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Eros en America
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Libro electrónico84 páginas1 hora

Eros en America

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Un grupo de siete autores de América Latina presenta relatos breves o fragmentos de una de sus novelas, que tienen contenido erótico. El amor y la pasión se entrelazan en sus historias ambientadas en ciudades o en zonas rurales. Cada una transmite en forma telúrica, la forma como el erotismo se desarrolla o manifiesta en América Latina. Los relatos incluyen audios donde cada uno de los autores presenta uno de sus poemas o un fragmento de su historia. La antología ha sido editada y elaborada por Nuria García Arteaga, fundadora de MAYU, quien tiene más de cuatro décadas de experiencia como autora y cuatro premios literarios en Perú, Argentina, Cuba y Chile.
La antología fue publicada en 2015 por el Circulo literario MAYU formado por 5 escritores y 2 escritoras provenientes de Cuba/Estados Unidos, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Brasil y Perú/Holanda. La edición y producción de Eros en América fue realizada por Nuria García Arteaga.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 may 2023
ISBN9798215755914
Eros en America
Autor

Nuria Garcia Arteaga

Defines herself as a mix of cultures and races.Award-winning Author/Novelist, scriptwriter, playwright; music composer, producer and singer, speaks 6 languages. Born in Peru, her father was African American, her mother Peruvian. While working at United Nations she met her husband, a Dutch diplomat. She graduated as Psychologist at the Catholic University in Santiago, Chile; pursued MA studies on international politics at Universidad de Chile. She moved to the Netherlands in 1982 and followed PhD studies on Pedagogy at Leiden University. Mother of 4 sons, she has travelled for her work in Latin America and Europe. Currently living in the Netherlands.

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    Eros en America - Nuria Garcia Arteaga

    LLAMARADA ETERNA © Rodrigo Arenas Carter

    https://soundcloud.com/gladys-nuria-jimenez-ramirez/rodrigo_arenas-carter

    Close up al rostro de un chico que hace fila para comprar su boleto. Creo que lo conozco.

    Es más, a veces imagino (o deliro, para los espectadores más racionales) que no sólo me he topado con él, sino que también he tenido el privilegio de enfrentarme con otros de los que me rodean en este minuto, como en esas historias perfectas de Borges en las que todo coincide. Quizás, con muchos de ellos he compartido un beso o algo más cuando me pierdo por el French Quarter durante mis días libres del trabajo y de Lucía. Pero hoy, sólo me interesa una de las tantas historias que circulan a mi alrededor. Puede que todo esto se deba a una alteración extraña que detecto en mi pulso, haciéndome sudar en exceso. De todas maneras, creo pertinente aclarar que no estoy jugando a ser un sabio, o menos un mago. Sólo puedo sentir que mi vientre me indica que nunca más saldremos de este lugar tan artificial. Pues, pese a que afuera el calor hace arder las aceras, estamos envueltos por una burbuja de aire acondicionado que tendrá que explotar, como todas las burbujas.

    Zoom hacia ese rostro que definitivamente puedo decir que conozco. Tenemos un plan secreto entre manos, que él aún ignora, pero que presiente.

    Primerísimo primer plano a sus ojos, negros pero luminosos y algo alargados, elevados hacia el cielo por unas pestañas que me dejaron llorando en la esquina de mi casa una semana atrás. Quizás su padre o su abuela son jamaiquinos, cosa que se puede deducir por los rasgos de sus párpados. Soy capaz de reconocer esa mirada perdida en medio de la oscuridad, autorizando a mi mano a resbalarse por su espalda encerada naturalmente por el sudor necesario para ese tipo de ocasiones.

    Un plano medio desde la zona de espera me captura escondiéndome de la mirada del chico entre una multitud que se encuentra rodeada de maletas y con los rostros alargados por el cansancio de viajar hacia ninguna parte. El vestuarista ha elegido el atuendo preciso para el coprotagonista una polera amarilla; zapatillas rojas, brillantes y enormes; y unos pantalones deportivos a tono y, por suerte, algo apretados que permiten dibujar sus curvas masculinas. Porque los hombres también tenemos curvas, torceduras de la estructura cuadrada del esqueleto que se vislumbran durante las madrugadas gastadas mientras intentamos romper el destino, exponiendo nuestras almas y por ende siendo vulnerables, en los brazos de otro cuerpo que en algo nos recuerda a nuestras vidas pasadas.

    El chico empieza a detectar que alguien lo observa porque, casi imperceptiblemente, salta, mientras esta toma es interrumpida por un extra, una señora que le grita en español al que, probablemente, sea su marido, que por favor se apure porque si no van a perder el bus. Ese salto tiene su origen más profundo en la necesidad espiritual de intentar robar, descaradamente, la belleza de sus trenzas que descansan sobre sus hombros redondos. Sin embargo, y pese a la fuerza de mi mirada, no logra detectar con certeza el origen de esta turbación en el espacio que compartimos, cosa que queda manifiesta cuando la cámara enfoca un plano general de su metro sesenta de estatura girando en torno a sí mismo, en busca de ese origen, y del que quizá sea su destino final dentro de unos pocos minutos más, Es que, la mal entendida fatalidad a veces se nos presenta amenazante, para luego después mostrar su verdadero rostro lleno de piedad por nosotros.

    Pero yo conozco la raíz de sus pesadillas mejor que él mismo. Flashback: entre la oscuridad de la madrugada de Nueva Orleans lo observaba punzándolo con mis ojos, luego de haber descargado nuestros vientres uno contra otro, y pese al peligro que representaba permanecer allí, expuestos entre la hierba del Parque Louis Armstrong a las 3 A.M. Soundtrack para esta escena: desde lejos, quizás cruzando la avenida, uno de los tantos bares del sector deja escapar por sus parlantes un blues magistral, hermoso, gritado desde ese espacio indefinido en el centro del esternón. Para no desentonar con la propuesta visual del momento, su enorme y pesada mano se depositó sobre mi corazón, y con su índice empezó a recorrer cada uno de mis tatuajes, de la misma forma que lo hace Lucía cuando tengo que acogerla para que nuestros hijos puedan tener el padre que se merecen. Pero en ese momento fue una yema callosa, trabajada y húmeda la que recorrió mi tórax, mientras observaba que el chico se permitió generar un par de lágrimas, un lujo para una ocasión como esa. Sin embargo, yo fui más lejos, y terminé por romper definitivamente las reglas del juego preguntándole si es que estaba bien. Sus labios gruesos, que hace minutos se habían abocado a la labor de amarme con toda la desesperación del mundo, se limitaron a un modesto no, y se cubrió el rostro avergonzado, levantando la nuca lentamente, como mirando hacia el las estrellas. My mother, me dijo, y luego alargó el diálogo a my mother should never know this, y empezó a subirse el pantalón. Yo lo imité en el gesto de la forma más coordinada posible, porque esto ya no se trataba solamente de someter ansiosamente al cuerpo del rival, o de sudar juntos, luego de tantos días de haber transpirado encerrado en el baño, con Lucía preguntando a través de la puerta si es que estaba enfermo. Y lo estoy. Porque todo esto ahora se trata de amor, de un amor tan puro que no necesitaba nada más que una noche para convertirse en una llamarada

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