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Marduk y la Isla de los Cangrejos: La Epopeya de Marduk, #1
Marduk y la Isla de los Cangrejos: La Epopeya de Marduk, #1
Marduk y la Isla de los Cangrejos: La Epopeya de Marduk, #1
Libro electrónico117 páginas1 hora

Marduk y la Isla de los Cangrejos: La Epopeya de Marduk, #1

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En un tiempo remoto, cuando el mundo de Ital era joven y el interior de los continentes estaba sin cartografiar, vivió un héroe que se convertiría en el espejo de todos los que estaban por llegar.

Su nombre era Marduk y con sus valientes camaradas de armas recorrió tierras y mares desafiando al destino mortal que le había sido impuesto.

He aquí la primera de sus muchas aventuras, cuando todavía ignoraba la gloria que llegaría a alcanzar.

Adelante viajero inquieto, ponte cómodo y deléitate con sus hazañas legendarias.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 oct 2023
ISBN9798223977308
Marduk y la Isla de los Cangrejos: La Epopeya de Marduk, #1
Autor

Ismael Fernández García

Sobre mí: Me llamo Ismael Fernández García, cántabro de 1977, licenciado en Historia Antigua y Medieval por la Universidad de Cantabria, lector voraz de cómics, fantasía, histórica, ciencia ficción, terror, autores del siglo XIX, reglamentos de wargames o de rol... cualquier cosa que me permita evadirme un rato de los problemas cotidianos. Trabajé de Auxiliar Técnico Educador en Centros de Menores, en Centros de Atención a la Discapacidad y en colegios de primaria y también de Técnico de Jardín de Infancia en guarderías. Formé parte de asociaciones juveniles de juegos de rol, estrategia y simulación. Colaboré en jornadas de ocio alternativo. Y todo aquello no fue más que el principio antes de embarcarme en la aventura de la escritura y la publicación. Aventura que deseo compartir por muchos años con todos los aficionados a la lectura. Como un paso más en esta aventura, planeo dar nueva vida al JDR "Ital: El juego de Rol Heroico Medieval" del cual iré desgranando parte de sus historias en mi blog. Espero que las disfrutéis tanto como yo.

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    Marduk y la Isla de los Cangrejos - Ismael Fernández García

    Capítulo Primero: La Llegada.

    ¿O tra historia de Marduk , joven amo? ¿En serio me pides que te cuente más sobre el Príncipe Errante? ¿Aquél que algunos afirman que regresará para unir de nuevo a los celebtir? ¿Que de dónde regresará? Pues de las garras de Morskul, claro está. ¿Que cómo lo atrapó, si había logrado ser inmortal? Pues con mucho empeño. No pienses que sólo los muertos vivientes y los mortales amedrentados por su inevitable destino lo adoran y obedecen. Muchos otros seres comen de su mano y guardan lealtad al Señor de la Muerte. Por todos es sabido que cuando los chacales del desierto aúllan, le están dando la bienvenida a su dominio a algún alma condenada. Igual que las bandadas de cuervos que aguardan pacientes en el patio de los moribundos, listos para guiar sus almas pecadoras al merecido tormento. Pero estos son hechos cotidianos que aceptamos como naturales, hasta el punto de que hay espíritus tan mundanos y ciegos a las maravillas que nos rodean, que reniegan con absoluta convicción de verdades básicas de la existencia cómo éstas.

    De los que no te habrán hablado, ni te hablarán una vez los soles se oculten, será de las otras criaturas vivientes a las que se enfrentó Marduk en sus viajes. Sin duda habrás oído contar historias del kraken que habita el Mar Interior. Si, veo que el viejo Unojo te es familiar. El pulpo gigantesco, capaz de engullir barcos enteros con su tripulación. Lo que no sabes, es que hubo un tiempo en que no estaba sólo, y que su prole encontró la manera de caminar por la tierra.

    Pues a su manera, más que animales, pero menos que humanos, sus ojos inteligentes miraban con envidia a los pescadores que surcaban las aguas en pos de sustento. Adivino por cómo ladeas la cabeza que he despertado tu interés. Pues bien, antes de que la pirata Yorkthail se cruzase su destino, tu héroe favorito, como hijo ilegítimo del rey, se regalaba una despreocupada vida de aventuras.

    A bordo de su ágil embarcación de rojizo cedro, el Delfín, viajaba ligero. Eran los integrantes de su tripulación marineros y guerreros probados. Algunos eran ya héroes renombrados por derecho propio, como Magón el Arponero, o Artagus el Arquero. Otros lo llegarían a ser más adelante, cómo Diodoro el Duelista, o Sheket el Buceador... Sospecho por esa cabezada que has dado que, en caso de nombrarlos a todos ellos, te aburriré, así que lo dejo. Pues bien, bajo el estandarte azul y rojo de su abuelo el almirante, surcaban el Telegureth dando caza a corsarios khenmitas, cuando quiso el azar, o la malevolencia de Sthalos, que una tormenta los alejara de su curso. Con tenacidad y esfuerzo la hicieron frente, pero no pudieron evitar que los arrojase contra el muro continental que separaba en aquél entonces al Mar Interior del Krensilshud.

    Era aquella tierra, hoy sumergida, próspera y feraz. Canales y regadíos alimentaban sus campos. Toda mercancía que quisiera llevarse de una costa a otra, primero había de atravesar sus calzadas. Con razón se disputaban aquel brazo de tierra Malvan y Khenmi. Así, mientras los celebtir buscaron la amistad y alianza con los venagozarianos, los khenmitas hicieron lo propio con los slateranenses. En repetidas guerras fronterizas azuzaron a los unos contra los otros. Hasta que los malvaneses hicieron suya la isla de Osknum y en sus astilleros construyeron tal flota, que el Imperio Arcano, careciendo de recursos con que hacerla frente, se volcó en cambio en su expansión continental.

    Estaban pues Marduk y sus compañeros lejos de casa, pero en tierra amiga. Es más, era el moreno Sheket oriundo de aquellos lugares. Sus gentes eran famosos pescadores de perlas. Con gran pesar lo vieron marchar en su día. Muchas esperanzas habían depositado en él. Esbelto, de natural afable y de buenas maneras, tocado además por la luna azul, su afinidad con la magia elemental lo había impulsado a buscar quién lo ayudase a pulir sus habilidades.

    —Necesitamos reponer provisiones —le dijo Magón, atusándose la tupida barba negra y rizada, dada su mayor veteranía hacia de segundo del príncipe—. Tú conoces estas costas mejor que nadie a bordo.

    —Claro que sí —afirmó el excelente buceador con una amplia sonrisa en sus labios carnosos—. Podría pilotar nuestra nave entre todos éstos arrecifes en la noche más oscura y con los ojos cerrados —fanfarroneó, sus ojos marrones alegres al recorrer el familiar paisaje donde creció.

    —Y por supuesto, tus amigas las ondinas no tendrían nada que ver con ello. ¿Verdad que no? —bromeó el gigantón, rascándose el musculoso brazo, tatuado desde el hombro al dorso de la mano con el intrincado diseño de una serpiente marina de tres cabezas.

    —¿Acaso pones en duda mis capacidades? —fingió ofenderse Sheket, llevándose la mano oscura a la túnica azul como si se la fuera a arrancar del pecho.

    —Deja el teatro para las damas del puerto —bufó Magón, bien sabía el forzudo que su joven amigo era más que capaz de valerse sin su magia—. Vamos a ver al capitán.

    Éste, entretanto, estaba inspeccionando el estado del velamen y el cordaje. Una soga desportillada o una vela gastada podían significar la perdición de todos ellos si los alcanzaba otra tormenta de verano. Encaramado a una escalera de cuerda, mostraba su descontento con la integridad de la vela latina y ordenaba sustituirla, cuando la desigual pareja se acercó. Al verlos, se balanceó con brío y los saludó alegre con la mano libre.

    —¿Y bien? —gritó confiado— ¿Tengo, o no tengo razón?

    —¡La tienes! ¡La tienes! —respondió a voz en grito Magón, para después darle un codazo a su compañero y comentar jocoso —. No entiendo cómo siguen apostando contra él.

    —Y está vez ¿Quiénes han pencado y cuánto? —meneó la cabeza divertido Sheket.

    —Diodoro y Cliorcetes. Un crisobar cada uno.

    El joven silbó asombrado. Con una de aquéllas preciadas monedas de oro malvanesas, el afortunado marinero que la tuviera en su bolsa podía despreocuparse del frío y los riesgos de navegar en la estación de las borrascas y quedarse a resguardo, disfrutando de la hospitalidad del puerto que prefiriese. Llevaba solo un par de temporadas enrolado en la tripulación del príncipe como mago de a bordo, y todavía lo admiraba la facilidad de trato de éste y la liberalidad con que sus compañeros gastaban sus ganancias.

    —¿Y vos, cómo sabíais a dónde nos ha arrojado la tempestad? —le preguntó el muchacho, una vez descendió de la escala— ¿Acaso habéis surcado antes estás aguas?

    —¡Oh, sí! —se encogió de hombros sonriendo— De niño, estuve aquí una vez con mi abuelo.

    Sheket se maravillaba de la natural espontaneidad con que se desenvolvía su capitán. Así como con su don para interpretar vientos y corrientes. Parecía bendecido lo mismo por Istol, que por Icaria. Era difícil de creer que, sin poseer magia alguna, aunque le privaran de sus mapas e instrumentos, fuera capaz de orientarse y encontrar rutas ocultas para los demás mortales.

    —Pero no nos quedemos aquí parados —los apremió, encaminándose al timón—. Vamos a conocer tu hogar.

    Al timón se encontraba el entrecano Jantaxermes, uno de los miembros más veteranos de la tripulación. Y en su día guardaespaldas e instructor de un joven Marduk. Hombre de lealtad probada a la casa de su abuelo. Bajo su túnica azafrán se asomaba el cuerpo fibroso y bronceado de un luchador. Y aunque una incipiente barriga traicionaba la imagen que conservaba de sí mismo, sus reflejos y años de experiencia en combate le mantenían en primera línea de batalla.

    —¡Viramos a estribor, Janta!

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