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Desnuda en la Azotea
Desnuda en la Azotea
Desnuda en la Azotea
Libro electrónico134 páginas2 horas

Desnuda en la Azotea

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Desnuda en la Azotea es una bella historia de amor e intriga escrita con hechos de la vida real relatados por sus protagonistas y combinados con la imaginacion del autor, que con su estilo crea un profundo suspenso que mantiene al lector expectante y lo hace participe de la trama.

Sus actores se mueven dentro de dos culturas, abatidos por el presente sistema de cosas y aferrados a sus principios se dejan arrastrar por sus pasiones que de manera inadvertida los conduce a un complejo y desequilibrado estado mental.

Enigma, traicion y muerte. Ternura, amor y realidad se entrelazan en esta obra despertando el interes del lector que quiere dilucidar la realidad oculta en el desenlace del tragico final.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 nov 2023
ISBN9781662496660
Desnuda en la Azotea

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    Vista previa del libro

    Desnuda en la Azotea - Jorge Franx

    cover.jpg

    Desnuda en la Azotea

    Jorge Franx

    Derechos de autor © 2023 Jorge Franx

    Todos los derechos reservados

    Primera Edición

    PAGE PUBLISHING

    Conneaut Lake, PA

    Primera publicación original de Page Publishing 2023

    ISBN 978-1-6624-9659-2 (Versión Impresa)

    ISBN 978-1-6624-9666-0 (Versión Electrónica)

    Libro impreso en Los Estados Unidos de América

    Tabla de contenido

    Capítulo I

    Capítulo II

    Capítulo III

    Capítulo IV

    Capítulo V

    Capítulo VI

    Capítulo VII

    Capítulo VIII

    Capítulo IX

    Capítulo X

    Capítulo XI

    Capítulo XII

    Capítulo XIII

    Capítulo XIV

    Capítulo XV

    Capítulo XVI

    Capítulo XVII

    Capítulo XVIII

    Sobre el Autor

    Capítulo I

    En aquellos tiempos yo vivía casi frente al mar, en un sector que constituía parte de la bahía, en cuya orilla crecían altos pinos vetustos salteados aquí y allá por algunos mangles que eran linderos de los jardines de los edificios de apartamentos que festoneaban la bahía.

    Las calles terminaban en forma vertical en un pequeño malecón o muro de concreto y en el cual muchas veces me sentaba a ver el alba con su peculiar color pastel que se abría en el horizonte justo frente a mí. Aquella luz temprana llenaba mis ojos y yo sentía entrar en mi pecho el aire fresco y marino que los peces también querían poder alcanzar, pues eran muchos los que yo contemplaba saltar desde el agua, una y otra vez como para que, aunque fuera por un instante, también sentir su deliciosa frescura.

    Con el agotador horario que representa tener dos ocupaciones de tiempo completo que por años he tenido que realizar, en cuanto pasaban unos minutos y recordaba que tenía que dormir, daba la espalda al espejismo de que disfrutaba y lentamente subía a mi apartamento que era el de la esquina derecha del segundo y último nivel del edificio donde vivía.

    Pasados un año y tres meses de llevar esta rutina, mi cuerpo notaba el agotamiento normal que produce un prolongado abuso físico y decidí renunciar a mi trabajo nocturno que tenía que ver con el uso de computadoras y contabilidad, para quedarme con el empleo que tenía en una aerolínea y que era básicamente lo que constituía mi ingreso principal y que era suficiente para cubrir mis gastos y ahorrar algo.

    Al principio no fue difícil acostumbrarme a descansar un poco, pero pasado un tiempo, ya tenía que ponerme a funcionar y aquella inclinación que tenía por la música y la pintura, se volvió a hacer presente y de nuevo comencé a tomar lecciones de prácticas de piano que era lo que necesitaba, pues en años anteriores había logrado terminar el solfeo, teoría y adiestramiento auditivo. Me regalé un piano consola y para complacerme a partes iguales, también estudiaba pintura con una maestra particular que siempre repetía: El buen artista es el que logra pintar todo lo que ve....

    Mi vida, aunque, lejos de mis familiares directos y producto de situaciones políticas irremediables, transcurría bien programada y llegaba a sentirme feliz, pues por facilidades y beneficios derivados de mi trabajo en la aerolínea, podía viajar por el mundo y ya que no tenía ataduras personales y contando con muy buena salud y entusiasmo, no resultaba difícil lograr la iniciativa.

    El apartamento tipo estudio que yo ocupaba estaba situado justamente encima de otro igual en el que vivía un joven al cual solo conocía de alguna rara ocasión en que al subir o bajar las escaleras, que eran exteriores, coincidíamos para decirnos: Buenos días o hasta mañana.

    En mis prácticas de piano había pequeñas partes o lecciones que eran a su vez partituras de obras populares y una de ellas fue motivo de conversación por parte de mi vecino de los bajos, ya que tratándose en este caso de un tango, se me identificó como argentino y muy pronto me dijo que me presentaría a una amiga suya con dotes muy profundas de artista.

    En cuanto a mis pretensiones en pintura representativa, había adelantado bastante, pero como estaba muy lejos de poder pintar todo lo que veía, me fui dedicando más a la técnica de la restauración dado que en este campo tenía mayores posibilidades de adquirir clientela y a la vez me servía de mucha satisfacción poder elaborar diferentes técnicas sobre una obra dañada y al final obtener un terminado que en el mejor de los casos resultaba satisfactorio sin quebrantar la esencia del original.

    El estudio se iba haciendo cada vez más pequeño y menos propio para recibir algún cliente por lo que me di a la tarea de buscar un local comercial en el cual pudiera desarrollar más ampliamente mis aptitudes.

    Yo soy amigo del mar y para sentirme bien, debo estar cerca de él de modo que al menos pueda verlo de lejos, pero consciente de que levanto la vista y está ahí, unas veces oscuro y feroz y otras transparente y tranquilo.

    Para llegar a este conveniente local, debo transitar una larga vía de unas tres millas sobre el mar. Tengo un atelier al frente donde los cristales dejan ver al peatón los trabajos que hago y al mismo tiempo algún que otro curioso que escudriña hasta el nombre de algún producto que uso tal vez para que su trabajo le quede igual a los del artista del estudio de Collins. Esto me gusta.

    Seguido de esta habitación-atelier, hay otra empanelada y con una alfombra que en su diseño se asemeja a la piel de algún ganado, con vetas en color marrón, blanco y ocre. Tiene hacia la izquierda un gran closet en el que acomodé un ropero y un estante para utensilios. A continuación y hacia la parte lateral derecha, existe un pasillo como de un metro y medio de ancho por cinco de largo que conduce a un baño. Al cabo de dos meses ya había acondicionado el lugar de acuerdo a mis necesidades y el pasillo que existía y que no tenía ventanas, lo transformé en cuarto oscuro ya que para la restauración de fotografías, a veces me resultaba más conveniente hacer yo mismo los nuevos negativos para imprimirlos en papel de emulsión más absorbente y facilitar así la retención del color (óleo).

    También al baño le di un mejor terminado y resolvía mi café espresso en una mesa auxiliar "made in home".

    Me sentía seguro de mí mismo y me gustaba lo que estaba haciendo porque tenía todo el tiempo ocupado y a la vez estaba creando algo con mis manos que no se acostumbran a estar sin hacer nada.

    Fueron llegando clientes poco a poco y me estaba sintiendo con éxito con lo cual aumentaba mis ahorros que en ese tiempo estaban dedicados para traer a un hermano mío, su esposa e hijo a que vivieran cerca de mí, o por lo menos para que estuvieran en un lugar libre y seguro, ya que nuestro país de origen, Cuba, se deterioraba física y moralmente de forma vertiginosa.

    Continuaba trabajando en la aerolínea durante la tarde, en el turno que termina a media noche y por consiguiente, de vez en cuando me daba un viajecito a algún país que me atrajera lo suficiente como para abandonar brevemente los deberes y ver más mundo. Siempre he tomado muchas fotos en mis viajes y en muchas ocasiones después las convertía en paisajes decorativos.

    Cuando tomé posesión del estudio, destiné una esquina del atelier para colocar allí una silla de mimbre, de esas de respaldo alto y cojín, de manera que la claridad entrara por mi izquierda y al propio tiempo de vez en cuando mirar hacia la distancia a través del amplio cristal que cubría todo el frente, para descansar la vista en unos altos pinos que me recordaban los que tenía en el apartamento de frente a la bahía.

    Capítulo II

    Una vez recibí una llamada de una chica de conversación muy agradable quien al principio me indicó que un amigo suyo le había dado mis señas para que conversáramos. Aunque hablamos poco esa primera vez, hubo mutua atracción y al preguntarle:

    —¿Cuándo te conozco en persona?

    Respondió sin vacilar:

    —¿Mañana?

    Se trataba de Helena Duval, la amiga de mi vecino de la bahía.

    A la hora señalada yo esperaba y sentado en mi trono trabajaba en una foto que se trataba de un niño recién nacido y desnudo que ahora querían que le pusiera algo para cubrirlo un poco. Claro que tenía otras fotos con ropita, pero como ocurre muchas veces, a uno le gusta una expresión más que otra o también que: es la única que he podido encontrar, etc., de modo que con esos pensamientos me di cuenta de que un auto estaba haciendo maniobras de parqueo frente a mi ventana y me atrajo la atención la joven que lo conducía. Era de piel muy blanca y pelo largo y lacio. Ojos que aun siendo grandes eran un poco tristes, pero ella sonreía.

    Salí a recibirla y para corroborar que se trataba de ella le pregunté:

    —¿Eres Helena?

    —Para servirte, Tony.

    Le ofrecí unas monedas para el parquímetro mientras ella se encontraba aún dentro de su auto y noté que al tratar de bajar del mismo, lo hacía con dificultad y entonces mirándome dijo:

    —No es nada, es que mis piernas me dan mucho que hacer.

    Efectivamente, al caminar mostraba señales de algún mal físico que le daba un cierto movimiento de inseguridad. Tomé su brazo y al entrar al estudio le ofrecí mi silla de mimbre por ser esta la más cercana.

    Helena hablaba con un acento exquisito, refinado y a la vez franco. Por momentos se quedaba un poco pensativa y así, poco a poco también fuimos hablando de pintura y me contó de sus inquietudes. Su estilo era surrealista y había estudiado en su país natal. Diseñaba vestidos y actualmente trabajaba atendiendo a un acaudalado matrimonio de edad avanzada. La señora era invidente y el esposo yacía en cama.

    Me relató sus trabajos y me habló de la soledad en que vivía. Ella casi me pidió amistad y con espontáneo candor yo me ofrecí para servirle de apoyo moral, pues era mujer de buen corazón. Era frágil.

    —¿Y

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