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LA MISTERIOSA MUERTE DE JUAN PABLO I

El papado de Pablo VI, un hombre que no se la jugó jamás a la hora de tomar decisiones que pudiesen quebrantar la dogmática tradicional, se caracterizó por su tendencia absolutista. Su polémica encíclica Humanae Vitae (1968) –opuesta radicalmente a los métodos anticonceptivos– demostraba que a la Iglesia iba a costarle mucho adaptarse a los nuevos tiempos, como pretendía el Concilio Vaticano II. “Seguía prescribiendo una moral sexual medieval y enseñando la creencia en el demonio”, advierte el historiador y teólogo crítico Karlheinz Deschner al referirse al papa Montini.

Tras su muerte, y con el nombramiento del papa Juan Pablo I (Albino Luciani) el 26 de agosto de 1978, parecía que un aire renovador llegaba por fin a la curia vaticana. Este pontífice sí parecía estar dispuesto a tomar decisiones vitales que iban a afectar seriamente a la cúpula vaticana. Luciani, nada más sentarse en la silla de Pedro, pretendió cambiar muchas cosas que no le gustaban y que, según él, eran incluso contrarias a lo que predicó Jesús. Su austeridad y sencillez chocaban con el poder que ahora detentaba como máximo representante de la Iglesia católica. Este hijo de obrero socialista, que comía de forma frugal, le encantaba leer e irradiaba una gran simpatía, se encontró de pronto en medio de siniestros personajes infiltrados en los asuntos financieros de la Santa Sede. No podía consentir tanta corrupción en la curia romana. El dinero para él no era lo importante. La Iglesia, decía, tenía que dar ejemplo y centrar su atención en los evangelios. “No tenemos bienes materiales que intercambiar”, sentenció.

Por lo pronto, no quiso utilizar la tiara papal ni la silla gestatoria. Ni siquiera permitió que se llevara a cabo el acto de coronación. Prefirió oficiar una misa. También prohibió que los guardias se prosternasen a su paso. “¿Quién soy yo para, declaró ante el asombro de los miembros de la curia, que no deseaban por nada del mundo que Luciani se saliera del guión protocolario impuesto a todos los pontífices. Para colmo, se atrevió a destacar el lado femenino de la divinidad y defendió con vehemencia el uso de anticonceptivos. En una de las primeras conversaciones tensas que mantuvo con el secretario de Estado del Vaticano , le espetó: . El cardenal Villot enmudeció. Se retiró sin saber qué responderle. Y es que Luciani estaba muy preocupado con la superpoblación, sobre todo, la que sufren las zonas más pobres del planeta. Sin duda, iba a ser un pontificado bastante movido…

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