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Un Padre reflejo del Padre: Jaime Fernández Montero
Un Padre reflejo del Padre: Jaime Fernández Montero
Un Padre reflejo del Padre: Jaime Fernández Montero
Libro electrónico151 páginas1 hora

Un Padre reflejo del Padre: Jaime Fernández Montero

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Este libro está escrito con la clara intención de ofrecer un aporte a la reconquista de la paternidad. Lo hace presentando un material de reflexión que recopila y ordena diversos escritos que pueden impulsar a muchos varones a embarcarse en la gran aventura de ser auténticos padres, reflejando a través del ejercicio de su paternidad el rostro del Padre de la misericordia. Se trata de asumir el gran desafío religioso y pedagógico que tiene toda la Iglesia en el momento actual.
IdiomaEspañol
EditorialNueva Patris
Fecha de lanzamiento27 sept 2014
ISBN9789562466257
Un Padre reflejo del Padre: Jaime Fernández Montero

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    Un Padre reflejo del Padre - Jaime Fernández Montero

    2010

    I

    La crisis de la paternidad en el tiempo actual

    1º Apreciación general de la crisis

    2º Las raíces históricas del proceso de deterioro

    1º Apreciación general del fenómeno

    No cabe duda de que el papel que debe jugar el padre dentro de la familia ha sufrido, en el último siglo, serios embates. Con toda razón se ha hablado de una auténtica rebelión contra el padre, de una deformación y capitulación de la imagen paterna, e incluso, de la muerte del padre. Esas expresiones muestran hasta qué punto la paternidad ha pasado a ser uno de los temas más controvertidos de nuestro tiempo. Cuando se analiza este fenómeno desde las ópticas de la psicología y de la sociología, se puede constatar que se ha emigrado en poco tiempo de la imagen de un padre autoritario y seguro, pasando por una forma de padre tecnócrata-productor, para desembarcar, poco a poco, en la figura del padre cesante, pero no, porque no tenga trabajo, sino porque no sabe qué hacer en su familia. Ya no tiene una tarea clara y una misión propia como cabeza y puntal de su familia. Incluso se ha debilitado aquella que tenía, casi en forma exclusiva, como sostén económico de ella. La paternidad vive hoy una etapa de desconcierto muy peligrosa, porque repercute en la progresiva desarticulación de la familia y de la sociedad misma.

    1. Es fruto de un proceso histórico devastador

    Mirando hacia atrás, vemos como la revolución industrial, que ha sido como el símbolo del gran salto hacia el progreso ilimitado, creó un estilo de trabajo tremendamente absorbente. Para poder subsistir según las nuevas reglas de la economía, a la mayoría de los varones se le obligó a pasar la mayor parte de su tiempo hábil fuera del hogar. El trabajo, dentro de una economía de corte capitalista, que se caracteriza por un marcado afán de producir más y más y de competir duramente, terminó aniquilándolo psicológicamente e incapacitándolo para asumir un papel animador y orientador en el seno de su propio hogar. La jornada laboral lo devolvía agotado y sin energía para dialogar con su familia. Así, poco a poco, su figura se fue desdibujando y debilitando. En los países que pasaron por la experiencia colectivista, la situación del padre no fue más halagüeña. El Estado asumió la función paternalista de educar a los hijos y de velar por la familia. Era también el Estado quien decidía acerca del sistema de valores con que debía orientar a los niños en su proceso de formación. Un Estado impersonal organizaba y conducía sus vidas. Al padre correspondía solamente trabajar, obedecer y producir. Por último, en la actualidad, los avances científicos incluso lo han ido desplazando en la función de engendrar hijos; algo que parecía ser primario e ineludible. Ahora se anuncia como un gran logro de la humanidad que los hijos se puedan engendrar en una probeta. En pocas palabras, durante lo que va corrido del último siglo, todo va convergiendo hacia la anulación del rol de padre y hacia la descalificación de su función social.

    2. Trajo repercusiones en la figura paterna

    Como consecuencia del proceso descrito, en los países más desarrollados se observó una clara tendencia a ignorar o, incluso, a ridiculizar su imagen. A partir de la década de los años treinta se hizo un esfuerzo consciente por situarlo al nivel de un simple amigo y camarada sin una auténtica autoridad; pero se terminó ridiculizándolo. En muchos comics, especialmente en los Estados Unidos, apareció como un personaje digno de lástima. Cuando mucho, se le empezó a presentar como un viejo bonachón, algo torpe y metedor de pata. Gran parte de la juventud de países del primer mundo y de América del Norte comenzaron a percibir al padre como una amenaza; era símbolo de restricción, una fuente de humillación y dependencia y, por esa razón, había que liberarse de él lo antes posible. Es así como la imagen paterna se fue vinculando a lo anticuado, altanero, explotador, aguafiestas y amargado. Este cuadro negativo comenzó a repercutir también en el ámbito latino. El resultado de todo este proceso ha conducido, según el P. José Kentenich, no solamente a una decadencia de la figura del padre, sino también a la consiguiente orfandad de nuestro tiempo.¹

    Si queremos calar más hondo en este inusitado fenómeno social y cultural, tenemos que adentrarnos en el trasfondo del problema, que consiste en la ruptura histórica de la íntima conexión que debe existir entre la paternidad humana y la divina. Al romperse esta conexión, se desfiguró la paternidad humana y terminó por ser negada, porque había perdido su sentido. El alejamiento de Dios trajo una desintegración en el plano humano.

    2º Raíces históricas del proceso de deterioro de la imagen paterna

    Las raíces del deterioro de la imagen del padre y de la pérdida de su rol al interior de la familia coinciden con las raíces de la así llamada cultura de la muerte. El proceso guarda, también, íntima relación con el deterioro de la autoridad en todos los ámbitos de la vida humana. No es éste el lugar adecuado para hacer un análisis exhaustivo de él, pero conviene tener presentes sus pasos fundamentales a fin de poder entender mejor su contenido y su envergadura.

    1. La Reforma de Lutero

    De alguna manera se puede considerar este acontecimiento, al menos en el ámbito cultural de Occidente, como el primer hito del deterioro de la imagen del padre y de la autoridad en el ámbito religioso. Históricamente se le puede considerar como un punto de partida del proceso. El ex agustino Martín Lutero, que vivió en el siglo XVI, tuvo una experiencia negativa que lo llevó, a través de una gran desilusión, a desencadenar una primera etapa en el cuestionamiento de la figura paterna al interior de la Iglesia.

    Su experiencia negativa consistió en percibir la decadencia de la autoridad máxima de la Iglesia católica de su tiempo. Con toda razón se desilusionó de aquella autoridad paternal representada aquí en la tierra por el jefe de la Iglesia. Pero, cometió el error de confundir al enfermo con la enfermedad. En vez de luchar por la superación del deterioro de la autoridad en el interior de la Iglesia, negó la vigencia de cualquier representación de la autoridad de Dios entre los hombres. Se decidió cortar por lo sano y lanzó la proclama: ¡Fuera con la autoridad eclesial!. Tenía un concepto tan espiritual de Dios que pensó que, fuera de Cristo, nadie podía reflejar el rostro del Padre. Según él, esta misión nunca se haría con suficiente pureza como para guardar su sentido y conveniencia. Cuestionó la posibilidad de que hubiera hombres que recibieran el encargo de seguir siendo pastores de la Iglesia después de Cristo. Dejó así un germen de desconfianza radical.

    La crisis de Lutero fue, sin embargo, más honda. Llegó a dudar no sólo de los pastores humanos, sino que, al adentrarse en el misterio mismo de la paternidad de Dios, se gestó en él un claro clima de desconfianza en la paternidad. Su problema se puede sintetizar en el siguiente esquema: Consideraba a Dios, en primer lugar, como Creador. Como tal lo veía como la fuente de toda la vida. Sin embargo, cuando el hombre pecó, ese mismo Dios, origen de toda la vida, decidió arbitrariamente que se salvaran sólo algunos y otros se condenaran. Constata que el mismo Jesús habló de que existe la posibilidad de que unos se salven y otros se condenen. La vida aparecía como un regalo que Dios ofrecía a todos por la creación, pero no sucedía lo mismo con la salvación. Así se bosqueja en su interior la imagen de un Dios arbitrario. El signo de la salvación lo sitúa en el ámbito puramente subjetivo: la confianza en que uno cree que va a salvarse, y se aferra a un sentimiento personal y subjetivo.

    Lutero olvidó que ya antes de crear Dios era Padre, y que a todos los hombres los creó para ser sus hijos, como lo refiere la Carta a los Efesios. Dios quiere que todos se salven y ofrece la salvación a todos sin discriminación. El drama está en el mal uso de la libertad. Dios ofrece la salvación a todos, pero algunos la aceptan y otros no y en eso no hay arbitrariedad, sino respeto a la libertad. Dios mantiene inalterable el don de la libertad concedida a sus creaturas racionales, porque es la condición del amor.

    A partir de Lutero comienza a desfigurarse el rostro de ese Padre que era el prototipo de toda paternidad en el cielo y en la tierra. Cuando, a raíz de la Reforma iniciada por él, se desató la guerra de los 30 años, que trágicamente ensangrentó a Europa. Se anidó en todo el pueblo una cierta desconfianza frente a un tipo de sociedad fundada en una fe que era capaz de originar tanto dolor. ¿Dónde poner la confianza? Se buscó otra base para sustentar ideológicamente a la sociedad. Algo que fuera más universal y más sólido que la fe. Este algo no podía ser sino la razón, que es común a todos los hombres. Esta idea fue germinando lentamente hasta irrumpir en el siglo XVIII con el iluminismo.

    Lutero no negó que Dios fuera Padre, por el contrario, proclamó la imagen de un Dios

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