Pese a que El padrino se convirtió rápidamente en un símbolo del espíritu de renovación del llamado Nuevo Hollywood, y también, durante un tiempo, en la película más taquillera de la historia del cine, inicialmente, el proyecto no parecía convencer a casi nadie en los grandes estudios. Paramount, que tenía los derechos de la novela de Mario Puzo, acababa de estrellarse en taquilla con Mafia (1968), una cinta criminal dirigida por Martin Ritt y protagonizada por Kirk Douglas. Además, aunque el jefe de producción, Robert Evans, idolatraba a los gánsteres, “los que de verdad le fascinaban eran los gánsteres judíos, como Bugsy Siegel, no los italianos”, como explicaría tiempo después su estrecho colaborador, Peter Bart. Así que el estudio no parecía tener en ese momento demasiado interés en adaptar una obra literaria que exploraba las oscuras relaciones de poder en la comunidad criminal italoamericana. Solo cuando el libro se convirtió en un auténtico best seller, cambió drásticamente de opinión.
Evans era todo un personaje: un actor fracasado de treinta y tantos años con dotes de seductor, que, según cuenta el periodista y escritor Peter Biskind, se había “camelado” a la esposa de Charles Bluhdorn. Este último, un temperamental hombre “hecho a sí mismo” de origen austriaco, al que sus trabajadores llamaban Mein Führer a sus espaldas, había fundado Gulf & Western, un imperio empresarial con el que había adquirido Paramount. Bluhdorn, que, según Biskind, “tenía alma de jugador”, intuyó que los miembros más veteranos del estudio no estaban comprendiendo los cambios culturales que se producían en