Las turbulencias de la tardorrepública en el proceso de transmisión de poder habían quedado aparcadas durante el Principado de Augusto y Tiberio. La muerte de César y los estragos de las guerras civiles habían dado paso a un periodo de aparente estabilidad institucional vertebrada alrededor de la obra de Augusto y el esbozo de un principio dinástico que consolidaba el poder en manos de los julio-claudios. Pero la púrpura, una vez más, volvió a teñirse de rojo en el año 41 cuando los excesos de Calígula y las continuas afrentas a los miembros de la clase senatorial vertebraron una conjura a gran escala en la que estaban implicados senadores, miembros del orden ecuestre, pretorianos y algunos de los colaboradores más íntimos del emperador. Calígula fue asesinado pero, pese a las trágicas circunstancias de la muerte del Princeps y el vacío de poder resultante, el espectro de una hipotética restauración del viejo orden republicano no estuvo nunca encima de la mesa. Nadie discutía, ni siquiera el Senado, que un julioclaudio habría de heredar el cetro del desmesurado Calígula.
LOS PRETORIANOS, PIEZAS CLAVE
No fue, sin embargo, como habría sido preceptivo, el Senado el que designó al sucesor del malogrado monarca. Simplemente, no hubo tiempo para hacer demasiadas cábalas porque la guardia pretoriana maniobró con rapidez tomando la iniciativa e inaugurando así un largo periodo de más de cuatro