Desigualdades insostenibles: Por una justicia social y ecológica
Por Lucas Chancel
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Lucas Chancel es economista, profesor en Sciences Po y codirector del World Inequality Lab de la École d'économie de Paris, donde dirige el World Inequality Database. Es autor principal del World Inequality Report 2022 e investigador en el Institut du développement durable et des relations internationales.
Lucas Chancel
Es un economista francés. Es profesor en Sciences Po y codirector del World Inequality Lab de la École d'économie de Paris, donde dirige el World Inequality Database. Es autor principal del World Inequality Report 2022 e investigador asociado en el Institut du développement durable et des relations internationales.
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Desigualdades insostenibles - Lucas Chancel
FUHEM ECOSOCIAL
Espacio de reflexión, encuentro y debate que analiza las tendencias y los cambios profundos que configuran nuestro tiempo desde una perspectiva crítica y transdisciplinar.
https://www.fuhem.es/ECOSOCIAL/
Lucas Chancel
Desigualdades insostenibles
Por una justicia social y ecológica
Traducción de Silvia López y Javier Roma
(Guerrilla Media Collective)
colección economía inclusiva
Diseño de COLECCIÓN: Pablo Nanclares
© Lucas Chancel, 2022
© Les petits matins/Institut Veblen, 2021
Esta edición se publica mediante acuerdo con Les
petits matins y el Institut Veblen en colaboración con
su agente designado Julian Nossa, París, Francia.
Todos los derechos reservados.
Título original:
Insoutenables inégalités:
Pour une justice sociale et environnementale
Primera edición: 2017
Segunda edición: 2021
© De la traducción: Silvia López y Javier Roma (Guerrilla Media Collective)
© Fuhem ecosocial
AVDA. DE PORTUGAL, 79 POSTERIOR
28001 MADRID
TEL. 91 575 21 09
WWW.FUHEM.ES
© Los libros de la Catarata, 2022
Fuencarral, 70
28004 Madrid
Tel. 91 532 20 77
www.catarata.org
Desigualdades insostenibles
Por una justicia social y ecológica
isbne: 978-84-1352-569-3
ISBN: 978-84-1352-521-1
DEPÓSITO LEGAL: M-20.681-2022
thema: KCP/KCVG/RNA
impreso por artes gráficas coyve
este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.
Prefacio a la nueva edición
La pandemia de la COVID-19 ha exacerbado las desigualdades que existían en el seno de unas sociedades que ya adolecían de injusticias. Por lo general, los más humildes han sido quienes más se han expuesto al virus. Los trabajadores de primera línea
se vieron ante la primera ola de la pandemia sin mascarillas ni equipos de protección, enfrentados a una disyuntiva imposible: poner en riesgo su vida por ir a trabajar o arriesgarse a perder su trabajo por protegerse. Era el caso, en particular, de las cajeras de supermercado, de cuidadores y, en términos más generales, del personal que garantizaba los servicios esenciales, esos sectores donde millones de personas anónimas trabajan cada día para mantener en funcionamiento las bases materiales de la sociedad.
En otros estratos de la sociedad tenemos a los trabajadores de cuello blanco
de las clases medias y altas, cuyo trabajo se ha visto desmaterializado y que encadenaban una videoconferencia tras otra desde el sofá de su casa o desde su segunda residencia. Algunos daban testimonio de sus experiencias en las redes sociales o en la prensa, describiendo una realidad donde recuperaban una cierta calma y pasaban las mañanas en el jardín; un mundo lejos de los centros de salud colapsados, de los confinamientos en espacios reducidos o de los centros de suministro que seguían en marcha.
A esta desigualdad en la exposición al virus se añade una desigualdad en los recursos para hacerle frente. Por norma general, el acceso a la atención sanitaria de las personas de extracción más humilde es más limitado que el de las categorías sociales superiores, además de tener un historial médico más convulso. Este gradiente social es muy pronunciado en los países pobres, pero también se da en Occidente. En Estados Unidos, la población negra presenta el doble de riesgo de mortalidad en el nacimiento que la población blanca, pues las madres afroamericanas tienden a tener menos seguimiento médico que las demás. En los países europeos, donde el acceso al sistema de salud es gratuito y universal, los servicios sanitarios suelen contar con menos medios en las zonas más empobrecidas. La consecuencia de esta doble desigualdad —tanto de exposición al virus como de acceso a la sanidad— es flagrante: las poblaciones más desfavorecidas están sobrerrepresentadas en las estadísticas de mortalidad en todo el mundo.
Y eso no es todo. La pandemia ha traído consigo todo un despliegue de cierres y quiebras de empresas. De manera nada sorprendente, los empleos precarios, los salarios bajos y los trabajadores de la economía informal han sido los principales afectados. Del 10% más pobre de Francia, un 35% declara que su nivel de vida ha empeorado, mientras que en la franja del 10% más rico esa cifra se reduce a la mitad. En Estados Unidos, el 25% más pobre de la población se ha visto afectado tres veces más que el 25% más rico. A su vez, dentro del segmento de población que más ha sufrido las consecuencias, las mujeres las han padecido más que los hombres, y las mujeres negras e hispanas más que las mujeres blancas. Aquí también se pone de manifiesto cómo se entrelazan las diferentes capas de desigualdad: sociales, étnicas y de género. En los países emergentes, donde las redes de protección son casi inexistentes, los datos muestran que las consecuencias desiguales de la crisis se exacerban. Por desgracia, ahí operan mecanismos conocidos por quienes estudian las injusticias sociales. Nuestra actualidad está marcada por la vuelta a las desigualdades en el seno de las sociedades. Esta regresión no es ni mucho menos ineludible, pero con cada nuevo impacto (como una pandemia, una crisis económica o una crisis ecológica), las desigualdades tienden a aumentar mediante los mecanismos que acabamos de exponer (la desigualdad de la exposición a la crisis y la desigualdad en los recursos para hacerle frente). Así será mientras no se haga nada para evitarlo.
Para comprender estos mecanismos de la desigualdad y poder corregirlos hay que interesarse también por lo que ocurre en la cima de la pirámide social, donde hubo otra tendencia durante el año 2020. Después de que las cotizaciones de la bolsa cayeran en febrero-marzo, los mercados empezaron a recuperar su evolución al alza. Mientras había una explosión de desempleo, las Bolsas de Nueva York, Fráncfort o Shanghái batían récords, y con ellas el patrimonio de sus accionistas más acaudalados. De esta forma, la riqueza de los millonarios que figuran en la revista Forbes se incrementó en 3,8 billones de euros entre finales de 2019 y principios de 2021, es decir, una subida del 50% mientras que la producción mundial registraba sus mayores pérdidas desde la Segunda Guerra Mundial. Una desconexión perfecta entre Wall Street y Main Street
, como se dice en Estados Unidos; es decir, entre la plaza bursátil y la plaza del pueblo.
Una crisis social y ecológica global
Así pues, la crisis sanitaria ha reforzado las desigualdades en todo el mundo, provocando una profunda crisis social a escala mundial. ¿En qué medida es también una crisis ecológica? Aunque aún se sabe poco acerca del origen del virus, lo más probable es que el virus que provoca la enfermedad de la COVID-19 sea una zoonosis: una enfermedad que proviene del mundo animal y se ha transmitido al ser humano. Todavía es demasiado pronto para saber exactamente cómo se produjo dicha transmisión, y quizá nunca lo sepamos a ciencia cierta. Pero una cosa es segura: los coronavirus proliferan en determinadas poblaciones de animales, como los murciélagos, cuyos hábitats se ven amenazados por la actividad humana. La deforestación y la artificialización de los suelos trastornan el modo de vida de esta fauna, que se ve obligada a huir en busca de un refugio. Estas especies entran entonces en contacto con otros entornos, precipitando así la transmisión del virus al ser humano. En este sentido, la pandemia de la COVID-19 sería una crisis con raíces ecológicas.
Sea cual sea el origen exacto de este coronavirus, debemos tener en cuenta que la crisis ha cambiado nuestra manera de relacionarnos con el medioambiente, tanto en las grandes distancias como en nuestro entorno más cercano. Para empezar, a nivel íntimo la pandemia ha transformado, al menos durante un tiempo, nuestra relación con el espacio. Los periodos de confinamiento han redefinido nuestra experiencia del interior y el exterior. A una escala mayor, al reactivarse unas fronteras que habían desaparecido (sobre todo en Europa), la crisis ha arraigado al territorio a numerosas personas que habían sido arrancadas del mismo debido a la globalización de los medios de transporte y los viajes profesionales. Al poner patas arriba las cadenas de suministro, también nos ha recordado el carácter finito de los recursos del mundo, y especialmente los de nuestro propio territorio. Nos ha recordado a los occidentales que consumimos a diario una parte del resto del mundo. La escasez de mascarillas, de gel hidroalcohólico o de vacunas que perdura en numerosos países pone de relieve hasta qué punto las sociedades humanas son interdependientes en este principio del siglo XXI. Esta situación revela unas dinámicas de poder brutales, vinculadas al control sobre los recursos de un territorio y que no son en sí nada nuevo, pero que habían quedado enmascaradas por la abstracción de un gran mercado mundial y los acuerdos de libre comercio intercontinentales. La pandemia también ha acelerado la toma de conciencia de las limitaciones ecológicas del mundo, forzando una dolorosa vuelta a la Tierra
, parafraseando al filósofo Bruno Latour.
¿Cómo será el mundo de después?
Una crisis, más allá de la ristra de tragedias que acarrea, también abre la puerta a nuevas oportunidades. Solo queda decidirse a aprovecharlas. Para ello, primero hay que entender lo que está en juego: ¿qué desequilibrios operan en el mundo y cómo se conjugan las deficiencias que tienen nuestros sistemas económicos, políticos y ecológicos? ¿En qué medida podría decirse que los desajustes ambientales de estas últimas décadas son, antes de todo, de índole social? ¿Por qué la ecología es la nueva frontera de las injusticias sociales? ¿Cómo son las crisis sociales y ecológicas que se dan a lo largo y ancho del mundo, y cómo las afrontan las sociedades? El objetivo de este libro es intentar responder a estas preguntas y, aunque se escribió antes de la pandemia, sus enseñanzas me parecen aún más pertinentes en la actualidad.
Nuestras sociedades han escogido la desigualdad y la crisis ambiental, obnubiladas por unos títeres heredados de la segunda mitad del siglo XX y por el giro neopropietarista de la década de 1980: por un lado, crecimiento del PIB (sin prestar atención a cómo se reparte ni a las contrapartidas en materia de contaminación) y, por otro, empobrecimiento de la esfera pública, en beneficio de la esfera privada. Esta elección o, mejor dicho, este conjunto de elecciones, es lo que necesitamos desgranar para comprender cómo podríamos reconstruir otro mundo, después de la COVID-19 y dentro de los límites ecológicos.
Por supuesto que comprender las decisiones políticas y las causas de estos desajustes no bastará para corregirlos. ¿Cómo serán los próximos acontecimientos? En el momento en que escribo estas líneas, me sitúo exactamente en el punto medio entre quienes hablan del colapso y quienes anuncian, quizá demasiado pronto, el advenimiento de un mundo nuevo, donde la mercantilización se vea reemplazada por la buena fe y el compartir. Después de las crisis, las sociedades humanas son capaces tanto de lo mejor como de lo peor, y no hay nada escrito de antemano. El futuro pertenecerá a quienes sepan aprender del pasado y federarse en torno a un auténtico proyecto de sociedad.
En la historia abundan ejemplos de países que han sabido reinventarse después de las crisis. Tras el trauma que supuso la Segunda Guerra Mundial, los países europeos supieron reunirse, inventar la seguridad social universal y cancelar las deudas heredadas de la guerra (en la conferencia de Londres de 1953) para invertir en el futuro. Un ejemplo más lejano en el tiempo es el de los Estados Unidos, que salió de la terrible crisis económica de 1929 redefiniendo las relaciones entre el mercado y el Estado, reencastrando
, como diría Karl Polanyi, la esfera mercantil en la esfera política. Otro ejemplo, más cercano: después de la epidemia de SARS entre 2002 y 2004, Estados como Corea del Sur o Taiwán supieron adaptar sus estrategias de respuesta a las crisis, en tanto que establecieron estructuras y un modus operandi con una gran capacidad de reacción para hacer frente a las epidemias venideras. Sus resultados actuales dan fe del éxito de dicha estrategia.
Pero en la historia también abundan crisis que han causado otras porque no se supo aprender de las primeras, porque los gobernantes no estaban interesados en cambiar, o bien porque los gobernados no lograban entenderse para traer dichos cambios. Así, pasados diez años desde la catástrofe nuclear de Fukushima, por no haber aprendido la lección, Japón sigue dependiendo de las energías fósiles y la energía nuclear, y acumula un gran retraso en sus esfuerzos hacia una transición energética. En Estados Unidos no se ha abordado en profundidad la raíz de la crisis financiera. El sistema financiero está un poco mejor regulado a día de hoy, pero persiste el problema de fondo, que no es otro sino el de los ingresos de las clases populares, históricamente bajos. Han aparecido nuevos endeudamientos, en particular los de los estudiantes, que potencialmente pueden ser aún más insostenibles que las subprimes. De hecho, desde 2008 la tendencia estadounidense a una mayor desigualdad se ha ido agravando, y la crisis económica ha dado lugar a una crisis democrática. La elección de Donald Trump y la polarización extrema del debate político son hechos sintomáticos de esta última.
En este libro, exploraré las condiciones que se requieren para superar las crisis sociales y ecológicas que estamos viviendo. La primera de estas condiciones se basa en un estudio serio de los hechos, que permitirá elaborar un programa de transformación social que deje de contraponer la ecología y la justicia social; haciendo, en su lugar, de ambos objetivos uno solo, e incluso un proyecto de sociedad. Las ciencias sociales y ambientales son unas aliadas excelentes en este camino, así como el análisis comparado de los fracasos y los éxitos de las diferentes sociedades, ricas o pobres, pero en todo caso enfrentadas a las desigualdades y a esa vuelta a los límites ecológicos. Esta investigación mundial e interdisciplinaria constituye el hilo conductor del presente libro.
París, mayo de 2021
Introducción
La reducción de las desigualdades y la protección de la naturaleza mantienen