El cine, décima musa. Alejo Carpentier
Por Salvador Arias
()
Información de este libro electrónico
Gracias al acucioso esfuerzo de compilación de Salvador Arias, se dispone de estos textos sobre cine de Alejo Carpentier que constituyen, según afirma el propio Arias, "un testimonio, no solo del camino recorrido por la décima musa, sino del suyo propio, como escritor y hombre de su tiempo".
Relacionado con El cine, décima musa. Alejo Carpentier
Libros electrónicos relacionados
Escuchando a cine chileno: Las películas desde sus bandas sonoras Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesRaúl Ruiz: Recobrando el tiempo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCien años de cine en Cuba (1897-1997) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesApariciones: Textos sobre cine chileno 1910-2019 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPáginas de cine: Volumen 3 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Cine de Raúl Ruiz: Fantasmas, simulacros y artificios Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl cine tiende sus redes. Relación de la pantalla grande con otras artes Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUn arte de fantasmas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesIberoamérica urbana: Itinerarios por un cine desencantado Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesContra la cinefilia: Historia de un romance exagerado Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cronología del cine cubano II (1936-1944) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCine africano contemporáneo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa tristeza de los tigres y los misterios de Raúl Ruiz Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHablemos de Cine. Antología. Volumen 3 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesArchivos i letrados: Escritos sobre cine en Chile: 1908-1940 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl cine en fuga: Textos en el umbral del milenio Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El cine nómada de Cristián Sánchez Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCarlitos Balá: Lo mejor de mi repertorio Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Del libro a la pantalla: Relaciones del cine y la literatura Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAtar-Gull o Una venganza africana y Una tía Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEntre el arte en la Argentina y el arte argentino Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCombatientes de Perón, herederos de Cristo: Peronismo, religión secular y organizaciones de cuadros Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl excursionista del planeta: Escritos de viaje Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos años chilenos de Raúl Ruiz Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSiempre nos quedará Beirut: Cine de autor y guerra(s) en el Líbano, 1970-2006 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesQuilito Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Certeza de lo imborrable: El cine en busca de sentido (volumen 2) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCine latino de humor negro Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAnalizando South Park -Una Guia Completa Para Fans: Descifrando El Intrincado Mundo De La Serie Y Su Escandaloso Humor Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCines latinoamericanos y transición democrática Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Arte para usted
Historia sencilla de la música Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Gran curso de dibujo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La simiente de la serpiente Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Todo sobre la caligrafía Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Cabeza y retrato: Método para aprender, dominar y disfrutar los secretos del dibujo y la pintura Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Todo sobre la anatomía artística Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Egipto Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Dibujar Gatos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Batman, el héroe: La trilogía de Christopher Nolan Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Mermeladas y otras conservas: Las mejores recetas Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El Manual Del Estilista Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAnatomía artística: Método para aprender, dominar y disfrutar los secretos del dibujo y la pintura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El affaire Arnolfini: Investigación sobre un cuadro de Van Eyck Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Despierta al Artista: Quítate el miedo a empezar y encuentra tu voz artística. Libro para creativos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La hija del rey del País de los Elfos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Historia sencilla del arte Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La vida cotidiana en Roma Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Leonardo da Vinci y obras de arte Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Dibujar Animales Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Esquemas de Iluminación: 15 diagramas que te ayudarán a tomar una gran fotografía Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Guía para principiantes. Pintura de figura humana Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Vincent Van Gogh y obras de arte Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Guía completa de materiales y técnicas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Aprende a promocionar tu trabajo: 10 recursos para artistas, diseñadores y creativos Calificación: 4 de 5 estrellas4/52 libros en 1: Crochet y punto a 2 agujas para principiantes Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl arte de vender tu arte Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La Divina Misericordia en mi alma Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Nagori: La nostalgia por la estación que termina Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Categorías relacionadas
Comentarios para El cine, décima musa. Alejo Carpentier
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
El cine, décima musa. Alejo Carpentier - Salvador Arias
Edición: Daniel García Santos
Cuidado de la edición electrónica: Beatriz Rodríguez
Diseño de cubierta: Alfredo Montoto (versión impresa)
Diagramación: Jacqueline Carbó (versión impresa)
Diseño de realización electrónica: Rafael Lago Sarichev
Primera Edición:
Ediciones ICAIC, 2011
Fundación Alejo Carpentier, 2011
Segunda edición:
Ediciones ICAIC, 2013
Fundación Alejo Carpentier, 2013
CNAC, 2013
Sobre la presente edición:
© Ediciones ICAIC, 2021
© Fundación Alejo Carpentier, 2021
ISBN: 9789593942888
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
Ediciones ICAIC
Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC)
Calle 23 no. 1155 e/ 10 y 12, El Vedado. La Habana. Cuba
Teléf: (53 7) 838 2865
publicaciones@icaic.cu
www.cubacine.cult.cu
Fundación Alejo Carpentier
Calle E no. 254 e/ 11 y 13, El Vedado. La Habana. Cuba
Teléf: (53 7) 833 4155
www.fundacioncarpentier.cult.cu
Índice
Sinopsis
El poder fecundante del asombro
Alejo Carpentier y el cine
El cine, décima musa…
El cine en la nueva Rusia
La cinematografía de avanzada
Tres en un sótano
Glosas de un festival Chaplin
Los problemas del vitaphone
Tempestad sobre el Asia
Con el creador del Acorazado Potemkin
Películas de hoy
Entreacto
Sinfonía de una gran ciudad
El perro andaluz
Charles Chaplin en París
México, según una película europea
Las tristes consecuencias de una película malsana
La deslumbradora ascensión de Florelle
Las campeonas del sex appeal
La posición actual de la cinematografía moderna
Éxtasis
El regreso de Georges
Gloria Swanson en La Habana
Al margen del cable
Fantasía de Walt Disney. La película que no podrá verse en La Habana
La vida de William Randolph Hearst vista por un director genial
Películas de ayer
El triunfo de Luis Buñuel
Una nueva película de Chaplin
La amarga verdad
El engaño de las sombras
El regreso de Otello
Humorismo fantástico
Mitología cinematográfica
Tennessee Williams, moralista
Clásicos del cine
Biografías cinematográficas
Declaraciones de Charles Chaplin
Un artículo de Orson Welles
Un error de realización
Al margen de una película de René Clair
Renacimiento del cine italiano
Una fecha en la historia del cine
Al margen de una película
Una película que está por hacerse
Walter Scott en la pantalla
Los hallazgos de un director
Éxito de un documental
El regreso de Mary Pickford
El regreso de Buster Keaton
Las «series» de antaño
Diálogo del productor y del ingenuo
La música en el festival de cine
Norman McLaren
El actor y el micrófono
Las confesiones deChaplin
El milagro italiano
La conjura de los mediocres
Las claves del Orfeo
Un clásico del cine
El poder de los medios simples
La Odisea en la pantalla
Una hipótesis de Orson Welles
Cine en tres dimensiones
Reverón en París
Primitivos del cine
El mundo zoológico
En torno a Candilejas
La cámara en el mundo antiguo
Don Quijote en la pantalla
Ocaso de una mitología
De una supuesta influencia del cine
1863-Augusto Lumière-1954
Novedades en el frente del cine
El señor Arkadine
Un justo homenaje
Cine y literatura
Tres documentales
Un artículo de Orson Welles
El recuerdo de los hermanos Marx
Una época del cine
Reflexiones de Clifton Webb
Los consejos de Leonor Fini
El perro de Jean Giono
Tolstoi en la pantalla
El Garbo de la Garbo
Lawrence en la pantalla
El caso de Carmen Jones
El escándalo de Carmen Jones
Músicas cinematográficas
Las tramoyas de Cannes
Ópera y cine
Del movimiento en el arte
Los interdictos y la realidad
Una canción de Chaplin
Los contemporáneos de Mary Pickford
La nueva película de Chaplin
Evocación de Cabiria
Un artículo de J. A. Bardem
Confidencias de Vittorio de Sica
Ocho contra ocho
Una frase de Chaplin
Una tarde en churubusco
Un absurdo intento
El león en la aldea
Una aventura cinematográfica
Al cabo de 31 años...
Aventuras de una cinemateca
Modigliani en el cine
El ocaso de Cannes
Un artículo de Orson Welles
Serge Eisenstein
Las mejores películas del siglo
John Huston y el cine actual
Fellini habla de sí mismo
Optimismo cinematográfico
El realizador de Cabiria
Recuerdo de Eisenstein
Madre Juana, personaje histórico
Páginas del Diario de José Martí. Nuevo filme cubano de José Massip
El cine en La Habana (1912-1930)
El cine cubano es el producto auténtico de la Revolución
En el vigésimo aniversario del ICAIC
Sinopsis
Por primera vez aparecen los textos de Alejo Carpentier sobre cine conocidos hasta el momento, organizados cronológicamente en este volumen bajo el título con el que encabezó su primer artículo sobre el tema, en El País, el 3 de julio de 1925.
Publicados en diferentes órganos de prensa, una parte de ellos, escrita durante sus estancias en París y en Caracas, ofrecen de conjunto una vastísima información sobre el desarrollo del cine, principalmente entre 1925 y 1955, aun cuando el volumen da cabida también a opiniones extraídas de conferencias y entrevistas en las que Carpentier alude al cine cubano que va emergiendo a partir del triunfo de la Revolución y de la fundación del ICAIC. Esta sucesión cronológica permite advertir la manera en que evoluciona el pensamiento de Alejo Carpentier con respecto a esta manifestación artística, su capacidad de penetración en las interioridades de un arte en progreso y la lucidez con que supo discernir sus valores intrínsecos y perspectivos. Nada escapa a su percepción, como tampoco empañan su visión las modas y los usos.
Gracias al acucioso esfuerzo de compilación de Salvador Arias, se dispone de estos textos sobre cine de Alejo Carpentier que constituyen, según afirma el propio Arias, «un testimonio, no solo del camino recorrido por la décima musa, sino del suyo propio, como escritor y hombre de su tiempo».
El poder fecundante del asombro
Mal encaminada, la educación puede contribuir, mediante la imposición de caminos trillados y verdades irrefutables, a mellar la facultad de descubrir lo prodigioso en el mundo que nos rodea. Dominado por falsas certidumbres, el ser humano, proveído de orejeras, transita por la vida sin detenerse ante las posibilidades de lo extraordinario.
Autodidacta, Carpentier creció en Loma de Tierra entre la pródiga naturaleza del trópico y las inmensas lecturas que acompañaban el encierro forzado del asmático. Cuando el abandono del padre lo lanzó bruscamente al centro de la ciudad, a la lucha por el existir cotidiano, asumió el periodismo como un oficio y una vía de aprendizaje para sí y para sus lectores. Desde el promontorio de la isla, observaba el acontecer en el ámbito de lo que más tarde llamaría «el acá y el allá». Formado entre dos culturas, desarrolló una pupila crítica, libre de prejuicios y de ataduras académicas.
La obra de Alejo Carpentier no se construyó en un gabnete letrado. Su inmensa cultura artístico-literaria se articuló al desempeño de variados oficios vinculados al trabajo creador. Periodista, conoció el taller de los impresores. Músico, intervino como sonidista de representaciones teatrales, dominó los secretos de los estudios de grabación para producir discos y participó en las experiencias pioneras de la radio. Interesado en el cine, quiso conocer desde dentro los complejos procesos de filmación. Esa conjunción de saberes múltiples le permitió romper las fronteras entre lo culto y lo popular en el terreno de la música, tan cercano para él, como en el ámbito de los espectáculos. Cronista, no desdeñó el cabaret, el music-hall, el circo.
Sorprende, sin embargo, advertir que antes de llegar a su tempranísima madurez, en sus iniciales ejercicios periodísticos supo andar a contracorriente respecto a las ideas dominantes. A diferencia de lo que ocurría con los bonzos del saber establecido, detectó las potencialidades implícitas en un cine todavía en fase experimental. No fue entonces un espectador casual. Frecuentaba la sala oscura en la etapa del silente con Amadeo Roldán, uno de los fundadores de la vanguardia musical, quien ganaba unos centavos acompañando al piano las imágenes en movimiento. A la salida, ambos prolongaban la noche tejiendo sueños de futuro. Esa proyección de futuridad, volcada hacia la realización de un arte nuevo aguzó el entendimiento para percibir las posibilidades abiertas por la cámara y el celuloide.
Alejo nunca abandonó su fidelidad al cine. Por eso, su alegría fue inmensa cuando asistió al nacimiento, con el ICAIC, de una industria nacional. A pesar de los desencuentros posibles, tampoco fue remiso a ceder los derechos de su obra narrativa a favor de proyectos de distinta naturaleza. Había comprendido desde muy temprano la especificidad de los lenguajes en el caso de la narrativa y el cine, así como la inevitable presencia de mediaciones en el traslado de uno a otro medio. Así lo refleja la lectura respetuosa que hiciera del guión de Irwin Shaw para Los pasos perdidos. Muchas de sus observaciones se centraron en subrayar detalles que garantizarían la credibilidad del filme por parte de un espectador latinoamericano.
Por sus valores intrínsecos y por ofrecer un testimonio excepcional de un receptor privilegiado que creció intelectualmente junto al desarrollo del cine, hemos considerado útil y oportuno recoger, por primera vez, el conjunto de los textos de Carpentier sobre el tema. El lector de nuestros días disfrutará el diálogo entre dos trayectorias paralelas.
Graziella Pogolotti
https://www.ecured.cu/Graziella_Pogolotti
Alejo Carpentier y el cine
Alejo Carpentier fue un testigo de excepción en cuanto a cómo el cinematógrafo se afianzó como espectáculo en los inicios del siglo xx y, con el tiempo, fue ganando en difusión e importancia hasta convertirse en lo que se ha considerado como el arte por excelencia de ese siglo. En la larga trayectoria periodística del autor, comenzada hacia 1922, el cine aparece asiduamente observado desde diversos puntos de vista, tanto en sus posibilidades estéticas, como en sus potencialidades técnicas y sus derivaciones sociológicas. Sin olvidar que la aguda mirada del novelista desbroza posibilidades aplicables a su propia obra.
En las primeras etapas de su producción periodística, que realiza en Cuba hasta 1928 y continúa desde París, es sorprendente cómo Carpenier se enfrenta a una manifestación cultural entonces tan inusitada como polémica. El cine era casi todavía un espectáculo de ferias cuando escribe su primer artículo sobre el tema, el 3 de julio de 1925, en el periódico habanero El País bajo el título de «El cine, décima musa». Aquí, apenas a treinta años de su aparición, Carpentier se pronuncia abiertamente al comparar el cine y el teatro, cuando generalmente se tendía a destacar la superioridad artística del segundo. Reconoce lo falso del dilema, ya que se trata de dos manifestaciones artísticas diversas, «situadas en planos diferentes». El teatro bien hecho seguirá existiendo junto con el cinematógrafo, pero este último irá desenvolviéndose rápidamente, de acuerdo con los tiempos en que vive, vertiginosos y en los que prima la técnica. Como espectáculo que crea sus propios parámetros, allí nada es dejado al azar. Y ve sus mayores posibilidades en las múltiples capacidades que tendrá en la utilización de «trucos». Presiente cómo el medio podrá «hacernos percibir sensaciones inéditas y no despojadas de valor estético». Sorprende la manera en que Carpentier avizora su desarrollo futuro que, por ahora, ha culminado en la digitalización y demás «trucos» que hacen virtualmente casi perfecto al cine actual en ese aspecto.
Apenas unos cuatro años después, recién llegado a París, se pronuncia ante el gran dilema a que se enfrenta el hasta entonces cine «mudo»: el sonido. De esto es ejemplo el importante artículo «Los problemas del vitaphone», enviado desde París y que publica la revista cubana Carteles el 2 de junio de 1929. Aquí otra vez la polémica incide en la validez artística que ya ha ganado el cine silente, amenazada por la intromisión del sonido. Carpentier reconoce los problemas técnicos que aún tiene la sonorización, pero, como siempre, proyecta su pensamiento hacia el futuro. Prevé la estilización que la banda sonora se verá obligada a realizar, no sólo en cuanto a los ruidos ambientales, sino muy en específico en lo referente al diálogo. Piensa que los diálogos deberán ser «cortos, llenos de ideas, de pasión, o de angustia», esenciales. Pero aquí sí prevé una influencia decisiva del cine en el teatro, pues «los dramaturgos de mañana tendrán que fragmentar sus piezas» y deberán abandonar «todo verismo escénico», en lo que nunca podrán competir con el nuevo medio. Además, se entusiasma en cuanto a la posibilidad de que los más diversos públicos vean y oigan las más disímiles manifestaciones artísticas. Por eso declara tajantemente que «oponerse al advenimiento del filme sonoro es no comprender su importancia».
Mas su entusiasmo por el cine no le hace perder de vista los problemas que trae consigo, sobre todo dado su carácter de industria. Que obliga a dar prioridad a «lo comercial», entendido por «lo que se vende, lo que gusta al público, lo que lleva dinero a la taquilla de las salas de proyección». En aras de esto se implantan convenciones y limitaciones que pueden frustrar los mejores sueños. Por eso se explica que el cine no recurra más a menudo a la mejor literatura para encontrar buenos argumentos, en lugar de confiarlos a «la magra imaginación de sus argumentistas a sueldo». Pues «entre la gran litertura y el celuloide, se yergue una barrera de convencionalismos que ha llevado la producción comercial, en muchos casos, por pésimos derroteros». El mismo crecimiento industrial ha hecho que el cine dependa de «demasiados intereses conjugados». Y no sólo por los terribles costos de su producción y el deseo de agradar a un mayor número de personas para recaudar más dinero, sino por lo que Carpentier llama «un error de base»: la reunión y coordinación de un enorme personal para la confección de un filme que, «lejos de ser una ventaja, es una rémora creada por hábitos de estudio, que está costando al cine contemporáneo la mediocridad del noventa por ciento de su producción». Lo que le hace añorar la película que «sea la obra de un solo hombre», para lo cual pone como posibles ejemplos algunas obras de Chaplin, Eisenstein y Orson Welles.
En las relaciones entre Alejo Carpentier y el cine no sólo encontramos al teórico o al crítico, sino también al aficionado. Y diríamos más, al aficionado fidelísimo, que mantuvo durante toda su vida la asistencia habitual a las proyecciones cinematográficas, ya fuera en La Habana, París o Caracas. Una buena cantidad de sus artículos periodísticos están dedicados a describir o comentar no sólo las proyecciones cinematográficas, sino muchos de los aspectos llamativos que la han rodeado, incluyendo eso que llamara la «mito- logía cinematográfica», referido sobre todo a las estrellas de los primeros tiempos. No puede evitar la nostalgia, al recordarlo desde años posteriores. Específicamente en lo que calificara como «El engaño de las sombras».
En «Películas de ayer» (Información, 1944), se pregunta por el fenómeno psicológico que se producía ante la proyección cinematográfica en una sala oscura, cuando personas que poseían una indudable cultura (como su mismo padre) se sentían hechizados por cursis e inverosímiles argumentos. Tal vez, razona, porque el cine «tuviera, desde sus inicios, el don de alimentar los sueños íntimos de cada espectador, ofreciéndole esa evasión de la vida real que todo hombre busca en ciertas formas del arte». Aun después, en 1951, se sorprendía cómo, ante una película realmente mala, los espectadores permanecían en sus asientos, «detenidos por una especie de ley de inercia, ante la pantalla, esperando, aguardando, deseando —este es el término— que aquello
se terminara, como quien espera la libertad con la disipación de las sombras». Esto lo lleva a pensar, muy carpenterianamente, que «en la oscuridad de las salas de proyecciones reinaba una verdadera atmósfera de prodigio».
Todo lo anterior permite situar a Alejo Carpentier como un delicioso historiador del cine, particularmente del cine en La Habana. Cuando se filma el documental Habla Carpentier… Sobre La Habana (1912-1930), una entretenida charla de ciento diez minutos, realizada por el ICAIC en 1973, dedica un recuento a la trayectoria del cine en la capital cubana durante aquel lapso. Se retrotrae hasta el año 1910 y nos va a contar acerca de películas, artistas y público en una animada crónica. Una enumeración de salas cinematográficas del centro de la capital entonces nos recuerda un pasado del que ya prácticamente apenas quedan rastros: Politeama, Rialto, Campoamor, Margot, Montecarlo, Niza, Norma, Inglaterra. Permanece sólo el Fausto, el de los «días de moda». Y refiriéndonos a la ficción, Carpentier utiliza mucho de este material en su novela El recurso del método, como parte de la recreación de la época en que vivió el paradigmático Primer Magistrado, época que coincide en buena medida con la conocida de primera mano por el propio Carpentier. Allí tienen particular relieve las «estrellas» de la época.
En realidad las estrellas, sobre todo las del cine silente, tienen bastante presencia en los escritos sobre cine de Carpentier. Pero él bien aclara que se trata de artistas del pasado, pues «por más que se afanen los productores de Hollywood no se crean ya en sus estudios aquellas fabulosas personalidades que hicieron la gloria del cine norteamericano en la década 1930-1940». E incluso antes, pues en un artículo adecuadamente titulado «Mitología cinematográfica» (El Nacional, 1952) Carpentier confiesa cómo a sus catorce años escribía a «estrellas» como Norma Talmadge o Theda Bara, que le enviaban fotos firmadas con un Sincerely yours estampado en gomígrafo. Y a los veinte fueron Greta Garbo, Joan Crawford, Jean Harlow… Pero entiende que los jóvenes de la década del 50 ya han olvidado esa costumbre. Porque «el cine ha perdido un poder de seducción, una irradiación, un aura
, que le confería la actuación de determinados actores». A esta temática están dedicados varios de sus artículos, sobre todo los publicados en la revista Carteles en las décadas del 20 y del 30.
Pero, por supuesto, Carpentier va a fijar su mirada más persistentemente en otros aspectos. Si de figuras se trata, existen tres a las cuales dedicó numerosos artículos en el transcurso de su vida. Se trata del ruso Serge Eisenstein, el norteamericano Orson Welles y, sobre todo, el inglés Charles Chaplin. Este último fue citado y comentado numerosas veces por Carpentier, hasta contar una decena de artículos dedicados específicamente a él. Ya en el primer artículo en que toca la temática cinematográfica, «El cine, décima musa», está presente Chaplin como figura paradigmática del nuevo arte, «el prototipo del artista que adquirirá cada vez más importancia en un arte que se aleja de la escena a pasos agigantados», pues, basándose en la mímica, ha logrado satirizar la humana tragedia de la «miseria que quiere ser decente». La asistencia en París a un festival de películas de Chaplin, a fines de 1928, lo lleva a profundizar en su valoración del artista. A quien ya se le han dedicado varios libros, pero que demuestran más que Chaplin es «un tema inagotable», en sus diversas vertientes: el técnico, el cineasta, el teorizante, el actor, el poeta.
El conjunto de su obra forma «la más grande y auténtica novela picaresca de nuestra época». Esto lo lleva a establecer un paralelo, sobre todo en el estilo, con El Buscón de Quevedo, en su lucha encarnizada con la dureza de la vida, aunque en Chaplin hay un matiz distinto, respetuoso, solidario, «decente». En su obra no se tratan casos excepcionales, sino el pequeño drama cotidiano que atañe a todos, y que Chaplin ha estilizado «con delicadeza de cirujano o de poeta» para ofrecernos una síntesis de humanidad de la que todos somos partícipes. La valoración final de Carpentier es definitiva: «Charles Chaplin, genio del cine, es uno de los artistas más extraordinarios de nuestra época».
Las alabanzas carpenterianas a filmes de Chaplin como La avalancha del oro, El chicuelo, El circo y sus cortos iniciales, se prodigan en muchos textos. Pero ya con sus producciones posteriores, reconociendo siempre la genialidad del director-actor, existen reservas. Aunque nos puede conmover en Luces de la ciudad, el argumento no deja de ser tonto, con un personaje tan convencional como el de la florista ciega, a la cual tilda, aludiendo a Pérez Galdós, de «especie de Marianela californiana». O puede fallar en Tiempos modernos al enfrentarse a un tema al parecer tan fácil de realizar brillantemente. El gran dictador es también «película fallida, en parte, pero que ofrecía dos caricaturas gigantescas, rabelaisianas».
Nuevos avatares de un mismo espíritu, pero en distintas envolturas, lo muestran envejeciendo: Monsieur Verdoux y Candilejas. A esta película, cuyo estreno coincide con la labor periodística de Carpentier en El Nacional de Caracas, le dedica varios artículos. Esperada con interés, al verla no puede esconder que el argumento constituye «una acumulación de lugares comunes, de situaciones muy vistas y consabidas». Sin embargo, el «milagro» de Chaplin aquí está en conmovernos aún, dentro de un plano de pureza y elevación dramática, lo que lleva a Carpentier a postular «la escasa importancia del asunto, del tema, en la obra de arte». De la siguiente película de Chaplin, Un rey en Nueva York sólo consigna el hecho de estarse filmando, mientras la espera «con justificada impaciencia». Carpentier transcribe también varias interesantes opiniones expresadas por Chaplin en distintas ocasiones, pero su fidelidad a la figura, sin disminuir la importancia que tuvo, no le permitió al crítico cegarse en sus juicios.
Según fue desarrollando su obra narrativa, resulta significativo apreciar cómo Carpentier sugiere en ciertas ocasiones algunos paralelos de esta con el cine. Esto ocurre en 1957, cuando una frase de Chaplin le da pie a consideraciones acerca de los que reclaman de la obra artística «el gesto orientador, la voz de admonición, la enseñanza
, el mensaje
». La frase de Chaplin «no soy sino un cómico», lo hace recordar otra de Chejov acerca de que el novelista o el dramaturgo no tiene que resolver ni demostrar, sólo plantear los problemas. Cosa que reafirma Carpentier cuando expresa que «un novelista no es forzosamente un filósofo, un sicólogo, un político. Es un hombre dotado de una retina aguzada por su innata vocación de observador, que tiene el poder de descubrir, pintar o evocar satisfactoriamente, con mayor o menor habilidad, estilo personal y dominio de sus medios de expresión». Por lo tanto, pedirles soluciones, caminos, demostraciones, es sobreestimar sus capacidades analíticas. Para eso están los sociólogos, economistas, historiadores, etnógrafos, estrategas.
Este narrador inveterado que yace en Carpentier se pone también de manifiesto cuando comenta, en el periódico Tiempo hacia 1941, el estreno de El ciudadano Kane en La Habana, película de Orsos Welles, otro de los cineastas que aparecen repetidas veces en sus artículos periodísticos. Reseñando el desarrollo del argumento, destaca cómo se refiere a la vida del protagonista desde tres ángulos diferentes, sin seguir un orden cronológico. Salta del «después» al «antes» varias veces, «realizando un grandioso montaje psicológico, guiado por la obsesión de una idea fija». Técnica que en la novela ya habían utilizado Huxley y Dos Passos. Y continúa afirmando: «El ciudadano Kane es una obra maestra. Una de las realizaciones más logradas, más profundas, más perfectas, que nos haya dado el arte contemporáneo». El respeto que siente por Orson Welles lo lleva a dedicarle otros siete artículos entre 1951 y 1958 en su sección Letra y Solfa de El Nacional de Caracas. Sin embargo, suele referirse más bien a comentarios que han despertado en el extranjero películas que él todavía no ha podido ver, tales los casos de Otello y El señor Arkadin. En otros artículos glosa declaraciones de Welles, sin estar de acuerdo con él cuando pronostica la cercana muerte del cine o el rechazo de la pantalla panorámica.
Al cineasta ruso Sergei Eisenstein, Carpentier lo conoció en París allá por 1930 y sobre este encuentro volvió por lo menos en tres ocasiones: una especie de entrevista en Social de ese año, un artículo en El Nacional en 1958 y otro en el habanero El Mundo, ya en 1960. Allí nos habla de su cultura universal, sus ambiciosos proyectos y su visión de «ojo de cámara». Pero en otros artículos está muy presente su película El acorazado Potemkin, considerada por muchos la mejor obra del cinematógrafo, opinión que Carpentier comparte. Además de ser una obra maestra, la considera «acaso el único ejemplo de una película de masas, sin protagonista verdadero, sin necesidad de estrellas».
En el más de medio siglo que Carpentier frecuentó la temática cinematográfica muchos otros directores, actores, técnicos y filmes ganaron su atención, en crónicas dinámicas, que constituyen un vívido friso del desarrollo de ese arte, sobre todo durante la primera mitad del siglo xx. Así desfilan por sus páginas directores como Giovanni Pastrone, Poudowkine, René Clair, Luis Buñuel, John Huston, Vittorio De Sica, Fellini, Juan A. Bardem y otros. Ya en la década del 50 una película que llamó poderosamente su atención fue la japonesa Rashomon, a la que considera «una de las realizaciones cimeras en la historia de cine». Carpentier evidentemente no conoce la novela en que se basa el filme, pero su agudeza narrativa se centra en el original planteamiento de la acción: tres versiones diferentes sobre un mismo hecho, una de ellas proveniente de un muerto que habla por boca de una maga. Pero el propio Carpentier va a alertar a los que piensan en la gran influencia del cine en la literatura contemporánea, en su artículo titulado «De una supuesta influencia del cine» (El Nacional, 1954), donde utiliza el ejemplo de Ramón del Valle Inclán, quien desde antes de la invención del nuevo arte utilizaba «rapidez de acción, esquematización de diálogos y situaciones, perpetua mutación de planos —cuando nadie usaba aún los términos de montaje
ni de contrapunto».
Las vinculaciones del cinematógrafo con otras artes no podían pasar inadvertidas para Carpentier y su relación con la pintura en específico le motivó varias crónicas. No sólo es el comentario sobre filmes acerca de artistas plásticos, como los dedicados al pintor venezolano Armado Reverón o a Picasso, sino la búsqueda de nuevas relaciones creativas entre ambas artes. En una crónica publicada en El Nacional en 1955, al contemplar los móviles de Alexander Calder, llega a la evidencia «de que el movimiento ha co- menzado a penetrar en el dominio de las artes plásticas». Esa tendencia, «cada vez más generalizada a especular con el movimiento», lo lleva a imaginar una película de dibujos animados realizada por Picasso, Max Ernst o Joan Miró. Sabe que técnicamente todo eso necesitaría una labor demasiado trabajosa. Pero añade que «no nos está prohibido pensar que pueda inventarse en breve una máquina que simplifique considerablemente la tarea inicial del pintor», en visión que anticipa los actuales procesos de digitalización. Por entonces, se entusiasma con los experimentos del canadiense McLaren de «dibujar directamente sobre la película virgen», cosa que «podrá ser el origen de un arte nuevo dentro de la historia del arte».
Los experimentos de McLaren llevan a otra tendencia que cobra fuerza con el cine sonoro: «un movimiento de formas —abstractas o no— estrechamente ajustado al ritmo musical». Este es otro asunto que interesa obviamente a Carpentier, y en muchas ocasiones analiza las relaciones entre cine y música. Comentando la filmación de Los cuentosde Hoffman («Un error de realización», El Nacional, 1952) llega a plantear lo irreconciliables que resultan el cine y la ópera. Superando las fórmulas consabidas de musicalización al estilo hollywoodense, destaca el contrapunteo entre los ruidos y el silencio en Bajo el cielo de París, de René Clair. O la utilización de un solo instrumento, un simple «cémbalo» húngaro en El tercer hombre, o una guitarra en Juegos prohibidos. Con esto se lograba «un poder de sugerencia poética, de transfiguración, de presencia contrastante, a que no alcanzaban ya las orquestas de estudio, desde hace mucho tiempo, a pesar de los medios suntuarios puestos en acción».
Las últimas referencias de Carpentier sobre cine tuvieron lugar en el periódico Granma, ya por la década del 70. Ahora su interés se centra en la nueva producción cinematográfica que se realiza en Cuba. Es significativo su artículo dedicado a la película Páginas del Diario de José Martí, de José Massip. Este filme fue polémico cuando su estreno y todavía hoy no ha sido muy asimilado por público y críticos. Sin embargo, Carpentier estima que con esta película «el cine cubano se enriquece con un logro de