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La abuela pirata
La abuela pirata
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Libro electrónico277 páginas3 horas

La abuela pirata

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SUMMARY IN SPANISH:
Un libro en espaÑol para niÑos de 10 a 12 aÑos, lleno de fantÁsticas ilustraciones, misterio y aventuras piratas.

Conoces la Isla de la Fortuna? Es una isla que emerge de las profundidades del mar solo un dÍa cada cuarenta aÑos y estÁ cargada de tesoros de todo tipo. Todos los piratas del mundo quieren ir! Pero cuidado, deberÁn abandonarla antes de que se sumerja!

Marina y Ulises estÁn a punto de adentrarse en una increÍble aventura. Cuando llegan a la mansiÓn de su abuela, descubren el secreto mejor guardado de la familia: la abuela es en realidad una famosa pirata! El secuestro de Ulises por parte de la tripulaciÓn de Bogavante, un terrible pirata, serÁ el inicio de un viaje inolvidable, lleno de acciÓn, de fantasÍa y de misterios, y en el que ademÁs podrÁs conocer a los protagonistas de un montÓn de leyendas de nuestros mares.

LIBRO ESCRITO ORIGINALMENTE EN ESPAÑOL.

_________________________________________

SUMMARY IN ENGLISH:
A book in Spanish for children from 10 to 12 years old, full of fantastic illustrations, mystery and pirate adventures.

Do you know the Island of Fortune? It's an island that emerges from the depths of the sea only one day every forty years and is loaded with treasures of all kinds. All the pirates in the world want to go there! But beware, they'll have to leave it before it dives back in!

Marina and Ulises are about to delve into an amazing adventure. When they get to their grandmother's mansion, they discover the family's best-kept secret: Grandma is actually a famous pirate! The kidnapping of Ulises by the crew of Bogavante, a terrible pirate, will be the beginning of an unforgettable journey, full of action, fantasy and mysteries, where you will meet the characters from a lot of sea legends.

ORIGINALLY WRITTEN IN SPANISH
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 may 2023
ISBN9788418664731
La abuela pirata

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    La abuela pirata - Assumpta Mercader

    Es el primer día de vacaciones: los niños ya han recogido las notas y se han despedido de los profesores hasta el próximo curso. Marina y Ulises están muy contentos, ¡por fin ha llegado el momento de descansar después de tantos días de escuela! En verano, los Coral no se van de viaje a visitar otros países. Ni siquiera pueden ir a pasar unos días a un camping. Es la época del año en que sus padres están más atareados. A los niños no les preocupa demasiado, saben que tendrán mucho tiempo libre para dedicarse a sus aficiones. Marina quiere pasarse los días tocando el violín y Ulises tiene muchas ganas de ir al casal de verano: allí podrá jugar con sus amigos y hacer excursiones en bicicleta hasta la playa.

    Los dos hermanos creen que gozarán de un verano tranquilo, pero están muy equivocados. El mismo día reciben una gran sorpresa. Resulta que el cartero les hace entrega de un objeto muy extraño: una botella de cristal con un pergamino dentro. La botella viene perfectamente timbrada y sellada.

    —Rosa, ¡ven, deprisa! ¡Ha llegado un mensaje de tu madre! —dice el señor Mateo desde la puerta.

    Rosa da un salto de alegría, ¡hacía tiempo que no tenía noticias de su madre! Es una mujer algo especial, le encanta navegar con su barco. Casi siempre se encuentra en altamar y, cuando se comunica con ellos, lo hace de esta curiosa forma.

    Marina y Ulises conocen a su abuela a través de las sorprendentes cartas que les envía porque, de hecho, la han visto muy pocas veces. Su madre abre la botella y lee el pergamino:

    La señora Enriqueta Mistral, viuda del capitán Levante, se complace en invitar a sus nietos, Marina y Ulises, a pasar unas semanas de vacaciones en su mansión de Roca Grande, sobre el gran acantilado de la villa de Calablanca.

    Rosa respira aliviada. Su madre no dice gran cosa, pero al menos parece que está bien y que ya vuelve a estar instalada en tierra firme. Que quiera ver a sus nietos es buena señal. Bien sabe ella que la abuela es muy buena gente, pero también un poco excéntrica.

    —¡Bueno, ya lo habéis oído! Vuestra abuela os echa de menos. Iréis a pasar unos días con ella. ¡Estoy segura de que os lo pasaréis muy bien!

    —¿Cuánto tiempo tendremos que estar allí? —pregunta Marina.

    —No lo sé. Vuestra abuela es una mujer un poco especial, ya lo veréis. Tanto puede ser que os quiera alojar una semana como todo el verano.

    A Ulises le parece una idea excelente. Le encanta conocer nuevos lugares y está convencido de que será muy divertido. En cambio, Marina refunfuña. A ella no le hace falta ir a ningún sitio, solo quiere tocar el violín. Al final, su madre la convence diciéndole que se lo puede llevar con el resto de su equipaje y que allí también podrá practicar.

    Afortunadamente, pueden hablar por teléfono con su abuela para acabar de concretarlo todo. Como sus padres no los pueden acompañar, los niños tendrán que hacer solos el viaje. Cogerán el tren de la costa y, cuando lleguen a Calablanca, ella ya los estará esperando.

    Cuando llega el día de partir, se levantan de buena mañana y se desplazan en metro hasta la Estación del Norte, donde están los trenes que van a todos los lugares del país. Van muy cargados: llevan dos maletas, una pequeña mochila, el violín con las partituras y la pistola lanzarrayos del Capitán Satélite. Su padre, el señor Mateo, entrega a los niños un papel que lleva escritas las paradas que hará el tren y, subrayado en rojo, el sitio en el que deben bajarse: Calablanca. Su madre les regala una fotografía antigua en la que salen la abuela y ella misma, cuando era pequeña, delante de una gran mansión.

    —Aquí pasaréis los próximos días —les dice—. Es el lugar donde nací, la casa en la que vivía antes de venir a la ciudad. Volvimos allí hace unos cuantos años, pero tú, Marina, eras muy pequeña y no te acordarás.

    Ha llegado el momento de despedirse: se dan un montón de besos y abrazos y sus padres se apresuran a darles los últimos consejos y recomendaciones. Por fin, el tren emprende su camino y los dos niños dicen adiós desde la ventana.

    Su madre y su padre han pensado en todo y les han preparado bocadillos para el viaje. Ulises y Marina se los comen mientras se distraen mirando el paisaje. Es entretenido ver cómo va cambiando a medida que avanzan. Las grandes playas de arena dorada dan paso a toda una ristra de pequeñas calas llenas de rocas. El tren cada vez pasa por sitios más escarpados, muy cerca de acantilados altísimos.

    Finalmente, después de atravesar un túnel muy oscuro, ven Calablanca. Es un pequeño pueblo de casitas blancas con una playa bordeada de pinos y un pequeño puerto. Detrás de la villa nace un acantilado que va ganando altura hasta que se convierte en un encumbrado cerro con unas paredes que caen a plomo sobre el mar. En la cima se alza un gran caserón.

    Ulises se levanta de un salto del asiento y, alborotado, pide a Marina la foto antigua que les ha dado su madre. Cuando la mira, ve que la casa que hay en lo alto de la gran roca es la misma que la del retrato.

    —¡Fíjate, Marina, la abuela vive allí arriba! —dice, gritando y señalando con el dedo.

    —¡Ooooh! —dice su hermana, sin poder evitar un chillido de sorpresa.

    Marina y Ulises sujetan sus cosas y bajan del tren. Aún están impresionados por la visión de la casa. La estación está llena de otros viajeros que también han bajado en Calablanca. Buscan con ansia a su abuela y creen que pronto la descubrirán entre la gente. Se abren paso y tratan de encontrarla, pero el andén se va vaciando, el tren se va y ya empiezan a creer que se han olvidado de ellos.

    Es entonces cuando ven llegar un coche antiguo: es un Mercedes-Benz descapotable, de color blanco, un poco destartalado y lleno de arañazos. El automóvil es muy curioso y la persona que lo conduce aún lo es más: un hombre viejo, alto, delgado y con gorra de plato, uniforme y gafas de culo de vaso. Cuando el vehículo se detiene ante ellos, el chófer baja y les abre la puerta de atrás.

    —Marina y Ulises, ¿verdad? —dice mientras hace una reverencia—. Permitid que me presente: ¡Tomás Topo y Terraza, a vuestro servicio! Pero podéis llamarme simplemente señor Topo. La señora Enriqueta me ha enviado para llevaros a Roca Grande. Poneos cómodos mientras cargo el equipaje en el maletero.

    Marina ayuda a su hermano a subir al coche y le abrocha el cinturón de seguridad. Los asientos son de cuero viejo, muy cómodos.

    —Vamos allá arriba, a lo alto de aquel acantilado, ¿verdad? —dice Ulises señalando la roca sobre la cual se ve la gran mansión.

    —¡Exacto! Parece que esté muy lejos, pero no os preocupéis, ¡llegaremos enseguida! —contesta el chófer, que ha cerrado el maletero de una patada y ya vuelve a estar tras el volante—. ¡Agarraos fuerte, que salimos!

    Antes de acabar de decirlo, el coche ya ha arrancado. Va rápido, demasiado rápido para el gusto de Marina. El viejecito conduce como un loco: se mueve a trompicones, esquivando los otros vehículos mientras toca el claxon para pedir paso. De vez en cuando, se acerca peligrosamente a las aceras y los aterrorizados peatones tienen que apartarse dando todo tipo de saltos y movimientos súbitos.

    —¡Te has saltado un paso de cebra y vas contradirección! —le grita Marina.

    —¡Es que no veo mucho, pero tranquilos, ya toco la bocina bien fuerte para no atropellar a nadie!

    Marina está empezando a agobiarse. Ulises, en cambio, no para de reír, se lo está pasando de miedo. ¡Le encanta la velocidad! En un santiamén, el coche atraviesa la pequeña villa y comienza a ascender hacia lo alto del risco. La carretera cada vez es más estrecha y bordea un altísimo precipicio.

    —¡Tendría que ir un poco más despacio! —le dice Marina, enfadada, mientras se sujeta bien fuerte al respaldo del asiento delantero.

    —¡No os preocupéis! ¡No veo muy bien, pero mi nariz y mis orejas funcionan a la perfección! ¡Siguiendo el olor de la brisa marina y los gritos de las gaviotas, sé que voy por buen camino!

    —¿Y cómo sabe cuándo tiene que girar en las curvas? —insiste Marina.

    —¡Ah, bueno, alguna vez me he estrellado, pero no pasa nada! En esta zona el mar es muy profundo. ¡Como mucho saldremos remojados y con un buen resfriado!

    Marina respira aliviada cuando por fin llegan ante la casa. Para entrar, el coche tiene que pasar por debajo de un gran arco de hierro, que se sostiene gracias a dos inmensos pilares de granito. En lo alto, se puede leer la inscripción «Roca Grande». El chófer no termina de acertar el camino y se lleva por delante un pedazo de pilar provocando tal estrépito que Marina y Ulises creen que del susto se les va a salir el corazón por la boca.

    Al fin, el vehículo ralentiza la marcha y se adentra en la propiedad por un largo sendero empinado que sube hasta lo alto de la colina. El caserón es impresionante: un enorme edificio de dos alas con una torre alta en uno de los lados, coronada por un pequeño mirador y un pararrayos en el que da vueltas una veleta metálica en forma de gaviota.

    En el patio de la mansión, delante de los escalones que llevan a la puerta de entrada, hay un pequeño comité de bienvenida formado por tres personajes: un mayordomo alto y elegante, muy estirado; un gigante con la piel de color café con leche, vestido de jardinero, con botas y sombrero de paja; y un chino muy bajito, con delantal y gorro de cocinero. El señor Topo frena justo delante de ellos y los obliga a saltar hacia atrás para evitar ser atropellados. El mayordomo se pone en pie enseguida mientras se sacude los pantalones y les hace una reverencia cuando les abre la puerta del coche.

    —¡Bienvenidos a Roca Grande! Hipólito Impoluto, mayordomo de primera, a su disposición. Permitan que les presente al resto del personal: el señor Sim, nuestro jardinero, y el señor Chang, nuestro cocinero. Al señor Topo, nuestro chófer, ya han tenido el placer de conocerlo. Hagan el favor de acompañarnos.

    Marina y Ulises bajan del coche y los siguen. El mayordomo, el cocinero y el jardinero llevan las maletas y tras ellos van los niños, que, por primera vez, se preguntan cómo debe ser su abuela. De hecho, no saben gran cosa de ella y tienen mucha curiosidad.

    Después de cruzar las enormes puertas de roble de la entrada, la comitiva atraviesa un amplio vestíbulo y a continuación se encarama por una gran escalera de piedra. Los dos hermanos están muy sorprendidos y lo miran todo con ojos como platos. La barandilla de mármol, los cuadros de las paredes, las moquetas… ¡Da gusto verlo! ¡Comparado con el pequeño edificio de dos pisos en el que viven con sus padres, aquello parece un hotel!

    Cuando van por el primer rellano, el mayordomo se dirige a sus ayudantes:

    —Depositad el equipaje de los señores en la habitación de la torre del acantilado, si sois tan amables.

    Luego hace una seña a los niños para que lo sigan, aún tienen que subir dos rellanos más. Cuando llegan al final de la escalera, señala una puerta y dice a los invitados:

    —Supongo que tienen ganas de saludar a su abuela. Adelante, está aquí mismo, en la sala de costura.

    Ulises y Marina se acercan un poco cohibidos a la habitación y miran adentro. Lo primero que ven es una especie de colcha inmensa, hecha de piezas de tela de diferentes colores. Ocupa casi todo el suelo de la sala y termina en la falda de una señora pequeña que, sentada en una butaca, está cosiendo el borde. Lleva gafas y el pelo blanco recogido en un moño. ¡La verdad es que parece muy atareada!

    Hipólito se aclara la garganta y los anuncia:

    —¡Ejem, ejem! Señora Enriqueta, ¡sus nietos!

    La mujer alza la vista y su rostro dibuja una sonrisa; luego se pone en pie con una agilidad sorprendente y avanza por encima de aquella gran tela con los brazos abiertos. Justo en ese momento, el sol poniente entra por la ventana. Los colores vivos; magenta, naranja y rojo de la alfombra se iluminan de repente y toman unos fantásticos tonos irisados. Cuando llega donde están sus nietos y los abraza, parece que los tres estén encima del arcoíris.

    —¡Oh, qué grandes estáis! —exclama mientras los abraza muy fuerte.

    Ulises ríe satisfecho y Marina está tan sorprendida que no sabe qué decir.

    De repente, le llega el aroma de un perfume, una agradable mezcla de sal marina y frutas tropicales. Una fragancia que nunca había olido y que le hace preguntar con curiosidad:

    —Abuela, ¡hueles muy bien! ¿De qué está hecho ese perfume tan bueno?

    La señora Enriqueta la mira con sus ojos azulísimos y, con una sonrisa traviesa, le contesta:

    —Te gusta, ¿verdad? Es una colonia que me gusta mucho. Me la regalaba tu abuelo y aún la uso. ¡Es el olor de la aventura!

    Han pasado los días y, poco a poco, los niños se han ido acostumbrando a la rutina de Roca Grande. Cuando se levantan, desayunan con su abuela y luego pasean con ella por la mansión y los jardines. A menudo bajan a la playa por una escalera de piedra tallada en las paredes del acantilado. La playa de Roca Grande es una cala estrecha que queda encajada entre el muro de roca y el mar. Cuando llega el atardecer, la tierra desaparece inundada por la marea. A Ulises le encanta ir allí porque siempre encuentra conchas, piedras de formas curiosas y trozos de madera doblados por la fuerza de las corrientes marinas.

    A media mañana, los dejan con el mayordomo y entonces tienen tiempo para dedicarse a lo que más les gusta: Marina ensaya con el violín y Ulises lee cómics y luego corre por toda la casa fingiendo que es el Capitán Satélite. Hipólito lo persigue muy preocupado, vigilando que no rompa nada.

    A mediodía comen en el porche, a resguardo del calor, mientras disfrutan de las vistas sobre la bahía. Después echan una pequeña siesta tumbados en el enorme sofá de la sala del mirador, una pintoresca estancia construida justo encima de la pared del acantilado. Tiene unos grandes ventanales y una balconada tan alta que, cuando sales, casi parece que vueles como una gaviota por encima de las nubes.

    Por las tardes, su abuela nunca está. Dice que tiene faena abajo, que hay que arreglar los cimientos. Después de comer, ella y el resto del servicio se van al sótano cargados con martillos, cajas de clavos, metros de cuerda y otras herramientas farragosas, y permanecen allí hasta la hora de cenar.

    —Abuela, ¡nosotros también queremos ver el sótano! —pide Marina.

    —Aún no puede ser. Tenéis que esperar a que esté todo arreglado. ¡Si bajarais ahora, os podríais hacer daño!

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