Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El mesías derrotado: El enigma de la muerte de Jesús
El mesías derrotado: El enigma de la muerte de Jesús
El mesías derrotado: El enigma de la muerte de Jesús
Libro electrónico234 páginas11 horas

El mesías derrotado: El enigma de la muerte de Jesús

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Para quien recién se acerque a la fe cristiana, Jesús, injustamente
condenado y cruelmente crucificado, resulta ser todo un enigma, a
pesar de que los ya cristianos lo consideren el salvador de la humanidad
y quien da sentido a toda la historia. Es demasiado grande la contradicción
entre el tormento de un hombre crucificado y la convicción de
que él pueda ser el mesías esperado por Israel y por el fuero interno de
cada persona. Y, sin embargo, aquí reside el núcleo del cristianismo.
Este libro de Severino Dianich es el estudio de un teólogo de oficio que
aborda un tema crucial que, no obstante, fluye libremente, desligado
de la dureza del lenguaje especializado y del pesado aparato erudito que
normalmente acompaña a las obras de este tipo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 ene 2024
ISBN9786123179236
El mesías derrotado: El enigma de la muerte de Jesús

Relacionado con El mesías derrotado

Libros electrónicos relacionados

Teología para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El mesías derrotado

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El mesías derrotado - Severino Dianich

    El_mes_as_derrotado.jpg

    Severino Dianich nació en Fiume, en 1934, cuando aún era parte de Italia. Es sacerdote de la diócesis de Pisa y profesor emérito de la Facultad de Teología de Florencia, donde ha enseñado Cristología y Eclesiología. Ha sido presidente de la Asociación Teológica Italiana (ATI) y es especialista en temas eclesiológicos. Asimismo, ha participado como secretario de su obispo en el Concilio Vaticano II y, últimamente, como teólogo invitado en el Sínodo de la Sinodalidad. También se ha desempeñado como párroco de la Pieve de Caprona, en Pisa, y como director espiritual del Seminario de Pisa. Actualmente es canónico de la Catedral de Pisa. Ha publicado numerosas obras en italiano producto de sus serias, profundas y creativas investigaciones, así como diversos artículos en revistas especializadas. En español, ha publicado La Iglesia, comunidad de hermanos (2016), La Iglesia extrovertida (1991), Iglesia en Misión (1988), Teología del ministerio ordenado (1988) y La Iglesia y sus iglesias. Entre teología y arquitectura (2013).

    Severino Dianich

    EL MESÍAS DERROTADO

    El enigma de la muerte de Jesús

    El mesías derrotado

    El enigma de la muerte de Jesús

    © Severino Dianich, 2023

    © Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2024

    Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú

    feditor@pucp.edu.pe

    www.fondoeditorial.pucp.edu.pe

    Publicado originalmente como Il Messia sconfitto: l'enigma della morte di Gesù, Piemme, 1997.

    Traducción: monseñor Carlos Castillo Mattasoglio

    Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP

    Primera edición digital: enero de 2024

    Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

    Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2024-00388

    e-ISBN: 978-612-317-923-6

    Israelitas (...), vosotros lo matasteis clavándolo en la cruz por mano de los impíos (Hechos de los apóstoles. 2, 22-23)

    ¡Han sido mis pecados, Jesús mío, perdón, Piedad! (Canto popular para el Vía crucis)

    Índice

    Prólogo

    Capítulo 1. El crucificado: una muerte ostentada

    Capítulo 2. Muchos lados oscuros

    Capítulo 3. Un escándalo jamás olvidado

    Capítulo 4. ¿Estaba todo preestablecido?

    Capítulo 5. ¿Quién quiso la muerte de Jesús?

    Capítulo 6. Contra el templo

    Capítulo 7. La Torá no lo es todo

    Capítulo 8. El sábado interrumpido

    Capítulo 9. Hacia los paganos

    Capítulo 10. Una jerarquía invertida

    Capítulo 11. El proceso ante el sanedrín

    Capítulo 12. El proceso ante Pilato

    Capítulo 13. Jesús ante su propia muerte

    Capítulo 14. Los discípulos ante la muerte de Jesús

    Capítulo 15. El nuevo horizonte de la resurrección

    Capítulo 16. Entre pecado y perdón

    Capítulo 17. Culpa y pena: un nexo misterioso

    Capítulo 18. Un rito de expiación singular

    Capítulo 19. El precio de la libertad

    Capítulo 20. Resurrección: una humanidad nueva

    Capítulo 21. Contemporáneos de Jesús

    Capítulo 22. La memoria subversiva

    Capítulo 23. La memoria especulativa

    Capítulo 24. La memoria devota

    Capítulo 25. Un mesías creíble

    Capítulo 26. Por qué este libro

    Referencias

    Prólogo

    Severino Dianich es uno de los más grandes y conocidos teólogos italianos de los siglos XX y XXI. Su obra, especializada en eclesiología, es vastísima, ya que alcanza alrededor de treinta volúmenes y una ingente cantidad de artículos de revistas sobre puntos diferentes de la temática que más ama: la Iglesia incursionando incluso en aspectos más sutiles como la arquitectura y el arte de los edificios de la comunidad creyente.

    Dianich ha sido presidente de la Asociación Teológica Italiana (ATI), y a sus casi noventa años se mantiene lúcido y atento al seguimiento de la perspectiva sinodal, retomada por el papa Francisco de la fecunda fuente del Concilio Vaticano II. Son más de diez años de haber abierto el camino a una Iglesia «en salida» hacia las periferias existenciales.

    Severino puede considerarse el teólogo que profetizó esta era misionera de la Iglesia universal. Sus escritos más conocidos son Iglesia en misión e Iglesia extrovertida, textos en los que repensaba su tesis doctoral en la Pontificia Universidad Gregoriana Iglesia: Misterio de comunión, y que, en los últimos años, ha vuelto a profundizar en Di fronte all’altro y La Chiesa mistero di comunione.

    Su larga trayectoria como párroco de santa Giulia di Caprona, a las orillas del Arno pisano, un pueblo de gente sencilla en el que vivió el peligro de desborde apenas estrenado como nuevo sacerdote, para lo cual tuvo que ponerse en mangas de camisa a organizar la defensa de la ribera, hizo posible que, luego de muchos años, esta parroquia llegara a ser un punto de referencia para muchos amigos italianos y también de países lejanos como China, Cambodia, Corea, México y hasta Perú. Fue a partir de este hecho que Severino se dio cuenta de que la Iglesia o evangelizaba como misionera o no era Iglesia.

    Boloña, 1980, fueron el lugar y el año de nuestro primer encuentro, gracias a una invitación que nos hiciera el padre Gustavo Gutiérrez a mí y a nuestro querido gran amigo Manuel Vasallo, para asistir a un congreso sobre Eclesiología del Vaticano II, en el que se evaluaba el desarrollo de la propuesta eclesiológica de dicho concilio. El grupo italiano observó nuestra presencia, que no era para nada relevante, y nos invitaron a sentarnos a su mesa. Don Severino nos preguntó por nuestras vacaciones y nos sorprendió, ya que ni siquiera lo habíamos pensado, pues era abril, un mes antes del fin de las clases. Inmediatamente nos dijo: «Bien, veo que no han planificado nada, así que les cerrarán sus seminarios y se quedarán en la calle». Por eso —sacando unas llaves del bolsillo y entregándolas a Manuel—, nos dijo: «Los espero en Caprona a partir del 24 de julio, porque yo ese día viajo a Jerusalén y la parroquia queda sola. Así que ustedes pueden alojarse allí y se encargan de ella».

    Gracias a ello, pudimos sentir esta apertura al «otro» que nos mostraba su genio confiado, abierto y gratuito, que perdura en el tiempo y que ha marcado definitivamente nuestras vidas. Este espíritu ahora lo ha condensado en su último libro Di fronte al altro, La missione della Chiesa (Milán, 2022) porque viene de su propio ser.

    En efecto, al final de la Segunda Guerra Mundial, Severino, originario de la frontera norte de Italia, específicamente de Fiume, debió abandonar su pueblo debido a los acuerdos internacionales de 1947 que lo cedían a Yugoslavia. Migrar a Italia lo condujo a la acogedora Pisa, donde llegaron varios pretich, acompañados por don Ugo Camozzo, que fue el último arzobispo italiano de Fiumme, y se incorporó, junto con ellos, como arzobispo de Pisa.

    La apertura de Severino al «otro» lo ha llevado hacia uno de sus esfuerzos más hondos: afrontar la raíz de la apertura cristiana al otro, Jesús. Y esa es la motivación espiritual de la obra que tenemos en la mano. Se trata del misterio de la muerte de Jesús como «mesías» y como «derrotado» que no se baja de la cruz, porque quiere mostrar que Dios es amor y solo amor y, por tanto, es el testigo del Dios en el que no hay venganza ni violencia. Para ello, Severino Dianich nos hace recorrer las distintas preguntas que todos nos hacemos acerca del enigma de esta muerte. Ya Henri de Lubac decía que, en Jesús, «Dios ha muerto» pero «los hombres no saben qué hacer con su cadáver» (véase De Lubac, 1997).

    Dianich va más a fondo e intenta examinar todas las preguntas en torno a la causa de la muerte de Jesús. Es así que sitúa la más honda al final del camino y la conduce al acto más significativo, que es el de la voluntad de Dios de amar hasta el extremo, poniendo la derrota como fuente inagotable de esperanza para el ser humano, que no lo ensoberbece, pero tampoco lo acusa, sino que lo comprende para convertirlo al amor gratuito con el que fue creado.

    Sumergirse en esta «procelosa aventura», en la que muchos han podido entrar con Dianich, es algo así como «encontrar a Dios» y «descubrir a la humanidad», como bien decía José Carlos Mariátegui (1928), quien logró salir de «escaramuzas literarias» para afrontar la «batalla histórica» de vivir unidos Dios y humanidad.

    Esos «muchos» han sido ya miles de italianos lectores, tan es así que lo han leído más ateos que cristianos, los cuales han quedado consolados y animados; esperemos que así sea también para los ateos y creyentes de lengua castellana. Agradecemos al Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, que tan generosamente acoge a don Severino por segunda vez, como lo hizo con su magnífica edición de La Iglesia y sus iglesias. Ahora, sobre el fundamento último de ella y de todas, embarquémonos en esta «barca de oro en pos de una Isla buena». Gracias también a Donatella Puliga, quien realizó con mucha dedicación la última versión en español.

    +Carlos Castillo

    Arzobispo de Lima

    Profesor Principal de Teología de la PUCP

    Referencias

    De Lubac, H. (1997). El drama del humanismo ateo. Madrid: Encuentro.

    Mariátegui, José Carlos (1928). El proceso de la literatura. En Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima: Minerva.

    Capítulo 1

    .

    El crucificado: una muerte ostentada

    Hace algunos años tuve la fortuna de dictar un curso de historia del cristianismo en la Universidad de Phnom Penh, en Camboya. El auditorio estaba conformado por unos treinta profesores de sociología, filosofía e historia, todos budistas, pero pasados por el filtro ideológico del marxismo durante quince años de régimen. Y, todavía —es necesario decirlo—, marcados todos en cuerpo y espíritu por los horrores del genocidio perpetrado por los Jemeres Rojos contra su propio pueblo, en los años 1975-1979. Nunca como en ese momento he percibido lo paradójico del cristianismo, que propone como salvador a un hombre asesinado en una cruz.

    En un clima que destilaba sufrimiento, era como añadir más horror al horror. Y cuando la exposición de los componentes del cristianismo se topaba con la reflexión sobre las raíces culturales —bien vivas— de mi auditorio, las del budismo, la dificultad aumentaba. Sería complicado imaginar dos figuras del camino de la salvación tan opuestas entre sí: por un lado, las infinitas imágenes, siempre iguales a sí mismas, del Buda sentado sobre la flor de loto, con su enigmática sonrisa y la infinita sensación de paz que emana; y, por otro lado, la figura atormentada de Jesús clavado en la cruz. Di también una clase sobre la iconografía cristiana, porque me parecía importante dar a conocer la evolución de la cultura europea en su relación con las muchas variantes de la experiencia religiosa cristiana, incluso en la expresión de las artes figurativas. Pero cuando proyecté en la pantalla la crucifixión de Grünewald, percibí en mis auditores solo una sensación espontánea de horror y ni la más mínima admiración por la espléndida belleza de la pintura.

    En realidad, solo la plurisecular costumbre de ver la figura de un hombre desnudo, llagado y ensangrentado, colgado con clavos de un palo atravesado por otro, puede explicar que el europeo medio no reaccione con repugnancia ante tal imagen. El estupor debería crecer al observar que los cristianos se ponen en actitud de adoración, como frente a la divinidad, ante las imágenes del crucificado. Y lo que es aún más sorprendente es que, según la fe cristiana, de este tristísimo acontecimiento del fin de Jesús debería derivar para todos los seres humanos de la tierra la posibilidad de ser salvados del mal y de su destino de muerte. En otras palabras, el principio de la salvación universal estaría en un alguien que no alcanzó a salvarse a sí mismo.

    Tampoco creo que ponerse en actitud de contemplación ante el Iluminado de su tradición religiosa sea algo obvio para las pobres gentes de Camboya, que apenas logran —cuando lo logran— saciar su hambre cada día. La bienaventuranza budista está a años luz del fango de las plantaciones de arroz en el cual el campesino hunde sus pies desnudos para llevar el arado, movido fatigosamente por bueyes, estos también flacos y cansados. Pero Buda puede representar para él un sueño al cual aferrarse y en el cual reposar su alma. En cambio, ¿cómo podría ser sueño y reposo para el cristiano su profeta y maestro tan horrendamente crucificado?

    Es cierto que Jesús no es el único profeta derrotado y asesinado que la humanidad considera entre sus héroes. Así, por ejemplo, Giordano Bruno, muerto en la hoguera, para generaciones de anarquistas italianos y para toda nuestra cultura liberal ha representado una noble figura en la que inspirarse. Y en la plaza Campo di Fiori en Roma, en el lugar de su martirio le ha sido erigido un monumento. Sin embargo, no creo que nadie haya pensado jamás en representarlo con los espasmos de la muerte, en medio de las llamas.

    El cristianismo, en cambio, ha llegado a hacer ostentación del final sin gloria de su mesías, torturado en la cruz, con lo cual ha exaltado su sufrimiento, sus llagas, su sangre y su muerte. Es verdad que, entre todas las imágenes cristianas, la figura dulce de la Madre, la Madonna como se le llama en Italia, con este término áulico y familiar a la vez, es la más presente por las calles, en las casas y en las iglesias. Con todo, el patíbulo de la cruz es el emblema del cristianismo y la imagen de Jesús agonizante o muerto representa oficialmente (si se puede decir así), ante el mundo, el credo de las iglesias cristianas. Por lo demás, incluso en la infinita y espléndida serie de las imágenes de María con el niño que nos han regalado nuestros pintores del siglo XVI, con frecuencia se esconde, y no escapa al observador atento, el anuncio del drama que la madre y el hijo vivirán. En la muy célebre Virgen de la silla, de Rafael, por ejemplo, la madre dirige al espectador una mirada desconfiada mientras aprieta contra sí al niño asustado, mientras que en los márgenes del cuadro está el pequeño san Juan, quien designará a Jesús como el cordero destinado al sacrificio, con la cruz en el pecho y la actitud adolorida. Los historiadores del arte han documentado abundantemente la existencia de este tema iconográfico de la Virgen asustada que retira al niño ante el san Juan que le muestra la cruz.

    Es verdad que existe una infinita variedad de representaciones de Jesús, que no se simboliza solamente en la imagen del crucificado. No obstante, parece que ninguna de ellas se puede permitir no aludir al menos a su muerte. Del siglo XVIII nos viene la imagen llamada del Sagrado Corazón: es Jesús vivo, frecuentemente de pie, pintado en torno al 1800 y en la primera mitad del siglo XX, de modo muy romántico, esbelto y rubio, dulce y consolador. Sin embargo, con un gesto asombroso se abre el pecho y muestra el corazón: y es un corazón herido, sangrante, con una corona de espinas alrededor y una pequeña cruz que surge entre llamas. Todos estos símbolos significan, naturalmente, que su muerte fue por amor, por un amor grande y dramático. Pero muerte y cruz no faltan. Las representaciones del Resucitado a menudo lo muestran juvenil, vigoroso, bello en su desnudez, portando un estandarte que manifiesta su victoria; y en el estandarte está la cruz.

    No obstante, debe observarse que solo la costumbre más que milenaria ha vuelto indoloras y para nada turbadoras las representaciones de Cristo en la cruz. Así nos lo demuestra ampliamente la historia de las artes representativas. Si se observa en los primeros siglos la ausencia de imágenes del Cristo agonizante o muerto, se tiene casi la impresión de que los cristianos se avergonzaban de la suerte de su mesías ante la cultura humanista, que exaltaba poder y belleza, del mundo griego y romano. Si, además, como afirman muchos estudiosos, el grafito que muestra a una persona que se dirige a un asno crucificado, descubierta el siglo pasado en el Palatino, representó una auténtica burla dirigida al buen Alexámenos, que probablemente fue un cristiano, resultarían clarísimas las razones de un malestar profundo que impidió que los creyentes de los primeros tiempos representaran a Jesús en la cruz. Llegará el momento exaltante del viraje, con la libertad concedida a la Iglesia y el imperio convertido en cristiano, y entonces el cristianismo llenará sus aulas y sus basílicas con el signo de la cruz. Pero serán cruces sin el Cristo muerto, y no ya representaciones de rústicas maderas, sino refinadas manufacturas de oro, llenas de pedrería, para brillar en las grandes compuertas de las iglesias paleocristianas y bizantinas.

    De patíbulo, así la cruz pasaba a ser signo de triunfo. Habrá que esperar hasta el siglo V para encontrar en una iglesia la primera representación de Jesús en la cruz: se trata de un panel de la puerta de madera de Santa Sabina, en Roma, en el Aventino. Pero no basta: hasta la Edad Media avanzada, el crucificado se representa, con frecuencia, decorosamente envuelto en su túnica, y en cualquier caso vivo, con la cabeza erecta. Solo en el siglo XIV aparecerán sobre las grandes cruces historiadas aquellos famosos cuerpos lívidos e increíblemente retorcidos de Cristo agonizante o muerto, entre los cuales todos recordaremos el celebérrimo de Cimabue.

    Al desasosiego que la figura del crucificado puede producir se suman hoy las polémicas de algunos sectores de nuestra cultura laica que exigen que se quiten de los espacios públicos, en nombre del respeto por una población cada vez más variada en cuanto a religión. Sin embargo, es fácil observar, como resulta de muchas encuestas, que en realidad los hindús, budistas y musulmanes tratan con respeto los signos de la fe cristiana, tal como hago yo si voy a un país musulmán, cuando veo la media luna por todas partes; o en Tailandia o Camboya, al verme observado continuamente por la presencia continua de la imagen de Buda. No son las culturas religiosas, sino el Occidente laico, con la voluntad de limitar a la esfera privada el fenómeno religioso, el que pretende cancelar sus signos de los lugares de la convivencia civil. El problema de las iglesias, pues, es salvar su presencia en la sociedad para no quedar reducidas a sectas. Al mismo tiempo, sin embargo, necesitan mantenerse fieles a su mesías, con su mansedumbre y desde el patíbulo de su fracaso: quienes creen en él, por tanto, no deberían desdecirlo, tratando de conservar su imagen colgada de los muros de las ciudades donde se escenifican batallas de poder.

    Capítulo 2

    .

    Muchos lados oscuros

    Cuanto más misterioso es el asunto de una espera de salvación que pone todas sus esperanzas en un personaje que cerró su aventura terrena sin realizar su sueño, es más evidente que, si se quiere comprender algo del cristianismo, no se puede aceptar como obvio que Jesús murió de manera vergonzosa, sino que es preciso volver a asombrarse ante el Crucificado y dar rienda suelta al torrente de preguntas que sin duda surgirán de cualquier inteligencia insatisfecha y curiosa.

    Los primeros, los interrogantes más espontáneos y simples, son los que se refieren a las razones históricas de su condena y su muerte: entender cómo y por qué fue. Sin embargo, semejante análisis, en la situación actual de los estudios

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1