Renike
Por Eduany Silva
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Este libro es un viaje. Un viaje que te llevará hasta África, a Mozambique, pero que también te transportará al interior del alma humana conectando ideas, emociones y acciones, las cuales sobrepasan barreras de lenguaje, culturales, religiosas y filosóficas.
Te enseñará que hay lugares, personas y decisiones que crean historias muy difíciles de olvidar.
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Renike - Eduany Silva
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
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© Eduany Silva
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
Ilustradora : Shione Hara
Primera Editora : Yeni Rueda
ISBN: 978-84-1144-548-1
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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.
Para mamá,
por amarme más de lo que se ama ella,
y a las mujeres que han tocado mi vida.
Prólogo
Antes de dar inicio a este prólogo, que no hará justicia a la obra, he de agradecer a Eduany el tiempo y la dedicación que ha depositado tras estas páginas para construir y regalarnos Renike. Con la gran cantidad de obras que ven la luz hoy por hoy, el lector se sentirá tremendamente agradecido por poder leer algo que de verdad es diferente, que se siente verosímil y que no nos deja indiferentes.
Una de las claves que me gustaría resaltar es la veracidad de los personajes. Todos mantienen el decoro continuamente, haciéndolos completamente creíbles y fácilmente imaginables, algo que no es nada sencillo de conseguir. Los diálogos (con algunos en portugués), la diversidad de caracteres, el pasado que no se nos deja ver del todo de la protagonista narradora… Todos estos factores suman a la hora de sumergir al lector en la realidad de cada uno de los personajes que tenemos el placer de conocer.
Por otro lado, otra clave importante que rodea a todos estos grandes personajes es el escenario, el paisaje, el contexto en el que se mueven. Porque no solamente la protagonista viaja para ver mundo, sino también para cambiarlo, y esto la lleva hasta Mozambique. Sus condiciones quedan perfectamente representadas gracias a la autora, que demuestra un gran dominio del contexto político y social de la zona.
Esta mezcla exacta y equilibrada provoca que la trama principal se desarrolle con naturalidad, sin sentirse forzada, con una prosa precisa y armoniosa que lleva al lector a un lado y a otro en pos de seguir leyendo hasta conocer la resolución de aquella.
Por tanto, solo me quedan palabras de agradecimiento y admiración para Eduany por habernos deleitado con esta novela. Muchas gracias por este regalo que nos has hecho. Estoy seguro de que tu novela viajará hasta los rincones más inesperados y que entretendrá y ayudará a quienes la necesiten.
Agradecimientos
Amalia
Toskary
Aldair
Pavòn
Benjamin
Alejandra
Yanny
Yeni
Frida
Araceli
Eufrosina
Pavel
Lucia
Jasmín
Luz
Trine
Elisabeth
Carmen
Laura
Karime
Jonathan
Patrick
Teaghan
Cassidy
Danae
Martin
Diana
Nikki
Ryan
Jess
Jen
Fernanda
Choert
Javier
Juliana C.
Kristel
Alena
Andrea
Renata
Gabriela
Pamela
Camila N.
Sophie P.
Angel
Aaron
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Julie
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Amanda
Fran
Cora
Eva
Alaita
Juliana R.
Cedalia
Jenifer
Chiara
Sebastian
Denise
Paige
Grace
Jason
Guchi
Merce
Regina
Olga
Aracel
Angelica
Belmira
Aida
Jiwon
Vanessa
Martha
Queen
Desire
Parte I
Transición en Maputo
Viernes, 26 de octubre, 2018
Hace cuatro días que estoy en Maputo. Apenas hoy he podido tomarme unas horas, regaladas por el insomnio, para escribir esta entrada. Prefiero escribir de madrugada: el aire fresco corre por la ventana de esta pequeña habitación y lo callada que es la noche me brinda paz, interrumpida solo por la banda sonora de los grillos. Sé que es mi mala costumbre de agarrar esta libreta como diario o bitácora de viajes; siempre he procurado escribir para poner en orden mis pensamientos y este espacio lo refleja. También, hasta ahora, he procesado mejor todo lo que he vivido desde que llegue a África y creo que es el momento para contarlo. Esta vez me he tomado mayor libertad con mis sentimientos, aunque no me gusta hacerlo porque esos van y vienen de acuerdo al día. Por eso siempre he valorado más mis ideas, porque esas no vuelven una vez que te dejan.
Bob Dylan tenía razón cuando escribió Mozambique. Sí es una tierra mágica con personas alegres que les encanta bailar y puedes encontrar el amor en sus playas; contrastando con la idea que, usualmente, se plantea cuando les cuento a mis amigos dónde me encuentro. Ellos piensan que solo existen niños con barrigas grandes, viviendo en pequeñas aldeas y en estado de hambruna, muchos animales salvajes corriendo por la sabana. No los culpo, es la idea que han sacado de National Geographic. Aunque no es del todo distante: sí estoy en unos de los países más pobres del mundo, sí existen animales salvajes, pero la realidad es más compleja que eso. Poco a poco, con diversas anécdotas de viaje y fotos, les he ofrecido otra imagen del país. Pero algunos aún se pierden dentro de la geografía del extenso continente africano; como una amiga que me envió un mensaje diciéndome que me cuidara del ébola y yo le contesté que gracias, pero esa epidemia se encontraba en auge en el Congo, la ubiqué en el globo terráqueo diciendo que encontrara la isla de Madagascar y a un lado está Mozambique, para darle a entender que no estaba en el mismo lugar.
El lunes llegué en un vuelo nacional —proveniente de Quelimane, capital de la provincia de Zambezia, en el centro de Mozambique— de la aerolínea LAM (Línea Aérea de Mozambique), que solo tiene 4 aeronaves. En otro contexto social, sería una operadora low-cost por sus servicios básicos; sin embargo, aquí el transporte aéreo es un lujo. La mayor parte de la población no puede pagar y, por ende, la empresa no ve la necesidad de invertir en la flotilla. Tras dos horas de vuelo aterricé justo aquí, en la ciudad más grande del país y considerada su vórtice comercial: Maputo.
Esta ciudad representa para mí el cierre de un ciclo, de una aventura; así como las tortugas regresan al lugar que las vio nacer para desovar una nueva generación, así he vuelto al sitio donde comenzó mi travesía personal. En esta aventura he reafirmado mi teoría sobre la vida, que nuestra existencia está regida por tres conceptos: un lugar que te cambie la vida, una persona a la que no podrás olvidar o que te ayudará a descubrirte y una decisión que cambie tu suerte, el punto de no retorno.
Este viaje de regreso lo hago con Roberto, mi compañero de equipo y mejor amigo. Cuando llegamos a la salida del aeropuerto internacional de la ciudad, un sentimiento de nostalgia se apoderó de mí. Estábamos afuera conversando, atentos al vehículo de la ONG que nos recogería. Yo fumaba como de costumbre, Roberto me hacía miradas que ya dejara el vicio —tal como la primera vez que cruzamos esas puertas; teníamos seis meses de haber llegado a Mozambique, «Moz», llamada cariñosamente por los voluntarios— mientras recordábamos lo que nos trajo a estas tierras: una inocente búsqueda de Google, la huida de nuestra rutina de oficinistas, la idea y ganas de buscar algo significativo de la vida, la audacia de embarcarnos a lo desconocido para buscar un cambio de perspectiva. Algo que definitivamente nos sacara de nuestra zona de confort.
Y así, ambos en nuestros veintitantos con las ganas de salir del statu quo, nos embarcamos en un viaje con sentido social. Roberto quería tomarse un descanso de su exitosa carrera corporativa reflejada en su Golden American Express. No poseía apellido ni abolengo ni familia rica, había ganado cada ascenso por su esfuerzo y estudios. Su padre era ganadero a pequeña escala y su madre, repostera. Tenía una hermana que era 6 años menor que él y no se frecuentaban por el exceso de trabajo de su vida en Buenos Aires. En realidad, solo le hacía falta casarse para tener la vida que venden los comerciales, comentario que amigos mayores y jefes sacaban a relucir en cada asado. Un día, lo sorprendí en una llamada de 3 horas y me confesó que su mentor —llamémosle su hada madrina— le dijo que se tomara un año sabático antes de dar el paso definitivo hacia el matrimonio. Roberto tomó el consejo al pie de la letra y se fue al Amazonas para luego enrolarse en el programa de voluntariado.
Yo quería salirme del círculo vicioso de las apariencias, las fiestas con amigos me habían cansado, nuestras conversaciones giraban sobre quién planearía la siguiente fiesta, a qué amiga le habían sido infiel, los chismes familiares y, sobre todo, los planes de negocio para agrandar la cuenta bancaria. Mi apellido materno era conocido en todo Oaxaca, pertenecía a un legado de tres generaciones de una familia chocolatera que también había incursionado en hotelería y política; entonces dudaba constantemente si las personas se acercaban a mí por conocerme o porque ya sabían quién era. Eso me volvió insufrible y muy desconfiada, hasta de mis propios logros. Por ejemplo, el trabajo que tenía lo había conseguido gracias a las amistades de mi madre, así que no sabía si lo hacía bien o si no me podían correr.
Todavía no sé si fue el algoritmo del buscador o algo del destino, pero a los dos nos mandó a la misma oficina filial en Estados Unidos. Hubo días en que no creí que completaríamos el programa de entrenamiento obligatorio para venir a Moz. Fueron seis meses que se sintieron como años y eso nos unió como una familia. Prueba de ello fue el viaje a Wisconsin. En ese entonces éramos cuatro en el equipo, Roberto era el único hombre. Era pleno invierno de enero, a menos 15 grados centígrados. Estuvimos recaudando fondos de 9 a. m. a 5 p. m. en la intemperie, se nos quemaron las manos por el frío a pesar de los guantes y las bolsitas de calor, tuvimos calambres en los pies por estar parados y me puse de mal humor. Ese día, por la mañana, había discutido con Roberto por el couchsurfing que consiguió, no recuerdo exactamente el motivo de la pelea, pero sí que se molestó mucho. Se nos pasó el drama en el transcurso del día y gracias a mis habilidades administrando el presupuesto, terminamos hospedados en un Holiday Inn.
Aunque no reunimos la cantidad que necesitábamos en el evento, nos dimos la libertad de relajarnos en el jacuzzi del hotel. Compramos una botella de vodka y una de Rosé —sabía a jarabe para la tos— que se terminaron nuestras compañeras de equipo. Al despertar me di cuenta que éramos tres en una sola cama, porque la otra la mojó una compañera que se orinó. Por ese y todos los momentos en los que nos hemos ayudado el uno al otro, sobrellevando nuestras dudas, alegrías, tristezas, pero sobre todo por nuestros dramas, mi amistad con Roberto es brutalmente honesta.
Volar de Quelimane a Maputo nos ahorró dos días de viaje por carretera en NAGI, la empresa de autobuses que recorre el país, aunque nunca supe su significado. Es la única donde no dejan subir animales y por ende se le considera de primera clase. Esto lo sé porque cuando llegamos de Massachusetts —al iniciar oficialmente nuestro periodo de voluntariado— tuvimos que movernos por tierra. En esa ocasión tuvimos que salir a las cinco de la madrugada de Maputo para recorrer 3,943 km hacia el norte, yendo justo al centro del país. Fue así como conocimos más de la mitad de la superficie de un territorio de 4,783 km. Observé la tierra de sus planicies color ladrillo, a la cual la vegetación a veces dejaba desnuda. En otros trayectos, los árboles y las montañas rocosas al lado de la vía —que resguardan el Parque Nacional de Gorongoza— nos cubrían del inmenso sol; también observé los pequeños pueblos a orilla de carretera, donde la gente vendía sus verduras en canastas o bajo un plástico. Usualmente eran mujeres y niños quienes corrían al autobús para ofrecer elotes asados sazonados por el polvo de los carros, al igual que las medidas de cacahuetes en latas de sardina. Como el vehículo andaba a poca velocidad, había personas que aprovechaban y compraban por la ventana. Era tanto el meneo del autobús que nos golpeábamos la espalda en una carretera destruida por inmensos hoyos, que terminaron por reventar una llanta. Durante ese viaje hicimos una parada en la ciudad de Chimoio, perteneciente a la provincia de Manica. En las tres horas del transbordo de pasajeros aprovechamos para comer algo y apreciar, a simple vista, el desarrollo económico de una ciudad industrial con carreteras de doble carril totalmente iluminadas y pavimentadas; los centros comerciales en edificios nuevos y la visible contaminación del aire por las fábricas; autos de lujo circulando en sus vías y demasiados comercios en la calle con el bullicio de los transeúntes. Era una ciudad normal, en apariencia, que nos sacaba de la realidad que hace unas horas teníamos. La ciudad no era distinta a ninguna de nuestros países y nos tenía en shock; era un cambio radical entre las diferentes aristas que puede tener Mozambique. Nuestro destino era el distrito de Nicoadala —en la provincia de Zambezia—, cuya ciudad principal es Quelimane.
Mientras esperábamos que llegaran al aeropuerto por nosotros y acostumbrados a la espera paciente —debido a la inexistente puntualidad—, recordé que el primer día de los dos —y después de pasar por