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Seguramente vayamos a morir: Andy Baker
Seguramente vayamos a morir: Andy Baker
Seguramente vayamos a morir: Andy Baker
Libro electrónico457 páginas6 horas

Seguramente vayamos a morir: Andy Baker

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Información de este libro electrónico

Con pantalones cortos de color caqui y una camiseta blanca, Christian esperaba a Andy al otro lado de la aduana. Sus bíceps de cincuenta centímetros, bronceados y tonificados se asomaban por las mangas cortas de su camiseta. Sus penetrantes ojos azules brillaban divertidos. Solo ver sus anchos hombros y su pelo rubio arena le debilitaban las rodillas.

    Olvidaos de las mariposas - cóndores adultos aleteaban en su estómago.

    Extendió los brazos. “Bienvenida a Madrid”, dijo con un perfecto acento castellano.

    Ella le contestó con una fuerte bofetada en la cara.

    Bajó las cejas y abrió los ojos como platos. "¿A qué ha venido eso?"

    Poniendo los brazos en jarra y levantando la barbilla dijo “Por no darme señales de vida durante seis meses”.

    "Tengo mis razones." Se frotó la mejilla sin afeitar. "Eso ha dolido."

    Ella le lanzó una mirada de soslayo. “Si realmente quisiera herirte, te habría dado una patada en el pecho. Esto es un saludo amistoso”.

    "Odiaría ver un saludo hostil". Frunció el ceño y le cogió el equipaje. “Esto pesa más que un hipopótamo. ¡Buah!, ¿qué hay aquí?"

    Ella se lo arrebató. “No me dijiste lo que íbamos a hacer, así que he traído todo lo que podría necesitar. Pero tendré que comprarme un vestido".

    Cruzándose de brazos, se detuvo junto al cartel de un anuncio de perfume del tamaño de una pared y señaló hacia el parking. "¿No has traído ropa?"

    "No." Apenas había metido ropa interior y un cepillo de dientes.

    Frunció el ceño. "Te dije específicamente que trajeras un vestido sexy".

    "Puedo comprarme un vestido en cualquier sitio".

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento12 ene 2023
ISBN9781667448404
Seguramente vayamos a morir: Andy Baker
Autor

Amey Zeigler

Amey Zeigler received her B.A. in Communication from University of Arizona. When she was nine years old, she started writing romantic mysteries and has been obsessed with the genre ever since. While attending university, she put her studies on hold to live in France and Switzerland for a year and a half. She lives with her husband and three children near Austin, Texas.

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    Seguramente vayamos a morir - Amey Zeigler

    Capítulo Uno

    Andy Miller mintió. Un escalofrío de excitación recorrió su espalda. Esconderse detrás de un camión de comida vestida como una motorista y dirigir una operación, no era exactamente cumplir la promesa que le hizo a su, quizás novio Christian Johanson, de dejar de investigar. Una sonrisa lenta apareció en sus labios.

    Con un latido atronador, se ajustó la bandana en la frente y se rascó debajo de la larga peluca rubia de su disfraz de motorista. El olor a cordero cocinado a fuego lento flotaba en la cálida brisa de Texas, en aquel terreno de grava del sur de Austin.

    Aunque Nikki's había abierto hacía apenas un mes, los dos hermanos griegos dueños del negocio, Nikki y Gaspar, formaron una larga cola que cruzaba el patio de comidas y bajaba por South Congress.

    La comida de Nikki era buena, pero no tanto. Todos sus sentidos estaban en alerta. La desconfianza, más que el hambre, le revolvió el estómago.

    Hace tres años y medio, después de que su padre desapareciera misteriosamente, Andy asumió su papel y su seudónimo, -Andrew Baker-, como periodista de investigación encubierta destapando criminales en St. Louis. Después de delatar a la Mafia, cambió su identidad, se convirtió en bloguera gastronómica, y prometió dejar de investigar. Sin embargo, cuando su amigo, Paco De La Cruz, comió en este food truck a principios de semana y acabó enfermo hasta tal punto de tener que ser hospitalizado, ella confió en su instinto y decidió indagar. ¿La enfermedad sería debida a una intoxicación alimentaria o habría algo más siniestro?

    ¿Estás en tu sitio? le preguntó a Hin Cho a través del auricular. Conteniendo la respiración, Andy se metió entre dos camiones estacionados cerca de la valla de madera que separaba, el parking de grava del patio de comidas, del negocio de ladrillos y cemento de al lado.

    Estoy a punto de pedir. La voz de Hin Cho crepitó. Sabes, voy a echar de menos la comida estadounidense mientras esté en Europa.

    Andy sonrió. Mentirosa. Aunque después de comer haggis escoceses, estarás rogando por una hamburguesa. El pequeño espacio que había entre las filas de camiones aparcados le proporcionaba muchos escondites.

    Realmente extraño unas buenas patas de fénix.

    Uf, eso son patas de pollo, ¿no? Respirando profundamente, Andy apoyó la espalda contra un camión de cupcakes. El olor a vainilla flotaba en el ambiente. Buscó en su mochila una pequeña botella de aceite de oliva.

    Son sabrosas y buenas para la piel.

    No gracias. Andy se asomó por detrás del aparato de aire acondicionado del camión de cupcakes y tocó la botella de aceite. Solo recuerda… no te comas el giro. No querrás terminar en el hospital como Paco.

    Por supuesto que no.

    La puerta de Nikki's se cerró. Los pasos crujieron en la grava.

    Tensándose, Andy asintió. Nikki acaba de irse a su descanso. Siempre se tomaba un descanso de quince minutos a las dos.

    Y Gaspar está terminando con el otro pedido. Ya casi me toca.

    Mientras él está distraído con tu pedido, aprovecharé para entrar. Ella tragó saliva. El momento debía ser perfecto.

    Me toca.

    Está bien. Es hora del espectáculo. Afuera, Andy lubricó las bisagras con aceite y dejó caer la botella en su bolso. Sin emitir ningún chirrido, abrió la puerta trasera hasta dejarla completamente abierta. Calmando sus nervios con un suspiro silencioso, Andy asomó la cabeza por la puerta. Un aroma intenso la golpeó con toda su fuerza - cebollas, tomates maduros y queso feta. Un burbujeo salió de su estómago. Usando un espejo que sacó de uno de sus bolsillos, miró alrededor de la encimera.

    Con la cabeza ladeada, el corpulento griego se inclinó sobre los ingredientes que habían junto a la caja registradora y esparció tzatziki sobre una pita. Un collar de oro se deslizó de su camisa. Se pasó la muñeca por la frente sudorosa. Después, se dirigió hacia la carne de cordero que giraba en un asador vertical en el lado opuesto del camión. Con un cuchillo grande, cortó tiras que cayeron sobre una pita esponjosa. Después de esparcir cebolla, tomates y salsa, envolvió el giro en papel, y se lo entregó al cliente que esperaba. Fue hacia la caja registradora.

    Hin Cho se acercó a la ventana. Ooh, todo se ve tan rico. No te importa si me tomo un minuto para decidir.

    Con una exhalación, Gaspar se apoyó en la caja registradora y miró la larga fila detrás de él. Por supuesto.

    Agachándose, Andy guardó el espejo en el bolsillo y se remangó. Moverse con una chaqueta de cuero con tachuelas y botas, no era tarea fácil. Debía repensar este disfraz en el futuro.

    El camión estaba tan limpio como esperaba. Habían contenedores de condimentos alineados en un estante debajo del mostrador de la caja. A su derecha, otro estante estaba lleno de plásticos y servilletas.

    Paco mostró signos de botulismo, pero los resultados de las pruebas bacterianas aún no estaban disponibles. ¿Qué más podría causar dificultad respiratoria? ¿Listeriosis por queso feta no refrigerado? Necesitaba una muestra para procesarla en un laboratorio.

    Durante todo el tiempo que estuvo dentro, respiraba superficialmente. Los temblores nerviosos la irritaban. Si encontraba evidencia de mal manejo de los alimentos, podría denunciarlo al departamento de salud. Esta noticia crearía un gran revuelo en su blog de comida.

    Está bien. Hincho asintió. Quiero el número uno con todas las guarniciones.

    Cinco setenta y cuatro. Cuando terminó con el giro, Gaspar sacudió su pelo oscuro.

    Vaya. Hin Cho resopló.

    Muy bien. Andy necesitaba que Hin Cho lo entretuviera un poco más para que pudiera mirar en los armarios de detrás de Gaspar.

    ¿Te puedo pedir también una botella de agua? Murmuró Hin Cho.

    Andy se quedó helada. El agua estaba detrás de él- , justo a la vuelta de la esquina donde Andy se arrodilló. ¿Qué estaba haciendo Hin Cho?

    Oh, por supuesto. Gaspar asintió.

    Con los latidos del corazón retumbando en sus oídos, Andy se agachó y se metió en la puerta detrás del mostrador. ¿La habría visto? Con todos los músculos de su cuerpo en tensión, esperó con la cabeza metida entre las rodillas encogidas. Una respiración... dos respiraciones. Estaba a salvo. Exhaló un suspiro vacilante.

    ¿Por qué Hin Cho pidió algo más? Con las manos temblorosas, levantó la cabeza.

    Hin Cho contó el cambio a través del auricular.

    A Andy solo le quedaban unos segundos para inspeccionar y encontrar algo. Mientras aún estaba en el suelo, cogió un recipiente de queso feta y lo guardó en su mochila. Escuchó por el sonido de la gravilla, como otra persona se acercaba al mostrador.

    Un número diecisiete. En la ventana, un hombre tosió.

    Un escalofrío le subió por la espalda. En el menú no existía el número diecisiete. Se escondió tras la puerta que había detrás del mostrador y se asomó al espejo.

    En lugar de girar hacia el estante con lechuga, tomates y queso esperando en recipientes de plástico transparente, Gaspar se inclinó y cogió un bloque blanco que estaba debajo de la caja registradora, y lo metió en una bolsa de papel. Tampoco cogió servilletas...

    El bloque era heroína. Reconoció la droga envasada en ladrillos de plástico de cien gramos. Había oído hablar de los menús secretos, ¡pero este los superaba a todos!

    El cliente le metió un fajo de billetes en el puño de Gaspar llenando así la caja registradora.

    Dejando caer el queso feta, Andy inhaló. El sudor hacía que le picaran las axilas. Paco no tenía bacterias. Sufrió una sobredosis accidental a causa de la droga. Será mejor que se vaya rápido. El año pasado, Christian y ella tuvieron un desagradable encontronazo con un cartel mexicano de la droga, y ella no quería repetir la experiencia. Con la mano en la puerta, Andy retrocedió y la cerró en silencio.

    Afuera, alguien le tocó el hombro.

    Andy se giró.

    Las cejas oscuras de Nikki se fruncieron. ¿Qué estás haciendo aquí?

    Con la adrenalina por las nubes, soltó lo primero que se le pasó por la cabeza como bloguera gastronómica. "Tu salsa tzatziki es increíble".

    Miró entre la puerta y Andy. No es tan buena.

    Solo quiero la receta.

    Sus ojos oscuros se entrecerraron hasta convertirse en rendijas. ¿Has visto el interior?

    ¿Yo? No, yo, eh..., acabo de llegar y… ¡Mierda! Había perdido su capacidad de mentir con cualquier tipo de credibilidad.

    Él le lanzó un puñetazo.

    Andy esquivó fácilmente su torpe puño, pero estaba acorralada entre el camión y el tanque de propano.

    Nikki sacó una navaja del bolsillo.

    Como si eso fuera una amenaza para ella. Andy sonrió y arqueó una ceja. Sin embargo, no tenía mucho espacio para maniobrar entre la valla, el tanque y el camión. Movió una pierna hacia adelante dándole una patada de talón hacia abajo, y le atizó a la navaja de Nikki con la pesada bota de motera.

    El cuchillo cayó a la grava.

    Él se tropezó hacia atrás.

    Con cada paso crujiendo en la gravilla, Andy rodeó el camión hasta llegar a la parte delantera y se abrió paso entre la fila de clientes que esperaban. Ignorando los gritos de protesta, Andy se preguntó brevemente cuántas personas en la fila sabían sobre el menú secreto. ¡Llama a la policía! Manteniendo la peluca en su sitio, Andy corrió hacia Hin Cho. Los pantalones de motera le pesaban y le hacían ir más lenta de lo que le gustaría.

    Hin Cho cogió su teléfono.

    Mirando por encima del hombro, vio a Nikki y Gaspar doblando la esquina detrás de ella. Entre los pantalones, las botas, y todo su atuendo de motera, le era imposible huir. Así que se detuvo y se mantuvo firme.

    Nikki sacó su navaja y la abrió cerca de la cara de Andy.

    Pudo echarse a un lado y esquivarla sin problema por lo pequeña que era. Rápido, Andy le agarró por la muñeca, le retorció el brazo haciendo una llave, y tiró la navaja. Lo soltó y le aplastó la cara contra la grava.

    Gaspar agarró su peluca.

    Notó aire fresco pensando por su cabeza. ¡Oh, no! Su disfraz se había visto comprometido. Con mechones de cabello rubio atrapados debajo de las asas de de la mochila, la peluca le golpeó el hombro. La agarró y la dejó caer. Su identidad significaba todo en este momento.

    Hin Cho apareció y golpeó a Gaspar con un derechazo.

    Tambaleándose, se cayó.

    ¡Esto sí! Este tipo de pelea era lo que Andy echaba de menos - la emoción de enfrentarse a un enemigo y descubrir la verdad. Buscó ansiosa su próximo golpe.

    Mientras, Hin Cho saltó sobre la espalda de Nikki y lo agarró del cuello cuando éste intentaba ponerse de pie.

    Con arcadas, Nikki la hizo girar hasta que sus pies alcanzaron la mandíbula de un cliente que estaba esperando su turno.

    El hombre, que medía alrededor de un metro noventa y pesaba unos doscientos cincuenta quilos, tropezó con una anciana que tenía justo detrás. A raíz de eso se empezaron a producir empujones y gritos.

    Andy volvió a colocarse la peluca con ambas manos.

    Zafándose de Hin Cho, Nikki lanzó un gancho a Andy.

    Fuego del infierno pasaba a través de sus costillas. Se dobló tanto por el dolor como por la vergüenza. El calor ardía en sus mejillas. Había pasado demasiado tiempo desde que había estado en una buena pelea. Era mejor luchadora que esto. Así que se enderezó, cerró los puños y una vez que pudo respirar, estudió la escena.

    El caos se había extendido. Los clientes peleaban entre sí.

    Nikki se abrió paso a través de la fila, huyendo.

    Hin Cho lo persiguió y le propinó una patada voladora justo en el muslo.

    Cayó al suelo.

    Puede que sea pequeña, dijo Andy a nadie en particular. Pero hombre, puedo pelear. Corriendo para ponerse al día, Andy pateó a Nikki en las costillas mientras estaba en el suelo.

    Esto es por Paco. Esperaba que lograra salir del hospital. Al menos, ya tenía una respuesta a su enfermedad.

    Llegó un policía en bici seguido de un coche patrulla con las sirenas a todo volumen.

    Los clientes se dispersaron como cucarachas. Eso respondía a su pregunta. Mucha gente sabía sobre la heroína.

    ¡Ella empezó! Una adolescente con un teléfono apuntaba hacia Andy. Lo he grabado todo.

    Frunciendo el ceño, Andy se acercó al oficial de policía que estaba hablando con la niña. Venga conmigo. Sosteniendo su dolorida costilla, hizo un gesto al policía y abrió la puerta trasera del camión. Heroína.

    Nos encargamos desde aquí. El oficial recogió al dolorido Nikki y lo esposó.

    Andy se apoyó en el camión para recuperar el aliento. El oficial no tenía ni idea de que ella había metido entre rejas a docenas de delincuentes. El hermano se ha escapado.

    Sí, lo encontraremos. Haroldsen, registra el camión. El oficial se giró hacia el food truck Gracias. Ahora puede volver a su vida.

    Se bajó del camión. El calor irradiaba de su intestino. Cazar criminales era su vida. Pero ella no podía volver. Solo podía seguir adelante. Pero creo que tenemos…

    "Gracias. Deje que los profesionales hagan su trabajo". Dijo el oficial hinchando el pecho y levantando la barbilla.

    Puedo ayudar. Soy una— Se detuvo.

    ¿Qué? Sus ojos se entrecerraron.

    Con la Mafia todavía persiguiéndola, no podía volver a casa, no podía usar su nombre real, investigar o incluso ser vista siendo ella misma en público en ningún lugar de Estados Unidos. Si lo hacía, la Mafia la encontraría y la mataría-, o algo peor. Nunca obtendría su título universitario y trabajaría para la CIA para poder encontrar a su padre. Andy tragó saliva. Nada. Sacudiendo la cabeza, se golpeó el muslo.

    Es lo que pensaba. Se unió a otros oficiales escribiendo los testimonios de los testigos.

    Hin Cho le tocó el codo. Lo has hecho genial.

    Andy dejó escapar un suspiro. El dolor le atravesaba las costillas. Gracias por tu ayuda. Hemos descubierto qué ha hecho enfermar a Paco, hemos desbaratado una red de heroína y hemos comenzado un motín. Diría que hemos tenido un día productivo. Le dio un codazo a su amiga. Trabajar con alguien tenía sus ventajas. Y también he fracasado. Te he puesto en peligro. Lo siento. Le prometí a tu hermana que cuidaría de ti.

    Hin Cho golpeó al aire. Ah, ella está en Kowloon. Ella no podría haberme mantenido más segura.

    Ella es mejor luchadora que yo, eso seguro. Andy se pasó la lengua por los dientes y frunció el ceño exageradamente. Aunque estaba muy orgullosa de su cinturón negro de sexto grado, sabía cuando las habilidades de alguien superaban las suyas. Ahora te vas a Europa sin mí. ¿Cuando te vas?

    Hin Cho le señaló con el pulgar por encima del hombro. Tengo mis palos en el coche. Voy directa al aeropuerto.

    A pesar del dolor en su costado, Andy resopló. Siempre llevas tus palos.Solo trato de hacerme un nombre en el golf amateur. Hin Cho balanceó su largo cabello colocándolo sobre un hombro.

    Andy arqueó una ceja. Tú ya tienes reputación por tu restauración de minerales de berilo. Yo, todavía estoy sacándome una licenciatura. Cuanto antes Andy aplicara para la CIA, más rápido descubriría lo que le pasó a su padre.

    Al otro lado del parking, Nikki, que había sido herido y magullado por la pequeña Hin Cho, se cubrió la cabeza con la camiseta para escapar de las cámaras de telediarios y teléfonos móviles.

    Andy asintió hacia la multitud. Veamos el arresto. Ella siguió a la policía.

    Bajándose la camiseta, Nikki escupió palabras en griego mientras uno de los oficiales lo metía en el coche patrulla. Sus ojos ardían. Te atraparé por esto. Este no es el fin. Gritó por encima del hombro. Cuando salió del parking, Nikki miró por la ventana.

    Tragando saliva, Andy se quedó congelada sobre la grava. El terror la atravesó. Los mafiosos le dijeron lo mismo tras el juicio.

    Oye, ¿estás bien? preguntó Hin Cho.

    Sí. Sólo estaba recordando algo —murmuró. El eco de la amenaza de Nikki reemplazó cualquier pensamiento. Tembló. Irían tras ella. Como los mafiosos de St. Louis. Este conflicto no había terminado.

    * * *

    Estoy aquí para ver a Fabián. Me envía Caspian. Christian se paró en el escalón de piedra caliza, y esperó a que alguien leyera el mensaje que envió a través de la ranura del buzón, que había en la alta puerta de roble de una mansión en el distrito VIII de París. Al final de la calle estaban las tiendas de marca más famosas. La oscuridad había caído hacia horas. Este tipo de delincuentes trabajaban de noche.

    Dos hombres armados abrieron la puerta.

    Entró en la entrada de mármol tallado de la mansión. Los techos altos hacían eco de cada paso.

    Christian se llevó las manos a la cabeza mientras le cacheaban las piernas y el pecho. Las cortinas de terciopelo ennegrecían las ventanas delanteras que daban a la calle y amortiguaban el sonido y la luz. Christian olió dinero - mucho dinero.

    El segundo guardia de cabello rojizo extrajo una anilla tintineante del bolsillo izquierdo de Christian. ¿Llaves?

    De mi apartamento.

    El guardia se las devolvió. Buscó en el bolsillo derecho de Christian. Una cuerda? Sacó una bobina del bolsillo.

    Se me perdieron los cordones en la lavandería. Desde su último caso en Estados Unidos, tenía la costumbre de llevar consigo más cosas. No en un maxi bolso rojo como hacía Andy, por supuesto, lo que habría sido demasiado llamativo, pero llevaba con él cosas útiles - por si acaso.

    El primer hombre cogió la cuerda y se la guardó en el bolsillo interior de su traje. Me quedo con esto. A continuación, vio un brazalete de metal alrededor de la muñeca de Christian. ¿Qué es esto? Apuntó con su semiautomática hacia el pecho de Christian.

    Christian se encogió de hombros. Una pulsera.

    El hombre arqueó una ceja y entrecerró los ojos.

    ¿Qué? ¿Un hombre no puede llevar joyas? Igualdad, ¿recuerdas?

    Tras terminar de cachear las piernas de Christian, el otro guardia se levantó. Solo lleva efectivo. Está limpio.

    "Allons-y".

    La curiosidad lo acompañó escaleras arriba. Los cuadros, que era imposible distinguir si estaban pintados por impostores o por maestros de la pintura sin formación, colgaban sobre paredes enmaderadas. Gruesas molduras doradas rodeaban los techos, y cornisas decorativas remataban las esquinas.

    El guardia llamó a las altas puertas dobles y esperó.

    Una mujer desempolvaba lo que parecía ser un jarrón Ming sobre un enorme pedestal. Christian saludó con la mano.

    Al verlos, retrocedió hacia otra puerta.

    Entre, llamó una voz que provenía del interior.

    La puerta de madera se abrió con un crujido. Dentro, otro hombre armado con la barba sin afeitar, les dio la bienvenida con un movimiento de cabeza.

    Es posible que desee engrasar esas bisagras. Christian esperaba una sonrisa, pero nada.

    El hombre armado lo miraba fijamente con sus ojos oscuros y saltones.

    Detrás de un escritorio estaba sentado un francés de cabello oscuro y bastante delgado. Un traje de corte europeo abrazaba su pequeño cuerpo. Los círculos oscuros debajo de sus ojos y su rostro sin afeitar, denotaban una total falta de atención a su salud. Sin mencionar que sostenía un cigarro entre sus labios.

    Fabian apagó el cigarro en un plato de cristal sobre su amplio escritorio de caoba.

    La nube de humo permanecía en el aire. Todo en la habitación amortiguaba el sonido - desde las paredes acolchadas, hasta la alfombra. Tampoco habían ventanas. En las estanterías de detrás del escritorio de Fabian podía observar una escultura de roca alisada, un huevo dorado Imperial Fabergé, un busto de mármol, y varios libros decorativos. Falsificaciones o no, se trataba de una colección impresionante.

    Bonita alfombra tienes aquí. Los pies de Christian se hundieron en una alfombra persa.

    Los dos guardias flanqueaban a Christian, con las armas todavía listas.

    Fabian exhaló su última calada. Disfruto manteniéndome al día con mis vecinos.

    Los vecinos de Fabián eran algunos de los más ricos del mundo. Su acento francés acentuaba sus palabras. Christian tosió. Por cierto.

    ¿Y qué puedo hacer por ti? Fabián entrecerró los ojos.

    Sin perder la calma, Christian levantó la barbilla. Caspian me dijo dónde encontrarte. Tengo una pregunta sobre algo que has adquirido recientemente.

    Fabian arqueó una ceja y tiró de uno de sus gemelos. Caspian te envió, ¿eh?

    Somos viejos amigos. Christian usó el término amigos vagamente. La última vez que habló con Caspian, Christian lo dejó con dos piernas rotas.

    No tengo amigos. tengo aliados. Me mantiene fuera de la Bastilla. ¿A qué has venido? Fabián se recostó en su silla.

    Esmeraldas.

    Fabian presionó sus manos contra los reposabrazos de cuero. Me he quedado sin esmeraldas en este momento, pero te pondré en mi lista de espera. Ahora, si me disculpas…

    Christian dio un paso adelante. Estoy buscando dos esmeraldas iguales. Fueron robadas de un museo en El Cairo y terminaron en tus manos. Caspian dice que tienes amigos que no hacen preguntas sobre productos especiales y hallazgos raros. ¿Quién compró estas esmeraldas?

    Mi lista de clientes es uno de mis secretos mejor guardados. La mirada de Fabian se desvió. ¿Mara? Levantó la voz.

    Christian se giró.

    Una mujer joven estaba detrás de Christian. Su sucio cabello rubio cubría su rostro. Asintiendo, se deslizó a través de las puertas dobles en la parte trasera.

    Mi té, Mara.

    ¿Cómo había obviado Christian a la joven con hombros caídos entre las sombras? Se pateó mentalmente a sí mismo. Estaba perdiendo su toque. En su profesión, estar al tanto de todos en la sala significaba vida o muerte. Cualquiera podría ser un asesino. Frente a Fabian, Christian sacó un fajo de billetes de su bolsillo y lo colocó sobre el escritorio de Fabian. Estoy seguro de que con suficiente persuasión puedes olvidar tu lealtad.

    Fabian miró el creciente montículo de dinero en efectivo. ¿Cuánto?

    Suficiente para que valga la pena.

    Mara entró de nuevo. Colocó la bandeja delante de Fabián y abrió la servilleta sobre su regazo. Ella se echó el pelo hacia atrás. Cicatrices rosadas estropeaban su rostro.

    Aunque eran llamativas, las cicatrices no distraían la atención de su simple belleza.

    Fabián se inclinó hacia adelante. Es hora de mi té de la tarde.

    La joven sirvió el té y luego miró a Christian. Sus ojos se abrieron. Ella dejó caer su mandíbula. Se tropezó, derramando té caliente en el regazo de Fabian.

    Maldiciendo, saltó de su asiento. La mancha oscura en la parte delantera de sus pantalones era enorme. "¡Imbécile!" Una ráfaga de un francés sucio brotó de sus labios fruncidos, y golpeó a la mujer en la oreja con el antebrazo.

    Todo su cuerpo se movió debido a la fuerza del golpe. Con el ceño fruncido, Mara se agarró el lado con cicatrices de la cara. Secó la superficie, luego hizo una reverencia y salió de la habitación, agarrándose la oreja.

    Christian apretó el puño, estaba listo para actuar. Pero se detuvo. Si empezaba una guerra con Fabian ahora, nunca encontraría las esmeraldas. Las esmeraldas eran clave para su venganza.

    Prepara un nuevo par de pantalones. Fabián se enderezó la corbata y volvió a sentarse. ¿Dónde estábamos?

    Me estabas hablando de las esmeraldas de El Cairo.

    Fabian frunció el ceño y se sirvió su propio té en la taza. No pregunto dónde encuentran las joyas. Las pulo y las vendo a clientes que se preocupan más por la calidad y la discreción, que por su origen.

    Christian dio un paso adelante. ¿Dónde están las esmeraldas que te vendió Caspian en diciembre?

    Los dos guardias lo detuvieron con las puntas de las pistolas.

    Fabián se burló. Jamás. Expondré. Mi. Lista. De. Clientes. Dejó caer un terrón de azúcar en su té con cada palabra.

    Levantando las cejas, Christian frunció el ceño mentalmente ante el té excesivamente endulzado. Entonces dime dónde podrían estar las esmeraldas, y las encontraré. Quizás Fabian le respondería si se lo preguntaba más suave.

    Removiendo su té, Fabian resopló. Golpeó la cuchara en el borde de la taza y la colocó en el platillo. ¿Vas a robar esmeraldas robadas? Sus labios dibujaban casi una sonrisa.

    ¿Quién las denunciará como robadas? Christian se encogió de hombros.

    Levantando las cejas por una fracción de segundo, Fabian tomó un sorbo de té. Tiene su punto. Sus ojos revolotearon hasta el brazalete de metal ornamentado que rodeaba la muñeca izquierda de Christian.

    Christian movió sus manos detrás de su espalda. Si las encuentro, el resto podría volver a caer en tu regazo.

    Fabian colocó su taza de té en el plato. No puedes cortarlas, lo sabes. Son demasiado frágiles y tienen demasiadas fisuras. Se romperán. Volvió a levantar su taza.No quiero cortarlas.

    Los ojos de Fabian brillaron sobre la parte superior de su taza de té, el vapor distorsionaba su rostro. ¿Has oído hablar de alguien que pueda restaurar esmeraldas?

    No. Christian se acercó más e inclinó la cabeza. ¿Qué quieres decir?

    El gobierno chino está buscando a un científico que puede regenerar las esmeraldas con una fórmula de aceite, polvo de esmeralda y calor para llenar las fisuras de identificación de la gema. Yo también busco a esta persona. Seré el primero. Verás, robar esmeraldas es un asunto complicado. Las fisuras son bien conocidas - algunas, incluso registradas. Pero imagina si pudieran ser devueltas a un estado impecable. Se disfrazarían y se venderían en el mercado abierto. Y obtendrían un buen precio.

    La frente de Christian goteaba sudor. Los franceses no creían en el aire acondicionado. No tengo ningún interés en reparar las esmeraldas. De hecho, restaurarlas era lo último que quería.

    Suficiente. Se encogió de hombros y dejó a un lado el té.

    Esta conversación no lo estaba llevando a ninguna parte. ¿Las esmeraldas de El Cairo? Christian le acercó más la pila de euros, tentando su codicia.

    Con ambos brazos, el francés recogió los billetes sobre el escritorio, como un dragón recogiendo joyas. Una fina y amplia sonrisa apareció en sus labios. No. No pienso decirte nada. Señaló con la cabeza a los dos hombres.

    El pavor apretó el estómago de Christian, pero mantuvo la calma. Gracias. Se dio la vuelta para irse.

    Los dos hombres le sujetaron por la parte superior de sus brazos.

    Un error colosal. Rompiendo la delgada caja de plástico que rodeaba su chakram en forma de pulsera, Christian estrelló la hoja de afeitar letal que rodeaba su muñeca en la nariz del captor derecho.

    El matón gritó y se agarró la cara ensangrentada.

    El otro todavía se mantuvo firme y levantó su semiautomática.

    Después de inhabilitarlo haciéndole una llave en la articulación del brazo y un golpe en la cabeza con la rodilla, Christian lo desarmó y tiró el arma.

    Tontos. Fabian se puso de pie, su voz pellizcada se elevó. Te dije que lo registraras a fondo. Cogió su teléfono.

    En un movimiento rápido, Christian agarró por los hombros al segundo hombre y le dio un rodillazo en la cara, y una patada al otro en el pecho. A continuación, con una patada giratoria en salto, lo dejó inconsciente con un golpe en la cabeza.

    Volvió el primer hombre.

    Christian lo cortó de nuevo, esta vez de forma más profunda en diagonal, a través del puente de la nariz con el chakram.

    Tropezó hacia atrás con sus manos protegiendo el corte.

    Buscando en el bolsillo interior del hombre caído, Christian recuperó su cuerda antes de dejarlo inconsciente con un fuerte golpe en el cuello. Por el rabillo del ojo, vio a Fabian hablando por teléfono. Soltando el chakram de su muñeca, lo hizo girar en su dedo mientras retrocedía hacia la puerta.

    Los ojos del francés se agrandaron cuando el chakram ganó impulso con un zumbido.

    Con un movimiento de muñeca, Christian envió el chakram circular a través de la habitación donde cortó los dedos y el teléfono en la mano de Fabian - la mano que abofeteó a Mara - y se incrustó en la silla de cuero detrás de él.

    El teléfono roto cayó al suelo.

    Fabián gritó, pero el chillido se quedó en la habitación insonorizada.

    Christian salió. Buscó algo para bloquear las puertas batientes hacia el exterior. Podía atar los pomos de las puertas con la cuerda. Pero con suficiente fuerza, se rompería fácilmente.

    El enorme pedestal.

    Gruñendo, arrastro el jarrón Ming con su pedestal por el suelo de parquet frente a las puertas. Ahora tocaba desarmar a los hombres en la puerta principal y salir en silencio.

    Ayúdame.

    Christian se giró.

    Mara había llegado a la entrada entre las sombras por otro pasillo. La sangre le goteaba desde el canal auditivo hasta el cuello. Algunas gotas de sangre salpicaban su camisa blanca. Las sombras exageraban sus onduladas cicatrices.

    Era mayor de lo que aparentaba, quizás unos veinte años. Christian dio un paso hacia ella. ¿Qué necesitas?

    Ayúdame a salir de esta casa.

    Comprobó la puerta de la oficina. El jarrón Ming le daría tiempo. Pero no mucho. ¿Estás huyendo?

    Sus grandes ojos marrones brillaron. Sus cejas se elevaron y ondularon su frente. Necesito salir de aquí.

    La urgencia entrecortó su voz. Dudó por un momento. Fabián le dio una buena paliza. Ella era la chica de Fabian, y sus matones se pegarían a él como goma de mascar en la suela de un zapato en un caluroso día de verano si se iba con ella. Lo siento. No puedo llevarte.

    Sé dónde están las esmeraldas.

    Él arqueó una ceja. Aún así, sería un secuestro.

    Ya estamos secuestrados.

    ¿Estamos? Sus ojos se abrieron. Mara no era ni su novia ni su hija. Ella fue secuestrada. Y habían otros. ¿Cuántos sois?

    Siete.

    Christian dejó escapar un silbido bajo. Salvar a una chica sería complicado. Siete sería un circo, por no decir lo arriesgado que era para todos.

    Los ojos de Mara se agrandaron. Algunos de nosotros, los hombres de Fabián, nos robaron de nuestras casas cuando éramos niños y nos intercambiaban y recolectaban como si fuéramos objetos. Como su arte.

    Si se arriesgaba a liberar a una chica, también podría liberarlos a todos. Debajo de ellos, en el gran vestíbulo, dos hombres vigilaban la puerta bloqueando la salida. Él presionó sus hombros con un toque suave. Reúnelos. Rápida y silenciosamente. No sabía cuánto tiempo pasaría antes de que los hombres de arriba recuperaran el conocimiento, y ayudaran a Fabian a recuperarse del impacto de perder los dedos y escapar de la habitación.

    ¿Hay alguna puerta trasera? Christian necesitaba más opciones.

    "Veinticinco hombres patrullan el jardín y las entradas

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