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El exterminio de la isla de Papayal: Etnografías sobre el Estado y la construcción de paz en Colombia
El exterminio de la isla de Papayal: Etnografías sobre el Estado y la construcción de paz en Colombia
El exterminio de la isla de Papayal: Etnografías sobre el Estado y la construcción de paz en Colombia
Libro electrónico428 páginas6 horas

El exterminio de la isla de Papayal: Etnografías sobre el Estado y la construcción de paz en Colombia

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A través de la historia la isla de Papayal ha sido sometida a varias prácticas de exterminio, el autor contrasta la visión de los habitantes de esta isla y de los actores que la han explotado, al tiempo que analiza el papel del gobierno y las leyes en este conflicto.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 mar 2019
ISBN9789587813494
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    El exterminio de la isla de Papayal - Juan Felipe García Arboleda

    EL EXTERMINIO

    DE LA ISLA DE PAPAYAL

    EL EXTERMINIO

    DE LA ISLA DE PAPAYAL

    Etnografías sobre el Estado y la construcción de paz en Colombia

    JUAN FELIPE GARCÍA ARBOLEDA

    Reservados todos los derechos

    ©Pontificia Universidad Javeriana

    ©Juan Felipe García Arboleda

    Primera edición:

    Bogotá, D. C., abril de 2019

    ISBN: 978-958-781-348-7

    Hecho en Colombia

    Made in Colombia

    Editorial Pontificia Universidad Javeriana

    Carrera 7.ª n.º 37-25, oficina 13-01

    Edificio Lutaima

    Teléfono: 3208320 ext. 4752

    www.javeriana.edu.co/editorial

    Bogotá - Colombia

    Corrección de estilo:

    Francisco Díaz-Granados

    Diagramación y montaje de cubierta:

    Carmen Villegas

    Imagen de cubierta:

    Misael a canalete. Juan Felipe García Arboleda, 2011

    Conversión ePub:

    Lápiz Blanco S.A.S.

    Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno

    Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J.

    Catalogación en la publicación

    García Arboleda, Juan Felipe, autor   

         El exterminio de la Isla de Papayal: etnografías sobre el Estado y la construcción de paz en Colombia/ Juan Felipe García Arboleda. -- Primera edición. -- Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2019.

        254 páginas: ilustraciones, fotografías a color, mapas; 24 cm

        Incluye referencias bibliográficas (páginas 241-253).

        ISBN: 978-958-781-348-7

         1. Gobierno local - Bolívar (Colombia) 2. Conflicto armado - Bolívar (Colombia) 3. Proceso de paz - Bolívar (Colombia) 4. Acuerdos de paz - Bolívar (Colombia) 5. Administración de justicia - Bolívar (Colombia) 6. Desplazados por la violencia - Bolívar (Colombia) 7. Colombia - Política y gobierno I. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Jurídicas

    CDD 320.8 edición 21

    opgp 28/03/2019

    Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

    Contenido

    Agradecimientos

    A modo de presentación

    Introducción Mientras agoniza

    Michael Taussig

    Conflicto de fenomenologías y legitimidad de la violencia

    El corazón del sistema circulatorio de la isla

    El muro de Rioviejo

    El ganado

    El Programa para el Desarrollo del Valle del Río Magdalena de 1959

    La palma africana

    Fenomenologías en conflicto

    La antropología: un saber para revertir la asimetría

    El problema de la legitimidad de la violencia

    Paz de los expertos y teodiceas seculares

    El Plan Marshall y la teodicea secular

    Tecnopolítica económica y construcción de paz

    La obsesión de Currie

    Territorios nacionales

    Campesinos y nación

    Sujetos de la nación en las ciencias sociales

    Tecnopolítica agrarista y construcción de paz

    Proyecto nacional de la reforma agraria

    El Chicoralazo

    De vuelta al agrarismo: el Plan Nacional de Rehabilitación

    Soberanía gradual

    Reciprocidad y violencia

    Transvaloración y violencia: construcción de paz  en la vida cotidiana

    Un entierro

    Sobre el dilema moral de la reciprocidad

    Detrás de los silencios

    Los extraños y la isla como escenario del terror

    La Humareda y la Isla de Papayal en la transvaloración de la nación

    La entrada de los paramilitares por el Brazuelo de Papayal

    Actos de habla estatal y prácticas de exterminio

    Noción de actos de habla estatal

    Prácticas de exterminio del Bloque Central Bolívar

    Agroindustria de la palma africana

    La voz de la isla

    Silenciar la voz de la isla, silencia la voz de Dios

    Negacionismo y extractivismo

    Arrasamiento y exilio

    El portón

    Tiempo de la gloria: proteger la vida, defender el ser

    Nehemías

    No estamos dispuestos a aguantar más una mondá de ustedes

    Después de haberle cortado el rabo al gato, el gato aruña

    Lo difícil pa’l hombre es esperar que la ley le dé la razón

    Actos de habla estatal de los agentes del Estado

    Exceso mimético global

    Sacar los dientes

    La ley de la selva

    Una antropología de la ley

    Las victorias jurídicas

    Bibliografía

    Agradecimientos

    Este libro es un manifiesto en defensa de la paciencia como valor social, en tiempos en que reina la nostalgia de lo inmediato. Las personas a quienes tengo que agradecer en este largo camino de aprendizaje han dado testimonio ejemplar de esa virtud. Edith Villafañe (q. e. p. d., 28 de enero de 2018), mujer campesina habitante de la Isla de Papayal, entregó toda su fuerza vital, en medio de adversidades, para que su familia pudiera alcanzar la libertad. Su compañero de toda la vida, Misael Payares Guerrero, ha sido un guía espiritual y maestro estoico que, con su cuero de tigre, ha aguantado los embates de la fuerza del exterminio que describo en este libro. Esta pareja incansable me abrió con amor la puerta de su casa –en la que también viven Zenith, Misael (hijo), Mercelis (Chely), Malvis, Michael, Juan Manuel y Cheila–. A todos ellos quiero agradecerles: crucé la puerta de esa casa en el 2009 y, en ella, he realizado un viaje de transformación espiritual maravilloso.

    Muchas de las enseñanzas para la vida que me he encontrado en ese viaje, que espero haberlas dejado plasmadas en este libro, son apenas una huella de la sabiduría de las campesinas y los campesinos de Buenos Aires. Para este pueblo, que ha decidido perseverar en su ser y combatir el aniquilamiento, toda mi gratitud. En mi memoria se conservan los rostros y las historias de Eliud y Sandra, de Etny y Yajaira, de Pedro y Carmen, de Alejandro y Yamile, de Martín y Janeth, de Jose y Lidubina, de Eliécer y Dorotea, de Bladimir y Rubiela, de Pedro y su hija Ledys, de Efráin Alvear, de Claudia Machuca, de Luis Carlos Mercado, del profesor Onexis, de Manuel el Mañe Ardila. La lista podría continuar con un centenar de familias más, cuyos rostros e historias dan cuenta de un pueblo, El Milagro, como lo rebautizaron, en el que se ha podido sembrar y recoger frutos, aun sin tener la tierra. En el que han podido seguir siendo campesinos, aunque la violencia les haya cerrado sus oficinas.

    Quisiera agradecer también a los asociados de la mayor organización campesina de la historia de Colombia, la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), quienes sufrieron las políticas de exterminio contra su organización en la segunda mitad del siglo XX. Richard May, Luis Alejandro Jiménez, María Eduarda Roa, Rosmy Lizarazo, José Alirio García, Sonia Fontalvo, Nilson Liz, Fened Borrero, Octavio de Jesús Ordoñez, José Martínez, Eder Sánchez, Levis Tejeda, Edgar Angarita y muchos otros socios son hoy dignos defensores de la vida campesina y he tenido el honor de conversar con ellos para consignar en este libro su visión del mundo, como los pacientes sobrevivientes de esa fuerza violenta en contra de ellos.

    Pienso en los rostros y las historias de este pueblo campesino colombiano y llega a mí la imagen de los rostros y las historias de los habitantes de Macondo, que después de la devastadora masacre vieron llover sin parar durante cuatro años, once meses y dos días: rostros silentes que vieron cómo el agua de la lluvia borraba la sangre de la barbarie, rostros silentes que vieron correr también los arroyos que se llevaban las palabras para nombrar el dolor, pero que no se llevaban el horror mismo. Ha sido Miguel –Michael Taussig– quien, desde que llegó a Colombia en 1969, ha gastado su vida soberana en perfeccionar un método que nos permita escribir sobre esa memoria innombrable del dolor colombiano, una memoria que, desde los tiempos de la United Fruit Company, ha sembrado el mejor banano del mundo sobre las tumbas de los masacrados, ha arrasado la vida de la selva amazónica para deslumbrar al mundo con los múltiples derivados del caucho, ha negado la vida de los negros cimarrones en el valle del río Cauca para endulzar la tierra con la blanca azúcar, ha profanado las tumbas de las culturas precolombinas para exhibir en el Museo del Oro el brillo de su orfebrería.

    Miguel nos ha enseñado que esta estructura de la memoria en que se sobreexpone el fulgor del producto y que vela la barbarie y el terror que hace posible el proceso de producción ha estado presente en la configuración más íntima del ser social colombiano y, por ello, no hay razón para extrañarnos de que, a finales del siglo XX e inicios de este nuevo siglo, repitiéramos la estructura con el mágico dinero que generan las plantaciones de coca y de palma africana. Aunque Miguel nos ha advertido que esta estructura nos enferma socialmente, también nos ha transmitido la fórmula para curarnos. Quisiera agradecerle por haberme acompañado a visitar la Isla de Papayal y haberme recibido con generosa hospitalidad en otra isla, la de Manhattan. Le agradezco porque allí, a través de sus enriquecedoras conversaciones, me fue introduciendo en las claves de la escritura serpenteante y en la fórmula de vida del mastery of non mastery, como pócima para conjurar la violencia que se ha desatado contra la Isla de Papayal y sus habitantes. Este libro aspira a seguir dichas claves, con el fin de homenajear y continuar con el paciente legado que nos ha ido dejando este maestro único y maravilloso.

    Además de este libro y de la sabiduría de Miguel, la isla de Manhattan me regaló otras felicidades que también quiero agradecer: en primer lugar, el amor de Valentina. Ella acompañó los días y las noches de mi escritura, con sus respectivas alegrías y tristezas. Puso a disposición de este trabajo, una de sus más grandes virtudes, el don de la escucha. Con la inteligencia de sus comentarios y críticas, se preocupó por elevarle la armonía al texto. Y no solo lo logró con el manuscrito. Desde esos días, con un aguante excepcional, también lo ha hecho con mi vida, llenándome el alma de un amor profundo: Shelter from the storm. Su familia, Martha y Luis Fernando, Lola Bozzi y Alberto Ospina han sido también un cálido refugio lleno de generosidad y sabiduría.

    Por el camino nororiental de la isla de Manhattan, me encontré en el pueblito de Larchmont con Regi y Carlos. Otra vez la paciencia se convierte en motor de este encuentro: la semilla de una amistad incondicional entre mi mamá y Regi sembrada muchos años atrás hizo que yo pudiera heredar esos frutos fraternos. Con prodigalidad absoluta me abrigaron en el duro invierno. Su laboriosidad incansable me transmitía día a día la fuerza y el ejemplo para continuar escribiendo con temple todos los días.

    Volviendo a los caminos de la Isla de Papayal, en el río Magdalena, tengo que agradecer al Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio (PDPMM), institución que hizo posible que yo conociera por primera vez ese lugar. Sus tres directores desde que visito la región, Francisco de Roux, S. J., Libardo Valderrama, S. J., y Ubencel Duque han apoyado con ahínco el trabajo que he realizado en la isla. Ube, con quien he podido compartir más en los últimos años, es un hombre que se ha caminado, literalmente hablando, todos los senderos que comunican el río Magdalena, desde su Barrancabermeja hasta su San Roque. Es este profundo conocimiento de la gente y el territorio lo que le ha permitido inscribirse en la historia de esta región como un verdadero líder, cuyo propósito vital ha sido promover el afianzamiento de los vínculos sociales para que las comunidades que habitan este territorio puedan tomar las decisiones sobre su vida colectiva, a pesar de las guerras históricas que se han ensañado contra ellas. 

    Vivir en colectivo, pensar en colectivo, trabajar con entrega y reciprocidad son los postulados de la escuela humana que Ube ha sembrado en el valle del río Magdalena. Gracias a la existencia de esta escuela pude conocer a Elizabeth Ruiz, Banesa Estrada y Jorge Niño, fieros juristas que nunca han descansado en la defensa de los derechos de los campesinos del río, las ciénagas y las serranías. Gracias a la existencia de esta escuela pude conocer a Patricia Conde y Santiago Camargo en el PDPMM, al ejemplar sacerdote Ubaldo Díaz, a Alexandra Loaiza y Zenaide Rodrigues de PAS, a Pierre Shantz de ECAP, a Juan Manuel Peña y Ricardo Torres de la Fundación CHASQUIS, a Ana Jimena Bautista de la UTL del senador Iván Cepeda, a Ana María Suárez de FIAN, a Luis Carlos Estupiñán de Corambiente, a Teófilo Acuña de Fedeagromisbol. En fin, el trabajo fraterno junto a todas estas personas y tantas otras que han dedicado su vida a luchar por los derechos de otros me ha llevado a pensar que un esfuerzo conjunto que perdura, genera fuertes vínculos y hace posible que uno vaya extendiendo su familia con el paso del tiempo.

    Es el mismo lazo familiar que hemos tejido durante años en la Universidad Javeriana, lugar en donde Roberto Vidal, Liliana Sánchez y yo nos encontramos para construir caminos desde el derecho para detener el exterminio de la vida campesina en Colombia. Oscar Guardiola, Paola Tinoco, Jorge González, Carolina Olarte, Marco Velásquez, Juan Carlos Botero, Laura Bernal, Lina Chaparro, Carolina Moreno, Joaquín Garzón, Cristina Hernández, Catalina Rivera, Alejandra Barrera, Alejandra Grillo, Carolina Bejarano, Andrés López, Daniel López, Javier Rincón, Vanessa Suelt, Rafael Prieto, Gustavo Zafra, Fernando Castillo, Carlos Andrés Uribe, Andrés Ramírez, Gustavo Cote, Orlando de la Vega, Norberto Hernández, Juan Guillermo Ferro, Johana Herrera, Nicolás Vargas, Sergio Coronado, Gabriel Tobón, Juan Pablo Vera, Jefferson Jaramillo, Carlos Del Cairo, a todas estas personas, que conocí en la casa javeriana, les quiero agradecer por haberme compartido siempre su inteligencia y su calor humano; agradezco porque me han acompañado en el largo proceso de escritura y de experiencia vital que ha significado el presente libro. A los sacerdotes de la Compañía de Jesús Luis Fernando Álvarez, S. J., Jorge Humberto Peláez, S. J., Luis Alfonso Castellanos, S. J., Gabriel Izquierdo, S. J. (q. e. p. d). A Marcela Cuevas, a Carlos Ignacio Jaramillo y a Julio Andrés Sampedro quiero agradecerles el apoyo que, como directivos de esta insigne institución, le han dado a este difícil y largo proceso.

    En la Universidad de los Andes, mi casa doctoral, tengo que agradecer la rigurosa formación intelectual que recibí de mi director de tesis, Alejandro Castillejo, y de todo el cuerpo de profesores: Martha Herrera, Pablo Jaramillo, Ana Guglielmucci, Roberto Suárez, Carlos Alberto Uribe y Friederike Fleischer, todos ellos ejemplo de maestría. Con Sandra Daza, Carolina Ardila y Carolina Pulido vivimos este tiempo maravilloso pensándonos como soporte mutuo. A ellas les agradezco por su generosa fraternidad. Escribiendo estos agradecimientos me pongo a pensar que he sido muy afortunado, pues los encuentros laborales y académicos que he tenido en la vida, centrales en la carrera de creación de este trabajo que ahora sale a luz, han sido encuentros que se han ido transformando en bellas amistades, como las que nacieron en el CITpax con Claudia Medina, Natalia Casij, Germán Vallejo y el concejo extendido: Diego López y Juan Camilo Munévar. Si este es un libro que homenajea la paciencia, es preciso honrar la paciencia que ha tenido este equipo humano para aportar a la construcción de paz en Colombia, gracias por sus enseñanzas y por su persistencia.

    My mafia: Juan Gonzalo Arévalo, Juan Carlos Melo, Oscar García, David Giraldo, Pablo Vélez, Juan Sebastián Estrada, Nicolás Trujillo y Luis Alberto Espitia, hermanos por elección, han contribuido siempre con su amistad incondicional y cotidiana. ¡Muchas gracias por el aguante! Todas estas inspiradoras vidas de paciencia de las personas a quienes aquí he agradecido giran en torno a mi núcleo familiar más íntimo: mi padre, Emilio García, y mi madre, Amparo Arboleda (Lalita), las personas que me dieron la vida. A ellos agradezco que desde muy niño me enseñaron, quizás porque sus ancestros provenían de campesinos, que la honra de una persona descansa en el trabajo esmerado que puede ofrecer a sus congéneres, que los frutos que se obtienen en la vida sólo llenan el alma cuando han sido cultivados con las propias manos, cuando son el producto de la tenacidad y la lucha. Mis hermanas, Toyita y Nanita; los nietos de la casa, David y Estefa, hemos recibido ese legado, y esperamos que, con el amor familiar, podamos preservarlo, así como lo han hecho los campesinos sobrevivientes del exterminio.

    Reservo las líneas finales de estos agradecimientos para gratificar la labor de la Editorial Javeriana, en cabeza de Nicolás Morales, su director; Paola Molano y Jhon Mesa, en su equipo de trabajo; Francisco Díaz-Granados, el corrector de estilo; y Javier Celis, nuestro enlace de la Facultad de Ciencias Jurídicas. El apoyo e impulso que le imprimieron a este trabajo, su entrega y profesionalismo elevaron el libro a la excelencia editorial, lo que nos llena de entusiasmo para seguir investigando y escribiendo. Ellos se dejaron atrapar por la misteriosa magia que produce la historia de la Isla de Papayal y aceptaron con grandeza la misión de hacer de esta historia un libro que lo encante y lo conmueva a usted como lector y así animarnos juntos a participar, en el futuro, en la fiesta de conmemoración de la vida de la isla.

    Bogotá, febrero 2019

    A modo de presentación

    El hombre es una cosa y la ley es otra. Son dos cosas distintas. Una cosa es la ley y otra cosa es el hombre.

    Este epígrafe proviene de don Tomás Zapata, con quien conversaba en el patio de su casa, en Puerto Tejada (Cauca) en 1970. Era un hombre grande y gentil, de más de ochenta años, que había compuesto largos poemas con estrofas en rimas sobre la historia local de los conflictos por la tierra y la violencia. Para aquel entonces, ya estaba ciego y recitaba de memoria. Recuerdo que uno de sus poemas era sobre un padre que aconseja a un niño sobre el primer día de clases, pero él mismo nunca asistió a la escuela. Él había aprendido a leer y a escribir por su cuenta, con la ayuda de un hombre del mercado a quien le había comprado su primer libro.

    No creo que don Tomás haya pensado primero en los eventos históricos y luego los haya puesto en verso. Esto fue un proceso más complejo de dar y recibir, entre la historia y la poesía. De hecho, es ese proceso, entre la historia y el drama de la historia, el que aparece con fuerza en este libro de Juan Felipe García, profesor de derecho, que trata sobre la lucha por la hacienda Las Pavas, en el sur de Bolívar, una de las luchas por la tierra más conocidas en toda Colombia. Es extraño que un profesor de derecho cuente la historia como un relato y que se involucre en la historia. Ahora bien, de eso se trata la perspectiva antropológica: trabajar en el interior, trabajar estrechamente con un pequeño número de personas y poder relacionar el flujo de eventos que dieron forma a sus vidas. De hecho, García realizó muchas visitas a Las Pavas a lo largo de ocho años, primero como abogado y luego como abogado y antropólogo.

    La superposición entre los dos mundos que don Tomás postula, la persona y la ley (El hombre es una cosa y la ley es otra), es, precisamente, lo que investigó García: ¿cómo se usa la ley en una situación de violencia sobre la tierra, en este caso, entre colonos campesinos de larga data y las plantaciones de palma africana recientemente llegadas que emplean paramilitares?, ¿cuál es la relevancia del aceite de palma y las plantaciones de palma africana?

    La palma africana es el nuevo cultivo que devora los trópicos húmedos del mundo, en lugares como Malasia, Indonesia y América Central, sin mencionar los Llanos colombianos y las áreas costeras colombianas en Tumaco, Chocó y una amplia franja de la costa del Caribe. Cuando conduces hacia el sudoeste, desde Valledupar, ves, milla tras milla, palma africana en filas interminables, como una invasión militar oscura y amenazante. Como todas las plantaciones de monocultivo, la palma estimula las plagas, tal como se evidencia en Tumaco, y absorbe la bondad del suelo, en comparación con los modos de producción campesinos, basados en la intercalación de diferentes especies de plantas. Más al este, en el Urabá y el Chocó, la violencia contra los campesinos para que planten palma africana ha sido sorprendente, involucrando también a la Fuerza Aérea y al Ejército Nacional.

    Al igual que con los imperios hidráulicos establecidos en Asia y Oriente Medio, sin mencionar los inmensos canales y sistemas de drenaje en Europa y Gran Bretaña, la palma africana exige una reestructuración de ríos, lagos y ciénagas. El sur de Bolívar es la zona más cenagosa de Colombia, lo cual la hace ideal para la palma africana, siempre y cuando se controlen los niveles de agua. Por esta razón, la extensa zona, cerca al río Magdalena, en la que se encuentra Las Pavas, ha estado sujeta a otra forma de construcción del imperio hidráulico, con las mismas intenciones de cambiar el paisaje y la población.

    Así como el azúcar fue para el africano esclavitud y siglos de colonialismo, hoy en día la palma africana es el nuevo colonialismo en el que las personas son expulsadas de sus terrenos y esclavizadas, debido a la escasez de tierras. Entre tanto, de este aceite proviene el combustible diésel, las pinturas y gran parte de los alimentos procesados que en los supermercados de todo el mundo son vendidos como verdes y orgánicos.

    Dado el riesgo que representan los paramilitares, es un milagro que se haya realizado el estudio de García. Él mismo estuvo en la vanguardia, resistiendo y desafiando a los paramilitares a pesar de los riesgos evidentes para su vida. No solo había peligro en la zona donde se encuentra Las Pavas, sino también en el trayecto hacia allí, porque la mayoría de las ciudades y carreteras están controladas por paramilitares. Y es por ello que este libro también esboza las conexiones entre paramilitares y la élite costeña, así como la forma en que está implicada la policía local y el aparato legal en toda su estructura hasta Bogotá.

    En todo esto, hay una paradoja: aunque sabemos que la política y el poder hacen la ley y determinan su práctica, al mismo tiempo, le otorgamos autonomía a la ley. La ley, decimos, como si expresásemos una doble conciencia con la que consideramos a la ley como una herramienta práctica y provisional de riqueza y poder, pero también como una entidad casi divina y autónoma por derecho propio. Es, por lo tanto, sorprendente que tan poca antropología, sociología o historia aborde el estudio de la práctica de la ley, cuando todo ello es lo que es la ley: ¡antropología, sociología e historia!

    La ley es representada a través del símbolo de una mujer con los ojos vendados, sosteniendo una balanza en su mano derecha y portando una espada en la izquierda. ¿Por qué una mujer? ¿Se debe a una supuesta intuición femenina o es porque la mujer es frecuentemente considerada sierva fiel, vehículo de los hombres y, en este caso, de sus leyes, en lo que sin duda está implicado el patriarcado? Su ceguera significa imparcialidad. ¿Tienen las mujeres la capacidad de ser más imparciales que los hombres? ¿O es esta la pregunta incorrecta? ¿No puede la ceguera referirse al carácter político de la ley? Qué irónico es que un ciego y viejo campesino en Puerto Tejada, quien vive en carne propia la historia, sea quien me enfatice este hecho. No olvidemos que solo cuando se señala algo se vuelve obvio.

    Hay un momento en este libro en que un campesino, Misael Payares, con quien García trabajó estrechamente, se dirige respetuosamente a un policía que está haciendo cumplir la ley de plantación a favor de la palma africana, durante un enfrentamiento violento. Este le dice al policía que sus abuelos indígenas le explicaron que la ley funciona de una forma tal que roba las tierras indígenas:

    A mí me cuesta no darles la razón. Porque todos esos despojos y atrocidades contra los indígenas se quedaron en la impunidad. Esa misma impunidad fue la que yo sentí cuando ustedes llegaron en 2009. Ustedes eran los representantes de una ley para quitarnos la tierra y dársela a los palmeros.

    Él prosigue contándole al oficial sobre su inmensa sorpresa cuando la Corte Constitucional determinó que la expulsión forzosa de campesinos, en 2009, era ilegal. No obstante, la policía sigue actuando como si la gente que trabaja la palma africana lo hiciera dentro de la ley: ¿Sabe qué conclusión saco yo de todo esto, oficial? Que para ustedes solo es válida una ley, la ley del más fuerte. Y, sin embargo, la ley tiene autonomía relativa. ¿Cómo explicar la decisión de la Corte Constitucional? Es esta relatividad la que Juan Felipe García representa e investiga. Lo hace al estar en el caserío, al representar la causa de los campesinos en la Corte y por este mismo libro que usted sostiene en sus manos, que, en esencia, es un estudio de la autonomía relativa de la ley. En otras palabras, García está tanto dentro como fuera de la ley. Él es el epítome de la autonomía relativa. Qué afortunados somos de encontrar ese pájaro raro, tanto profesor de derecho como antropólogo, dentro y fuera de la narración de la historia.

    Su trabajo de campo comenzó en 2009, fruto de una iniciativa de larga data, desde la década de 1980, propuesta por Francisco de Roux, miembro de la organización jesuita en Bogotá llamada Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep). De Roux estaba horrorizado por la violencia en el Magdalena Medio, generada por los ganaderos adinerados que habían reunido sus fuerzas y con la asistencia del Ejército Nacional y la Policía atacaron a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Cabe recordar que, al principio, estos paramilitares fueron entrenados por exsoldados de los ejércitos israelíes y británicos.

    Se consideró crucial para la causa de la justicia y la paz contar con estudios exhaustivos tales como este realizado por García. Nuestro gran amigo, también antropólogo, el padre Gabriel Izquierdo, miembro del CINEP, fue importante en esta iniciativa, y estoy seguro de que estaría encantado de ver que este libro alcance la luz del día. Gabriel habría señalado que, asociada a esta nueva forma de estudios legales y antropológicos, aquí encontramos lo que el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda llamó investigación-acción, que, como su nombre lo indica, combina la investigación con la iniciativa de ponerse del lado de los oprimidos. El argumento presentado es que, lejos de perjudicar la investigación, esta combinación puede, en manos sensibles, mejorarla. La idea de la mosca en la pared, de la observación neutral en la investigación social, es una ficción engañosa. No hay espacio neutral.

    La mejora, ciertamente, parece ser el caso de este libro de García, cuya investigación-acción lo acercó a los campesinos, quienes presenciaron su minuciosa historiografía oral, así como ideas creativas para promover su causa ante la ley. Yo mismo puedo dar testimonio de su paciencia, curiosidad y comprensión multifacética de la vida local hecha no solo pasión, sino amor. El poder integrar análisis con acciones significativas raramente sucede para cualquiera de nosotros. El tener éxito en los tribunales contra los grandes terratenientes y escribir esta monografía antropológica es más raro todavía. Es, principalmente, una cuestión de acercarse y luego retroceder, de acción y reflexión, en la que la experiencia en medio de la lucha da forma a la teoría y viceversa, una y otra vez. Y nosotros, como lectores de este trabajo, hacemos lo mismo cuando lo leemos. En el proceso, usted se convierte en una persona diferente. El ojo ve más. El corazón siente más. La mano del escritor se vuelve fuego. Los conceptos se desmoronan y los nuevos paradigmas saltan de entre las cenizas de los viejos. Eso es este libro, y cuando lo leemos, nosotros, también, nos encendemos.

    El escritor amplía aún mas nuestra comprensión con su sensibilidad al elemento teatral y ritualista de la violencia, (que nos lleva de vuelta a la poesía en la historia con la cual inicié). Los hechos no son simplemente hechos. Estos también forman parte de coreografías interactivas, en las que participan paramilitares, campesinos y las élites en Santa Marta y Medellín, con toda clase de economías ilegales, y, a decir verdad, en la coreografía nosotros encontramos la forma narrativa del escritor en los pueblos en donde no hay Ley ni Dios.

    Michael Taussig

    Nueva York, 1.° de octubre de 2018

    Introducción

    Mientras agoniza

    Este trabajo tiene como telón de fondo una vida en vilo. La vida de la Isla de Papayal. Para algunos de los campesinos que habitan este espacio, de quienes recojo los testimonios protagónicos de la investigación, la isla ha sido víctima en los últimos cuarenta años de unas prácticas de exterminio que la han puesto en riesgo de desaparecer. Amenazada la existencia de la isla, estos campesinos, que dependen de ella, perciben que sus vidas también están en peligro de extinción. Para otras personas, sobre todo foráneas, la isla ni siquiera existe. ¿Por qué iría a desaparecer algo que no tiene existencia?, se preguntan. El problema principal del presente estudio es describir y comprender este cortocircuito entre quienes afirman que unas vidas están siendo eliminadas en un lugar y quienes continúan efectuando prácticas encaminadas a la afectación de esas vidas, sin considerar que ello pueda constituir un exterminio.

    Se podría decir que yo era uno de esos foráneos que no tenía noticia de la existencia de la isla. Cuando visité por primera vez el lugar en marzo de 2009 no comprendía muy bien por qué los campesinos que me invitaron la llamaban así. Me había embarcado en el puerto de La Gloria (Cesar), a orillas del río Magdalena, en una chalupa que tomó diez minutos en llegar al puerto de Regidor (Bolívar). Allí me recogió un campesino en una moto que durante una hora pasó por una carretera destapada, más o menos amplia, y caminos de herradura que se metían entre potreros enmontados, con una tupida vegetación, hasta llegar al corregimiento de Buenos Aires, en el municipio de El Peñón (Bolívar). Repetí muchas veces ese recorrido durante ese año. En mi urbana imaginación, me sentía más bien penetrando en una especie de selva, pero nunca en una isla (figura 1).

    Figura 1. Isla de Papayal, Bolívar

    Fuente: mapa elaborado por María C. Hernández

    Me había invitado la Asociación de Campesinos de Buenos Aires (Asocab), la de mayor reconocimiento de la Isla de Papayal. Junto a un excelente grupo de colegas y amigos¹. Asocab esperaba que, en mi rol de abogado, representara sus intereses jurídicos para la defensa de la vida de la isla y de sus propias vidas como campesinos que la han habitado históricamente. Pese al ingente trabajo realizado de manera conjunta con un grupo de organizaciones no gubernamentales² y el pleno conocimiento de la situación por parte del Estado colombiano, muchas de las prácticas en contra de sus vidas continúan en curso.

    El siguiente año llevé un mapa

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