Y por fin me vio
Por Sara Ramos
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Y por fin me vio - Sara Ramos
Prologo 1
Cuando Sara me pidió que escribiera el prólogo de este libro, la verdad, no sabía por dónde empezar. Soy psicóloga, no escritora y eso es lo que se me da bien. Trabajo con los traumas y problemas de las personas. Ayudo a mis pacientes a identificarlos y sanarlos para que la persona pueda, quizás por fin, vivir la vida que todos merecemos vivir.
Sara nos presenta en este libro a Elena, una mujer que podríamos ser muchas de nosotras. Con una vida aparentemente normal y funcional. Si la viésemos por la calle caminando hermosamente vestida tomando algo con amigos o paseando con sus hijos nadie diría que detrás de esa sonrisa se esconde un doloroso secreto.
A veces nos suceden cosas dolorosas e incluso terribles pero nuestro sistema decide que para que podamos sobrevivir debemos, simplemente, apartarlas de nuestra mente. Las colocamos en algún hueco de nuestra cabeza y aunque sabemos lo que nos sucede decidimos no hacerle demasiado caso y simplemente, continuar.
Supervivencia, se llama.
Cuántas personas como Elena hubo, hay y habrá. Cuántos secretos guardados, escondidos, alejados.
Cuánto dolor, miedo o rabia. Cuánta soledad.
Sara nos muestra cómo Elena, tras muchos años de vida decide enfrentarse a su gran monstruo. Lo ha tenido escondido, decidió ignorarlo. Sin embargo, su vida, sus decisiones estaban totalmente influidas por todo aquello que había pasado. Cuando algo nos sucede y no somos capaces de gestionarlo, integrarlo y superarlo todo aquello que nos va pasando se nutre de lo que nos ha sucedido.
Dependiendo del sustrato que tenga la tierra, una planta crecerá más o menos sana y fuerte o enferma y quebradiza. Pero con los cuidados necesarios, incluso las tierras menos fértiles se pueden recuperar dando lugar a hermosas plantas llenas de vida y fortaleza.
Gracias a la sencillez y cercanía con la que Sara nos habla de Elena podemos conectar con ella de una forma bella y fácil. Este libro puede ayudar a muchas personas a darse cuenta de que nada nos define, ni siquiera nuestro pasado.
Carmen García Magdalena
Capítulo 1
Salió del metro y caminó hasta el portal. Elena era una mujer de poco más de 50 años, melena corta, pelo liso color castaño claro, piel morena, ojos color miel, delgada. Vestía elegante pero desenfadada, un abrigo entre blanco y beige, de esos que piensas que deben ser caros, pero no se nota, vaqueros oscuros ajustados, botines de tacón bajo y cuadrado muy modernos, bolso pequeño de marca que solo ven los que saben mucho de esas cosas. Sin maquillar, sin peinado de peluquería, pero arreglada, una imagen de mujer inteligente, atlética, nerviosa y con cierto aire de misterio, mirada profunda, interesante si te fijas en ella, pero entre la multitud de las que pasa desapercibida. Cuanto más cerca estaba más le costaba avanzar. Era un edificio antiguo en un barrio acomodado. La fachada había sido restaurada recientemente y los esgrafiados ornamentales le daban un aspecto señorial. Balcones con barandillas de hierro, ventanales altos. Clavada en la acera admiró lentamente cada detalle. Cualquier excusa era válida para retrasar la llegada. Miró el reloj, aún tenía cinco minutos. Siguió recreándose, queriendo olvidar por qué estaba allí. Por fin caminó unos pocos pasos hasta el portal. Una puerta altísima, de madera oscura con detalles de hierro. Apenas se fijó en un pequeño cartel encima de los botones del portero automático. Había varios carteles. De reojo leyó Gabinete Psicológico debajo de un cartel de Notario y otros que ni leyó. Retrocedió a punto de volver de nuevo hacia el metro. Le entró un sudor frío, sintió un pequeño mareo y se sentó en un banco enfrente a tomar aire. Respiró hondo y sin pensar caminó de nuevo hacia el portal. Iba a llamar al timbre, pero se fijó que la puerta parecía estar abierta. Empujó y se abrió lentamente, era muy pesada. Un portal al estilo de principios del siglo XX, enorme, con unos ventanales que daban a un discreto patio interior lleno de plantas exuberantes. En la caseta del portero no había nadie. Lo agradeció. No quería dar explicaciones a dónde iba. Miró de nuevo el papel arrugado en su mano, piso tercero. Cualquier cosa con tal de alargar el momento de la llegada. Dejó a un lado el ascensor y comenzó a subir los peldaños de madera desgastada pero lustrosa.
En cada rellano plantas de grandes hojas verdes. Los ventanales antiguos, altos, dejaban entrar una luz grisácea pero abundante, era una escalera alegre y muy amplia. La barandilla redondeada y desgastada como los peldaños se veía de madera noble y bien cuidada. Tercer piso. Dos puertas, una a cada lado. En una un cartel de Notaría. La otra era la suya. Suspiró de nuevo y se dio ánimos para llamar al timbre que sonó demasiado ruidoso para su gusto. Enseguida la puerta cedió con el ronroneo del control remoto. Entró a una sala de espera amplia, como todo en aquel edificio. No había nadie. Sillones antiguos pero limpios y acogedores. Luz tenue. Una mesita en el centro que parecía sacada de una tienda de antigüedades. En cambio, los revisteros tenían un toque moderno. Un ficus llegaba casi al techo, muy alto, con adornos de escayola. Las cortinas de color verde estaban recogidas a los lados de forma desenfadada al tiempo que cuidadosamente estudiada. Antes de sentarse observó cada cuadro en las paredes, de tamaños diferentes. Los marcos eran tan interesantes o más que los propios lienzos. Se respiraba paz y tranquilidad. Tardó en darse cuenta del aroma fresco y suave a rosas. No había música, ningún sonido, silencio. Se sentó en un gran sillón y siguió admirando cada detalle de la sala a su alrededor. La alfombra, las lámparas, mil detalles perfectamente estudiados.
Ensimismada como estaba se asustó cuando una puerta en la que apenas se había fijado se abrió y sonaron voces animadas. Dos mujeres salieron charlando alegremente. Sintió que se ruborizaba, los nervios aparecieron con el sudor frío y agradeció haber usado su desodorante de confianza. Ni siquiera le miraron, ni se fijaron en ella. Una de ellas terminó de ponerse el abrigo y se despidió con un abrazo. Era una mujer normal, alrededor de 40 años, calculó. Vestía una falda de cuero gris con una blusa elegante pero desenfadada, un collar largo y llamativo, pendientes de aros grandes, melena corta. Zapatos de tacón bajo. Apenas iba maquillada. Su cara resultaba atractiva, aunque un poco triste. Antes de salir se volvió a mirarla y le dijo adiós sonriendo, mirándole a los ojos con una mirada misteriosa y cautivadora. No puedo evitar pensar qué le habría llevado a ella hasta allí. Sonrió levemente algo turbada y solo entonces se fijó en la otra mujer que se dirigía hacia ella. Era más joven y tenía una mirada acogedora. Parecía sonreír con los ojos. Le hizo pasar a otra sala más pequeña, con un gran ventanal cubierto con visillos que dejaban entrar la luz indirecta del sol, le encantaban los ventanales de ese edificio. Dos sillones individuales orejeros color marrón claro, uno frente al otro, acogedores. Una mesita entre ellos con un enorme paquete de pañuelos de papel. No vio mucho más porque ya le estaba hablando y se concentró en su voz, una