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Ciudadanía, comunicación y pandemia: Respuestas digitales a la crisis de la Covid-19
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Ciudadanía, comunicación y pandemia: Respuestas digitales a la crisis de la Covid-19
Libro electrónico292 páginas3 horas

Ciudadanía, comunicación y pandemia: Respuestas digitales a la crisis de la Covid-19

Por AAVV

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Durante la crisis de la COVID-19 se pusieron en práctica múltiples iniciativas tecnológicas de carácter solidario por parte de la ciudadanía y los activismos –de forma organizada o individual– que, mediante el uso de internet, persiguieron varios objetivos: la defensa de colectivos vulnerables, la satisfacción de las necesidades materiales y sociales de la población, el apoyo a los servicios públicos y el sistema de salud o la visibilización de las desigualdades y los problemas específicos surgidos a raíz de la pandemia. Estas aportaciones contribuyen a comprender la genealogía de las movilizaciones sociales tanto en el contexto español como latinoamericano y permiten reconocer las características concretas de esta etapa como continuación de las tendencias y repertorios iniciados en el 15M de 2011 y que se han ido sofisticando en la última década.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 jun 2023
ISBN9788411181822
Ciudadanía, comunicación y pandemia: Respuestas digitales a la crisis de la Covid-19

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    Ciudadanía, comunicación y pandemia - AAVV

    1.

    La catarsis de la cultura. Iniciativas en la red para cultivar y liberalizar las emociones de una sociedad encerrada

    Maria Iranzo-Cabrera

    maria.iranzo-cabrera@uv.es

    Universitat de València

    Introducción

    Para Williams (1983), el término cultura ha adoptado tres acepciones en el siglo XX. Puede entenderse como proceso general de desarrollo intelectual, espiritual y estético; es decir, la subjetividad con la que seres humanos dan sentido a su mundo. También se ha definido como modo de vida particular, ya sea de un pueblo, una época, un grupo o la humanidad en general. Y la interpretación más materialista la consideraría el trabajo y las prácticas resultantes de la actividad intelectual y especialmente artística.

    Si ahora intentamos aplicar estos conceptos a la Europa del siglo XXI, nos encontramos, en primer lugar, con una sociedad occidental que se desarrolla en general bajo el «individualismo acentuado» (Han, 2020). En palabras del filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul Han, su modo de vida se basa en la «autoexplotación» y el «exceso de positividad, de rendimiento, de producción y de comunicación».

    Por lo que respecta a las industrias culturales y creativas, con el inicio de siglo las artes escénicas, la literatura, la música, el cine, la radio, la televisión y la publicidad han ido cediendo parte de sus espectadores a las industrias del entretenimiento; esto es, los videojuegos, los juegos de azar y las prácticas del deporte y el shopping digital, entre otros ejemplos de ocio.

    Como señala Rodríguez-Ferrándiz (2011: 150), «el tiempo libre dedicado al consumo de productos y servicios culturales […] creados por otros, especialmente cualificados y ante los que se adoptaba una actitud esencialmente contemplativa», ha pasado a ser subsumido por «el disfrute esencialmente activo, participativo, en actividades de esparcimiento de las que somos actores necesarios». Las nuevas rutinas culturales necesitan de un público que decide el tiempo, el lugar y la cantidad de consumo; dependen de una audiencia que influye en el sentido del consumo comunicativo. Los usuarios pueden navegar por los contenidos guiados por su ingenio y sus apetencias, elecciones a menudo imprevisibles e incluso infinitas (Garrett, 2011). Es tal el poder que ganan los espectadores que cuánto más se acerque el producto cultural a sus gustos, intereses y propensiones, más probabilidades de éxito tendrá.

    Para ponernos en situación sobre el ritmo de los consumos culturales, imagine que disfruta en el tren de Los vencejos de Fernando Aramburu mientras escucha a María Callas entonar O mio babbino caro en su cuenta de Spotify. De repente, decide compartir una fotografía de un párrafo en su cuenta de Instagram, y dedica treinta minutos a responder a los comentarios de sus seguidores sobre la esencia de la cita. Al decidir cambiar la lista musical, ahora por una instrumental de piano, vuelve de nuevo a sumirse en la lectura del libro digital.

    Con todo, estas prácticas digitales individualizadas no han lastrado el consumo in situ de bienes culturales. En 2019, las 3.500 pantallas de cine que hay en España vendían por encima de los 100 millones de entradas y ello significaba la supervivencia de estos espacios (Lobillo, 2021).

    Así estábamos cuando el 15 de marzo de 2020 una contagiosa enfermedad vírica nos obligó a redefinirnos espacial, intelectual, social, espiritual y estéticamente. La orden de confinamiento en los hogares nos retrotraía a otras limitaciones de movimiento provocadas por anteriores infecciones como la peste, la viruela, el cólera y la gripe española. Y como en aquellos infaustos tiempos, la incertidumbre y el miedo se apoderaron de las riendas de nuestras vidas predecibles. Lo explicaba así el psiquiatra Fernández Liria (Alfageme, 2020) un mes después de declararse la cuarentena:

    Va a haber un fenómeno masivo de pérdidas; trabajos, propiedades, referencias, cosas que tienen que ver con la identidad […] Se tendrán que reinventar, y eso es un proceso muy complicado. Si se acomete apoyándose, de una manera social, puede ser muy constructivo.

    En ese momento, la construcción de la identidad, especialmente de los más jóvenes, se limitó físicamente al entorno familiar y a unos códigos presentes en todos los hogares, independientemente de su situación socioeconómica. Trece son los estados emocionales que la literatura ha ido recogiendo en su retrato de crisis sanitarias provocadas por patógenos: negación, pánico, inseguridad, incertidumbre, desconfianza, soledad, heroísmo, sentimientos de castigo, búsqueda de chivos expiatorios, excesos hedonistas, desánimo y, finalmente, incluso locura y enajenación mental.

    Los recupera el psiquiatra Novella (2021: 4), quien se pregunta por los recursos y las estrategias que dispone el mundo secularizado del siglo XXI para hacer frente «a la sensación de vulnerabilidad» que provoca la renovada enfermedad infecciosa «en nuestra vida cotidiana y en nuestro imaginario cultural»; esto es, ¿cómo nos evadimos, cómo combatimos el aburrimiento, cómo enriquecimos el alma durante las largas horas de aislamiento obligatorio?

    Y la primera herramienta diferenciadora con las sociedades que nos precedieron ha sido el acceso a tecnologías de la información y la comunicación. Según la Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación en los Hogares, del Instituto Nacional de Estadística, el 91,4 % de los hogares españoles tenían acceso a internet en octubre de 2019. Meses antes de declararse el estado de alarma, el 87,7 % de las personas de 16 a 74 años se conectaban ya al menos una vez a la semana, el 77,6 % diariamente y el 74,9 % varias veces al día. Y lo hacían para usar servicios de mensajería instantánea, buscar información sobre bienes y servicios, comunicarse por correo electrónico, informarse, escuchar música y participar en redes sociales; en gran parte para distraerse.

    GRÁFICO 1.1

    Equipamiento TIC en los hogares españoles 2010-2019

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