Mujeres al frente: La ley de las más nobles
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"Lula Gómez nos enfrenta, a través de los testimonios de estas siete valiosas mujeres, no sólo a las realidades complejísimas de una guerra donde todo es maraña difícil de desentrañar, sino, y sobre todo, a la capacidad de resistencia que ellas ilustran apoyadas en su dignidad, su valentía y no poca imaginación". Del epílogo de Piedad Bonnett
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Mujeres al frente - Lula Gómez
Primera edición digital: septiembre 2017
Colección Contraluz
Directora de la colección: Lula Gómez
Ilustración de la cubierta: Rafa Maltés
Fotografías: Carolina Satizábal, de su trabajo Ausentes
y Eulalia Valderrama, de su trabajo Des-arraigo
Diseño de la colección: Jorge Chamorro
Edición: Juan Francisco Gordo
Revisión: David García
Versión digital realizada por Libros.com
© 2017 Lula Gómez
© 2017 Libros.com
editorial@libros.com
ISBN digital: 978-84-17236-05-2
Lula Gómez
Mujeres al frente
La ley de las más nobles
Prólogo de Baltasar Garzón
Epílogo de Piedad Bonnett
A mi madre.
«No estaría mal escribir un libro sobre la guerra que provocara náuseas, que lograra que la sola idea de la guerra diera asco. Que pareciera de locos. Que hiciera vomitar a los generales».
La guerra no tiene rostro de mujer, Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura 2015
Índice
Portada
Créditos
Título y autor
Dedicatoria
Cita
Prólogo de la autora
Prólogo. Mujeres de la paz, Lisístratas de Colombia. Por Baltasar Garzón Real
Introducción
Beatriz Montoya
Luz Marina Bernal
Nelly Velandia
Patricia Guerrero
Luz Marina Becerra
Mayerlis Angarita
Vera Grabe
Epílogo. Un testimonio de dignidad y coraje. Por Piedad Bonnett
Mecenas
Contraportada
Prólogo de la autora
Soy de una generación en la que no se nos habló de la Guerra Civil. No se nos contó de la barbarie de una España contra la otra, del fratricidio de quienes lucharon contra sus tripas y con ellas, contra su sangre, de tres años de contienda, de muchos más de 40 de penurias… Ese tema se prefería dejar apartado en algún cajón oculto de la memoria, como si no hubiera ocurrido, como a los muchos muertos que siguen en las cunetas: «Mejor no removerlos», dicen algunos. En casa no escuché hablar del hambre de la posguerra que sí vivieron mis padres, ni de qué significa estar en el frente, algo que por lógica y edad les tocó a mis abuelos. ¿No había habido miedo, vergüenza, orgullo, recelos, desconfianzas, nada que contar, nada de lo que aprender de aquella infamia? Tantas preguntas. Y un silencio que mata y entierra.
Pero la guerra nos la meten por los ojos. Marca. Yo, como niña, la había visto ya en tantas películas… En la Biblia contada a los niños, en las historias de vaqueros e indios en las que había siempre que matar, en batallas interestelares… y más cerca, la intuía también en aquellas historias de casa de las que no se hablaba.
Mi abuelo sí participó en la guerra, en la nuestra —me cuesta escribir ese posesivo—. Yo lo sabía, así que un día, estando solos, me atreví a preguntarle si él había matado. Estaba sentado, leyendo donde lo hacía habitualmente, sobre la mesa del comedor. Me miró, se calló unos segundos y con la cabeza asintió. No entró en detalles. Triste me contó que él había participado, que estuvo dentro y que la única lección que querría trasladarme es que no hay mayor equivocación que acabar a tiros. «Sigo pensando en ello», me comentó. No me atreví a preguntar más.
Veo guerras en muchos frentes. No hace falta recurrir a la épica ni saltar a otros continentes; están en nuestros barrios, en la desigualdad, en el terrorismo machista, en la valla de Melilla, en los miles de sirios que no quieren que les caigan más bombas sobre sus casas… También en Colombia, de donde parte este libro, un país donde todavía muchos eufemísticamente hablan de conflicto por no decir guerra. Colombia es un país que conozco bien. He vivido allí varios años y me fascina. Me resulta muchas veces complicado explicarlo y rebato con fuerzas a los que sólo destacan los dos mares que tienen y las tres cordilleras andinas, además de una de las faunas y floras más ricas del planeta. «¿Y la desigualdad?», digo. «¿Y la pobreza? ¿Y la violencia instaurada? ¿Y la normalización de la barbarie?». «No es normal que nos violenten, que nos violen. No es normal que nos desaparezcan, que nos maten», dice una de las protagonistas de este libro. Porque la guerra en Colombia hizo ordinaria la violencia. La parte con la que me quedo, lo positivo de aquel país son sus gentes, las no atroces, los hombres y mujeres que se enfrentan al sistema, se comen su miedo y se atreven a alzarse ante los violentos. Y ahí, hay tantas mujeres…
Aquí sólo recojo las voces de siete.
Sus testimonios podrían resultar reiterativos. Todas hablan de la guerra, se repite el horror, se insiste en las muchas miles de veces que los cuerpos de las mujeres se han utilizado como botín de guerra por unos y otros. Narran, como si de un coro se tratase, cómo superaron el miedo de las amenazas, el dolor de enterrar sin tiempo ni duelo, ni siquiera palas a los seres queridos, cómo les quitaron sus tierras y tuvieron que salir corriendo con la nada como equipaje… Señalan con temor las causas que han llevado a que los ríos se tiñan de sangre. Pero eso es la guerra.
Ante tanto horror, queda agarrarse a ellas, que se sitúan por encima de la guerra. Las siete heroínas que llenan estas páginas: Mayerlis Angarita, Patricia Guerrero, Vera Grabe, Luz Marina Bernal, Nelly Velandia, Beatriz Montoya y Luz Marina Becerra luchan contra el patriarcado, contra un sistema en el que impera la ley del más fuerte, ya sea hombre, blanco, rico… Todas ellas, entrevistadas antes de la firma del proceso de paz para el documental que lleva el mismo título que el libro, batallan por un país más justo, más diverso y más igualitario. Ojalá aprendiésemos, ojalá fueran presidentas, ojalá un liderazgo como el de ellas.
Lula Gómez
Prólogo. Mujeres de la paz, Lisístratas de Colombia
Por Baltasar Garzón Real
El camino ha sido largo y tortuoso, sembrado de muertes y víctimas desamparadas, mujeres y niños cruelmente afectados por la violencia, familias destrozadas, asesinatos indiscriminados, 50 años de conflicto armado con más de ocho millones de víctimas registradas, según estimaciones oficiales. Lo que no dicen los números es que el 80 por ciento de las víctimas han sido civiles y que los seis millones de personas desplazadas dentro y fuera del territorio por fin ven un rayo de esperanza: conseguir la tan deseada paz definitiva.
Durante todo este tiempo las mujeres colombianas han sido, una vez más, la columna vertebral que ha sostenido el destrozado cuerpo social del país. Han resistido y se han convertido en gestoras de paz y de reconciliación. Han vivido en carne propia todos los horrores de la guerra y sin embargo han decidido tomar el camino de esperanza hacia una nueva vida, sin olvidar el pasado, pero caminando hacia delante y ayudando a otros a avanzar con ellas.
Abrir este camino hacia la reconciliación en el sentido más profundo será tarea de todos, pero sobre todo de las fuertes, poderosas y magníficas mujeres colombianas, las que trabajan para un presente y un futuro de paz para sus hijos y nietos, las que luchan con uñas y dientes para recuperar sus vidas destrozadas por la cruenta guerra que ha asolado Colombia durante tanto tiempo. Porque hay un rayo de esperanza, y es a ellas a las que ilumina.
Comienza también ahora la larga senda de vuelta a casa de los desplazados. Reconstruir los pueblos, las familias, la convivencia, será tarea de todos, y las mujeres con los pies en la tierra serán el cemento necesario para volver a levantar la amalgama de los cimientos de una sociedad que se enfrente al futuro con esperanza en la paz y en la convivencia, en el perdón y la reconciliación indispensables para seguir adelante sobre las ruinas y los cadáveres de la guerra.
Recuerdo a una magnífica Nuria Espert interpretando a Lisístrata en el Teatro Eslava de Madrid,