Ella que decidió
Por Rosa Virginia
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¿Cómo sacar partido a todo lo que vivimos? Celebrando y aceptando tu historia personal. Sea cual sea.
Absolutamente todo lo que nos sucede pasa por alguna razón y, mejor aún, pasa por una buena razón; solo si así lo decides.
Ella que decidió es una afirmación, una celebración, una declaración a situaciones propias y a tantas otras ajenas que nos afectan queriendo o no.Este es un libro para los que quieren hacer y no hacen. Para los que quieren vencer y tienen miedo. Para los que buscan y no encuentran. Para los que quieren crecer y no encuentran cómo. Este es un libro con significado; para una vida con propósito. No solo para encontrar tu propósito, sino para que tu día a día sea un propósito por sí mismo. Para que vivas cada día de tu vida.
Este es un libro para decidir vivir, aprender y crecer, un libro para hacer tuyo, para escribirlo y liberarte en él.
Rosa Virginia
Nacida en Valencia (Venezuela), Rosa Virginia es abogada de profesión, comunicadora de vocación y positiva irremediable por decisión. A los veinticinco años emigró a Barcelona, haciendo de este su hogar, donde estudió tres másteres: en Marketing Digital, E-commerce y Comunicación Empresarial. Es en esta ciudad donde formó su familia, donde reside hasta la fecha y desde donde actualmente crea contenidos en su canal de YouTube, compartiendo información relevante y útil para todos los amantes de la Ciudad Condal y los aprendizajes que surgen en el camino; así como su viaje de nueva emprendedora con su recién nacida marca, Barcelona Keepers, donde celebra la ciudad que le ha brindado tantas oportunidades y gratas vivencias.
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Ella que decidió - Rosa Virginia
Ella que decidió
Primera edición: 2019
ISBN: 9788417887353
ISBN eBook: 9788417887773
© del texto:
Rosa Virginia
© del diseño de esta edición:
Penguin Random House Grupo Editorial
(Caligrama, 2019
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com)
© de la imagen de cubierta:
Rosa Virginia
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
A ti, que sabes que tienes un poder
y decides no usarlo.
A ti, que lo usas para cambiar el mundo.
A ti, que me incitas a usar el mío.
A mi madre, por una crianza invaluable..
Al lector
Pareciera que aquello que queremos hacer va en paralelo y no seguido. Es decir, debería ser: «Queremos hacer. Queremos y, por consiguiente, hacemos». Tenemos la voluntad de hacer algo y, como consecuencia, lo hacemos. Punto.
¿Imaginas la vida así de simple? ¿Así de directa? ¿Así de productiva?
Normalmente, no se presenta de esta forma. Escucho mil veces «quiero escribir un libro», «quiero viajar a Grecia», «quiero emigrar a algún país», «quiero estudiar otro idioma», «quiero tener una relación estable», «quiero ganar más dinero»…
«Quiero hacer» va más como uno en contra de otro, o en conflicto con el otro. Van compitiendo sin coincidir en ningún punto; punto que es el lugar donde comienza a suceder la magia, siempre a nuestra voluntad.
Porque para escribir ese libro, ¿has plasmado sobre el papel tu primera línea? ¿Tienes siquiera un tema?
Porque para viajar a Grecia, ¿has elaborado un presupuesto? ¿Cuánto tienes que ahorrar para hacer realidad ese sueño? O, mejor aún, ¿has comenzado a ahorrar para llevarlo a cabo?
Porque para emigrar, ¿te has sentado a investigar dónde podrías ir? ¿Has ido a tu consulado a asesorarte al respecto?
Porque para estudiar otro idioma, ¿has averiguado algún curso cerca de casa? ¿Has probado a decir algunas palabras?
Porque para tener una relación estable, ¿has invertido primero en ti y en aquello que quieres en la persona que buscas? ¿Has aprendido de relaciones anteriores y estás listo para una nueva aventura?
Porque para ganar más dinero, ¿has conversado con tu jefe? ¿Tienes la certeza de que profesionalmente estás listo para exigir y ganar más? O tal vez, ¿has comenzado a controlar tus gastos, lo que también se traduciría en ganar más?
Por tanto, «queremos» va por un lado y «hacer» va por otro. ¿Y si fuesen de la mano?
Juzgando a otros
Ni en un millón de años podría haber imaginado un desenlace así. Tampoco imaginaba el final; ciertamente, ese final no se me habría ocurrido. En ocasiones, puedo revivirlo minuto a minuto en mi cabeza y no hay ni una sola vez que me deje menos sorprendida; o puede que lo que más llame mi atención sea mi reacción y pensamiento al respecto.
Tenía dieciséis años. Cuando cumplí los once, una de las mejores amigas de mi hermana se fue de intercambio a Nebraska durante un año. Por mi parte, yo no tenía ni idea de lo que era irme de casa de intercambio, y mucho menos sabía dónde quedaba Nebraska, aunque me sonaba a que era un lugar en el que hacía mucho frío. Hoy día no sé si hace tanto frío; me sigue sonando a que sí.
La cuestión es que desde ese momento decidí que quería hacerlo: quería irme de intercambio, de erasmus. Así que me propuse, sin descanso, decirle a mamá que yo también quería marcharme un año cuando me graduara en el colegio.
Mi madre siempre me ha tomado muy en serio, cosa que, ahora que soy madre, valoro enormemente. Y pese a que los años de secundaria iban pasando, mi madre, que ya tenía claro mi proyecto, porque no dejaba de repetírselo año tras año, había programado que fuese una realidad. Aunque claro, adolescente como era, yo no tenía ni idea de lo que podía costar y de todo el esfuerzo que conlleva una actividad como esta.
Para entenderlo, hay que poner en contexto la situación. Mi madre se divorció cuando yo tenía dos años. Crecí con una madre sumamente trabajadora, always in the run, una abuela que nos daba soporte logístico y mucho cariño, y dos hermanos. De ellos, la mayor, se casó por voluntad propia cuando yo tenía once años. Ella contaba entonces con veintiuno. Tengo que acotar este detalle porque conforme crezco, más insólito me parece, teniendo en cuenta la edad en la que lo hizo, aunque años más tarde yo cometiera exactamente el mismo error.
Cuando yo tenía catorce, mi otro hermano emigró a España, así que me quedé sola en casa con mi abuela y mi madre. Y mi padre… Mi padre es el verdadero protagonista de este gran momento, que supuso para mí un aprendizaje del cual quiero hablar. Mi padre era muy complicado debido a su carácter; era una persona difícil, que no inspiraba respeto, pero sí un poco de miedo. Un hombre con el que no querías discutir, porque no había forma de discutir algo con él; de hecho, no lo recuerdo como alguien con quien se pudiese debatir una idea o tratar un tema. Por todo ello, obviamente, no crecí escuchando historias donde se referían a él como ese gran personaje con el que querías sentarte a hablar. Eso sí, era un hombre muy atractivo, encantador, determinado y terco. Un hombre que decidió voluntariamente quitarse la vida.
Es la primera vez que escribo esta afirmación… De alguna forma, resulta incluso terapéutico.
Recuerdo a mi padre caminando con dos piernas completamente sanas, hablando fluido y siendo normal. Solo tengo dos o tres recuerdos de él en ese estado. A veces dudo de ellos y pienso que quizá me los he inventado, o tal vez ha sido así y nadie me ha corregido con los años. En el resto de imágenes que guardo almacenadas en mi memoria él aparece con la mitad derecha de su cuerpo dormida, con un hueco cerca de la sien, que le tapaba una de las patillas de esas gafas que siempre usaba, y un problema de lenguaje que convertía cualquier diálogo en algo bastante singular. Aunque se hacía entender, siempre lo hacía.
Caminaba apoyado en un bastón, con el brazo derecho muerto y doblado, guindando, pero con una tenacidad que lo hizo despertar durante un intento de robo que casi lo deja en estado vegetal. Sobrevivir después de tres heridas de bala no es algo que pueda decir todo el mundo.
Recuerdo perfectamente que no podía abrazar a papá sin que me dieran ganas de llorar; no lo lograba. Tenía que apartarme y mirar hacia otro lado. Luego comprendí que era porque no conseguía imaginármelo envejeciendo. No entendía cómo se iría apagando su vida de forma paulatina, natural. Aunque ello ya estuviera sucediendo y yo ni siquiera lo notase.
Claro, a esto iba: mi padre no nació así. Su estado fue consecuencia de un accidente que cambió todo; no diría que mi vida, porque yo crecí viéndolo así y no conocí otra realidad, pero sí alteró el rumbo de toda mi familia. Y lo que faltaba.
Como decía antes, normal no era una palabra que pudiese asociar con papá: por su estado, por su personalidad y por sus razonamientos. Así que cuando fui a