aquí es donde tiene que estar hoy la poesía, en esta lucha, en la isla.

    Decir quiénes somos y hacia dónde vamos.

    Lo primero fue oral, como un cauce que corre paralelo a lo escrito pero más cargado de secretos, con una densidad subterránea que va arrastrando claridades y detritus. Hay que poner oído a ese magma que está en la boca de los viejos pero se las arregla para flotar sobre todos, entre todos. Allí está todavía latiendo la materia del afecto. Allí es donde debiéramos volver.

    A las palabras cargadas con una visión de mundo que trata —sobre todo— de la relación con otros, del deseable sosiego necesario para vivir en comunidad. Se trata del diálogo. La convivencia.

    Los artistas lúcidos no limitan su trabajo a imágenes de encanto o complacientes; están en permanente litigio con las miradas propias y ajenas sobre un territorio especialmente complejo. Un verdadero artista se abre y abarca en su imaginario también lo oscuro, aquello que los festejantes del sistema no quieren ver. Y así, hay que mirar de frente el oleaje duro, maloliente de nuestro mar enfermo; aprender que su dolor es el nuestro y buscar las nuevas palabras para ­agradecerle, a ver si, como nuestros mayores, encontramos formas de curar con las palabras.

    Rosabetty Muñoz

    Ancud, invierno de 2016

    Narración, mito e historia

    Fidel Sepúlveda advertía que la historia de Chile posee una conexión profunda con el mito huilliche de invunche, el mostruoso sirviente de los brujos en la tradición chilota. El invunche operaba para él como una alegoría poderosa de la sociedad anestésica, la que no siente, la que no percibe. Como engendro con todos sus orificios cosidos (oídos, ojos, nariz, boca, ano, pene) el invunche es un puro inconsciente, una mónada replegada sobre sí misma sin comunicación con el exterior. Pero como engendro inconsciente, y por lo tanto acrítico, el invunche es también mito de anhistoricidad. Ello está refrendado por las deformaciones a que ha sido sometido su cuerpo. Una de sus piernas ha sido descoyuntada y cosida a su espalda. Su cabeza, en tanto, ha sido torcida completamente hacia atrás. Así, cuando invunche avanza, saltando en una pata o caminando en tres, el cuerpo y la cara nunca se orientan en una misma dirección. En un caso avanza con el cuerpo y retrocede con la cara; en el otro, avanza con la cara y retrocede con el cuerpo. Invunche no puede moverse por más que se desplace. Y esta incapacidad para el movimiento era, precisamente, según Sepúlveda, la formalización perfecta de la discapacidad histórica de Chile. En una sociedad impedida sensorialmente, estéticamente, críticamente, la ausencia de mecanismos de autocomprensión y de autonarración, se traducen en una supeditación a la historia como un devenir insoslayable y fatal y no como un porvenir por proyectar y por construir.

    En la subida peatonal que actualmente conduce al cerro Concepción, en el puerto de Valparaíso, hay aún una placa turística recordatoria, instalada en la década del 70, que señala el lugar aproximado donde se encontraba la Cueva del Chivato, una entrada oscura en un roquerío que las crónicas decimonónicas atribuían a cateos mineros de tiempos de la colonia. En la cultura popular la cueva, honda como la eternidad, estaba protegida por un chivato monstruoso que atrapaba por las noches a quienes circulaban en sus alrededores y los hacía desaparecer para siempre.

    José Victorino Lastarria la menciona en 1860 en su poderosa alegoría de la cultura y política chilena, Don Guillermo. En ella, un noble de origen inglés, Guillermo Livingstone, es capturado y arrastrado por el chivato al reino de la profundidades de la cueva, que Lastarria llama Espelunco en juego de palabras que remite simultáneamente a la voz latina spelunca: cueva, y al anagrama de pelucones, sin mencionar su directa asociación con lo que espeluzna. Don Guillermo se salva excepcionalmente de ser convertido en invunche (imbunche escribe Lastarria), como ocurre con el resto de los capturados. La imagen de Espelunco es la de la oscuridad y la inconsciencia de la colonia, una suerte de insoslayable limbo preilustrado, donde las brujas imbunchan a sus cautivos ­cosiéndoles con hilo fuerte y buena aguja, todos los agujeros, salidas y entradas de su cuerpo; teniéndoles así (…) privados de los cuatro sentidos más peligrosos que son ver, oír, oler y gustar.¹ Los imbunches de Lastarria van en Espelunco, inermes e inertes, andando a tientas y a topetones, bajo la dirección de las brujas que los cosían y que los dirigían

    Con Lastarria, otros autores, como Joaquín Edwards Bello, Anguita o José Donoso, han invocado directamente a lo largo de nuestra historia republicana la figura del invunche como alegoría de la represión, de la oscuridad. Otros tantos lo han hecho indirectamente para apelar a la constante histórica de un desplazamiento que, por un descalce existencial, ha anulado el movimiento como progreso ontológico. En su discurso en el Congreso, en 1928, por ejemplo, durante su visita al país, Ortega compara a Chile con Sísifo, ya que como él vive junto a una alta serranía y, como él, parece condenado a que se le venga abajo cien veces lo que con su esfuerzo cien veces elevó.³ Luego, Aníbal Pinto, en su clásico texto escolar Chile un caso de desarrollo frustrado (1959), tendiente a analizar cuantitativamente la evolución del ingreso y el ahorro en la sociedad chilena en el contexto de los ciclos económicos, hace la asociación entre el cortoplacismo de la memoria nacional y la interpelación que la Reina Roja hace a Alicia en el texto de Lewis Carrol, Alicia en el país de las maravillas. "Aquí, ud. sabe, le dijo la Reina

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