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27 cosas en las que pensar antes de casarte
27 cosas en las que pensar antes de casarte
27 cosas en las que pensar antes de casarte
Libro electrónico207 páginas3 horas

27 cosas en las que pensar antes de casarte

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Amar y casarse no tienen que ser sinónimos. A amar se va aprendiendo y, al tiempo, no se aprende nunca. A vivir en las instituciones en las que el amor acaba por colapsarse, aún menos. Es lógico que el orden social quiera adoctrinar. Este es un cursillo prematrimonial crítico, al margen de las instituciones, y realizado sobre la base de la psicología y la antropología. El psiquiatra Rafael Manrique, experto en relaciones de pareja, firma esta aguda percepción de una institución a la que despoja de ritos y prejuicios, aportando 27 consejos para los que quieran afrontar este paso en su vida. Va al grano en un divertido y muy instructivo cursillo prematrimonial para gente desprejuiciada. Es para pensárselo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 jul 2023
ISBN9788412724639
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    27 cosas en las que pensar antes de casarte - Rafael Manrique

    27 cosas en las que pensar antes de casarte

    27 COSAS EN LAS

    QUE PENSAR ANTES

    DE CASARTE

    Rafael Manrique

    El Desvelo | Altoparlante

    Primera edición en papel, marzo de 2019

    Primera edición digital, julio de 2023

    El Desvelo Ediciones

    Paseo de Canalejas, 13

    39004-Santander

    Cantabria

    www.eldesvelo.es

    info@eldesvelo.es

    @eldesvelo

    © de la obra,Rafael Manrique, 2018

    © del diseño de cubierta y colección, Bleak House, 2019

    © de la edición, El Desvelo Ediciones, 2019

    ISBN edición papel: 978-84-949395-6-3

    ISBN edición digital: 978-84-127246-3-9

    IBIC: JHBK

    Confección ePub: Booqlab

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

    Ella: ¿Llego tarde?

    Él: Para mí, tú siempre llegarás tarde;

    porque siempre querré que llegues antes.

    M. CASARIEGO CÓRDOBA

    Di quell’amor ch’è palpito

    Dell’universo intero,

    Misterioso, altero,

    Croce e delizia al cor.

    G. VERDI, La traviata.

    Dar el sí, dar el no

    UN cursillo! Julio Cortázar se moriría del disgusto. Escribió: «Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio». Sus palabras en Rayuela señalan la necesidad de ser conscientes de la brutal y desasosegante contradicción que esta tarea tiene. Será bueno reconocer que el escritor se refiere no tanto al amor y a su proyecto como a su inicio, el enamoramiento. Ese que llevó a Dante a quedar prendado de Beatriz con solo verla desde un puente de Florencia o el que justifica que el anciano señor Bernstein, en Ciudadano Kane, relatara que una vez, hacía ya muchos años, había visto por unos segundos llegar en el ferri a una mujer con un vestido blanco. Ella no lo vio. «Y no pasa un mes sin que me acuerde de ella», afirmaba. Están hablando de enamoramiento. El amor es otra cosa. Casarse es otra cosa.

    Conviene precisar el término casarse. En este caso se refiere a una relación amorosa estable y con vocación de durar. No necesariamente hasta que la muerte nos separe, pero sí por un tiempo suficientemente largo. Tarea difícil y dura. De gran importancia social. Por ello, ninguna cultura lo deja al libre albedrío de las personas, sino que lo controla. Ya de manera estricta e impositiva, ya de forma laxa y persuasiva.

    A amar se va aprendiendo y, al tiempo, no se aprende nunca. A vivir en las instituciones en las que el amor acaba por colapsarse, aún menos. Es lógico que el orden social quiera adoctrinar, quiera forzar el proceso. En la actualidad los encargados de ese control, destacando en esa función a la Iglesia católica, desarrollan cursos y diversos sistemas de formación para el matrimonio. Y aquí es donde está situado este libro que aspira a ser una contratarea, una guerrilla destinada a unirse a todas aquellas iniciativas e ideas que quieren objetar y criticar las ideas convencionales de lo amoroso, que generan desilusión y violencia. Se trata de una reflexión que pretende ser válida para mujeres y para hombres, aunque sus circunstancias ante este fenómeno son diferentes. Si bien este libro va dirigido a las personas que van a adquirir ese compromiso por primera vez, las indicaciones mencionadas seguramente conserven validez a cualquier edad.

    HIPÓTESIS DE URGENCIA SOBRE EL AMOR

    CASARSE por amor es algo reciente en la historia de la humanidad y de una eficacia incierta, aunque bastante satisfactoria desde el punto de vista de la emocionalidad actual. Como todo concepto básico, de esos que se escriben con mayúsculas, este tampoco puede ser definido con precisión. A modo de introducción será útil desarrollar algunas hipótesis de urgencia que sitúen qué vamos a entender cuando hablemos de él. De ellas podremos derivar cuáles serían las condiciones para, tras la elección de pareja, tomar la decisión de casarse.

    El amor incluye deseo, sexo, erotismo, reciprocidad, compromiso…, si bien no queda definido por ninguno de esos conceptos. Manuel Vicent lo comprende como una conjunción, espiritual, que se alimenta de imaginación, sueños, viajes, huidas, aventuras, renovaciones, fantasías y palabras. Afirma que es tenue, frágil y que desaparece por la costumbre, el tedio, la hermandad de las carnes y la falta de imaginación. Recuerda Vicent la necesidad de bajar con el amor al pozo del sexo, el cual «solo es un calambre si no se le dota de misterio, de oscuridad, de la pulsión de la muerte». Una hermosa manera de formular lo bello y lo triste que contiene, parafraseando el maravilloso libro de Yasunari Kawabata. Fascinante, misterioso, frágil, doloroso a veces.

    Se ha criticado por insuficiente la formulación de Platón, que lo explica por un deseo que proviene de una carencia: amamos aquello que nos falta, que no poseemos. Aunque no sea solo eso, algo hay de verdad en ello. No es fácil escapar a la pesimista conclusión de que amamos lo que no tenemos y cuando lo conseguimos nos aburrimos de ello. La teoría de Baruch Spinoza resulta más esperanzadora. En su concepción es alegría y deseo, no el producto de una falta. Es una fuerza que nos mueve y nos conmueve. Es la potencia de existir y de actuar. Es la felicidad del que ama lo que tiene y del que desea lo que no le falta. No hemos de prescindir de ninguna de las dos miradas. Para André Comte-Sponville las declaraciones del tipo: «me alegra la idea de que existas» serían spinozistas por desinteresadas; mientras que «te quiero, te echo de menos o te necesito» serían platónicas por el hecho de llevar implícitas la carencia que anhela recibir algo a cambio.

    El ser humano, en los primeros meses, es uno, solo vive para sí. Siente necesidades, llora y, si ha tenido suerte en su entrada a la vida, son atendidas por los adultos que lo rodean. El mundo le ha de parecer un lugar perfecto. Basta un lloro y sus deseos son satisfechos. Esa vida alucinada acaba pronto, cuando descubre que, en realidad, vive gracias a la madre o quien haga esa función. Y se instala en una relación que se da entre dos. No es tan mala esa situación. Pero pronto llega el siguiente descubrimiento: existe un tercero, habitualmente, el padre, que es a quien ella ama y a quien el infante tomará por el responsable de las limitaciones de la dualidad maravillosa con ella. Precisamente, el concepto, tan mal usado, de complejo de Edipo describe la necesidad de dar el paso que transforma una relación entre dos en una terna. Liberarse de esa relación en espejo, como decía Jacques Lacan, de verse a sí mismo en el rostro de la madre y acercarse a un tercero que no es él ni su imagen, sino un otro diferente, es el secreto de la evolución psicológica humana. A partir de ese momento, la pulsión, entendida como búsqueda de un objeto externo dador de placer, pierde fuerza y se va convirtiendo en un amor que se interesa en un objeto único e irremplazable.

    Así descrito, parece fácil y natural. No lo es. Alrededor de esa construcción se tejen las grandes felicidades de la existencia y las grandes calamidades también. Más de la mitad de los que afirman que se casan para toda la vida se divorciarán. Algunos, pocos, incluso entrarán en conflictos tan severos que pueden llegar a la violencia más extrema. Sin duda, entre ellos los habrá gravemente trastornados mentalmente, pero la mayoría no lo están. «Es el amor, huyamos», decía Jorge Luis Borges. La construcción y la creencia en esos conceptos tan máximos llevan a la decepción, al fracaso y, a veces, como ya hemos dicho, a la violencia. Todos estamos contaminados por la tóxica y peligrosa idea de su totalidad y omnipotencia. Esperamos de él la completa realización personal y la satisfacción de nuestras aspiraciones. Al casarse según el rito católico, a los contrayentes se les lee un texto que suena casi como una amenaza: el amor todo lo puede, todo lo merece, todo lo vale. Esa visión absoluta implica despreciar la mayor de las esencias de esta experiencia: su incompletitud y su contradicción: «Dar la vida y el alma a un desengaño», decía Lope de Vega.

    Frente a las posiciones románticas o materialistas, el fin de la pulsión erótica no es el encuentro ni la comunicación ni la reproducción ni la familia. El fin es el placer mediante una actividad que podríamos considerar una especie de autoerotismo, un gozo destinado a uno mismo. Pero como mejor se obtiene es a través del otro, cuando este también lo obtiene, cuando se realimenta, cuando va y viene entre los amantes.

    La irreversibilidad de la crisis del patriarcado, la globalización y los avances tecnológicos han hecho que las ideas tradicionales estén saltando por los aires. Se hace preciso buscar nuevas definiciones, nuevas comprensiones de lo que es el amor, el sexo, la pasión, el matrimonio, la exclusividad… Tal vez estas hipótesis sean de ayuda.

    Hipótesis 1: El amor no es los sentimientos que crea.

    Las miradas hacen temblar; también el roce de la piel. La imaginación, definida por Julien Green como la memoria de lo que no ha existido, estimula, calienta, conmociona, pero eso no es el amor, son estados sentimentales, emociones, que tienen diversas fuentes, explicaciones y efectos.

    Hipótesis 2: El amor y el lenguaje no se llevan bien.

    El desarrollo del lenguaje en los seres humanos no es contemporáneo de la diferencia entre los sexos. Es muy posterior y, seguramente por ello, no se acoplan bien. Decir «te amo» tiene poco que ver con el amor, que está más relacionado con el hacer que con el decir.

    Hipótesis 3: El amor es antisocial.

    La sociedad estimula el matrimonio, no el amor. Este es la vida secreta, la vida alejada y sagrada, la vida apartada de la familia. Tiene una cierta tendencia antisocial. Además, desacredita todos los demás valores, desacraliza las ideas, desnacionaliza a los individuos, anula las clases sociales. Su potencial subversivo es inmenso.

    Hipótesis 4: Amar supone depender.

    Casi es innecesario decir que nadie es independiente del medio. Amar es situarse en estados de dependencia que nos vinculan y retrotraen a los estados infantiles. Siempre somos seres necesitados y apegados. Al tiempo que aspiramos a la libertad, a la independencia del medio, hemos de reconocer esa necesidad. Y eso supone depender. Esa contradicción implica admitir que el amor nos deja inconsolables.

    Hipótesis 5: Todo amor es un amor antiguo.

    Ni siquiera «el primer amor» es el primero. Siempre ha sido precedido por lo que fuimos, por la crianza, por la familia y la cultura. Es una huella enigmática del pasado que antecede a nuestra memoria y de la que no somos conscientes, aunque nos influya.

    Hipótesis 6: El amor y la sabiduría no se llevan bien.

    Al inconsciente no le gustan los modos de la consciencia, ya que si esta aceptara el gozo libre habría de asumir la culpa o la vergüenza que da el placer. Consciencia e inconsciencia se huyen. Como tan acertadamente vio Sigmund Freud. Es el dios Amor, que no quiere que Psique lo observe. Y solo existe en una cierta oscuridad. La excesiva transparencia lo mata.

    Hipótesis 7: No hay amor no comprometido.

    La relación entre dos personas, incluso la mediada únicamente por el placer sexual, genera alguna forma de implicación, de responsabilidad. No hay erotismo que no lleve a algún tipo de compromiso que se deriva de saber que se está en relación con otro sujeto.

    Hipótesis 8: El amor surge del deseo, pero no es el deseo.

    El deseo es un flujo que mana, impregna lo que nos rodea. Crea significados que hay que aceptar o rechazar. Sobre la experiencia humana del deseo, se edifica lo que en nuestro mundo llamamos amor. En él la satisfacción sexual no es el primer objetivo, aunque sea fundamental, ya que lo erótico puede ser capaz de modificar las características más estables y rígidas de nuestra personalidad. Desear lo que falta es el territorio de la carencia; desear lo que no falta es el territorio del amor.

    Hipótesis 9: El amor precisa la calma para decir adiós.

    El amor es eterno mientras dura. Si llega el momento de decir adiós, es preciso mantener la calma para no acumular rencor, para empezar de nuevo, para no añorar; para aceptar, aun con dolor, que no siempre es imperecedero, aunque, a veces, pueda durar toda la vida. Estamos hechos de tiempo.

    Hipótesis 10: Amar es un acontecimiento único. No se puede aprender.

    Aunque todo amor sea antiguo, siempre es la primera vez. Cada situación es nueva. La experiencia acumulada, sea buena o mala, sirve para poco. Eso crea ansiedad, pero al tiempo hace de él, sobre todo en sus inicios, algo fascinante, una experiencia que conecta con la de la aventura.

    Hipótesis 11: El amor vive en el riesgo.

    No hay amores tranquilos, salvo aquellos que ya se han esclerotizado, que son fósiles. La posesión, la dependencia, el control nunca son amor, pero con frecuencia los integrantes de la pareja buscan disminuir la incertidumbre y el riesgo. Se marchitan en cuanto lo consiguen. Siempre se ignora el final.

    Hipótesis 12: El amor tiene hijos perversos.

    Los cita Zygmunt Bauman: tratar de complacer al otro y tratar de cambiarlo. La sinceridad, la verdad, la entrega sin reservas, la confesión compulsiva intentan lograr una defensa contra la soledad en esa fusión perversa, pero con buena prensa. Puede ser un digno propósito, pero eso no es amor.

    Hipótesis 13: Amar es haber sido amado.

    Amamos porque fuimos amados, solo así podemos hacerlo. Y, en ese caso, nos amamos a nosotros mismos. No existe otra manera. Nos conmueve el hecho de tener unas características que nos hacen sentirnos dignos de ser queridos. De ahí que sea tan importante una buena crianza para que se generen personas tiernas.

    Hipótesis 14: El amor, si lo es, no es total.

    La totalidad, la incondicionalidad, el absoluto no son propios del amor entre seres contradictorios, cambiantes, imperfectos como somos. Se puede dar casi todo por la relación y, al tiempo, es solo una parte. Sin él quizá la vida no sea completa, pero solo con él, tampoco. Toda totalidad acabará en algún tipo de violencia.

    Hipótesis 15: Todo amor es imposible.

    Todo amor es una comunicación entre sensibilidades irreductibles debidas a una soledad intrínseca a la naturaleza humana. Los amantes se mueven teniendo en cuenta esa grieta, esa pared que no se puede atravesar, cuya máxima expresión es la diferencia biológica sexualizada. Y, precisamente por eso, designa la reciprocidad más imposible. Recordemos a los místicos y su experiencia: la de un amor inaccesible que devora el alma.

    EL AMOR ES CONDICIONAL, CONFLICTIVO, IMPOSIBLE Y NECESARIO

    CONDICIONAL, conflictivo, imposible y necesario, así es su complejidad. Decir que es condicional no es popular. Suena a algo artificial, pactado, racional y poco generoso. Pero es esa su naturaleza. Solo un amor que pone condiciones puede durar. El único incondicional es el de la madre (o quien haga su función) durante los primeros meses de vida. Después empiezan las condiciones. El niño irá aprendiendo que el mundo no consiste en una realización alucinatoria de sus deseos. El control de esfínteres, el establecimiento de las horas del sueño, la regulación de la alimentación y otras muchas obligaciones y protocolos que irán apareciendo le harán salir de

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