Cuando El Karma Te Alcance
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Si te va mal, reflexiona, mira en tu pasado, algo habrás hecho mal contra alguien y tendrás que sufrir las consecuencias; si te va bien, es que tus acciones te propiciaron buenas cosas. Todos vamos por la vida a veces haciendo mal a los demás, aprovechándonos de su ignorancia o de su condición y cuando tenemos que sufrir el resultado de nuestras acciones, clamamos a Dios preguntando... ¿por qué a mí? Envidiamos la vida que llevan algunas personas que no se preocupan por el destino, siempre hacen el bien, siempre ayudan a los demás, siempre escuchan a aquel que los busca solicitando ayuda o un consejo. Todo esto y más encontrarás en esta historia, hecha para disfrutarla.
Luis Enrique Pedraza
Luis Enrique Pedraza was born in a place of low resources in the beautiful state of Colima, Mexico, where he did his first studies in the Ignacio Manuel Altamirano school, reaching only the fourth grade. Later at 18, he finished elementary school in Mexico at an adult school. Then, to improve economically, he emigrated to the United States, settling in the beautiful state of California. He first worked in the apple and other fruit orchards in the fields of Watsonville,Castroville and Salinas all in the same of California. Later, he worked in general labor and later joined the OE3 Operators Union, he currently works at CDM Smith and today resides in Spring, Texas, where he enjoys writing in his spare time.
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Cuando El Karma Te Alcance - Luis Enrique Pedraza
Capítulo 1
Sus primeros recuerdos se remontaban, allá por 1973, cuando él era solo un niño ocurrente, como todos los de su edad. Conocía a su padre solo por fotos que su madre le había mostrado, vistiendo uniforme militar; se veía muy guapo y gallardo. Su regimiento había sido enviado a pelear en la guerra que los Estados Unidos había emprendido contra Corea y que se llevó a cabo en Vietnam. Su madre, Sara, llena de esperanza, le decía que un día él iba a regresar. Por fin un día, su padre regresó a casa. Fue un día lleno de luz y de alegría para el pequeño Leo, su padre durante los primeros días era muy osco y reservado con él y con la madre de Leo, que lo dejaba solo cuando lo veía de mal humor.
El exsoldado, de nombre Leonardo, tenía alrededor de 28 años, de mediana estatura, moreno, de pelo ondulado, sólo había estudiado la educación secundaria. Se había enlistado en el ejército para un mejor futuro y conservó por mucho tiempo el paso y el porte militar aprendido en sus días de campaña durante la guerra. Desafortunadamente, también un poco de secuelas y traumas producto de sus terribles impresiones de los enfrentamientos con los enemigos, de lo que prefería contar poco para ir olvidando las terribles escenas vividas.
Pocos días después de su llegada, empezó a trabajar en la pizca de lechuga y la utilizó como terapia ocupacional para lidiar con sus terribles recuerdos. Junto con su madre, entraron a una compañía que hacía un recorrido por los campos de cultivo en varias ciudades del estado. Siempre habían vivido en una casita modesta en Soledad California, un caserío rodeado de campos cultivados, hortalizas y otros cultivos que en cualquier estación se mantenían siempre verdes; bosques de pinos y otros árboles que en otoño tomaban un color ocre, entre café pálido y amarillo y muchos tumbaban sus hojas para resistir mejor el invierno que era muy crudo todos los años.
Sara, su madre, era una mujer llenita, de pelo largo que siempre llevaba en una trenza, de ojos grandes y vivaces de color café, de labios un poco abultados que se podría decir sensuales, de estatura más bien baja, amable y risueña; todo lo hacía con una sonrisa, que a él siempre le gustaba y que había encantado a su padre. Se había criado como todas las hijas de campesinos que trabajaban en los campos de California, Texas, Utah y otros estados de la unión, productores de frutas y hortalizas, a quien sus padres llevaban recorriendo campos y trabajando de sol a sol.
Su padre y su madre eran personas muy trabajadoras, ambos descendientes de mexicanos pero nacidos en la unión americana, lo que se dice pochos o chicanos.
Se conocieron porque los padres de los dos se habían conocido en el pueblo del que eran originarios, un pueblito perdido entre los cerros de Michoacán, según decían. Periódicamente se visitaban y se llevaban regalos, y entre risas y bebidas solían hacer recuerdos del pueblo en que habían nacido y a donde tenían la esperanza de regresar algún día.
Leo, admiraba mucho a su padre, siempre activo y trabajador, que siempre se ganaba fácilmente la buena voluntad de sus patrones; Leo algunas veces le había dicho:
—Papá, cuando crezca, quiero ser como tú.
—No hijo —contestó—, cuando crezcas, quiero que estudies y seas mucho mejor que yo y que seas alguien en la vida y no un simple recogedor de lechuga, un simple campesino que no puede aspirar a más, aunque es un trabajo honrado yo quiero que estudies y te superes. ¿Me entendiste?
Aunque su madre era muy trabajadora y muchas veces acompañaban a su padre en los campos, a veces se quedaba con él en casa. Recordaba también como varias temporadas anduvieron trabajando por el Valle de Salinas y Guilroy, por Colinga del estado de California. Algunas veces fueron hasta Yuma, Arizona, donde se quedaban por varios meses.
En el invierno en que escaseaba el trabajo en los campos, los llamaban para trabajar en las nurserías, en los campos de brócoli o de apio, los cuales se cosechan durante los días lluviosos. Por esa razón no pudo tener una escuela fija como cualquier niño, aunque eso a él no le importaba porque era muy amiguero y siempre dejaba amigos en cada pueblo, deseando siempre volver a su casita en Soledad, en donde siempre lo esperaban sus principales amigos.
Recordaba que muchos de sus amiguitos eran también hijos de campesinos que eran compañeros haciendo las corridas por campos de verduras; había mexicanos, filipinos, guatemaltecos, salvadoreños, algunos negros de Brasil o Haití. En ocasiones hablaba inglés, el cual había aprendido en la escuela pero sus padres se enojaban y le decían que ese idioma era para la calle y en la casa se debía hablar español; Leo no entendía porqué ya que sus padres habían nacido en California y hablaban muy bien el inglés, aunque los papás de sus papás, eran mexicanos, en casa poco se hablaba de ellos.
Hubo un tiempo en que había demasiado trabajo y muy poca gente para trabajar en el campo, Leo oyó a sus papás decir que el presidente de Estados Unidos le estaba pidiendo al presidente de México que enviara más campesinos para trabajar en los campos para cosechar las frutas y verduras.
Recordaba una conversación durante la cena entre sus papás:
—Vieja, no sé si el presidente va a hacer bien o mal.
—¿Por qué viejo?
—Porque cada día hay más gente ilegal en estos lugares y cada día hay más policías de migración correteando gente por los campos.
—Pues sí viejo, pero es gente que viene a hacerle la lucha.
—Sí mujer, yo entiendo, lo malo es que cuando se los llevan, nosotros tenemos que hacer el trabajo que ellos no terminaron y limpiar hasta el cochinero de ellos.
Y era verdad. Recordaba Leo como la policía de migración, se llevaba a los trabajadores con sus familias que con muchos trabajos los habían traído. Él sentía lastima por ellos y comprendía lo que su padre quería decir. Entre los chicanos, mexicanos que nacieron en Estados Unidos, iba naciendo un resentimiento hacia los braceros mexicanos. Él no sabía por qué, si eran todos de las mismas raíces étnicas, pero siempre hay un celo; luego empezó a llegar más gente de fuera para trabajar en los campos y el trabajo se empezó a escasear.
Recordó que su padre le dijo un sábado al regresar del trabajo:
—Hijo, dile adiós a tus amigos de la escuela, nos vamos a mudar para Brentwood, California.
—¿A dónde papá? ¿Dónde queda eso? Mamá, yo nunca he oído de ese pueblo…allá no tengo amigos.
A pesar de que estaba acostumbrado a viajar por muchos lugares a causa del trabajo de sus padres, nunca había oído hablar de ese pueblo.
Al día siguiente, su padre y su madre tenían todo preparado para largarse a aquel pueblo desconocido en donde a su padre le habían ofrecido un puesto de mayordomo, posición que aceptó de buena gana; además de que tendría un mejor sueldo le daba la oportunidad de establecerse para que Leo pudiera estudiar adecuadamente en una buena escuela.
Una de las razones por las cuales le ofrecieron el puesto a su padre, fue por saber hablar fluidamente los dos idiomas, inglés y español. Cuando emprendieron el viaje de salida del pueblo de Soledad, en que habían vivido por varios años, su papá quiso recorrer las pocas calles del pueblo; ya casi a la salida, por las ultimas casas, su padre se detuvo ante una de ellas, y exclamo hacia él:
—Hijo, aquí vive tu tía Elena, pasa para que la conozcas y te despidas de ella.
—¿De mi tía Elena? —respondió Leo con asombro.
—Sí Leo, es la hermana de tu abuelito Miguel, por parte de tu papá —le dijo su madre.
—Sí mamá, pero ¿por qué nunca me habían platicado de ella ni me habían traído a visitarla?
—Mira hijo, tu papá se hablaba muy poco con ella pero es la única hermana que queda por parte de su papá.
Leonardo, su padre, tocó el timbre de la puerta, luego a poco salió una señora, ya entrada en años, con el pelo casi totalmente blanco, saludo a sus papás y los invito a pasar a la sala, donde tomaron asiento. Después un momento de platica en que intercambiaron algunas preguntas, por fin se dirigió hacia Leo, se le quedó mirando y muy emocionada le dijo:
—¡Qué grande estás! ¡Como te pareces a tu abuelito y a tu padre, te ves muy guapo y fuerte!; ven dame un abrazo —exclamó mientras se le acercaba, lo abrazaba y le besaba la mejilla, el chico se sentía cohibido.
—Dale un beso a tu tía hijo porque ya nos vamos —le dijo su madre.
—¿Por qué tan pronto?, si de por sí nunca me habían visitado ¿y ya se van?
—Si tía —dijo su padre—, nos vamos a Brentwood, California; me ofrecieron trabajo de mayordomo y tengo que presentarme allá lo antes posible.
—¡Qué lástima! —contestó la tía Elena a quien al parecer era la primera y la última vez que la vería.
Por la ventana de la camioneta en que viajaban, pudo ver por última vez a aquella viejecita que le decía adiós agitando su manita. Más adelante pasaron por la escuela, se imaginó que iban a decir sus amigos cuando ya lo vieran llegar; ¿lo extrañarían? A esa escuela iba cuatro meses al año, los meses de verano, después, acompañaba a sus padres en las corridas de la lechuga, en su mente siempre van a estar aquellos paseos de los domingos con sus padres por el parque viejo de esa localidad de Soledad, California.
Poco a poco se fue quedando en la lejanía aquel pueblo, que aunque solo vivía ahí cuatro o seis meses del año y de que era muy caliente en verano y muy ventoso en invierno, lo consideraba ‘su pueblo querido’.
El viaje a Brentwood se le hizo largo y eterno, por el camino no hubo nada que le llamara la atención, a ratos dormitaba y a ratos veía pasar las filas interminables de postes alineados a la orilla de la carretera. Como entre sueños, recordaba que sus padres habían comentado algo sobre la tía Elena.
—Pobre tía Elena, soy el único pariente que le queda, se queda sola en ese pueblo. Me siento mal por ella, la voy a extrañar, ella nunca tuvo hijos y ahora me alejo de ella.
—Si viejo, nada más procura llamarle por teléfono continuamente, para que no se sienta sola, no pierdas el contacto con ella.
—Si vieja, tienes razón.
Cuando menos se había dado cuenta, llegaron a un caserío, solo tres o cuatro calles y unas cuantas casas modestas se veían aquí y allá, el clima se sentía muy caliente y seco. A Leo se le hizo muy raro no ver a ninguna persona caminando o realizando alguna labor afuera de su casa, más bien parecía un pueblo abandonado, le causó risa el haber abandonado un pueblo pequeño para llegar a vivir a otro más pequeño. Las planicies a lo lejos y por todos lados se podían ver cubiertas de maizales que el viento las movía haciendo extrañas olas con las espigas de las cañas; se les podían ver los cabellos rubios a los elotes, todo era verde.
—¿Aquí vamos a vivir? —le preguntó a su padre.
—No hijo, no vamos a vivir en el pueblo, vamos a ir a un rancho cerca de aquí.
Leo, ya no ponía atención a los comentarios de sus padres, admirando los campos verdes sembrados de milpas por todos lados. Así, entraron y salieron del pueblo, el vehículo que los transportaba tomo por un camino vecinal muy bien cuidado, cubierto a los lados por multitud de flores de diferentes tipos y colores.
Más adelante, después de recorrer algunas millas, llegaron a un rancho con cercas de madera pintadas de blanco, árboles frutales de diferentes variedades a los lados de la vereda que llevaba a las casas, en la puerta estaban dos personas de tez blanca y un muchacho de tez mas obscura; el hombre blanco, de pelo rubio, casi canoso que sobresalía de un sombrero tipo tejano de ala ancha, su cara se adornaba con un gran mostacho que tapaba completamente su boca, tendría alrededor de 50 años, usaba overol y botas altas, la señora vestía ropa sencilla con un delantal estampado de flores en el que se apreciaban diversas manchas, posiblemente de alimentos que cocinaba, un poco obesa, su cabello en una cola de caballo, dorado como los cabellos de los elotes que se habían visto por todos lados al llegar y al salir del pueblo, ambos tenían ojos de color, muy sonrientes los esperaban a la entrada del rancho.
El muchacho mexicano le ayudó a sus padres con el equipaje, la señora americana se le acercó muy sonriente, tomándolo del brazo y comentándole en un español con acento norteamericano.
—Sin duda tú has de ser el famoso Leo, ¿verdad?
—Si señora —contestó él.
Nos llevaron a una casita enfrente de la casa grande, era espaciosa, aunque pequeña, amueblada con muebles sencillos, tenía su refrigerador de regular tamaño y todos los aparatos eléctricos y utensilios que se podían necesitar para preparar cualquier comida.
Leo se sentía feliz, levantando sus brazos daba vueltas y vueltas, ninguna brisa de viento movía los frondosos y grandes árboles de eucalipto que estaban alineados a la orilla del rancho y que daban bastante sombra amortiguando un poco el sofocante calor del medio día.
De pronto un perro enorme salió de alguna parte y se abalanzó sobre él, por lo que corrió tratando de escapar de aquel enorme animal. Alguien le gritaba al enorme perro mientras su madre le decía que no corriera. Casi llegando al portón de entrada del rancho, el enorme perro lo alcanzo tirándolo al suelo, cayendo el pequeño Leo boca abajo y volteándose rápidamente para protegerse con las manos. El enorme animal no lo atacó, se le quedó viendo con sus grandes ojos, jadeando con la lengua de fuera, tirando su aliento sobre la cara de Leo que muy asustado se quedó inmóvil. El ‘americano’ y su esposa (que luego supo eran Míster y Miss Walker), se acercaron corriendo, tomando al perro de su collar, regañándolo por asustar tan cruelmente a un niño pequeño e indefenso; Leo no lloraba, solamente tenía los ojos muy abiertos todavía por la impresión y el pavor que le había causado el enorme perro de los Walker.
Aquel enorme animal era de raza ‘Papillion’, raza de perros grandes parecidos al ‘San Bernardo’, que aunque juguetones, no son agresivos. Lo que había temido la señora Walker era que el perro pudiera lastimar al niño con su gran cuerpo.
El padre y la madre de Leo muy asustados se acercaron a él, su padre lo levantó y lo abrazó mientras le sacudía la ropa.
—¿Estás bien hijito? ¿No te pasó nada? ¿Te lastimaste? —dijo su madre, mientras su padre le repetía:
—Ya pasó hijo, ya pasó, tranquilo…
Luego se dieron cuenta que el pequeño se había orinado del susto y el miedo.
Mientras tanto la señora Walker se llevaba al enorme animal disculpándose.
El señor Walker comentó que el perro nunca hacía eso, pero como era muy juguetón, tal vez creyó encontrar un compañero de juegos en el niño.
Regresaba la señora Walker diciendo:
—Ya encerré al perro, ya no molestará al niño. Disculpen ustedes la bienvenida, espero que lo que pasó con el perro no cambie su modo de pensar, a Nudo le encanta jugar y el niño sin saberlo corrió por miedo, pero no pasó nada.
El pequeño Leo se sentía avergonzado por haberse orinado en sus pantalones, su madre lo abrazaba y le decía:
—No te preocupes hijo, ya pasó todo, todo va a estar bien, el perro ese es muy juguetón y ya viste, no te hizo nada. Ven, vamos a conocer la casa.
Caminando hacia la casa, Mr. Walker le decía a su padre:
—¿Tú eres veterano de la guerra de Vietnam verdad Leonardo?
—Sí, uno de tantos sobrevivientes por suerte, pero si no le molesta, éste es un tema del que no me gusta hablar y que prefiero olvidar.
—No, no me molesta, solo quería darte las gracias ya que en mi país de origen no se les aprecia ni se les agradece que hayan arriesgado su vida por servir a la patria. Simplemente tienes que ejercer la carrera militar por ley o a fuerzas cuando cumples los 17 años.
—Gracias Mr. Walker.
—No me digas Mr. Walker, dime David que es mi nombre, vamos a hablarnos como amigos, porque eso quiero que seamos y me ayudes con los trabajadores. Sabes hablar muy bien el inglés y el español. Yo lo hablo muy poco y tengo muchos problemas cuando tengo que dar órdenes, muchas cosas no han salido bien por falta de comunicación.
—Gracias Mr. Walker, le agradezco el detalle, pero cuando estemos los dos frente a los trabajadores déjeme llamarle así porque esta gente es muy confianzuda y no quiero que comiencen a faltarle al respeto. Pero dígame, ¿qué es lo que quiere hacer en su rancho?
—Mira Leonardo, tengo más de 80 trabajadores, quiero que te encargues de ellos, de darles las órdenes, para que hagan bien la cosecha y que tú lleves a entregar el producto, ¿ok Leonardo?
—Ok Mr. Walker, perdón, David…
Mientras tanto la señora Walker, muy atenta le mostraba a la madre de Leo la casita en donde sería su vivienda. Aunque en un principio el que estaba contratado era su padre, la señora Walker le pidió a la madre del pequeño que le ayudara con algunas actividades de la casa; ella, por sentirse útil y productiva, aceptó.
El trabajo de Sara sería limpiar la casa de los señores Walker. No podía ser más fácil que ese trabajo, bueno, eso pensaba Leo.
Más tarde Sara llevó al niño a bañarse por el accidente sucedido con el perro y a cambiarse para luego acomodar sus cosas y después echarse a dormir para reponerse del cansancio del largo viaje.
Llegó el lunes por la mañana. Leonardo su padre, como siempre, se había levantado muy temprano para ir a trabajar; era típico en él, levantarse siempre de madrugada.
El sol ya se había levantado hacía rato, Sara despertó a Leo.
—Levántate y vístete, te voy a llevar a tu nueva escuela.
—¿A mi nueva escuela?
—Si hijo, tienes que ir a la escuela, tienes que estudiar, tu padre y yo queremos que llegues a ser un gran profesional, que tengas una carrera y para que conozcas a otros niños de tu edad.
Partieron hacia la escuela a las afueras del pueblo. Era un edificio de una sola planta, no muy grande, ya adentro se veía espacioso, con muchos salones. Entraron al despacho del director, la madre de Leo se presentó hablando inglés, pero ocurrió algo que al chico se le hizo curioso, ¡el director le contestó en español! Leo, no supo si lo hizo por ofender o por el aspecto de hispanos de él y su madre.
—Mi nombre es Paul y tú ¿cómo te llamas? —preguntó.
El chico, por los nervios, no sabía si contestar en inglés o español, sentía tanto nerviosismo que hasta quería ir al baño.
—Contesta hijo —le dijo su madre.
—Perdón —contestó en inglés—, mi nombre es Leonardo pero me dicen Leo, para servirle a usted señor director.
—¡Ooooh, hablas inglés! Muy bien Leo. Ven te voy a llevar a tu nuevo salón para presentarte a tu maestra y a tus compañeros. Señora, si gusta, puede irse, yo me encargo de su hijo, y no se preocupe que queda en buenas manos.
Sara se levantó de su asiento, le dio un beso a su hijo y su bendición y salió. Al llegar a la puerta le alcanzó a decir:
—Pórtate bien, hijo.
El chico se quedó mirando como su madre salía por la puerta y a través del ventanal, vio como llegaba a su carro y se iba perdiéndose en la lejanía, ya que la calle era recta y no había casas alrededor.
El director le puso una mano en un hombro para llevarlo a su salón de clases, le dijo que iría a cuarto grado; si veía que no era su nivel, lo cambiaría al siguiente nivel más arriba.
—¿Como la ves, Leo? —preguntó el director.
El chico por su parte consideró que no tenía nada que decir y solo acertó a decir que sí con un movimiento de cabeza, el chico solo tenía 10 años casi entrando a los once.
Al llegar al salón de clases, el director lo presentó con la maestra, una mujer americana, pelo rubio con corte a los hombros, ojos azules, delgada, alta, vestida con blusa blanca y falda café oscuro, llevaba un pañuelo negro anudado en su cuello; linda, muy linda.
—Maestra Linda, éste es Leo, será su alumno, si ve que está más avanzado me avisa para cambiarlo al salón de quinto año.
—Gracias señor director —contestó la maestra.
Luego dirigiéndose a Leo, le preguntó:
—¿Inglés o español?
—Como usted guste maestra, soy bilingüe —dijo Leo hablando