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Tequila de mujer
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Libro electrónico205 páginas2 horas

Tequila de mujer

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Rodeada del paisaje de los agaves azules del campo mexicano, surge una relación humana intensa entre dos personajes a los que separa la edad, las vivencias, las costumbres, los hábitos.

El tequila es el punto de partida de la biografía que Marina, joven escritora, va gestando durante el transcurso de la novela.

Doña Clara María, renuente en un principio a ser tema de un estudio biográfico, va cediendo poco a poco para desvelarle a Marina una extraña historia de vida.

Se trata de una novela dentro de otra, mientras la vida pasa entre música y poesía, a la vez que incertidumbres y muerte. El final es inesperado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 dic 2022
ISBN9788411444729
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    Tequila de mujer - Rosa María Seco Mata

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Rosa María Seco Mata

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Dibujo de portada: Elena García Seco

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1144-472-9

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Para ti, Tomás, mi amor

    Para mis adoradas guerreras: Elena y Gabriela

    Para Mariano por ser como es

    Para mis consentidos: Fer y Álvaro

    Para Águeda y José, mis inolvidables padres

    Para Feli, mi hermana querida

    .

    Agradezco a mis compañeras del Taller de Lectura y del Taller de Redacción por sus siempre atinados comentarios; a Elsa y Philippe por sus enseñanzas; a Tomás, Lore, Gabí, Luchi y Pichi por su minuciosa lectura; a Ele por los imaginativos dibujos; a los editores de Letrame por su dedicación a los libros. Finalmente, agradezco también a todos los que tengan la paciencia para leer esta fantasía.

    Picture 1

    Primera Parte

    Oye mi canto: descifrar los secretos de la existencia requiere de una mente osada, libre, capaz de romper moldes. Los timoratos jamás lo logran.

    PARA TODO MAL, MEZCAL; Y PARA TODO BIEN… TAMBIÉN

    Cuando la conocí tenía poco más de setenta años llevados con la dignidad de una vida cuya misión, era evidente, había sido ya cumplida. En esa primera impresión visual me pareció ver brotar su cabello como un chorro de agua plateada, que al resbalar por el óvalo de su rostro delineaba su amplia frente y acotaba los rasgos lineales y angulosos de sus cejas, ojos, nariz y mentón.

    Como consta en la memoria fotográfica familiar, a la que tuve acceso, a los quince años era el ideal de la perfección helénica: trazos firmes, rectos, armónicos. Era una belleza producto de la proporción del conjunto.

    Mientras el grupo de escritores y periodistas invitados a conocer la fábrica de tequila EL Caporal —a unos cuarenta kilómetros de la ciudad de Guadalajara—, comentábamos entre risas y bromas los últimos acontecimientos de la Feria del Libro de esa ciudad, que se llevaba cada año a cabo en esos días, ella nos observaba a la distancia, recargada en una de las columnas del patio central.

    Su actitud era discreta, mesurada, aunque no por ello su presencia pasara inadvertida; por el contrario, emanaba una luz propia que atraía, a pesar de su voluntaria posición de retraimiento. De menuda complexión y frágil figura, hacía sentir su fuerza interna sin necesidad de aspavientos ni grandilocuencias. Llamaba la atención con su sola presencia.

    Imagen

    Cerca de las ocho de la noche, poco después de que el celaje de la tarde diera paso al telón de la oscuridad, nuestra anfitriona, la sobrina de la dueña de la casa, nos invitó a pasar al comedor. Desperdigados como estábamos en pequeños grupos alrededor del patio central, rodeados de plantas cuidadas con esmero, y acompañados por una acuosa melodía de fondo, proveniente de una graciosa fuente en forma de pila bautismal, fuimos congregados en un salón cuya austeridad contrastaba con la munificencia y variedad de los platillos regionales que abarcaban una mesa cuya dimensión delataba la generosidad de ese hogar.

    Por allí desfilaron las entomatadas, las chalupitas de pollo, los tacos de tinga, las teleritas rellenas, los pambazos, el arroz rojo, los frijoles y las tortillas de maíz recién hechas. Cuando tocó el turno al chocolate espumoso y bien caliente —como debe ser—, acompañado de las conchas, los polvorones, las chilindrinas, las orejas, los buñuelos y las típicas jericayas, reapareció doña Clara María y tomó asiento en una de las cabeceras de la mesa, lugar que había permanecido sin ocuparse.

    —¿Cómo los han atendido? —nos preguntó, dándonos a entender su definitiva ascendencia en los asuntos de la casa y, al mismo tiempo, con respeto, dejando en claro el espacio de acción de su sobrina, nuestra anfitriona.

    Iba ataviada con sencillez: blusa blanca, falda oscura plisada, zapatos negros de piso y un suéter gris que puso sobre sus hombros al entrar al comedor porque, como nos dijo: «comenzaba a soplar un viento frío del norte». Llevaba unos pendientes de pequeñas perlas y dos argollas de oro en el dedo anular; posiblemente las de su enlace matrimonial: la suya y la de su esposo, ya fallecido.

    A partir de ese momento, ella, que llenaba con su sola presencia el recinto, sin propiciarlo —y tal vez sin desearlo—, fue el centro de atención. Unos más y otros menos, los invitados teníamos curiosidad por saber cómo era y qué pensaba la dueña de una empresa tequilera tan exitosa. Nos desbordamos, sin consideración, en preguntas de todo tipo que fueron respondidas sin titubeos, con el expertise del conocedor y el entusiasmo del apasionado, con la visión del gran líder y el detalle del artesano. Nos habló del tequila como el abuelo habla del nieto, el escritor de su novela o el historiador de sus raíces; nos presentó esta bebida a partir de la fusión cultural de dos pueblos, de sagas familiares, de encuentros y desencuentros, de tradiciones y leyendas. Hizo de aquella velada un momento especial en nuestras vidas. Aprendimos que el tequila, el tequila de mujer, es mucho más que una bebida embriagante.

    Entre muchas otras cosas, nos narró —como quien relata el más interesante de los cuentos jamás contados— que el agave azul tequilana Weber es endémico de México, producto del mestizaje y que, por varias generaciones en su familia, se había luchado por producir un tequila de calidad. Nos dijo que el tequila blanco era su preferido y distinguible de los demás por su fuerza: «es el que sale directo de la destilación y el que se toma solo, en la copa pequeña conocida como caballito».

    —¿Y saben por qué se llama caballito? —nos preguntó, levantando la copa para que la observáramos, y derrochando una coquetería femenina que no tiene edad y que despliegan algunas mujeres al saberse escuchadas con atención—. En otras épocas, antes de la Revolución, los hacendados tequileros salían a caballo a dar sus paseos por los campos de agave, llevando al cuello un cuerno de bovino ahuecado bien servido de tequila para aliviar la jornada. Cuando alguien les preguntaba para qué llevaban el cuerno, contestaban: «es pal´caballito». De ahí, según dicen, tomó la copa tequilera de cristal su nombre y su forma. Una de tantas leyendas —dijo—, dando un sorbo a su copa llena del líquido transparente. El tequila blanco —volvió a su exposición— es fuerte, bronco, ¿cómo explicarlo? Es como una mujer rebelde.

    —¿Y el tequila joven? —le preguntó uno de los comensales.

    —Se llama joven —nos dijo—, al tequila que reposa menos de dos meses. Es tequila blanco que pasa unos días en los pipones de madera. La graduación del tequila joven alcanza normalmente los treinta y ocho o cuarenta grados Gay Lussac. Es juguetón, alocado e inexperto... Pero creo que justamente en ello reside la seducción que ejerce en el paladar.

    Calló unos instantes, quizá para observar nuestra reacción, y continuó:

    —Por otra parte, le llamamos reposado al tequila que permanece en pipones o barricas de madera al menos durante sesenta días. En ese lapso, la madera aporta sus aromas y cambia su sabor y un poco su color; el tiempo de reposo puede extenderse a un año... Pero ni un día más. El tequila reposado —nos presumió con humildad y habiendo acaparado la atención de quienes seguíamos la explicación de la experta— es una aportación original, bastante reciente, de esta región al mundo de los tequilas que, por cierto, marcó un enorme cambio en el patrón de consumo. —Y, sin detenerse, continuó—. El reposado es más suave y hasta podría decirse más sofisticado. Tiene un color entre dorado y ámbar, solo igualado por los trigales cuando les da el sol de la tarde. En cuanto al sabor, tiene un regusto de madera muy agradable.

    Al terminar esta explicación calló para dar paso a un silencio que permitió a los presentes reposar las palabras y reproducir mentalmente los colores y sabores a los que nos había conducido nuestra amable interlocutora con su plática.

    Puso los codos sobre la mesa, entrelazó las manos y, como si estuviera rezando, cerró por un momento los ojos.

    —¿Y el añejo? —rompió el silencio una voz que provenía del otro lado de la mesa.

    —El añejo —dijo nuestra experta— es un tequila que ha reposado por más de doce meses en barricas de roble. Durante ese lapso, el tequila adquiere un color dorado intenso y su sabor se ha impregnado de la madera de la barrica que lo ha guardado. El añejamiento prolongado durante dos, tres y hasta cinco años convierte el tequila en un producto cuya calidad compite con el buen brandy.

    —¿Y cuál es el mejor tequila? —le pregunté yo.

    Pareció dudar unos segundos, pero en realidad aprovechó la pregunta para hacer una pequeña pausa y recorrer con la mirada a cada uno de los comensales para asegurar una audiencia atenta:

    —Con que sea cien por ciento de agave azul tequilana Weber y esté bien destilado, cualquiera es bueno —me respondió sonriendo, y continuó—. En realidad, un buen tequila se sustenta en un cuidadoso proceso de fabricación: desde la siembra hasta el envasado, pasando por la recolecta, el corte, el cocimiento, la extracción de jugos, la fermentación y la destilación. A mí en lo particular me gusta el tequila blanco. Ese es el que tomamos en la casa, con la familia; se usa hasta para esterilizar las mamilas de los bebés. Con tequila blanco antaño nos curaban el dolor de garganta, los empachos, las heridas y, por supuesto, también el mal de amores —dijo haciendo una mueca con la boca que culminó en una sonrisa pícara. Se puso seria y continuó a modo de sermón maternal—. Hay que ser responsable con su consumo porque puede llegar a tener cuarenta y seis grados de alcohol, seis más que el coñac y tres y media veces más que el vino. Es para adultos. —Hizo un silencio y concluyó tajantemente—. Pero creo que ya los estoy aburriendo, mejor me callo.

    Le rogamos que siguiera y ya animados con nuestro caballito en mano, continuamos con las preguntas que dieron pie para que aquella mujer, de apariencia frágil, recordara algunos pasajes por los que había transitado en su vida. Cuando se despidió, dejó flotando en el ambiente una grata sensación que perduró hasta bien entrada la noche.

    ME ESTÁN SIRVIENDO AHORITA MI TEQUILA, YA VA MI PENSAMIENTO RUMBO A Ti

    Poco más de un año después de la reunión en la hacienda El Caporal, contacté a doña Clara María para solicitarle una entrevista. De inmediato la agendó, pues aunque no se acordaba de mí, tenía muy presente aquella grata velada con los periodistas.

    Una empresa editorial me había contratado para escribir un capítulo de un libro sobre biografías de mujeres mexicanas destacadas en diversos campos. Entre las posibilidades de personajes femeninos interesantes me vino a la mente doña Clara: ¡ella podría ser una excelente candidata para ese propósito! Y hasta se me ocurrió un nombre para mi capítulo: Tequila de mujer

    Llegado el día me presenté con puntualidad en la oficina de Clara María Castillo De León, situada en un edificio de varios pisos frente a la Fuente de Petróleos, monumento icónico de la Ciudad de México.

    Me encontraba nerviosa y estaba insegura de cómo abordar el proyecto con doña Clara. La personalidad de esa mujer, en aquel primer encuentro en Jalisco, no solo me había apabullado, sobre todo me había intrigado. Me hubiera gustado preguntarle entonces cómo había sido el proceso de transformación de ama de casa a exitosa empresaria, cómo había trocado las sartenes por las barricas, cómo mudaba la timidez por la elocuencia. Se me habían quedado preguntas en el tintero y ahora tenía la oportunidad de conocer un poco más de ella. ¿Qué historias de vida guardaba, qué secretos atesoraba, qué confesiones ocultaba?

    Hubiera seguido con mis elucubraciones, si no hubiera sido interrumpida por una atildada secretaria que me condujo hasta llegar a la luminosa oficina donde me esperaba la señora Castillo De León. Atrás hube de dejar mis cavilaciones y enfocarme a la misión inmediata: convencerla de participar en mi proyecto.

    —¿Por qué te pusieron Clara María? —le pregunté… Pero me estoy adelantando…

    Imagen

    La primera reunión resultó acartonada y tensa. Le expliqué durante un buen rato cuál era mi propuesta mientras ella permaneció en respetuoso silencio. Cuando terminé la perorata, me inundó con preguntas sobre pormenores prácticos: ¿qué beneficio tendría ella? ¿Qué ganábamos en esto mi editor y yo? ¿Quiénes eran las otras autoras, y quiénes eran las biografiadas? ¿Cuál sería el tiraje, cómo se distribuiría?

    No supe contestar algunos de sus cuestionamientos porque implicaban conocimientos técnicos desconocidos para mí, así que hube de usar el ingenio para mostrar el proyecto desde diversos ángulos que, a mi juicio, podrían interesarle. Al final, propuso hacer una prueba y quedamos en llamarnos en los siguientes días.

    Una semana después, en la segunda reunión, en el mismo lugar, a la misma hora, se mostró colaborativa en un principio, pero a medida que avanzábamos comenzó a manifestarse renuente:

    —No creo merecer una biografía —me dijo—, a fin de cuentas: ¿quién soy yo? ¿Quién va a querer enterarse de mi vida; para qué? Quitando mi pasión por el tema del tequila, mi existencia va a aburrir a sus lectores.

    Protagonizaba ahora a la mujer tímida que había estado agazapada hasta ese momento.

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