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Te hablo al corazón: Autobiografía de san Juan XXIII
Te hablo al corazón: Autobiografía de san Juan XXIII
Te hablo al corazón: Autobiografía de san Juan XXIII
Libro electrónico407 páginas6 horas

Te hablo al corazón: Autobiografía de san Juan XXIII

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El breve pontificado de Juan XXIII ha dejado, sin duda, una huella imborrable en la historia de la Iglesia. En el proceso de renovación profunda que estamos viviendo en estos momentos en la Iglesia, su figura resulta de enorme actualidad. Él, que pudo iniciar, con el Concilio Vaticano II, un proceso de reforma y revitalización, en fidelidad al depósito de la fe y en diálogo con el mundo contemporáneo, nos habla de humildad, obediencia, disponibilidad, valentía, paciencia y caridad. Su ejemplo nos invita a cumplir siempre y totalmente la voluntad de Dios y en él encontramos un compañero de camino, que nos alienta, ayuda y conforta.
Partiendo de sus propias palabras, este libro es, más que una biografía o un resumen de su pensamiento, un homenaje a su memoria y también una guía segura que nos ayuda a caminar juntos, con paso firme, en este tiempo de esperanza.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 oct 2023
ISBN9788428569941
Te hablo al corazón: Autobiografía de san Juan XXIII
Autor

Luis Marín de San Martín

Luis Marín de San Martín, OSA (Madrid 1961) es agustino y obispo. Doctor en Teología, ha sido formador y profesor en diversos centros y ha ocupado cargos en diversas instituciones de la Orden de San Agustín, como el Estudio Teológico Agustiniano Tagaste, el Centro Teológico San Agustín, el monasterio de Santa María de la Vid, el Instituto Histórico Agustiniano y el Instituto de Espiritualidad Agustiniana. En 2021 el papa Francisco lo nombró subsecretario de la Secretaría General del Sínodo y obispo titular de Suliana. Especialista en la figura y el pensamiento de san Juan XXIII, sobre el que ha publicado dos libros y varios artículos, es autor de diversas publicaciones de carácter histórico, teológico y espiritual.

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    Te hablo al corazón - Luis Marín de San Martín

    Siglas y abreviaturas

    AAS: Acta Apostolicae Sedis, Roma.

    AF: Anni di Francia. Agende del nunzio, 2 vols., Bolonia 2004-2006, pp. 595-725.

    AI: L. Botrugno, L’arte dell’incontro. Angelo Giuseppe Roncalli, rappresentante pontificio a Sofia, Venecia 2013.

    Baronio: A. G. Roncalli, Il cardinale Cesare Baronio, Roma 1961.

    DA: Juan XXIII, El Diario del alma y otro escritos piadosos, Madrid 1964. Existe otra edición resumida: Diario del alma, Madrid 2008.

    DMC: Discorsi, Messaggi, Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, 5 vols. + índice, Ciudad del Vaticano 1960-1967.

    DOA: A. G. Roncalli-A. Dell’Acqua, Documenti di un’amicizia (1926-1963), Milán 2002.

    FAM: Giovanni XXIII, Lettere famigliari. 152 inediti dal 1911 al 1952, Casale Monferrato 1993.

    FIAG: A. Melloni, Fra Istanbul, Atene e la Guerra. La missione di A. G. Roncalli (1935-1944), Génova 1992.

    FIOB: A. G. Roncalli, Fiducia e obbedienza. Lettere ai rettori del Seminario Romano 1901-1959, Cinisello Balsamo 1997.

    Gran sacerdote: L. F. Capovilla, Papa Giovanni gran sacerdote, come lo ricordo, Roma 1977.

    IME: L. F. Capovilla, L’Ite missa est di papa Giovanni, Bérgamo 1983.

    IXA: L. F. Capovilla, IX anniversario della morte di papa Giovanni, Roma 1972.

    LEOR: C. Valenziano, Angelo Roncalli. Lettere dall’Oriente e altre inedite a Giovanni Dieci, Panzano in Chianti 2010.

    CF: Juan XXIII, Cartas a sus familiares, Madrid 1978. Se cita por el número de carta.

    LFA: A. G. Roncalli-G. B. Montini, Lettere di fede e amicizia (1925-1963), Brescia-Roma 2013.

    LP: Juan XXIII, Lettere del Pontificato, Cinisello Balsamo 2008.

    LVB: Juan XXIII, Questa Chiesa che tanto amo. Lettere ai vescovi di Bergamo, Cinisello Balsamo 2002.

    MCG: L. F. Capovilla, Mi chiamerò Giovanni, Bérgamo 1998.

    NM: Nelle mani di Dio. I diari di don Roncalli, Bolonia 2008.

    OeP: F. Della Salda, Obbedienza e Pace. Il vescovo A. G. Roncalli tra Sofia e Roma 1925-1934, Génova 1989.

    ORM: Ottima e reverenda madre. Lettere di papa Giovanni alle suore, Bolonia 1990.

    Pater: Pater amabilis. Agende del pontefice, Bolonia 2007.

    PI: A. G. Roncalli (Giovanni XXIII), La predicazione a Istanbul. Omelie, discorsi e note pastorali (1935-1944), Florencia 1993.

    Positio: Congregatio de Causis Sanctorum, Romana beatificationis et canonizationis servi Dei Ioannis Papae XXIII, Summi Pontificis (1881-1963). Positio super vita, virtutibus et fama sanctitatis, 4 vols., en 8 tomos, Roma 1996-1997.

    PV: Pace e Vangelo. Agende del patriarca, 2 vols., Bolonia 2008.

    QI: Giovanni XXIII, Nostra pace è la volontà di Dio. Quaderni inediti, Cinisello Balsamo 2001.

    Radini: A. G. Roncalli, Mons. Giacomo Maria Radini Tedeschi, vescovo di Bergamo, Roma 1963.

    RVP: S. Trinchese, Roncalli e von Papen. Rapporti diplomatici e strategie d’impegno comune di due protagonisti del XX secolo, Turín 1996.

    SD: A. G. Roncalli, patriarca di Venezia, Scritti e discorsi 1953-1958, 4 vols., Roma 1969-1972.

    SE: K. P. Kartaloff, La sollecitudine ecclesiale di monsignor Roncalli in Bulgaria (1925-1934), Ciudad del Vaticano 2014.

    Utopia: G. Zizola, La utopía del papa Juan, Salamanca 1975.

    VA: L. F. Capovilla, Vent’anni dalla elezione di Giovanni XXIII, Roma 1978.

    VD: A. G. Roncalli-Juan XXIII, «La Vita Diocesana», 3 vols., Roma 2016-2017.

    Venezia: M. Roncalli, Giovanni XXIII. La mia Venezia, Venecia 2000.

    Vita: M. Roncalli, Giovanni XXIII. Angelo Giuseppe Roncalli, una vita nella storia, Milán 2006.

    VO: La mia vita in Oriente. Agende del delegato apostolico, 2 vols., Bolonia 2006.2008.

    XA: L. F. Capovilla, X anniversario della morte di papa Giovanni, Roma 1973.

    XIIA: L. F. Capovilla, XII anniversario della morte di papa Giovanni, Roma 1975.

    XVA: L. F. Capovilla, XV anniversario della morte di papa Giovanni, Roma 1978.

    Prólogo

    Dejar hablar a Juan XXIII

    Estás a punto de entrar en un santuario maravilloso: ¡el santuario del alma de Juan XXIII!

    Mons. Luis Marín de San Martín, OSA, te acompaña en este camino dejando hablar directamente al papa Juan XXIII: el papa que todavía es recordado por todos como «el Papa bueno».

    Así recuerda a su familia:

    En la casa Roncalli, la más numerosa del pueblo, había treinta bocas que saciar, tres veces al día. Pero de todo se ocupaba la Providencia: se ocupaban los campos bien cultivados de cereales y viñas; se ocupaban los animales del establo, con la leche y con sus productos; se ocupaba el temor de Dios que mantenía el orden, la serenidad de una vida colectiva, empeñada en el trabajo bien hecho, en obrar bien, con mutuo y recíproco respeto y con una paz doméstica y cristiana jamás turbada. Por la noche, y todas las noches, era él, el viejo tío Zaverio, el jefe de la casa, quien dirigía el rosario; y todos respondían, formando toda una música, cuyo recuerdo, a pesar de la distancia de tantos años, todavía enternece. (Apuntes para una biografía: DA, 500).

    Y, después de muchos años, recibiendo a los peregrinos de Venecia y Bérgamo, abre su corazón a una ola de recuerdos y se expresa así:

    Siendo niño de siete años, mi padre, con ocasión de la segunda fiesta federal de la Acción Católica Bergamasca (6 de agosto de 1889) me llevó a pie a Ponte San Pietro, a seis kilómetros de Sotto il Monte. Llegamos cuando concluía la solemne procesión: obispo, clero, asociaciones y pueblo, bandas musicales y banderas. Debido al gran gentío, que formaba una barrera, yo no veía nada y se lo dije a mi padre. Entonces él me subió a caballito sobre sus hombros y así pude ver con mis ojos lo que significaba ser católico bergamasco. Recuerdo aquel gesto paterno y pienso en aquel recorrido de entonces y en el nuevo recorrido de hoy [en la silla gestatoria], que he concluido no ya transportado sobre los hombros del padre, sino sobre los de los hijos, sostenido por los corazones de tantos fieles. Entre medias están 70 años de servicio a Dios y al prójimo, años de estudio y de oración, de actividad continuada y serena, de vida de caballero... Sacad vosotros conmigo la conclusión: es preciso dejarse llevar por el Padre y llevar al Padre a los hermanos. (Encuentro con los peregrinos de Venecia y Bérgamo, 4 de noviembre de 1958: MCG, 167).

    Es impresionante la humildad que se respira en todas las páginas de los escritos autobiográficos de Juan XXIII. Durante los Ejercicios Espirituales del 10 al 20 de diciembre de 1902 escribe así:

    No soy en absoluto lo que me creo ni el que mi amor propio quiere que me consideren los demás. Mi padre es un campesino que pasa todo el día labrando, cavando, etc.; y yo no tengo nada de más que mi padre, sino mucho menos, porque mi padre al menos es sencillo y bueno, mientras yo de mío solo tengo maldad.

    Y la humildad de corazón de Juan XXIII florece en obediencia y paz del corazón. Cuando recibió el prestigioso nombramiento para la Nunciatura en París, esto es lo que sintió:

    Me quedo sorprendido y conmocionado. Me acerco a la capilla para preguntar a mi alma, ante Jesús, si debo sustraerme al peso de la cruz o aceptarla como tal y nada más. Me quedo pensativo, pero en la calma decido aceptar con el non recuso laborem. Y paso así la noche entre san Nicolás y san Ambrosio, ambos llamados prodigiosamente al episcopado, que les hizo grandes y santos y santificadores. Pasé la noche casi toda en blanco. Por la mañana estaba cansado, pero con el espíritu en paz. Una vez más, llegado a un cambio importante de mi pobre vida, encuentro el oboedientia et pax que me sirve de señal. (Agenda, 6 y 7 de diciembre de 1944: VO II, 809).

    Abandonando Bulgaria, se despide de los búlgaros citando una delicada tradición irlandesa. Esas palabras impresionaron a la comunidad búlgara.

    Esto es lo que brotó del corazón del Representante Pontificio que partía:

    Una tradición, respetada aún hoy entre los buenos católicos de Irlanda, dispone que la vigilia de Navidad haya una ventana en cada casa con una lámpara encendida tras los cristales, para indicar a José y a María, cuando pasen en la noche santa buscando un refugio, que allí dentro hay una familia que los espera en torno a la llama del hogar, en torno a una mesa reservada con todos los bienes de Dios. Mis queridos hermanos, ¿quién conoce los caminos del futuro? En cualquier lugar del mundo en el que me toque vivir, si alguien de Bulgaria tuviera que pasar junto a mi casa, durante la noche, entre las dificultades de la vida, encontrará siempre la lámpara encendida. Llame, llame. No se le preguntará si es católico u ortodoxo: hermano de Bulgaria, basta, entre; dos brazos fraternos, un cálido corazón de amigo lo acogerán en fiesta. Porque esta es la caridad del Señor, cuya efusión hizo gozosa mi vida durante diez años en Bulgaria; esta es la flor más bella y cordial de la paz de Jesús: Pax hominibus bonae voluntatis. (Homilía de Navidad, Sofía, 25 de diciembre de 1934: OeP, 259-262).

    Y finalmente, cuando llegó el nombramiento de cardenal, escribió a su sobrino Battista Roncalli y leyó el acontecimiento con las gafas de la humildad y logró quedarse sereno. Aquí están sus sentimientos:

    ¿Dónde estamos? ¿De qué habría servido la educación ascética recibida desde los primeros años sobre la indiferencia circa res creatas omnes, si precisamente ahora que envejezco empezara a hacer locuras? Ruego al Señor para que me dé la gracia de emular no a los cardenales bribones o mundanos de la historia antigua, sino a los cardenales humildes y santos que han honrado a la Iglesia. (Carta a su sobrino Battista Roncalli, París 4 de diciembre de 1952: CF, 789).

    Querido lector, querida lectora, sigue leyendo y al final aparecerá en tu rostro una hermosa sonrisa: es el contagio de un alma siempre optimista y siempre serena: ¡Juan XXIII!

    Y gracias al querido obispo Luis Marín de San Martín, que tuvo la genial idea de dejar hablar a Juan XXIII, para que sea él quien nos cuente su vida.

    Cardenal Angelo Comastri

    Vicario General Emérito de Su Santidad

    para la Ciudad del Vaticano

    Introducción

    Un hermano que os habla

    El Santo Padre Juan XXIII ha sido para mí un excelente compañero de camino, que me ha ayudado, enriquecido e inspirado. Modelo y amigo, testigo y maestro, padre y pastor. Los mayores de mi familia hablaban de él con veneración, como si fuera alguien de casa. Se referían a su agonía y muerte como a la de alguien cercano y querido. Dejó en el corazón de las gentes, fueran creyentes o no, un grato recuerdo, profundo y duradero. «Todo el mundo es mi familia», había dicho el papa Juan. Y así lo consideraron.

    Andando el tiempo, tuve la oportunidad de escuchar al papa Roncalli que, en una breve filmación, comentó algo que me impactó, porque me implicaba personalmente. Dijo así: «El papa recita el rosario entero cada día. ¿Sabéis que hay modo para el papa, recitando así el rosario, de acordarse de todo el mundo? ¿Sabéis dónde pongo a los niños? No solo a los hijos de los católicos o a los no católicos, sino a todos los niños. Cuando estoy en el tercer misterio, ante Jesús que nace, aparece niño, e inicia esta gran tarea de la unión de la Trinidad con la humanidad, del cielo con la tierra, yo, esas diez avemarías, las dedico a todos los niños que han nacido en las veinticuatro horas antes que comience mi rosario. Por tanto, y es una pequeña confidencia, apenas un niño nace, tiene la oración del papa por él». Me conmovió pensar que yo, nacido en pleno pontificado de Juan XXIII, tuve la oración del papa por mí, ya en el primer instante de mi vida.

    Angelo Giuseppe Roncalli nació en el pueblo bergamasco de Sotto il Monte, el 25 de noviembre de 1881, en el seno de una familia de aparceros, numerosa y pobre, fundamentada en una religiosidad sobria, profunda y tradicional. Eran campesinos de carácter un tanto seco, poco dado a efusiones sentimentales, pero sólidamente cristianos. Angelo era mucho más dulce y afable, con gusto por la comunicación y el diálogo. Pasó gran parte de su vida en el extranjero y desarrolló un gran don de gentes, aunque, si queremos comprender las claves de su espiritualidad, resulta imprescindible la referencia a las raíces.

    Físicamente medía 1,66 metros de altura y era decididamente grueso (en septiembre de 1961 pesaba 103 kilos). Con grandes orejas algo despegadas (la derecha con una deformidad, ya que tenía plano el pliegue que rodea el borde auricular), nariz ganchuda, frente amplia, escasos cabellos blancos peinados hacia atrás; mentón firme, breve papada, labios finos y boca enmarcada por dos grandes surcos; ojos castaños (del color del otoño), de mirada limpia y luminosa, con un punto de astucia; manos regordetas, que movía con gestos expresivos. Su andar era habitualmente bastante veloz y un tanto oscilante. La voz de registro alto, clara y bien modulada.

    Como se ha dicho con acierto, Juan XXIII fue bueno porque siempre quiso ser bueno. «Este es el misterio de mi vida –había escrito–. No busquéis otras explicaciones. He repetido siempre la frase de san Gregorio Nacianceno: Tu voluntad, oh, Señor, es nuestra paz. Este mismo pensamiento, en estas otras palabras, que me hicieron siempre buena compañía: Obediencia y paz». Y la clave la encontramos en la humildad, asumida y vivida. A su secretario, que consideraba descabellada la idea de convocar un Concilio, Juan XXIII le dijo: «Tú piensas que el papa es viejo, que le falta tiempo para una empresa de tan gran relieve, te asusta el conjunto. Y te equivocas, porque razonas como un empresario: proyecto, estudio, dificultades... Esto es argumentar de modo humano. Hasta que no hayas puesto tu propio yo bajo los zapatos no serás un hombre libre». Con filial confianza, Roncalli se abandonó en las manos de Dios. Y, por eso, estuvo disponible al Espíritu para ser instrumento de su acción en la Iglesia. En este sentido, el papa Francisco, en la homilía pronunciada en la misa de canonización, lo denominó «el papa de la docilidad al Espíritu Santo». La convocatoria del Concilio Vaticano II debe considerarse desde esta perspectiva. Por eso pudo iniciar en la Iglesia un proceso de reforma y revitalización, en fidelidad al depósito de la fe y en diálogo con el mundo contemporáneo. Su breve pontificado (cuatro años, seis meses y seis días) ha dejado una huella imborrable en la historia de la Iglesia.

    Cuando llegó el momento de elegir un tema para mi tesis doctoral en Teología, me orienté hacia la eclesiología de Juan XXIII. Bucear en sus textos fue para mí una experiencia fascinante. También me permitió entrar en contacto con muchas personas, de gran categoría humana y espiritual, relacionadas con el pontificado joaneo. Entre ellas, quiero destacar al cardenal Loris Francesco Capovilla, que fue fidelísimo secretario particular del papa Juan, y que había iniciado su servicio desde la época de Roncalli como patriarca de Venecia. Con don Loris anudé una entrañable amistad que duró hasta su muerte, ya centenario, en 2016. Me ayudó con sus indicaciones a redactar la tesis doctoral y, cuando la publiqué, tuvo a bien escribir el prólogo. Siempre disponible, locuaz, de mente aguda y palabra rápida, cordial y acogedor. Fue el fiel custodio de la memoria del pontificado de Juan XXIII y una fuente de dinamismo, sensatez, creatividad y sabiduría.

    El pontificado del papa Francisco, con sus actitudes netamente evangélicas y gozosamente renovadoras, evoca no poco el tiempo del aggiornamento joaneo. Al cumplirse los sesenta años del fallecimiento del papa Juan, creo necesario restituirle la palabra. Y lo hago con plena confianza y enorme alegría. Este libro es un homenaje a su memoria, pero, también, una guía segura que nos ayuda a caminar juntos, con paso firme, en este tiempo de esperanza. En la primera parte, a través de sus textos, vamos recorriendo las etapas de una vida rica y variada y encontramos las claves de su profunda espiritualidad. La segunda parte es una síntesis temática en diez palabras-clave. En la tercera se recogen algunos datos del pontificado y se ofrecen tres textos fundamentales: el discurso de inauguración del Concilio, el famoso «Discurso de la luna» y el testamento.

    Espero que las palabras de ese hombre de Dios que fue Angelo Giuseppe Roncalli, papa san Juan XXIII, lleguen directamente al corazón y, como la semilla que cae en buena tierra, den fruto abundante. «No es el Evangelio el que cambia, somos nosotros los que comenzamos a comprenderlo mejor. Ha llegado el momento de reconocer los signos de los tiempos, de aprovechar la oportunidad y mirar lejos».

    Luis Marín de San Martín, OSA

    Obispo titular de Suliana

    Subsecretario de la Secretaría General del Sínodo

    EL MISTERIO DE UNA VIDA

    1. Primera infancia: las raíces (1881-1892)

    • Angelo Giuseppe Roncalli nace el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte (Bérgamo, Italia), a las 10,15 de la mañana, en el seno de una familia de aparceros. Era el cuarto hijo y primer varón (fueron trece hermanos, seis mujeres y siete varones) del matrimonio formado por Giovanni Battista Roncalli (1854-1935) y Marianna Mazzola (1854-1939). Es bautizado el mismo día por el párroco don Francesco Rebuzzini en la iglesia de Santa María en Brusicco. Fue padrino el tío abuelo Zaverio Roncalli, jefe de la familia.

    • 1887-1888. Primer año de escuela elemental en Sotto il Monte.

    • 1888-1890. Segundo y tercer año en la escuela municipal de Monasterolo.

    • 1889, 13 de febrero. Confirmación en Carvico por el obispo de Bérgamo, Gaetano Camillo Guindani.

    • 1889, 31 de marzo. Primera comunión en la iglesia de Santa María en Brusicco, de manos del párroco, don Francesco Rebuzzini. Se le inscribe en la asociación del Apostolado de la Oración.

    • 1890-1891. Clases de gramática italiana y latina en Carvico con el párroco don Pietro Bolis y el coadjutor don Luigi Bonardi.

    • 1891-1892. Alumno externo del colegio episcopal de Celana. Huésped de unos parientes en Pontida, cada día recorre a pie los 3 kilómetros que le separan del colegio. Los sábados regresa a Sotto il Monte.

    • 1892, verano. El párroco Rebuzzini lo prepara para los exámenes de admisión en el Seminario. El canónigo don Giovanni Morlani le paga una beca.

    Nacimiento y bautismo

    Cuando nací en la mañana del 25 de noviembre de 1881, fui llevado inmediatamente a la pila bautismal. El párroco, don Francesco Rebuzzini, un sacerdote santo, reconocido y venerado como tal por cuantos le conocieron, había ido casualmente a la ciudad. Hubo, pues, que esperar hasta su regreso, mientras mi padre, contentísimo por aquel primer varón que venía después de tres niñas, se llegaba al municipio para inscribirme en el Registro civil. La ceremonia del bautismo, sin especial solemnidad, tuvo lugar la tarde misma del 25 de noviembre en la iglesia de Santa María en Brusicco, adyacente a la casa Roncalli, vieja iglesia que hacía las funciones de parroquial en lugar de la parroquia, más antigua y luego demolida, de San Juan Bautista. (Apuntes para una biografía: DA, 499. Juan XXIII redactó estos Apuntes usando la tercera persona. En este libro hemos preferido ponerlos en primera persona).

    El tío abuelo Zaverio

    Es digno de notar el nombre de mi padrino Zaverio. [...] Este viejo primogénito permaneció célibe: murió a los ochenta y ocho años. Fue hombre piadoso, muy devoto y notablemente instruido en las cosas de Dios y de la religión. Sin intención de hacer de él un sacerdote, dio a su ahijado todo cuanto pudiera haber de más edificante y eficaz para iniciar la preparación, no de un simple sacerdote, sino de un obispo y de un papa, como la Providencia lo querría y constituiría después. [...] Este tío-abuelo Zaverio, cuando ya no tuve necesidad de mi madre, me tomó totalmente por su cuenta y me infundió con la palabra y el ejemplo los encantos de su alma religiosa. (Apuntes para una biografía: DA, 499-500).

    Pobreza que sabe compartir

    Éramos pobres, pero vivíamos contentos de nuestra condición y confiados en la ayuda de la Providencia. En nuestra mesa nunca hubo pan, solo polenta; nada de vino para niños y jóvenes; raramente carne; casi solo en Navidad y Pascua una rebanada de dulce casero. El traje, los zapatos para ir a la iglesia, debían durar años y años... Sin embargo, cuando un mendigo se asomaba a la puerta de nuestra cocina, donde los pequeños, una veintena, esperaban impacientes la escudilla de sopa, había siempre un sitio libre y mi madre se apresuraba a hacer que aquel desconocido se sentara junto a nosotros. (Carta a sus padres, Roma, 16 de enero de 1901: DA, 411-412, nota 3).

    La historia de los higos secos

    Se comía poco entonces y yo tenía siempre mucha hambre. [...] No olvidaré nunca aquella bendita tarde de los higos secos [que tomé del cestillo que estaba bajo la cama de mis padres]: vencido por la gula, tras el primero y el segundo, engullí rápidamente no sé cuántos más. Después bajé corriendo, pero muy ruborizado y agitado. Fue tal la emoción que mi madre se dio cuenta y llevándome fuera me preguntó si había estado en su habitación para comerme los higos. Yo respondí con un no rotundo; pero la verdad surgió poco después, ya que era tal la conmoción de mi espíritu que vomité todo. Entonces mi madre, mirándome con gran severidad, me dijo: «Angelito, te regaño no por haberte comido los higos, sino por haber mentido a tu madre». Un llanto torrencial concluyó la escena; pedí perdón. Y creo que, conscientemente, no he vuelto a decir una mentira en toda mi vida, como tampoco –aunque me gustaban tanto– he vuelto a probar los higos jamás. (Positio II-1, 922-923).

    La educación más profunda es siempre la de casa

    La educación que deja huellas más profundas es siempre la de casa. Yo he olvidado muchas cosas leídas en los libros, pero aún recuerdo perfectamente todo lo que me enseñaron mis padres y los viejos. Por eso no dejo de amar Sotto il Monte y me gusta volver a él todos los años. Ambiente sencillo, pero lleno de buenos principios, de profundos recuerdos, de preciosas enseñanzas. (Carta a su familia, Sofía, 20 de diciembre de 1932: CF, 201).

    La familia cristiana

    El simple pensamiento de lo que fue para mí el ejemplo de nuestros humildes padres, su sencillez de vida, su prudencia cristiana, la mutua concordia y colaboración doméstica que hicieron reinar en una familia que contaba una treintena de personas, todo esto me enternece y me llena de emoción, reavivando en mí la resolución de no cesar jamás, durante todo el tiempo que vivamos, de dar gracias a Dios por haberme dispensado tal bien. ¡Qué bien se vivían las grandes realidades de la familia cristiana! Nupcias iluminadas por la luz de lo alto; matrimonio sagrado e inviolable dentro del respeto a sus cuatro notas características: fidelidad, castidad, amor mutuo y santo temor del Señor; espíritu de prudencia y de sacrificio en la educación cuidadosa de los hijos; y siempre, siempre y en toda circunstancia, en disposición de ayudar, de perdonar, de compartir, de otorgar a otros la confianza que nosotros quisiéramos se nos otorgara. (Discurso al cuerpo diplomático, 25 de diciembre de 1959: DMC II, 96).

    Espiritualidad familiar

    En la casa Roncalli, la más numerosa del pueblo, había treinta bocas que saciar, tres veces al día. Pero de todo se ocupaba la Providencia: se ocupaban los campos bien cultivados de cereales y viñas; se ocupaban los animales del establo, con la leche y con sus productos; se ocupaba el temor de Dios que mantenía el orden, la serenidad de una vida colectiva, empeñada en el trabajo bien hecho, en obrar bien, con mutuo y recíproco respeto y con una paz doméstica y cristiana jamás turbada. Por la noche, y todas las noches, era él, el viejo tío Zaverio, el jefe de la casa, quien dirigía el rosario; y todos respondían, formando toda una música, cuyo recuerdo, a pesar de la distancia de tantos años, todavía enternece. (Apuntes para una biografía: DA, 500).

    Es preciso dejarse llevar por el Padre y llevar al Padre a los hermanos

    Siendo niño de siete años, mi padre, con ocasión de la segunda fiesta federal de la Acción Católica Bergamasca (6 de agosto de 1889), me llevó a pie a Ponte San Pietro, a seis kilómetros de Sotto il Monte. Llegamos cuando concluía la solemne procesión: obispo, clero, asociaciones y pueblo, bandas musicales y banderas. Debido al gran gentío, que formaba una barrera, yo no veía nada y se lo dije a mi padre. Entonces él me subió a caballito sobre sus hombros y así pude ver con mis ojos lo que significaba ser católico bergamasco. Recuerdo aquel gesto paterno y pienso en aquel recorrido de entonces y en el nuevo recorrido de hoy [en la silla gestatoria], que he concluido no ya transportado sobre los hombros del padre, sino sobre los de los hijos, sostenido por los corazones de tantos fieles. Entre medias están 70 años de servicio a Dios y al prójimo, años de estudio y de oración, de actividad continuada y serena, de vida de caballero... Sacad vosotros conmigo la conclusión: es preciso dejarse llevar por el Padre y llevar al Padre a los hermanos. (MCG, 167).

    Primera comunión

    Fui admitido a la Primera Comunión a los ocho años, una mañana de Cuaresma fría y sin solemnidad, en la iglesia de Santa María en Brusicco, que hacía las funciones de templo parroquial. Solo nos hallábamos presentes los niños y las niñas con el párroco don Francesco Rebuzzini y el coadjutor don Bortolo Locatelli. De esta ceremonia recuerdo siempre con cariño la gran sencillez y el detalle siguiente que quedó grabado en mi corazón. Después de la ceremonia, los pequeños nos llegamos todos a la casa parroquial para ser inscritos, uno a uno, en la Asociación del Apostolado de la Oración; y el señor cura me encomendó precisamente a mí el honor de inscribir la lista de los apellidos y nombres de sus compañeros y de las niñas. Y este es el primer ejercicio de escritura del que conservo memoria, el primero de una inmensidad de folios que estaba destinado a multiplicar en más de medio siglo de pluma en mano. (Apuntes para una biografía: DA, 501).

    Primera separación de la familia

    Recuerdo que, en Navidad de 1891, cuando mi padre me acompañó hasta los bosques de Faida sobre Villa d’Adda y me dejó allí para que marchara solo hasta Pontida, donde estaba en casa de nuestros tíos de Ca’ de Rizzi, para ir después desde allí hasta Celana como alumno externo, al encontrarme solo en medio del bosque y helado de frío lloré, pensando en el calorcillo de la familia apenas dejada, y me conmoví más que la primera vez que me marché. (Carta a su sobrina Enrichetta Roncalli, Estambul, 3 de enero de 1942: CF, 468).

    Última gran bendición a su familia

    A mi dilecta familia secundum sanguinem –de la que, por lo demás, no he recibido ninguna riqueza material– no puedo dejar sino una grande y especialísima bendición, con la invitación a conservar ese temor de Dios que me la hizo siempre tan querida y amada, aunque sencilla y modesta, sin jamás sonrojarme por ello; y es su verdadero título de nobleza. También la he socorrido a veces en sus necesidades más graves, como pobre con los pobres, pero sin sacarla de su pobreza honrada y contenta. Pido y pediré siempre por su prosperidad, alegre como estoy de constatar también en sus nuevos y vigorosos retoños la firmeza y la fidelidad a la tradición religiosa de los padres, que será siempre su fortuna. Mi más ferviente deseo es que ninguno de mis parientes y allegados falte al gozo de la reunión final y eterna. (Testamento: DA, 425).

    2. Seminario (1892-1904)

    • 1892, noviembre. Es admitido en el Seminario de Bérgamo.

    • 1895-1900. Alumno del Seminario Mayor.

    • 1895, 24 de junio. Viste la sotana. El 28 de junio recibe la tonsura y accede al estado clerical.

    • 1895, noviembre. Comienza a escribir el Diario del alma.

    • 1896, 1 de marzo. Admitido como terciario franciscano.

    • 1898, 25 de septiembre. Su párroco, don Francesco Rebuzzini, muere de improviso.

    • 1900, septiembre. Peregrinación a Roma con motivo del Año Santo.

    • 1901, 4 de enero. Llega a Roma como alumno del Seminario Mayor Apollinare, con una beca de la fundación Flaminio Cerasola. Se le inscribe en primero de teología.

    • 1901, 30 de noviembre. Inicia su servicio militar en el 73º regimiento de infantería, brigada Lombardía, en el cuartel Humberto I de Bérgamo.

    • 1902, 25 de noviembre. Regresa al Seminario. Es admitido en tercero de teología.

    • 1903, 18 de diciembre. Ordenado diácono por el cardenal Pietro Respighi, vicario de Roma, en San Juan de Letrán.

    • 1904, 13 de julio. Doctor en Sagrada Teología.

    • 1904, 10 de agosto. Ordenado sacerdote por el arzobispo Giuseppe Ceppetelli, vicegerente de Roma, en la iglesia de Santa María en Monte Santo (Piazza del Popolo). El 11 celebra su primera misa en las Grutas Vaticanas, capilla Clementina. Pío X le recibe en audiencia especial.

    Hacia la vocación sacerdotal

    Conservo [sobre el tema de la obra insustituible del clero en la preparación y el cuidado de las vocaciones] uno de mis recuerdos más queridos y conmovedores. El recuerdo del día de mi Primera Comunión cuando, terminada la ceremonia, mi venerado párroco, considerado un santo por todos nosotros, me eligió para el honor de inscribir, en presencia de cada uno de mis compañeros, la incorporación al Apostolado de la Oración, primer compromiso de honor para la buena marcha de una inocencia bendita y feliz. Sucesivamente, mi familiaridad respetuosa y devota, bajo la atracción amable de la persona y del ejemplo, desembocó en una vocación sacerdotal tan espontánea y tranquila que nunca me hizo dudar de haber sido llamado en la vida a otra tarea. (Discurso a la Obra para las Vocaciones Eclesiásticas, 21 de abril de 1961: DMC III, 220).

    Propuesta vocacional explícita

    En mi vida no he pensado nunca en otra cosa sino en el servicio del Señor. Mi madre y el tío abuelo Zaverio no me hablaron ni una sola vez de vocación al sacerdocio. Solo mi párroco, don Francesco [Rebuzzini], hizo referencia una o dos veces, creo que durante la confesión, a la posibilidad de una llamada del Señor. Solo tras el experimento de Celana don Francesco me preguntó explícitamente si querría entrar en el Seminario. Estoy seguro de que haber dicho simplemente sí, sin añadir nada más. Desde aquel momento no tuve otra preocupación sino la de prepararme al sacerdocio. Tenía poco más de 10 años. Cuando se decidió mi ingreso en el Seminario, D. Francesco le dijo a mi padre que no se preocupara por la cuota, porque se ocuparía D. Giovanni Morlani, uno de los coproprietarios de las tierras trabajadas por mi familia. (Positio II-1, 925).

    Ingreso al Seminario

    Yo entré en el seminario en tercero de secundaria, después de un año y unos meses de estudio y de coscorrones del párroco de Carvico, y después de unos meses en Celana, donde en realidad bien poco fue lo que adelanté, porque tampoco estaba en edad para entender y poder adelantar. A mí me metieron demasiado pronto en los estudios de secundaria. No hay por qué tener prisa. Un año más o menos no cuenta mucho. Lo que cuenta es la bondad del muchacho y empezar con bases sólidas. Luego, en cuanto a las pequeñas habladurías de quien no tiene nada que ver en el asunto, hay que pasarlas por alto. ¿No me decían también a mí que quería hacerme cura para no trabajar en el campo? Esto pasa en todas las épocas, y verdaderamente no debe alterarnos. Un niño que muestra inclinación al sacerdocio es una persona sagrada en una familia, y no se la puede tratar con ligereza y sin consideración. Sus padres y sus hermanos saben cómo comportarse: a los demás se les pasa por alto o se les soporta, y a otra cosa. (Carta a su hermano Giovanni Roncalli, Estambul, 25 de octubre de 1939: CF, 405-406).

    El seminarista Roncalli

    Era yo un buen muchacho inocente, un poco tímido. Quería amar a Dios a toda costa y no pensaba más que en ser sacerdote, para servicio de las almas sencillas, necesitadas de cuidados pacientes y perseverantes. Entre tanto combatía en mí mismo contra un enemigo, el amor propio, que al fin se dejaba disciplinar. Pero yo me afligía al advertir sus brotes y retoños. Y me atormentaba por las distracciones en la oración, imponiéndome sacrificios no leves para librarme de ellas. Tomaba todo en serio, y los exámenes de conciencia eran minuciosos y severos. (Comentario a su secretario, primavera de 1961: DA, 13).

    Propósitos

    He estado menos distraído en las oraciones, pero no del todo y siempre recogido. En estos últimos días he hecho poco uso de jaculatorias, y por eso no he vivido tan unido a Jesús como anteriormente. A medida que avanzo más me doy cuenta de

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