El poder de tu leche
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La influencer y Consultora Internacional de Lactancia, autora del sitio "Leche Bendita", ofrece en este libro ser un apoyo en aquella mujer que está por iniciar su lactancia y quiere aprender a hacerlo. Porque sí, la lactancia debe ser aprendida.
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El poder de tu leche - María Jesús Alarcón
ANTES DE LA FÓRMULA LÁCTEA
Hoy vemos la lactancia materna como una opción más en la alimentación de nuestros hijos. Probablemente es algo que te gustaría hacer –y por eso tu interés en este libro– o al menos quisieras intentarlo. Pero tienes la tranquilidad de que si no te resulta amamantar o no quieres hacerlo, bastará con ir a cualquier farmacia o supermercado y comprar una fórmula láctea.
Si eliges darle fórmula a tu guagua, podrás encontrar una gran oferta de productos, de todos los precios y variedades posibles: sin lactosa, de proteína de soya, de hidrolizados proteicos, monoméricas, antiestreñimiento, anticólico, antirreflujo, antirregurgitación, día/noche, para el lactante prematuro o para el tratamiento dietético de errores congénitos del metabolismo. En fin, muchas opciones y todas con frases prometedoras que te harán dudar de la calidad de tu leche. Es común escuchar a mamás decir: Tengo miedo de que mi leche le haga daño, por eso preferí darle relleno
o el pediatra me dijo que la fórmula lo hace engordar más que mi leche
.
En torno a la lactancia se han dicho y se han pensado muchas cosas diferentes, y una de ellas es que ser capaz de amamantar es una suerte de condición física, casi genética; que la producción de leche es algo con lo que se nace y punto. No hay nada que la madre pueda hacer para cambiarla. Naciste rubia o morena, alta o baja, con o sin leche. Hay casos de mujeres que sí tienen leche, pero de mala calidad, así que tampoco sirve. Y hay otras que tienen buena leche y abundante, pero dura solo unos meses. ¡Menos mal que existe la fórmula!
Pero, ¿entonces cómo las mujeres alimentaban a sus hijos antes de que se inventara este alimento en tarro? Porque sí, la fórmula láctea es una invención del humano, específicamente de un señor llamado Justus von Liebig, quien en 1865 creó la primera leche para guaguas.
Pues bien, los hijos de aquellas mujeres tomaban leche materna. La gran mayoría, leche de sus propias madres, y las que no podían dar leche –que eran las menos– contrataban o conseguían el apoyo de otras mujeres, también madres, para que amamantaran a sus hijos. Eran conocidas como nodrizas
, y fue un oficio muy requerido a lo largo de la historia, ya que era sabido que cualquier intento por alimentar a una guagua con leche que no fuera humana, era una condena de muerte casi segura.
En Chile, la figura de la nodriza estuvo presente desde antes de la ocupación española para alimentar a hijos de madres con enfermedades que se pensaban contagiosas, o que morían. Luego, durante la Colonia y hasta fines del siglo XIX, misteriosamente, la falta de leche siempre fue un problema
de las clases adineradas, quienes tenían la opción de pagar por una nodriza; no así de la mayoría de las mujeres campesinas. Se pensaba que por una cuestión de raza, estas últimas tenían más leche y de mejor calidad. A nadie se le ocurrió pensar que las mujeres que tenían la opción de pagar amamantaban menos, y por eso tenían poca leche; y no al revés.
EL PUNTO DE INFLEXIÓN
A finales del siglo XIX y comienzos del XX podemos decir que hubo un quiebre en cuanto a la lactancia materna en Chile, cuestión que se replicó en la mayoría de los países de Occidente. La Revolución Industrial creó un contexto urbano de hacinamiento y pobreza, donde la mujer, antes campesina y labradora con su hijo siempre a cuestas, ahora debía salir a la ciudad para trabajar y dejar a su recién nacido a cargo de otra persona, por lo que continuar con la lactancia era imposible. Por otro lado, las mujeres de la clase más acomodada –que eran las menos– no solían amamantar o lo hacían por periodos muy cortos, y en su reemplazo, contrataban nodrizas con la excusa –o creencia– de que lo suyo era un problema genético.
Al no poder amamantar a sus hijos, las mujeres se vieron en la obligación de buscar alternativas en la leche de otros animales, lo que resultó en un brutal fracaso. Por ser lo más accesible, la leche de vaca se convirtió en la favorita para reemplazar a la materna. El problema era que si bien la diluían en agua de arroz y cebada, su composición era demasiado pesada para ser tolerada por un recién nacido. Por otra parte, las malas condiciones de higiene en las que se extraía, almacenaba y conservaba, hacían de este producto una amenaza letal para el lactante. En 1909, el doctor chileno Roberto del Río afirmaba que la alta mortalidad infantil constituía una seria amenaza para la conservación y progreso de la raza. Y, como ejemplo, relataba que en 1903 por cada mil niños en el país, 365 morían antes del año, siendo las enfermedades gastrointestinales la principal causa. ¡Más de un tercio de la población infantil moría por mala alimentación, una verdadera brutalidad! Los niños de Chile estaban pagando los costos del progreso con su propia vida.
Es en medio de esta tormenta perfecta, en la que las mujeres no estaban amamantando a sus guaguas y la mortalidad infantil batía récords históricos, que llega a Chile lo que hace algunos años ya había entrado con fuerza en el mercado europeo: la fórmula.
Esta nació para salvar miles de vidas que se perdían producto de una alimentación precaria, pero pronto se transformó en una industria gigantesca alrededor del mundo, de la mano de médicos y organizaciones de salud que la
promovían como una solución a la mortalidad infantil. En un par de décadas, la leche pasó de ser algo propio de las madres, a un producto más de consumo de la canasta familiar.
La lactancia, así como el parto y la crianza, fueron medicalizados. Aquel legado que por siglos se transmitió de mujer a mujer, pasó a ser un área más de la ciencia abordada por médicos; quienes, además, en su mayoría, eran hombres que poco o nada sabían de lactancia.
Las salas de maternidad se convirtieron en un pabellón más dentro de los hospitales, y el manejo hacia las madres y sus hijos recién nacidos atentaba contra todo intento de lactancia. Las guaguas al nacer eran separadas por horas de sus madres, tiempo en el cual se les daba suero glucosado en reemplazo del calostro, y luego fórmula. Aun cuando estas madres eran animadas
a amamantar, se les enseñaba a hacerlo de manera errónea, destinándolas al fracaso.
Imagina que llevas años escribiendo con máquina de escribir, y de pronto, te pasan un computador, pero con el mismo instructivo. Si intentas seguirlo al pie de la letra, es altamente probable que no te resulte, que dañes el computador y debas volver a la máquina de escribir. En la lactancia ocurre algo similar. Durante más de un siglo las madres alimentaron con leche artificial a sus guaguas guiadas por médicos que decían cuánta leche dar, cada cuánto tiempo y cómo hacerlo. Cuando estas mujeres querían amamantar, las instrucciones para hacerlo eran las mismas. El resultado, ya conocido.
PERFECTA PARA CADA ESPECIE
Entre los mamíferos no es común ver a una cría mamando de otras especies; ni tampoco que una hembra amamante a quien no es su cría.
La leche materna es perfecta porque sus componentes se adaptan a las características de cada especie. Por ejemplo, entre más rápido es el crecimiento de la cría, mayor el número de proteínas en la leche. El humano tarda entre 90 y 140 días en duplicar su peso de nacimiento, mientras que el ternero lo hace en 50. Por esto, la leche de vaca tiene el triple de proteínas y minerales que la humana, lo que la hace intolerable para una guagua recién nacida.
Aunque siempre hemos intentado utilizar leches de otros animales, esto explica por qué, en general, no ha habido buenos resultados. Las leches más utilizadas han sido la de vaca, cabra, oveja y burra. Esta última suele ser la más fácil de tolerar para los humanos, pero no contiene todos los nutrientes óptimos para un recién nacido. Nosotros necesitamos las propiedades de nuestra leche materna porque somos distintos al resto de los otros animales, nos desarrollamos de diferente manera dentro del útero y lo seguimos haciendo fuera de este por un largo tiempo.
MI ABUELA NO TUVO LECHE, MI MAMÁ TAMPOCO, ¿YO TAMPOCO TENDRÉ?
Hoy es común escuchar que nuestras mamás o abuelas no tuvieron leche, sobre todo si vivían en la ciudad. Pero ya sabemos que esto no es algo que se hereda, ni menos una maldición que cae sobre algunas familias. Simplemente obedece a la falta de conocimiento y de cultura de la lactancia materna. Más del 95% de las hipogalactias (escasez de leche) ocurridas en el último siglo y medio no se debieron a una incapacidad física, sino a no comprender cómo funciona la lactancia, a creer que se debe ofrecer igual que la fórmula, con horarios y tiempos de duración.
La mujer que intenta amamantar y está teniendo problemas le pide ayuda a su mamá, pero resulta que ella no pudo amamantar porque no tenía leche
, y su madre tampoco tuvo
. Podrías escuchar de ellas que somos de familia de pechos pequeños, por eso nunca hemos tenido mucha leche
o bien a pesar de que tenemos pechos grandes en la familia, no somos lecheras
.
Así que no te asustes si tu hermana, mamá o abuela no han tenido leche, ya que lo único que se hereda en esto es la falta de información y los errores que se cometieron en cada caso. A pesar del gran lazo que las puede unir y de lo fantásticos que pueden ser sus consejos en todos los ámbitos de la vida, en lo que a la lactancia respecta, intenta también informarte por otras fuentes y conversar con mujeres que sí han podido hacerlo.
SI AMAMANTAR ES ALGO NATURAL, ¿POR QUÉ ME CUESTA TANTO?
Si somos mamíferos y mamar es un acto natural, ¿por qué nos cuesta tanto hacerlo? ¿Por qué tenemos que aprender a dar pecho y no podemos hacerlo solo por instinto como lo hacen los perros o las ballenas? Estos animales maman de manera instintiva en cualquier parte del mundo y de seguro sus madres no tienen idea de cómo funcionan sus glándulas mamarias.
Si bien en la mayoría de los mamíferos