ALIMENTACIÓN: UN DEBATE ABIERTO
Durante 200.000 años, la comida poco o nada procesada fue la principal fuente de energía de la humanidad. Pero en la era posindustrial, a algún empresario atrevido le dio por empezar a decir: “Y, además, ¡nuestros productos mejoran el rendimiento intelectual!”. Así entramos en una era de comida que difumina las fronteras entre lo que es un alimento y lo que es suplemento, y pensada para darte unos poderes que una simple patata jamás podría otorgarte. ¿El objetivo? Comerte todos esos alimentos enriquecidos, para después matarte a press de banca hasta lograr la inmortalidad. ¿Quién podría resistirse a algo así?
Se prevé que los ingresos en la categoría de ‘alimentos funcionales’ –así se denominan estos productos en el sectoraumenten un 8,5% anual de 2022 a 2030. Para entonces, las previsiones de este segmento de mercado apuntan a 586.000 millones de euros de facturación. Nunca has visto un crecimiento de tal magnitud, y es el resultado de que la industria alimentaria haya detectado la creciente aversión de cada vez más ciudadanos por la comida basura. Como alternativa, es cierto que muchos de estos productos contienen algunos ingredientes saludables: semillas de chía, semillas de lino, nueces, espelta, etc.
Pero a la hora de la verdad ¿hasta qué punto son funcionales? ¿Qué pueden hacer por mí, un hombre normal de mediana edad que siempre ha sido un poco aficionado a los atajos nutricionales? Yo comía patatas fritas industriales y encima me gustaban. Y eso sabiendo perfectamente cómo afectaban sus aditivos, como la olestra (un sustituto de la grasa), a mi cuerpo. Bueno, en resumidas cuentas, tal vez estos alimentos funcionales nos sienten bien a mí y a mi aparato digestivo. Mejor incluso que aquellas patatas fritas. Y si tuvieran contraindicaciones, ¿cuáles pueden ser? Aunque no os lo creáis, yo soy un tío bastante sano en muchos aspectos. Me alimento de manera equilibrada y hago ejercicio a diario: