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Así sea, en este instante
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Libro electrónico228 páginas2 horas

Así sea, en este instante

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Información de este libro electrónico

A lo largo de la historia de la humanidad, las clases humildes siempre han tenido a Dios y la naturaleza como enemigos.
La temática de la novela:
Así sea, en este instante, lo exponen con suma crudeza.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 nov 2022
ISBN9798201619381
Así sea, en este instante
Autor

Davy D. Rub

Nació en Cañamero/España. Realizó diferentes trabajos a lo largo de su vida.

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    Así sea, en este instante, es una e interesante obra de ficción contemporánea que, además de por su original propuesta narrativa, destaca por el dominio de la prosa, que, sin ser vulgar, es amable y ágil, pero también explícita y dura; por sus bien construidos

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Así sea, en este instante - Davy D. Rub

Así sea, en este instante

A lo largo de la historia de la humanidad, las clases humildes siempre han tenido a Dios y la naturaleza como enemigos.

La tematica de la novela:

Así sea, en este instante, lo expone con suma crudeza.

Davy D. Rub

David D.

Contents

Title Page

El ritual

El génesis

El Torá

La iglesia

Los números

El sanador

La botica

El orgullo

Los elegidos

El Vagabundo

La oscuridad

Los irreverentes

La codicia

Los válidos

Los advenedizos

El Pregonero

Los convidados

El templo de los mercaderes

Los miserables

Los topos

La liturgia

Las promesas

Las tormentas

Las fábulas

La disidencia

Los velados

Farín

El laudo de los injustos

El mediador

Micaela

Las escaramuzas

Las profecías

La mensajera

La diplomacia

Los huéspedes inesperados

Se busca

La inconsciencia de los necios

La fuga

El enemigo

El presagio

Las campañas

El día de los tramposos

Los hilos

La cuerda del ahorcado

Los acuerdos por unas vidas

El juez

El intercambio

La incompleta victoria de los vanidosos

La exigencia de los favores

El asedio

El trato

La pausa

El encuentro

El triunfo de los necios

Los penitentes

El desquite

La despedida

El camello

A mi pueblo siempre.

El ritual

Imagino una nación limpia y transparente, por donde fluya la concordia y con ella renazca la ansiada esperanza de ser un pueblo libre.

La perseverancia en los días venideros, nos guiará por un camino despejado de todos los obstáculos que nos impidan emprender la más pronta prosperidad.

Sueño que estas tierras, serán mañana un olimpo colmado de paz. En él, este pueblo encontrará la concordia necesaria que le conducirá a la armonía del bienestar.

Nos veremos todos iguales y con los mismos derechos naturales, disfrutaremos con equidad de los bienes necesarios para completar nuestras vidas, nadie se aprovechará del sacrificio del trabajo de los demás a costa de vivir en la opulencia.

Olvidad para siempre las injusticias hechas a medida y predispuestas a defender los intereses de los gobernantes.

En este momento y aquí mismo os pido, que comencéis a prestarme vuestra máxima confianza, y os aseguro que gobernaré siempre el país con el juramento de satisfacer todas y cada una de nuestras necesidades actuales y venideras.

Aquí tenéis mi mano tendida, cogedla ahora y liberaremos todos nuestros anhelos. Unidos haremos de este Condado, el lugar más próspero y deseado del mundo.

¡Sumemos todas las energías juntas, para lograr la satisfacción que llene nuestras existencias ¡

Y recordad siempre, quien os trajo este manantial de florescencia a vuestras vidas.

El génesis

Eugenio Santos terminaba de pronunciar este discurso mesiánico, agitando a las masas con un pañuelo rojo, sujeto entre los dedos pulgar e índice de su mano izquierda, desde el balcón enlosado del edificio presidencial, sito en la plaza más céntrica de la urbe.

Instantes después de ser elegido presidente de la nación.

A su lado está su joven y presumida esposa Aisha, apoyando las iluminadas proclamas que anticipan a los ciudadanos, un halagüeño futuro liderado por su flamante y marido.

La primera dama viste un conjunto largo con tonos metalizados y brillantes, insinuando un vertiginoso escote Bardot, que acentúa aún más su elegante figura.

Sus manos no paran de aplaudir, exaltando, con su ritmo enardecido, los atrayentes enunciados de su orador predilecto.

Bajo la balconada presidencial, el ruido es cuando menos ensordecedor y cada vez es más confuso.

Debido al desatado entusiasmo de sus fieles seguidores, no sin ser contrarrestadas por los intransigentes insultos, prorrumpidos por una parte de irreductibles inconformistas. Camuflados dentro de la multitud que allí se congrega.

Las masas encontradas se van enardeciendo poco a poco, enrabietadas por la pasión enfrentada de sus pétreos ideales.

De pronto, de entre la densa burbuja humana que ocupa la plaza, emerge un murmullo sigiloso de pánico, todos miran hacia el palco de la alocución, instigados por la curiosidad. Quieren saber con la máxima exactitud lo que está sucediendo allí arriba, sin importarles el peligro que corren ante la inminente propagación del miedo.

Los movimientos apresurados y ordenados del personal que cubre la seguridad de la presidencia, no dejan de indicar que algo fuera de la normalidad está ocurriendo, en ese pequeño espacio que ocupa de la balconada.

En algún momento de la escena, se producen ciertos atisbos de claridad entre la confusión que invade el mirador y en este instante se logra divisar desde la explanada el cuerpo de una mujer yaciendo en el suelo.

Su vestido parece estar impregnado por un polvo blanco y compacto, cómo si hubiera derramado el contenido de su estuche de maquillaje sobre su vestimenta. El rumor de la sospecha comienza a fluir entre los comentarios agitados de las gentes.

La esposa del presidente ha sido envenenada durante el discurso.

Algunos se lamentaban.

—Pobre mujer ¿por qué le tuvo que pasar a ella?          

Mientras otros lo festejaban.

Se lo tenía bien merecido por colaborar intensamente en el engaño, a que quiere conducirnos su marido.

Las avalanchas impulsadas por los movimientos encolerizados de las muchedumbres. Comienzan a sucederse de la forma más imprevista, las turbas temen que los sucesos vayan a peor.

Como consecuencia, se van oprimiendo entre si y con mucha virulencia los cuerpos de los participantes, buscando una huida inmediata del lugar. Este efervescente efecto dominó termina irremediablemente causando múltiples desgracias humanas.

El germen que ha impulsado todo esto, tal vez haya sido una tentativa más, para arrebatar interesadamente,

su histórica y reconocida soberanía, como estado independiente.

Sucedieron todos estos acontecimientos para olvidar, en el fragor de la vieja y más importante plaza de la ciudad de Casidal. La urbe más valiosa del país, con el cual compartió el mismo nombre a lo largo de su interesante historia, no obstante, tras sus fronteras, esta pequeña nación siempre fue reconocida con el sobrenombre de Condado de Casidal.

Los comienzos legislativos del presidente neofito no fueron del todo malos, pero poco a poco el desorden generado por sus irrefrenables ansias de poder fue creciendo, a la vez que contaminó a la totalidad de los miembros de sus gabinetes gubernamentales.

Tal vez enloquecido por su reciente soledad o por su inquietante sin vivir, por no saber aún, quién asesinó a su esposa.

Se hizo cada día más autoritario e intolerante, fue fraguando con el paso del tiempo ingentes deudas económicas. Viéndose forzado a oprimir las ya retraídas rentas de sus ciudadanos y cómo consecuencia de ello, grabó sin equidad las obligaciones arancelarias de los súbditos.

Mientras tanto sus amigos y colaboradores cercanos se procuraron los mejores privilegios y con ellos duraderas prebendas para sus familias.

El fraude y los despilfarros se arraigaron, convirtiéndose en una costumbre más, que conllevaba el ejercicio del poder. El pueblo no entendió sus procederes y avatares y comenzó a rebelarse pacíficamente.

Pero incluso esta forma reivindicativa de protesta incomodaba, a las patrióticas vanidades de sus gobernantes. No tardaron en legislar injustas e inhumanas normas represivas que se vistieron cómo novedosas regularidades legales, para que se fueran asentándose con el paso del tiempo, siempre la intencionalidad final de someter y doblegar las mentes de los ciudadanos del Condado.

No solamente este ejecutivo, cosechaba el odio y la inquina de sus enemigos dentro de su pueblo. Las deudas contraídas e impagadas con los cambistas extranjeros, les abocaron a soportar invasiones foráneas.  Que se apoderaron de los territorios norteños especialmente ricos en los más demandados minerales, con el fin de cobrarse parte de las cuantías de sus préstamos pendientes.

Estos grupos financieros acreedores no aceptaron las sucesivas negativas a sus exigencias de cobro y las contrarrestaron, respondiendo con la fuerza de las armas, manejadas por un pequeño ejército de mercenarios. Dispuestos a esparcir todos los horrores de la guerra por el Condado, a fin de conseguir las máximas pretensiones, por las cuales habían sido contratados.

Les encomendaron cómo misión prioritaria, la intervención de una zona concreta del relieve montañoso, sita en el norte del Condado y posteriormente el control del país total. Confeccionaron una violenta campaña de hostigamiento al poder establecido, lo que llevó a alterar la paz y el sosiego de todas las gentes que habitaban el disputado territorio.

No amanecen los días sin que las maniobras bélicas de este inflamado conflicto, irrumpan en el paisaje con demoledoras y agresivas detonaciones, para amenazar a las posiciones militares nativas, asentadas por todos los rincones de la nación. Y estas no dudan en repeler el agravio, con equivalente energía bélica.

Sin importar los costes humanos y naturales de las diversas catástrofes que provocan los dos bandos con sus acciones irracionales, agravando el sufrimiento existencial y económico de las humildes gentes ajenas a esta guerra y que tienen que vivir en, y de estas tierras.

El Torá

La tarde irrumpió oscurecida por un manto de niebla espesa y helada que va acariciando lentamente el suelo, intentando sanar las heridas provocadas por la desazón humana. Y por encima de esta bruma, se esconden cúmulos de oscuras nubes espantosamente estrepitosas.

Los escasos y penetrantes rayos del sol se van quebrando, con su centelleo al atravesar el algodonado vahó humedecido. Al mismo tiempo que llenan de brillo los candelizos del hielo condensados sobre las piedras, para resaltar la tristeza agónica que desprende el paisaje amenazado.

Tal vez presagiando lo que puede acontecer en el tiempo de este aciago lugar.

Desde dentro de las mismas entrañas de la montaña se escuchan gritos desgarradores y rabiosos acompañando los zumbidos del viento.

Proceden del interior de una guarida profunda, encajada entre los anchos y húmedos pliegues de las rocas vertiginosas que escoltan la cima. La escasa vegetación autóctona penetra por las rendijas de su portezuela, escondiendo la entrada de la curiosidad de las civilizaciones más cercanas.

La penuria de la mujer que allí habita, la hace indefensa ante la inminente llegada de un parto primerizo y prematuro que amenaza las vidas del neonato y su propia progenitora.          

La mujer se dispone a afrontar el alumbramiento, dejándose llevar por su instinto maternal se pone de pie para facilitar la escapada al mundo de su retoño, inspira y expira el aire por su nariz con profunda fuerza para aliviar su dolor, motivada por los sollozos que se escuchan desde el interior de su vientre, su cuerpo responde con violentos y recurrentes espasmos y entre tantas penalidades consigue parir una hermosa pero extraña criatura.

El pequeño ha venido al mundo en un hábitat rodeado de una apremiante y miserable escasez, parece estar destinado a vivir en una tierra insolidaria que le arrastrará por el camino injusto a la indigencia, su primer llanto en este valle, se transforma en el eco protestado de estas montañas, sacudidas por el egoísmo humano.

Entretanto, Matías el padre de la criatura ajeno a los acontecimientos que se dirimen a su alrededor, se esfuerza surfeando con su arado la escasa tierra fértil entre las insistentes rocas para originar una provechosa barbechera.

Por su frente se derrama el sudor que produce una labor tan sacrificada y laboriosa, que se va complicando por los rigores del tiempo y las espesas raigambres del matorral que se aferran a las laderas.

Con todo su afán espabila su tarea deseando culminar con una buena siembra y que la tierra le devuelva los favores prestados para poder alimentar a su familia.

Durante un corto período de paz y sosiego por las cercanías del lugar, se oyen los sollozos ansiosos del vástago recién nacido a pesar de todos los contratiempos la criatura se ha ganado su existencia.

En el brillo de sus ojos verdes se reflejan sus ansias por vivir, haciendo feliz a su madre con solo mirarlos, al tiempo que recupera las suficientes fuerzas perdidas que necesita para quererlo.

Una pequeña camada de perros acostados a su alrededor los acompaña, aullando sin cesar a la vez que les ofrecen calor con el torrente de sus cálidos alientos.

Marta va recuperando sus fuerzas perdidas poco a poco y con el paso de las horas, por su mente comienzan a desfilar todas las dificultades vividas durante este premeditado embarazo, en su pensamiento bulle la gran burbuja de la impaciencia, viendo fluir la vida súbita que deparará al neonato.

Mantiene su mente bloqueada por el mísero entorno rodea a su hijo y de pronto se sobrecoge sumergiéndose en un estado pesadumbroso y lleno de incertidumbres que dejan a Marta aletargada por la tristeza y el abatimiento.

Al ponerse el sol por fin decide retornar su compañero, con la satisfacción

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